Sábado XI Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 12 junio, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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2 Cro 24, 17-25: Zacarías, a quien matasteis entre el santuario y el altar
Sal 88, 4-5. 29-30. 31-32. 33-34: Le mantendré eternamente mi favor
Mt 6, 24-34: No os agobiéis por el mañana
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Crónicas 24,17-25: Muerte de Zacarías, hijo del sacerdote Yehoyadá. Cristo lo evocó como precursor de los mártires cristianos (Mt 23,35). No obstante la infidelidad de los israelitas, Dios es fiel a sus promesas. Ha sellado una alianza con su elegido. Fundó un linaje perpetuo davídico y edificó su trono para todas las edades. Sólo en Cristo se cumplieron plenamente esas promesas. Los hijos de David abandonaron la ley del Señor, no siguieron sus mandamientos, profanaron sus preceptos... Dios los castigó, pero no retiró su favor ni desmintió su fidelidad.
El cristiano, como el piadoso salmista, tiene que vivir de la fe, seguir esperando contra toda esperanza, porque mientras viva en esta peregrinación terrenal, sabe que no tiene en este mundo una mansión permanente. Es como un extranjero que vive lejos del Señor (2 Cor 5,6). El Pueblo de Dios y cada uno de sus miembros es consciente de que en esta vida le quedan duras etapas que recorrer bajo la incomprensión, injuria y persecución. Pero nuestra esperanza es firme, pues está puesta en Cristo, que dijo: «si a mí me persiguieron, también os perseguirán a vosotros».
–En el Salmo 88 el salmista hace decir a Dios: «le mantendré eternamente mi favor. Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David mi siervo: Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades... Mi alianza con él será estable; le daré una posteridad perpetua y un trono duradero como el cielo. Si sus hijos abandonan mi ley y no siguen mis mandamientos, si profanan mis preceptos y no guardan mis mandatos, castigaré con la vara sus pecados y a latigazos sus culpas; pero no les retiraré mi favor ni desmentiré mi fidelidad» .
–Mateo 6,24-34: No os agobiéis por el mañana. Hay que entregarse sin condiciones al servicio del único Amo y someterse por entero a Aquel que conoce cuanto necesitamos. Ante todo debe interesarnos la búsqueda del Reino de Dios y su justicia. San Juan Crisóstomo así lo explica:
«No os preocupéis. Es decir, que, una vez mostrado el daño incalculable, extiende aún más su mandamiento. Porque no sólo nos manda que tiremos lo que tenemos, sino que no nos preocupemos siquiera del sustento necesario... No porque el alma necesite de alimento, pues es incorpórea, sino que el Señor habla aquí acomodándose al uso común. Pues, si es cierto que ella no necesita de alimento, no lo es menos que no puede permanecer en el cuerpo si éste no es alimentado. Y esto dicho, no se contenta con afirmarlo simplemente, sino que también aquí nos da las razones... Pues el que os ha dado lo más ¿no os dará lo menos... No es el alimento el que le hace crecer, sino la providencia de Dios... Si tanta cuenta tiene Dios de los pobres animalillos, ¿cómo no la va a tener con nosotros?» (Homilía 21 2 y 3 sobre San Mateo).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. II Crónicas 24,17-25
a) El reinado de Joás, que fue largo, había empezado bien, con una notoria restauración de la vida social y religiosa. Pero cuando murió su mentor, Yehoyadá, el sumo sacerdote que le había ayudado a subir al trono, se olvidó de sus buenos consejos y siguió los de otros que le condujeron de nuevo a la idolatría y al capricho de una autoridad mal entendida.
Más aun, al hijo de Yehoyadá, Zacarías, profeta de Dios, que le había recriminado su cambio de conducta, lo eliminaron asesinándolo en el Templo. Más tarde, Jesús les echó en cara a sus contemporáneos: «que caiga sobre vosotros toda la sangre inocente derramada sobre la tierra, desde la sangre del inocente Abel hasta la sangre de Zacarías, a quien matasteis entre el Templo y el altar» (Mt 23,35).
