Viernes XI Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 12 junio, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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2 R 11, 1-4. 9-18. 20: Ungieron a Joás y gritaron: «¡Viva el rey!»
Sal 131, 11. 12. 13-14. 17-18: El Señor ha elegido Sión, para vivir en ella
Mt 6, 19-23: Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–2 Reyes 11,1-4.9-18.20: Ungió a Joás y todos aclamaron: ¡Viva el Rey! Renovación de la alianza entre Dios, el rey y el pueblo. Toda la historia de Israel, ya lo hemos dicho, es la historia de los pactos entre Dios y su pueblo. El pueblo rompe la alianza por su rebeldía e infidelidad y los reanuda la infinita misericordia de Dios. Esto también nos atañe a nosotros. Es cierto que el Pacto hecho con Cristo y sellado con su preciosísima Sangre no puede romperse jamás. Pero nosotros podemos apartarnos de él por nuestros muchos pecados.
Si denuncian los profetas unánimemente la infidelidad de Israel a Dios, si anuncian las catástrofes que amenazan al pueblo pecador, lo hacen en función del pacto del Sinaí, de sus exigencias y de las maldiciones que formaban parte de su temor. San Agustín habla del temor de Dios:
«Ama la bondad de Dios, teme su severidad; una y otra no te permitirán ser orgullosa. Amando, temerás ofender gravemente al amante y al amado. Pues, ¿qué ofensa puede haber más grave que desagradar por soberbia a quien por causa tuya desagradó a los soberbios?... El temor del que habla San Pablo en Rom 8,15 creo que es el que tenían en el Antiguo Testamento de perder los bienes temporales que Dios les había prometido, no todavía como hijos dirigidos por la gracia, sino como a siervos sometidos bajo la ley. Es también el temor del fuego eterno; pues si se sirve a Dios por evitarlo, no hay todavía perfecta caridad. Una cosa es el deseo del premio, otra el temor del castigo» (Sobre la santa virginidad 38).
–Con el Salmo 131 proclamamos: «el Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella». Dios no se deja vencer en generosidad, a la ruptura de los pactos por la infidelidad de Israel sigue la reanudación por parte de Dios que es infinito en amor y en todas sus perfecciones. Dios bendijo a David con una descendencia eterna, que no es otra que Cristo, el Ungido del Señor, Rey mesiánico en quien habita la plenitud de la divinidad como en un templo. El cristiano fiel a la voluntad de Dios es también un templo vivo de Dios. Así se edifica en este mundo la Jerusalén celestial, la Iglesia, construida como un inmenso templo de piedras vivas que son los cristianos, edificados sobre la piedra angular que es Cristo, el descendiente de David (Ef 2,20).
–Mateo 6,19-23: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. El discípulo auténtico de Cristo se desliga de las riquezas terrenas para amontonar tesoros en el cielo, es decir, ante Dios. Si la mirada del hombre está fija en Dios, toda su persona es transparente a la luz divina. San Juan Crisóstomo explica con claridad:
«Por eso, como antes he dicho, añade el Señor otra razón, diciendo: Porque donde está tu tesoro, allí está también tu corazón. Como si nos dijera: aun cuando nada de lo dicho sucediese, no será menguado el daño que vas a sufrir, clavado quedarás en lo terreno, hecho de libre esclavo, desterrado del cielo e incapaz de tener pensamiento elevado. Todo será dinero, interés, préstamos, ganancias y viles negocios. ¿Puede haber cosa más miserable? Un hombre así está sometido a una esclavitud más dura que la de todos los esclavos, y nada hay más triste que haber abdicado de la nobleza y libertad del hombre. Por más que se te hable, mientras tengas clavado el pensamiento en el dinero, nada serás capaz de oír de lo que te conviene. Serás como un perro atado a un sepulcro. Tu cadena –la más fuerte de las cadenas– será la tiránica pasión por el dinero: Aullarás contra todos los que se te acerquen y no tendrás otro trabajo, y continuo trabajo, que el de guardar para vosotros lo que tienes. ¿Puede haber suerte más miserable?» (Homilía 20,3 sobre San Mateo).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. II Reyes 11,1-4.9-18.20
a) ¡Vaya página de intrigas y masacres! La historia del pueblo de Israel como la de otros muchos- está llena de personas indeseables y de hechos que muestran una violencia inaudita.
