Lunes XII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 26 junio, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Gn 12, 1-9: Abrán marchó, como le había dicho el Señor
Sal 32, 12-13. 18-19. 20 y 22: Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad
Mt 7, 1-5: Sácate primero la viga del ojo
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Génesis 12,1-9: Abrahán marchó como le había dicho el Señor. La fe de Abrahán es modélica. Comenta San Agustín:
«Tanto hizo por nosotros que, aún enseña más que sus promesas, y sus obras deben movernos a creer en lo que prometió. A duras penas creyéramos lo que hizo de no haberlo visto. ¿Dónde lo vemos? En los pueblos que tienen su ley, en las muchedumbres que le siguen. Se ha realizado así la promesa que hizo a Abrahán cuando dijo: «en tu descendencia será bendecidas todas las gentes» (Gén 12,3). De poner los ojos en sí mismo, ¿cuándo hubiera creído? Era un hombre y solo, y viejo, y estéril su mujer de tan avanzada edad que, aun sin el defecto de la esterilidad, la concepción fuera imposible. No existía base alguna en absoluto donde apoyar la esperanza: mirando empero a quien le hacía la promesa, lo creía aun sin llevar camino. He ahí cumplido ante nosotros lo que fue objeto de su fe; creemos, en consecuencia, lo que no vemos por lo que viendo estamos. Engendró a Isaac: no lo hemos visto. Isaac engendró a Jacob: lo que tampoco vimos; éste engendró a sus doce hijos; que no hemos visto tampoco; y sus doce hijos engendraron al pueblo de Israel que ahora estamos viendo...
«Del pueblo de Israel nació la Virgen María, que dio a luz a Cristo y a los ojos está cómo en Cristo son benditas las naciones todas. ¿Hay algo más verdadero? ¿Hay algo más palmario? Vosotros que conmigo salisteis de la gentilidad, desead conmigo la vida futura. Si ya en el siglo cumplió Dios lo que había prometido hacer en la descendencia de Abrahán, ¿cómo no va a cumplir sus promesas eternas a los que hizo de la descendencia de Abrahán? El Apóstol dice: vosotros sois cristianos, luego «sois descendientes de Abrahán» (Gál 3,29). Son palabras del Apóstol» (Sermón 130,3).
–Con el Salmo 32 decimos «Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que Él se escogió como heredad. El Señor mira desde el cielo, se fija en todos los hombres. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. Nosotros aguardamos al Señor: Él es nuestro auxilio y escudo. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti».
Nosotros, los miembros del Cuerpo Místico de Cristo, somos la nueva creación, la obra del Verbo y del Espíritu y somos la tierra llena de su amor misericordioso. Somos el Pueblo que Dios se escogió. A nosotros nos ha confiado el Señor realizar su palabra, como dice San Pablo en su Carta a los Colosenses 1,24-27.
–Mateo 7,1-5: Sácate primero la viga de tu ojo. Jesús enuncia el principio de que no hay que juzgar al prójimo. San Juan Crisóstomo explica este principio:
«¿Veis cómo Cristo no prohíbe juzgar, sino que manda primero echar la viga de nuestro ojo y luego tratar de corregir lo de los otros? A la verdad, todo el mundo sabe lo suyo mejor que lo ajeno, y ve mejor lo grande que lo pequeño, y se ama más a sí mismo que a su prójimo. De manera que, si corriges por solicitud, tenla antes de ti mismo, pues ahí está más patente y es mayor el pecado. Mas, si a ti mismo te descuidas, es evidente que no juzgas a tu hermano por su interés, sino porque lo aborreces y quieres deshonrarle. Si hay que juzgar, que juzgue quien no tiene él mismo pecado, no tú... Porque, si es un mal no ver los propios pecados, doble y triple lo es juzgar a los otros cuando uno mismo, sin sentirlas, lleva las vigas en sus propios ojos. A la verdad, más pesado que una viga es un pecado» (Homilía 23,2 sobre San Mateo).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Génesis 12,1-9
Los capítulos del 1 al 11 del Génesis, que leímos en las semanas 5a y 6a del Tiempo Ordinario, reflexionaban religiosamente sobre el origen del cosmos y del género humano.
Ahora, durante tres semanas, escuchamos la historia del pueblo predilecto de Dios, Israel, a partir de la vocación de Abrahán desde el capítulo 12 hasta el final del libro.
La historia de Abrahán, y la de los grandes patriarcas Isaac, Jacob y José, está aquí contada desde una clave claramente religiosa y, además, según varias tradiciones intermezcladas en el Génesis.