El autor del Libro de las Crónicas -el libro que hemos intercalado en la lectura que íbamos haciendo del de los Reyes- atribuye a este pecado la ruina que le sobrevino a Joás a manos del ejército de Siria y de sus propios súbditos. Es lo que también afirma el salmo: «si sus hijos abandonan mi ley y no siguen mis mandamientos, castigaré con la vara sus pecados»; aunque no por ello se va a interrumpir la línea mesiánica de las promesas de Dios: «pero no les retiraré mi favor, ni desmentiré mi fidelidad».
b) Sabemos muy bien que en nuestras vidas puede haber idas y vueltas, conversiones y recaídas, tanto en nuestra relación con Dios como en la conducta con los demás.
No adoraremos estelas ni nuestros ídolos se llamarán Baal, pero sí podemos faltar al primer mandamiento, que sigue siendo el más importante: «no tendrás otro dios más que a mí». El dinero, el éxito social, la vanidad, la fama, el placer, la ambición, la esclavitud de ideologías o estructuras: todo eso puede ser nuestro ídolo particular. Que nos acarreará, a corto o largo plazo, la ruina. Leemos la historia antigua de Israel para aplicárnosla a nosotros.
2. Mateo 6,24-34
a) Jesús nos presenta otro rasgo del estilo de vida de sus seguidores: la confianza en Dios, en oposición a la excesiva preocupación por el dinero.
Debe ser un refrán de la época lo de que «no se puede servir a dos amos», y le va muy bien a Jesús para establecer la antítesis entre Dios y Mammón, entre Dios y el Dinero (con mayúsculas, el dinero como ídolo, como razón de ser: en arameo, Mammón).
Les enseña Jesús a los suyos la actitud de confianza en Dios, con la comparación de los pájaros y de las flores. Lo que él no quiere es que estén agobiados (palabra que sale hasta seis veces en esta lectura) por las preocupaciones de la comida, la bebida o el vestido.
También quiere que sepan mirar las cosas en su justa jerarquía: el cuerpo es más importante que el vestido, y la vida que el comer. Del mismo modo, el Reino de Dios y su justicia es lo principal, y «todo lo demás se os dará por añadidura».
b) «Nadie puede estar al servicio de dos amos». Es una afirmación que también a nosotros nos pone ante la disyuntiva entre Dios y el Dinero, porque es éste un ídolo que sigue teniendo actualidad y que devora a sus seguidores.
Ciertamente, necesitamos dinero para subsistir. Pero lo que Jesús nos enseña es que no nos dejemos «agobiar» por la preocupación ni angustiar por lo que sucederá mañana. Los ejemplos de las aves y de las flores no son una invitación a la pereza. En otras ocasiones, Jesús nos dirá claramente que hay que hacer fructificar los talentos que Dios nos ha dado.
Y Pablo dirá que el que no trabaja, que no coma.
Estas palabras de Jesús son una invitación a una actitud más serena en la vida. Claro que tenemos que trabajar y ganarnos la comida: «a Dios rogando y con el mazo dando».
Pero sin dejarnos dominar por el estrés -¿el nombre actual del «agobio» del evangelio?-, que nos quita paz y serenidad y nos impide hacer nada válido. Vivimos demasiado preocupados, siempre con prisas. Podríamos ser igualmente eficaces, y más, en nuestro trabajo si nos serenáramos, si no perdiéramos la capacidad de la fiesta y de lo gratuito, si supiéramos, de cuando en cuando, «perder tiempo» con los nuestros, y no empezáramos a sufrir por adelantado por cosas que no sabemos si nos pasarán mañana: «a cada día le bastan sus disgustos».
También nos enseña Jesús a buscar lo principal y no lo accesorio. A dar importancia a lo que la tiene, y no dejarnos deslumbrar por necesidades y valores que no valen la pena.
Sobre todo, a «buscar el Reino de Dios y su justicia». Lo demás es secundario, aunque no lo podamos descuidar. El que concede a cada cosa la importancia que tiene en la jerarquía de valores de Jesús, está en el buen camino para la paz interior y para el éxito final en su vida.
