Jueves XI Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 12 junio, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Si 48, 1-15: Elías fue arrebatado en el torbellino, y Eliseo se llenó de su espíritu
Sal 96, 1-2. 3-4. 5-6. 7: Alegraos, justos, con el Señor
Mt 6, 7-15: Vosotros orad así
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (16-06-2016)
jueves 16 de junio de 2016Ni malgastar palabras como los paganos, ni pensar que las oraciones son palabras mágicas. Es lo que nos dice el Evangelio de hoy (Mt 6,7-15) en el que Jesús enseña el Padrenuestro a sus discípulos. ¡Qué importante es rezar al Padre en la vida del cristiano! Jesús indica el espacio de la oración en una palabra: Padre. Ese Padre que sabe qué cosas necesitamos antes de que se las pidamos. Un Padre que nos escucha escondido, en lo secreto, como Jesús aconseja rezar: en lo secreto. Ese Padre que nos da precisamente la identidad de hijos. Cuando digo Padre llego a las raíces de mi identidad: mi identidad cristiana es ser hijo y esa es una gracia del Espíritu. Nadie puede decir Padre sin la gracia del Espíritu (cfr. 1Co 13,3). Padre es la palabra que Jesús usaba en los momentos más fuertes: cuando estaba lleno de alegría, de emoción: Padre, te doy gracias porque has revelado estas cosas a las gente sencilla (Mt 11,25); o llorando ante la tumba de su amigo Lázaro: Padre, te doy gracias porque me has escuchado (Jn 11,41); o luego, en los momentos finales de su vida, al final (cfr. Lc 23,46). En los momentos más fuertes Jesús dice Padre; es la palabra que más usa. Habla con el Padre. Es el camino de la oración y, por eso me permito decir que es el espacio de oración. Sin sentir que somos hijos, sin sentirse hijo, sin decir Padre, nuestra oración es pagana, es una oración de palabrería.
Claro que se puede rezar a la Virgen, a los Ángeles y a los Santos. Pero la piedra de toque de la oración es Padre. Si no somos capaces de iniciar la oración con esa palabra, la oración no irá bien. Padre. Es sentir la mirada del Padre sobre mí, sentir que esa palabra Padre no es perder el tiempo, como las palabras de las oraciones de los paganos: es una llamada al que me dio la identidad de hijo. Ese es el espacio de la oración cristiana –Padre–, y luego ya podemos rezar a todos los Santos, a los Ángeles, y también hacer procesiones, peregrinaciones… Todo eso es hermoso, pero siempre comenzando con Padre y conscientes de que somos hijos y que tenemos un Padre que nos ama y que conoce todas nuestras necesidades. Ese es el espacio.
Pero en la oración del Padrenuestro, Jesús también habla del perdón al prójimo como Dios nos perdona a nosotros. Si el espacio de la oración es decir Padre, la atmósfera de la oración es decir nuestro: somos hermanos, somos familia. Recordemos lo que le pasó a Caín que odió al hijo del Padre, odió a su hermano. El Padre nos da la identidad y la familia. Por eso es tan importante la capacidad de perdón, de olvidar las ofensas, esa sana costumbre de decir: bueno, déjalo estar… que sea lo que Dios quiera, y no tener rencor, resentimiento ni ganas de venganza.
Rezar al Padre perdonando a todos, olvidando las ofensas, es la mejor oración que puedes hacer. Es bueno que algunas veces hagamos examen de conciencia sobre esto. ¿Para mí, Dios es Padre, lo siento Padre? Y si no lo siento así, pues se lo pido al Espíritu Santo, para que me enseñe a sentirlo así. ¿Soy capaz de olvidar las ofensas, de perdonar, de dejar las cosas, y si no, de pedir al Padre: bueno, también son tus hijos, y, aunque me han hecho una cosa fea, ayúdame a perdonar?. Hagamos ese examen de conciencia y nos sentará bien, bien, bien. Padre y nuestro: nos da la identidad de hijos y nos da una familia para ir juntos por la vida.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Eclesiástico 48,1-14: Elogios de Elías y de Eliseo. Es una página lírica dentro del elogio de los antepasados. Se canta a Elías como un fuego, cuyas palabras eran horno encendido. Desde la elección de Abrahán el signo del fuego resplandece en la historia de la salvación (Gén 15,17). En Israel el fuego tiene sólo valor de signo, que hay que superar para hallar a Dios. En efecto, cuando Yavé se manifiesta en «forma de fuego», ocurre esto siempre en el transcurso de un diálogo personal. No es el único símbolo. El fuego divino desciende entre los hombres en la persona de los profetas, pero entonces se trata ordinariamente de vengar la santidad divina, purificando o castigando, como en Moisés, como en Elías que es llamado «una tea ardiente». San Cirilo de Alejandría dice:
«Este fuego es saludable y útil, por el cual nosotros, que estábamos fríos y muertos por el pecado y por la ignorancia del verdadero Dios, somos despiertos para la vida religiosa, y nos hacemos fervorosos en el espíritu, según dice San Pablo (Rom 12,11); y conseguimos además la participación del Espíritu, a manera de fuego dentro de nosotros. Fuimos bautizados en el fuego, en el Espíritu Santo. Es habitual en la Sagrada Escritura llamar con el nombre de fuego a la enseñanza divina y a la fuerza y actuación del Espíritu Santo» (Comentario al Evangelio de San Lucas 2,4).