La lectura de otros libros históricos del AT nos ocupará nueve semanas (de la 12a a la 20a). En ellos, no sólo repasaremos la historia del pueblo de Israel, del que somos herederos, sino que nos veremos reflejados nosotros mismos en nuestra actuación, dejándonos juzgar por la voz de Dios.
a) Hoy escuchamos el relato de la vocación de Abrahán, allá en su tierra de Ur, en el país de Caldea, un pueblo de cultura bastante avanzada, con buenas técnicas de trabajo y una buena legislación social. Pero corrompido, como todos los demás, religiosa y moralmente.
Dios ha decidido formar un pueblo según su corazón, en medio de ese mundo pagano, para que conserve la religión monoteísta y atraiga la bendición sobre toda la humanidad. Para ello, Dios se fija en Abrahán, un hombre mayor ya, que parecería que tiene derecho a un descanso. Pero la orden es «sal de tu tierra». Tal vez esté relacionada esta salida con alguno de los fenómenos, que también existían entonces, de migraciones colectivas de pueblos buscando mejores condiciones de vida.
Abrahán responde con decisión, fiándose de lo que entiende como voz de Dios. Junto con su familia y sus posesiones, abandona Caldea y emprende el camino que Dios le indica, «sin saber a dónde iba» (Hb l 1,8). Está abierto al futuro. No se apaga al pasado. Tiene mérito su fe, porque Dios le promete dos cosas difíciles de creer: que le hará padre de un gran pueblo (a él que es ya mayor y su esposa, estéril) y le dará en posesión la tierra que le mostrará (abandona algo seguro por algo que en seguida se verá que es utópico).
No es de extrañar que Abrahán sea, tanto para los judíos como para los musulmanes y los cristianos, el prototipo del que creyó en Dios, en medio de dificultades sin cuento.
b) Abrahán se puede considerar como el representante de todas las personas a las que les ha tocado peregrinar, abandonando seguridades y lanzándose a aventuras en el servicio de Dios: misioneros, religiosos, cristianos comprometidos, voluntarios. Pero también, de los jóvenes que han dejado de ser niños y se enfrentan a la aventura de la vida. A todos nos toca alguna vez emprender nuevos caminos: «Sal de tu tierra».
En cada circunstancia nos toca dar a Dios nuestra respuesta. Aunque, a veces, sus llamadas no dejen de ser sorprendentes.
Una respuesta cultual, como hizo Abrahán levantando un altar a Dios e invocando su nombre: nosotros también lo hacemos con la oración, los sacramentos, la Eucaristía.
Y una respuesta vital, con la obediencia y un estilo de conducta según la voluntad de Dios. Como hizo María de Nazaret: «hágase en mí según tu palabra». Como hizo Jesús, que vino a cumplir la voluntad de su Padre. Aunque esta obediencia suponga éxodo, salida de nosotros mismos y de nuestras comodidades. Aunque implique dejar las cosas en las que estamos instalados y que nos resultan tan cómodas.
El salmo no va sólo por Abrahán. Va por todos nosotros, que nos sentimos llamados por Dios y ponemos nuestra confianza en él: «dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad... nosotros aguardamos al Señor, él es nuestro auxilio y escudo».
2. Mateo 7,1-5
a) Seguimos escuchando varias recomendaciones de Jesús, todavía en el sermón del monte. Esta vez, sobre el no juzgar al hermano.
Jesús no sólo quiere que no juzguemos mal, injustamente. Nos invita a no juzgar en absoluto. La comparación que pone es muy plástica: la brizna que logramos ver en el ojo de los demás y la enorme viga que no vemos en el nuestro. Claro que es exagerada, probablemente tomada de un refrán de la época: como era exagerada la diferencia entre los diez mil talentos que le fueron perdonados a un siervo y los pocos denarios que él no supo condonar.
El aviso es claro: «os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros». Si nuestra medida es de rigor exagerado, nos exponemos a que la empleen también contra nosotros. Si nuestra medida es de misericordia, también Dios nos tratará con misericordia. Es lo mismo que afirma aquella petición tan peligrosa del Padrenuestro: «perdónanos como nosotros perdonamos».
b) ¡Cuántas veces nos dedicamos a juzgar a nuestros semejantes! Juzgar significa meternos a fiscales y a jueces. Con frecuencia, lo hacemos sin tener en la mano todos los datos de su actuación y sin darles ocasión de defenderse, sin escuchar sus explicaciones.
Los defectos que tenemos nosotros no los vemos, pero sí la más pequeña mota en el ojo del vecino. Se nos podría acusar de ser hipócritas, como el fariseo que se gloriaba ante Dios de «no ser como los demás», sino justo y cumplidor.
Jesús nos enseña a ser tolerantes, a no estar siempre criticando a los demás, a saber cerrar un ojo ante los defectos de nuestros familiares y vecinos, porque también ellos seguramente nos perdonan a nosotros los que tenemos y no nos los están echando en cara cada día.
«Sal de tu tierra, hacia la tierra que te mostraré» (1a lectura I)
«No juzguéis y no os juzgarán» (evangelio)
«¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?» (evangelio)