Aquí es Atalía, idólatra como sus padres Ajab y Jezabel, la que da un golpe de estado, exterminando sin ningún escrúpulo a toda la familia real y ocupando el trono. No se ha enterado de que han salvado de la matanza al niño Joás, que será proclamado en el momento oportuno como rey, derribándola a ella. No sabemos quién tuvo más protagonismo en los hechos, si los sacerdotes, los militares o el pueblo entero.
Para el autor del libro, esto no deja de tener un sentido histórico importante: Atalía cree haber terminado con la dinastía de David, lo cual hubiera supuesto la ruptura de la línea mesiánica prometida por Dios. Pero no es así: al entronizar a Joás, vuelve a reinar la casa de David y, al menos al principio, se restaurará la alianza con el Dios verdadero. El pueblo, según el libro que estamos leyendo, ha optado de nuevo por ser el pueblo de Yahvé y no el de Baal. No durará mucho el buen propósito.
Es el aspecto que ha recogido el salmo: «el Señor ha jurado a David una promesa que no retractará: a uno de tu linaje pondré sobre tu trono... si tus hijos guardan mi alianza y los mandatos que les enseño».
b) También en la historia contemporánea vemos que existen la violencia, los asesinatos y los genocidios. Como también idas y vueltas en la fidelidad a Dios, y caídas y recaídas en las idolatrías del momento.
Los cristianos no deberíamos perder la sensibilidad: ni en cuanto al dolor que sentimos por la descristianización del mundo, ni tampoco en cuanto a la solidaridad que debemos sentir hacia los que son tratados injustamente.
También para nosotros vale la lección: con la violencia no resolvemos nada. A pesar de que leemos hoy cómo unos y otros recurren a ella para sus fines, incluso religiosos. A pesar de que en la historia también los seguidores de Cristo hemos echado mano de ella, la violencia va directamente contra el nuevo estilo que nos ha enseñado Jesús. Es uno de los aspectos sobre los que Juan Pablo II ha invitado a la Iglesia a examinarse: el uso de la violencia en una supuesta defensa de la verdad.
En nuestra vida cotidiana, en un nivel mucho más familiar, la violencia -que no será con derramamiento de sangre, pero sí puede ser de otro tipo, mucho más sutil- va directamente contra el estilo de tolerancia, fraternidad y entrega que Jesús nos ha enseñado. Que no se repitan, ni siquiera en una escala muy reducida, las desagradables escenas que leemos en esta historia tan brutal de Israel.
2. Mateo 6,19-23
a) En el sermón del monte, Mateo recoge diversas enseñanzas de Jesús. Hoy leemos unas breves frases sobre los tesoros y sobre el ojo como lámpara del cuerpo.
«No amontonéis tesoros en la tierra», tesoros caducos, que la polilla y la carcoma destruyen o los ladrones pueden fácilmente robar. Jesús los contrapone a los valores verdaderos, duraderos, los «tesoros en el cielo».
«La lámpara del cuerpo es el ojo». Nuestra mirada es la que da color a todo. Si está enferma -porque brota de un corazón rencoroso o ambicioso- todo lo que vemos estará enfermo. Si no tenemos luz en los ojos, todo estará a oscuras.
b) Cada uno puede preguntarse qué tesoros aprecia y acumula, qué uso hace de los bienes de este mundo. ¿Dónde está nuestro corazón, nuestra preocupación? Porque sigue siendo verdad que «donde está tu tesoro, allí está tu corazón».
Ya estamos avisados de que hay cosas que se corrompen y pierden valor y sin embargo, tendemos a apegarnos a riquezas sin importancia. Estamos avisados de que los ladrones abren boquetes y roban tesoros y, sin embargo, confiamos nuestros dineros a los bancos, y ahí está nuestro corazón y nuestro pensamiento y, a veces, nuestro miedo a perderlo todo.
Sería una pena que fuéramos ricos en valores «penúltimos» y pobres en los «últimos».¡Qué pobre es una persona que sólo es rica en dinero! Los que cuentan no son los valores que más brillan en este mundo, sino los que permanecen para siempre y nos llevaremos «al cielo», nuestras buenas obras, nuestra fidelidad a Dios, lo que hacemos por amor a los demás. Y dejaremos atrás tantas cosas que ahora apreciamos.
También podemos hacernos nosotros mismos la revisión de la vista a la que nos invita Jesús: ¿está sano mi ojo, o enfermo? ¿veo los acontecimientos y las personas con ojos limpios, serenos, llenos de la luz y la alegría de Dios, o bien, con ojos viciados por mis intereses personales o por la malicia interior o por el pesimismo?
