Miércoles XII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 27 junio, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Gn 15, 1-12. 17-18: Abrán creyó al Señor y se le contó en su haber, y el Señor hizo alianza con él
Sal 104, 1-2. 3-4. 6-7. 8-9: El Señor se acuerda de su alianza eternamente
Mt 7, 15-20: Por sus frutos los conoceréis
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Génesis 15,1-12.17-18: Abrahán creyó al Señor y se le contó en su haber, y el Señor hizo alianza con él. Por la imitación de la fe de Abrahán, los seguidores de Cristo son verdaderos hijos del Patriarca, herederos de la promesa y miembros de la alianza. Así lo explica San Agustín:
«Así, a nosotros, hermanos, se nos llamó hijos de Abrahán, sin haberlo conocido personalmente y sin tener de él la descendencia carnal. ¿Cómo, pues, somos sus hijos? No en la carne, sino en la fe... Si Abrahán fue justo por creer, todos los que después de él imitaron la fe de Abrahán se hicieron hijos de él. Los judíos, nacidos de él, según la carne, degeneraron; nosotros, nacidos de gente extranjera, conseguimos imitándolo lo que ellos perdieron por su degeneración. ¡Lejos de nosotros pensar que Abrahán es su padre aunque desciendan de su carne! Sus padres fueron aquellos que ellos mismos confesaron que eran» (San Agustín, Sermón 305,A,3).
–Con el Salmo 104 decimos: «el Señor se acuerda de su alianza eternamente». El cristiano debe tomar conciencia de que todos los prodigios operados por Dios en la Antigua Alianza para llevar adelante las promesas hechas por Dios a Abrahán, son prodigios que nos atañen a todos los beneficiarios de la Nueva Alianza: «Si sois hijos de Cristo, sois descendientes de Abrahán según la promesa» (Gál 3,29).
«Por eso el cristiano ha de recitar este salmo como un memorial y una glorificación de su propio origen, que llegó a su consumación y plenitud en Jesucristo. Por eso con este Salmo nos adentramos en las maravillas de la Encarnación y en todos los misterios de Cristo que son reactualizados en la celebración litúrgica, sobre todo en el Misterio Pascual.
Por medio de este salmo se nos da a conocer el aspecto divino de la historia de la salvación, la parte absolutamente insustituible y esencial realizada por Dios desde los comienzos hasta el fin del mundo.
–Mateo 7,15-30: Por su frutos los conoceréis. Cristo alerta contra los falsos profetas. El árbol bueno da frutos buenos y el árbol malo da frutos malos. San Juan Crisóstomo explica estas palabras de Jesús:
«En todo tiempo tuvo interés el diablo en suplantar la verdad por la mentira. A mi parecer, al nombrar aquí a los falsos profetas, no alude el Señor a los herejes, sino a quienes, siendo de vida corrompida, se ponen la máscara de la virtud, y a quienes el vulgo da el nombre de impostores... No hay mansedumbre, no hay dulzura alguna en los falsos profetas. De ovejas sólo tienen la piel. Por eso es fácil distinguirlos. Y porque no tengas la más ligera duda, te pone los ejemplos de las cosas que han de suceder por necesidad de la naturaleza... El árbol malo produce siempre frutos malos y no puede jamás producirlos buenos... No dice que sea imposible que el malo cambie y que el bueno no pueda caer. El malo puede efectivamente convertirse a la virtud; pero, mientras permanezca en su maldad, no producirá frutos buenos... El Señor mandó que a cada uno se le juzgue por sus frutos» (Homilía 23,6-7 sobre San Mateo).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Génesis 15,1-12.17-18
a) «Aquel día el Señor hizo alianza con Abrahán». La doble promesa que Dios le había hecho -posesión de la tierra y descendencia numerosa- tarda en cumplirse. Dios se la vuelve a hacer, esta vez ya en forma de alianza.
El gesto con el que se ratifica esta alianza nos puede parecer extraño, pero era expresivo en la cultura de entonces: se descuartizaban animales, se colocaban en dos filas y los dos contrayentes pasaban por en medio (Dios pasó en forma de fuego). La intención simbólica es: si alguno de los dos no cumple su palabra, que le suceda como a estos animales.