«¿Por qué no cumplís los preceptos del Señor? Vais al fracaso» (1ª lectura II)
«Nadie puede estar al servicio de dos amos» (evangelio)
«No os agobiéis por el mañana: a cada día le bastan sus disgustos» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 2 Crónicas 24,17-25
Las vicisitudes de los dos reinos hasta la caída de Samaría (721), preludio de la caída de Jerusalén, narrada en 2 Re 12-16, son recuperadas y completadas en clave teológica llegando a las páginas paralelas de 2 Cr (se trata de la única lectura de este libro en la liturgia ferial). Muerto el sumo sacerdote Yoyadá, vengador del yahvismo, el rey Joás, consagrado por él, cede a las tendencias sincretistas de los «jefes de Judá», de suerte que recae en la idolatría. La requisitoria del profeta Zacarías fue en vano, y lo mataron para vengarse. Esto trajo consigo el castigo divino, siempre siguiendo el riguroso principio de la retribución, que se expresa en la invasión siria y en la muerte del rey.
Evangelio: Mateo 6,24-34
La última sección del capítulo 6 pone de relieve la alternativa frente a la que se encuentra el cristiano, una alternativa que implica la elección de su propio «amo»: Dios o el dinero (el original cita la palabra aramea mammona). La palabra mammona incluye la idea de ganancia, dinero y, por consiguiente, los bienes del hombre, aunque también «la codicia» con la que el hombre los busca y los posee (Ireneo de Lyon). Afanarse o andar preocupado (término que se repite seis veces en el original griego) por los bienes materiales es señal de «poca fe», una denuncia que se repite con frecuencia en la pluma de Mateo (8,26; 14,31; 16,8; 17,20), para indicar la escasa confianza en el poder y en la providencia divinos. La martilleante invitación a que no andemos preocupados es justificada con una serie de alusiones a las criaturas animales y vegetales. «Debemos entender estas palabras en su sentido más sencillo», observa Jerónimo, «a saber: que si las aves del cielo, que hoy son y mañana dejan de existir, son alimentadas por la providencia de Dios, sin que deban preocuparse por ello, con mayor razón los hombres, a quienes ha sido prometida la eternidad, deben dejarse guiar por la voluntad de Dios».
La expresión «Reino y su justicia» constituye un endíadis; ambos términos están al servicio del cumplimiento de la voluntad divina, que constituye el fundamento del Reino. El «buscad ante todo» parece sugerir el principio de la jerarquización de las necesidades y, por consiguiente, de los bienes: en el primer puesto deben estar los espirituales, que dan el sentido y su justo valor a los materiales. Estos últimos nos serán dados por añadidura. «Esta promesa se cumple en la comunidad de los hermanos, que multiplica los bienes (milagro moral bosquejado en la multiplicación de los panes), puesto que todos renuncian a todo y no les falta nada; más aún, buscando ante todo el Reino y la justicia de Dios, se dan cuenta de que están puestos en una condición de vida que, por ser conforme a la voluntad del Padre, incluye también las promesas; y todos juntos anticipan el tiempo en el que se extenderá el Reino de Dios sobre toda la tierra renovada y el hombre gozará de la paz sobre el monte del Eterno. Esa es la perspectiva, no ascética, sino supremamente humana, del Evangelio, con la que coexiste, como es natural, mientras dure el tiempo presente y la victoria del Reino sólo sea virtual, la posibilidad de que quienes buscan apasionadamente el Reino y la justicia de Dios acaben siendo mártires por el Reino (Mc 10,30). Ahora bien, esta perspectiva no debe proyectar sombra sobre la magna y confiada verdad aquí anunciada: "Dios os dará lo demás"» (G. Miegge).
MEDITATIO
«Una cosa es poseer riquezas y otra ser siervo de las mismas», señala Juan Crisóstomo. «Quien es siervo de las riquezas queda prisionero de ellas; quien se ha sacudido el yugo de esta servidumbre las distribuye como hace un dueño» (Jerónimo). El Señor quiere que nos abandonemos confiados a su providencia y «si bien nos prohíbe pensar en el futuro» al precio del afán, «nos permite, ciertamente, pensar en el presente», y «si nos promete los grandes bienes, no dejará de asegurarnos los inferiores» (Jerónimo). Más aún, Jesús nos garantiza que estos últimos nos serán dados por añadidura, con tal que dediquemos todas nuestras fuerzas a la consecución del Reino. Por eso se nos ha dicho que lo busquemos ante todo. El Reino, a continuación, es el mismo Cristo, a quien acogemos en la eucaristía, en la que «se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia» (Presbyterorum ordinis, 5). «Desde el mismo momento en que se dice «Dios os dará lo demás», se distingue entre lo que se da y lo que se añade. Nuestra aspiración debe dirigirse, en efecto, hacia las realidades eternas, mientras que las temporales nos son dadas para nuestras necesidades. Estas últimas nos son dadas, mientras que las primeras serán añadidas de manera sobreabundante. Sin embargo, se da con frecuencia que los hombres piden bienes temporales y no buscan los premios eternos. Piden muchas cosas añadidas, pero no las buscan allí donde nos serán dadas» (Gregorio Magno).