«¿Quién enferma sin que yo enferme? ¿quién cae sin que a mí me dé fiebre?» (1ª lectura I)
«Si tus hijos guardan mi alianza, también sus hijos se sentarán sobre tu trono» (salmo II)
«Amontonad tesoros en el cielo, donde no hay ladrones que los roben» (evangelio)
«Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 2 Reyes 11,1-4.9-18.20a
La liturgia, omitiendo una amplia sección (2 Re 3-10) donde se habla de los reinados de Jorán (852-841) y de Jehú (841-814), que desarraigó el culto a Baal en Israel y cuya unción real ya había sido anunciada por Elías (1 Re 19,16), y donde se ilustra la actividad de Eliseo, la liturgia, decíamos, nos propone algunos pasajes adecuados para llevar a cabo una lectura teológica de la historia de Israel.
Desde el reino del Norte nos trasladamos al reino del Sur. Aquí Atalía, descendiente de Jezabel y mujer del rey Jorán (muertos ambos por Jehú a causa de sus perversiones), muerto su hijo Ocozías (841), heredero legítimo al trono, se apodera del Reino de Judá y elimina a la dinastía real superviviente. Ahora bien, Josebá, hija del rey Jorán y esposa del sumo sacerdote Yoyadá (2 Cro 22,11), cogió furtivamente a Joás, hijo de Ocozías, y lo escondió en el templo, de suerte que siete años después, y gracias a una estudiada conjura (vv. 5-8, omitidos por la liturgia), éste fue proclamado rey (835-796) e instalado en el trono (v. 19, omitido por la liturgia).
La oposición a Atalía se debió a la línea baalista mantenida por la reina, en flagrante contradicción con la alianza yahvista, mientras que la iniciativa de la casta sacerdotal desbarata el peligro, destruye el templo de Baal levantando en el corazón de Jerusalén, elimina de la escena Atalía y permite la renovación de la alianza. Se trata de un acontecimiento que se repetirá en los momentos cruciales de la historia de Israel (cf. 2 Re 23).
Evangelio: Mateo 6,19-23
«La totalidad de la enseñanza [de Cristo]», afirma el místico alemán Jakob Böhme, «no es otra cosa que la explicación del modo en que el hombre podría encender en él el divino mundo luminoso. Dado que éste se enciende de modo que la luz de Dios brille en el espíritu de las almas, todo el cuerpo posee la luz».
El principio de la recompensa evoca el «tesoro en el cielo» (cf. Tob 4,9; Eclo 29,11), «la mejor parte» que se asegura María (Lc 10,42), «las cosas de arriba» (Col 3,1)
y las «riquezas mejores y más duraderas» (Heb 10,34) de que hablan los escritos paulinos, y brinda una regla infalible para el discernimiento: pregunta a tu corazón para saber cuál es tu tesoro. La continuidad del discurso es interrumpida por el dicho del Señor sobre la lámpara (cf. Lc 11,34-36).
La lámpara es el símbolo del ojo interior o espiritual, del que se transparenta la luz de la fe que esclarece la mente y suscita el impulso del amor en la voluntad. De modo más general, la lámpara es el símbolo del alma que irradia su luz a través del cuerpo. La antítesis se produce entre el ojo sano (Prov 22,9) y el enfermo -al pie de la letra entre el ojo «sencillo» y el «malo». El Nuevo Testamento (2 Cor 1,2; 11,3; Ef 6,5; Col 3,22; Sant 1,5) vuelve con frecuencia sobre la sencillez (que es falta de duplicidad, según el significado literal del término). También condena con frecuencia al «ojo malo» (Mc 7,22; cf. Mt 20,15). Por último, para la antítesis luz-tinieblas, véase Jn 1,9; 3,19-21; 8,12; 12,46; Rom 13,12; 2 Cor 6,14; Ef 5,8ss; 1 Tes 5,5. La contraposición entre «hijos de la luz» e «hijos de las tinieblas» era uno de los aspectos cualificativos de la enseñanza en la comunidad de Qumrán.