No todo es fácil ni llano en el camino de Abrahán. Siente miedo, la duda le tienta («no me has dado hijos»), tiene que espantar los buitres que bajan sobre los animales muertos, le invade un sueño profundo «y un terror intenso y oscuro cayó sobre él». Pero, una vez más, el patriarca confía plenamente en Dios: «Abrahán creyó al Señor y se le contó en su haber».
b) En la vida de un creyente no todo son días de sol y de claridad.
También a nosotros nos rondan las dudas y el temor e incluso, alguna vez, la noche oscura y el «terror intenso y oscuro». Seguro que podemos decir, mirando a nuestra historia, que algunas veces «el sol se puso y vino la oscuridad». Nos da pena, como a Abrahán, ser estériles, que nuestro trabajo no produzca frutos visibles. ¿Quién no quiere tener, de alguna manera, descendientes que continúen nuestra obra o poseer un trozo de tierra?
Tenemos que mirarnos en el espejo de Abrahán. Y de Cristo, que nos da un ejemplo todavía más pleno de confianza en Dios: «a tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu». No sólo le tenemos que servir cuando todo es fácil y nos sale bien. También, cuando no vemos el final del túnel. Cuando estamos bien establecidos y nos invitan al éxodo, o cuando, como a Abrahán, nos obligan a plantar tiendas de peregrino y levantarlas al cabo de poco. ¿Nos fiamos de Dios? ¿se puede decir que no sólo «creemos en Dios», sino que «creemos a Dios»? A Abrahán se le llama «patriarca de la fe» porque creyó en circunstancias difíciles, cuando las apariencias parecían ir en contra de las dos promesas que Dios le hacía. Para todos, también para los cristianos, es un ejemplo magnífico de fidelidad a Dios.
El salmo nos invita a esta actitud: «que se alegren los que buscan al Señor, recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro... él se acuerda de su alianza eternamente, de la alianza sellada con Abrahán».
2. Mateo 7,15-20
a) Jesús previene a sus seguidores del peligro de los falsos profetas, los que se acercan «con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces».
Les da una consigna: «por sus frutos los conoceréis». La comparación es muy expresiva: un árbol puede ser muy bonito en su forma y en sus hojas y flores, pero si no da buenos frutos, no vale. Ya se puede cortar y que sirva para leña.
b) Tanto el aviso como la consigna son de plena actualidad. Porque siempre ha habido, junto a persecuciones del exterior, el peligro interior de los falsos profetas, que propagan, con su ejemplo o con su palabra, caminos que no son los que Jesús nos ha enseñado.
El criterio que él da lo debe aplicar la comunidad cristiana siempre que surgen nuevos movimientos o personas que llaman la atención, y de los que cabe la duda de si están movidos por el Espíritu de Dios o por otros móviles más interesados.
Pero es también un modo de juzgarnos a nosotros mismos: ¿qué frutos producimos? ¿decimos sólo palabras bonitas o también ofrecemos hechos? ¿somos sólo charlatanes brillantes? Se nos puede juzgar igual que a un árbol, no por lo que aparenta, sino por lo que produce. De un corazón agriado sólo pueden brotar frutos agrios. De un corazón generoso y sereno, obras buenas y consoladoras.
Podemos hablar con discursos elocuentes de la justicia o de la comunidad o del amor o de la democracia: pero la «prueba del nueve» es si damos frutos de todo eso. El pensamiento de Cristo se recoge popularmente en muchas expresiones que van en la misma dirección: «no es oro todo lo que reluce», «hay que predicar y dar trigo», «obras son amores y no buenas razones»...
Pablo concretó más, al comparar lo que se puede esperar de quienes siguen criterios humanos y de los que se dejan guiar por el Espíritu de Jesús: «las obras de la carne son fornicación, impureza, idolatría, odios, discordia, celos, iras, divisiones, envidias... en cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, fidelidad, dominio de sí» (Ga 5,19-26).
«Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro» (salmo I)
«Por sus frutos los conoceréis» (evangelio).