–El Salmo 96 habla precisamente del fuego que abrasa a los enemigos, de relámpagos que deslumbran el orbe y la tierra se estremece. El reino de Yavé aparece como la venida de Dios, en toda su majestad, para juzgar al mundo, al final de los tiempos. Pero este juicio, a primera vista estremecedor, se convierte en un juicio liberador del justo. Por eso, el cristiano, lejos de temer, anhela la venida gloriosa del Señor que va a juzgar al mundo; porque ése es el acto culminante de la obra salvífica. Sin embargo, es un toque de alerta para que el cristiano expulse valientemente de su corazón tantos ídolos de aficiones y pasiones desordenadas, que esclavizan y envilecen al hombre. No podemos olvidar lo que dice el Salmo: «Delante de Él avanza fuego, abrasando en torno a los enemigos» .
–Mateo 6,7-15: La oración del Padrenuestro. Comenta San Juan Crisóstomo,
«Mirad cómo de pronto levanta el Señor a sus oyentes y desde el preámbulo mismo de la oración nos trae a la memoria toda suerte de beneficios divinos. Porque quien da a Dios el nombre de Padre por ese sólo nombre confiesa ya que se le perdonan los pecados, que se le remite el castigo, que se le justifica, que se le santifica, que se le redime, que se le adopta como hijo, que se le hace heredero, que se le admite a la hermandad con el Hijo unigénito, que se le da el Espíritu Santo. No es, en efecto, posible darle a Dios el nombre de Padre y no alcanzar todos esos bienes. De doble manera, pues, levanta el Señor los pensamientos de sus oyentes: por la dignidad del que es invocado y por la grandeza de los beneficios que de Él habían recibido» (Homilía 19,4, sobre San Mateo).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Sirácida 48,1-15
a) La historia de Israel y sus personajes admite varias interpretaciones. Por eso «algunas veces se ilumina el significado religioso de los hechos históricos por medio de algunos textos tomados de los libros sapienciales que se añaden, a modo de proemio o de conclusión, a una determinada serie histórica» (OLM 110).
Esto sucede hoy al concluir el «ciclo de Elías»: interrumpimos la lectura de los Libros de los Reyes y escuchamos al Sirácida (el Eclesiástico), que muestra su admiración por este gran personaje, que no escribió ningún libro, pero fue un recio profeta de acción. Incluye en su alabanza también a Eliseo, su sucesor: ambos vivieron en el reino del Norte (Israel) en períodos de crisis religiosa. El Sirácida escribe en el siglo IV antes de Cristo y nos muestra un gran paralelismo entre lo que está pasando en su tiempo con lo que había sucedido mucho antes, en el siglo IX: unos profetas valientes que supieron hacer frente a la pérdida de la fe en el pueblo elegido.
El resumen que hace de la vida de Elías nos recuerda lo que hemos ido leyendo en días pasados. Y el salmo refleja también el rasgo que el Sirácida destacaba del temperamento de Elías en su lucha contra la idolatría, su estilo fogoso: «delante del Señor avanza fuego, abrasando en torno a los enemigos... los que adoran estatuas se sonrojan y los que ponen su orgullo en los ídolos».
b) ¿Podría hacer alguien un retrato de nuestra vida en términos parecidos a los que aquí leemos sobre Elías y Eliseo? ¿somos profetas de Cristo, defendemos sus intereses para evitar que se pierda la fe, para no caer en las idolatrías de nuestro tiempo? ¿somos capaces de anunciar la Palabra de Dios y denunciar con valentía, cuando hace falta, lo que no puede tolerarse en el campo de la justicia si va contra la voluntad de Dios y los derechos de la persona humana?
No es menester que seamos tan fogosos como Elías -todo él «un profeta como un fuego, con palabras como horno encendido»- ni que hagamos tantos milagros como Eliseo -«no hubo milagro que le excediera»-, pero si deberíamos aprender su fidelidad a Dios y la valentía de su actuación profética.