Hago emerger los afanes y solicitudes que se agitan en mi ánimo. ¿Cuáles son sus motivaciones (siempre pueden ser reducidas al orgullo)? ¿Cuáles resultan devastadoras para mí y para los otros?
ORATIO
Señor Jesucristo, concédeme no atesorar en la tierra recompensas terrenas, sino hazme buscar en el cielo los merecidos premios. Y puesto que nadie puede servir a dos amos, dado que ambos servicios se excluirían recíprocamente, libérame del dominio y de la servidumbre del mundo, de la carne y del demonio, de suerte que pueda dirigir la mirada a la contemplación de las cosas celestiales. Añade a mi «estatura» natural un «codo» de gracia en la vida presente y de gloria en la futura. Haz que atienda a los lirios del campo, los fieles de la Iglesia revestidos con el candor de las virtudes, en vez de mirar a la maleza de los ricos del mundo que será echada al horno de la Gehena. Concédeme buscar ante todo el Reino de Dios y su justicia, de modo que, a través de una práctica virtuosa en el mundo presente, alcance el Reino celestial. Amén (Landulfo de Sajonia).
CONTEMPLATIO
Mirad, si no, cómo nuevamente nos pone ante los ojos este provecho y cómo nos insinúa la conveniencia de desprendernos de lo que pudiera serle contrario. Porque no os daña sólo la riqueza -parece decirnos- porque arma a los ladrones contra vosotros; no sólo porque entenebrece de todo en todo vuestra inteligencia, sino también porque os aparta del servicio de Dios y os hace esclavos de las cosas insensibles. De doble manera os perjudica: haciéndoos esclavos de lo que debierais ser señores y apartándoos del servicio de Dios, a quien por encima de todo es menester que sirváis. Lo mismo que anteriormente nos había el Señor indicado un doble daño: primero, poner nuestros tesoros donde la polilla los destruye, y, luego, no ponerlos donde la custodia sería inviolable; así nos señala también aquí el doble perjuicio que de la riqueza nos viene: apartarnos de Dios y someternos a Mammón [...].
Una vez, pues, que por todos estos caminos nos ha mostrado el Señor la conveniencia de despreciar la riqueza -para la guarda de la riqueza misma, para la dicha del alma, para la adquisición de la filosofía y para seguridad de la piedad-, pasa ahora a demostrarnos que es posible aquello mismo a lo que nos exhorta. Porque éste es señaladamente oficio del buen legislador: no sólo ordenar lo conveniente, sino hacerlo también posible. Por eso prosigue el Señor diciendo: No os preocupéis...» (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 21, 1 ss [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Buscad ante todo el Reino de Dios» (Mt 6,33).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La inquietud es cosa de los paganos, que no creen, que confían en su fuerza y su trabajo, y no en Dios. Todo el que se preocupa es pagano, porque no sabe que el Padre conoce todo o que necesita. Por eso quiere hacer por sí mismo lo que no espera de Dios. Más, para el que sigue a Jesús, la frase válida es: «Buscad primero el Reino y su justicia, que todo lo demás se os dará por añadidura». Con esto queda claro que la inquietud por el alimento y el vestido está lejos de ser inquietud por el Reino de Dios, tal como nos gustaría pensar, como si el cumplimiento de nuestro trabajo por nosotros y nuestra familia, como si nuestra inquietud por el pan y la vivienda, constituyesen la búsqueda del Reino de Dios, como si esta búsqueda sólo se realizase en medio de tales inquietudes.
El seguidor de Jesús, después de una larga vida de discípulo, responderá a la pregunta: «¿Os ha faltado algo alguna vez?» diciendo: «Nunca, Señor». ¿Cómo podría faltarle algo a quien, en el hambre y la desnudez, la persecución y el peligro, está seguro de la comunión con Jesucristo? (Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, pp. 117-118).