MEDITATIO
El «sermón del monte» está atravesado por una continua y martilleante referencia al Reino. Debemos buscar el Reino de Dios (Mt 6,10.33), las cosas buenas (Mt 7,11), «tesoros en el cielo» (Mt 6,20) que consisten en los bienes eternos e incorruptibles. Para saber discernir de qué bienes se trata, necesitamos ese «ojo interior dotado de recta intención que dirige las acciones humanas» (Nicolás de Lira). Es indispensable el ojo sencillo: «unus et purus», unificado y puro, como se lee en la Glosa medieval. «La lámpara» que hace desaparecer las tinieblas «es la fe» (Cromacio de Aquileya).
Profundizo en esta palabra por medio de la meditación del símbolo cristiano por excelencia de la luz: el cirio pascual y las velas encendidas sobre el altar para la misa. Por encima de los significados más inmediatos, siguiendo la estela de la mística judía le asocio una llamada a mi persona y a sus dimensiones destinadas a «jerarquizarse». El cuerpo es comparable al cirio, desde el cual brota «la luz inferior, oscura, en contacto con la mecha de la que depende su misma existencia: se trata de los sentidos que son afectados por la dimensión física. Cuando la luz oscura está bien consolidada en la mecha, se convierte en asiento para la luz blanca, superior», la esfera intelectivo-volitiva. «Cuando ambas están bien consolidadas, entonces es la luz blanca la que se convierte en asiento para la luz inaprensible, invisible e incognoscible irradiada por la luz blanca. Sólo entonces se vuelve la luz completa y perfecta»: se trata de la luz del Espíritu Santo (Zohar).
ORATIO
Señor, dame un corazón sencillo que sepa discernir el verdadero bien y no se deje sugestionar por los bienes aparentes, ilusorios y pasajeros.
Dame, Señor, un corazón unificado que no alimente odios, que no se pliegue al mal, que no esté sometido a la sensualidad y al capricho. Hazme comprender que sólo tú eres el tesoro de mi corazón. Concédeme esta experiencia viva cuando te recibo en la eucaristía.
CONTEMPLATIO
Quien tiene los ojos enfermos ve muchas luces de manera confusa; el ojo sencillo y puro ve las cosas nítidas y puras. Interpretemos todo esto en sentido espiritual. Pues bien, del mismo modo que el cuerpo está todo él en tinieblas cuando el ojo no es puro y sencillo, también el alma, cuando ha perdido su luminosidad, mantendrá en las tinieblas todas sus facultades.
Por consiguiente, si la luz que hay en ti se vuelve tinieblas, ¡qué grandes serán esas tinieblas! Si la inteligencia, que es luz, se oscurece por la oscuridad del alma, piensa un poco cuán densas serán las tinieblas que la rodean (Jerónimo, Comentario al evangelio de Mateo).
El ojo purificado y que se ha vuelto sereno se mostrará hábil e idóneo para percibir y para expresar, lógicamente, su luz interior. Este es el ojo del corazón. Y tiene un ojo semejante quien establece el fin de sus propias obras buenas, a fin de que sean buenas de verdad no para intentar que sean agradables a los hombres, sino que, aunque se dé cuenta de que son agradables, las referirá más bien a su salvación y a la gloria de Dios, no a su propia ostentación (Agustín, El sermón del Señor en el monte, 2, 22, 76).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón» (Mt 6,21).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La vida del discípulo se acredita en el hecho de que nada se interponga entre Cristo y él, ni la ley, ni la piedad personal, ni el mundo. El seguidor no mira más que a Cristo. No ve a Cristo y al mundo. No entra en este género de reflexiones, sino que sigue sólo a Cristo en todo. Su ojo es sencillo. Descansa completamente en la luz que le viene de Cristo; en él no hay ni tinieblas ni equívocos. Igual que el ojo debe ser simple, claro y puro, para que el cuerpo permanezca en la luz, igual que el pie y la mano sólo reciben la luz del ojo, igual que el pie vacila y la mano se equivoca cuando el ojo está enfermo, igual que el cuerpo entero se sumerge en las tinieblas cuando el ojo se apaga, lo mismo le ocurre al discípulo, que sólo se encuentra en la luz cuando mira simplemente a Cristo, y no a esto o aquello; es preciso, pues, que el corazón del discípulo sólo se dirija a Cristo. Si el ojo ve algo distinto de lo real, se engaña todo el cuerpo. Si el corazón se apega a las apariencias del mundo, a la criatura más que al Creador, el discípulo está perdido. Son los bienes de este mundo los que quieren apartar de Jesús al corazón del discípulo (Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, pp. 111-112).