La familia carmelitana tiene a Elías como inspirador y padre de su espiritualidad, apreciando en él tanto su aspecto contemplativo -su marcha por el desierto y su encuentro con Dios en el monte Horeb-, como su acción decidida en defensa de Dios y de los derechos humanos. Todos podríamos aprender esta doble dimensión de Elías: la oración y la acción, el desierto y la ciudad, la unión con Dios y la solidaridad con los que sufren.
2. Mateo 6,7-15
a) Jesús, en el sermón de la montaña, da consejos a sus seguidores, esta vez sobre la oración: que no sea una oración con muchas palabras, porque Dios ya conoce lo que le vamos a decir.
Jesús nos da su modelo de oración: el Padrenuestro. Una oración que se puede considerar como el resumen de la espiritualidad del AT y del NT, equilibrada, educativa por demás. Primero, nos hace pensar en Dios, que es nuestro Padre: su nombre, su reino, su voluntad. Mostramos nuestro deseo de sintonizar con Dios. Luego pasa a nuestras necesidades: el pan de cada día, el perdón de nuestras faltas, la fuerza para no caer en tentación y vencer el mal.
Jesús destaca, al final, una petición que tal vez nos resulta la más incómoda: «si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas».
b) Rezamos muchas voces el Padrenuestro y, tal vez, no le sacamos todo el jugo que podríamos sacarle.
Hoy, tanto en misa como en Laudes y Vísperas o personalmente, lo deberíamos rezar con más lentitud, pensando en sus palabras, agradeciendo a Jesús que nos lo haya enseñado como la oración de los que se sienten y son hijos de Dios.
Sería bueno que leyéramos, en plan de meditación o de lectura espiritual, el comentario que el Catecismo de la Iglesia ofrece del Padrenuestro en su cuarta parte. Nos ayudará a que, cuando lo recemos, no sólo «suenen» las palabras en nuestros labios, sino que «resuene» su sentido en nuestro interior.
Esta oración nos debe ir afirmando en nuestra condición de hijos para con Dios, y también en nuestra condición de hermanos de los demás, dispuestos a perdonar cuando haga falta, porque todos somos hijos del mismo Padre.
«Sus preceptos son estables para siempre jamás, se han de cumplir con verdad y rectitud» (salmo I)
«Alegraos, justos, con el Señor» (salmo II)
«¡Padre nuestro del cielo!» (evangelio)
«Si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Eclesiástico 48,1-14
El texto del Eclesiástico constituye algo así como el elogio fúnebre de los profetas Elías y Eliseo, que desarrollaron su ministerio en el reino del Norte (siglo IX a. de C.), en un momento crítico para el yahvismo. De Elías, el profeta de fuego, se recuerda el papel que desarrolló en la carestía y en la sequía, la llama encendida por tres veces en el Carmelo, la ayuda que prestó a la viuda de Sarepta, la oposición que ejerció respecto a Ajab, Ocacías (853-852) y Jorán (852-841), su frecuentación de la montaña santa (cf. 1 Re 19,9-14), la unción y el repudio del rey, la investidura de profetas y, por último, su ascensión al cielo. Una alusión al futuro papel mesiánico del profeta, como se recuerda también en Mal 3,23ss.
De Eliseo, cuyo nombre significa «Dios salva», se recuerda el papel político y taumatúrgico que desempeñó (con una alusión al prodigio póstumo del que se habla en 2 Re 13,20ss). Este último aspecto ha sido repetido en diferentes circunstancias, incluso por la liturgia: la sunamita y el doble nacimiento del hijo (2 Re 4,8-37); la multiplicación de los panes (2 Re 4,42-44); la curación de Naamán (2 Re 5).
Evangelio: Mateo 6,7-15
La referencia a la oración brinda a Mateo la oportunidad de insertar en este sitio la enseñanza del Padre nuestro. Todo guía espiritual y todo grupo de discípulos tenían sus propias modalidades de oración (cf. Lc 11,1). La oración del cristiano debe evitar la ostentación farisaica, pero también la «polilogía» de los paganos, ese multiplicar palabras que resuena en los oídos del Señor como un desagradable bla-bla-bla. «Si el pagano habla mucho en la oración -observa Jerónimo-, de ahí se sigue que el cristiano debe hablar poco». Juan Casiano señala que la succinta brevitas en la oración vence las distracciones.
Algunos podrían objetar que «si Dios conoce el objeto de nuestra oración, y si conoce, antes de que formulemos nuestra oración, aquello de lo que tenemos necesidad, es inútil que dirijamos nuestra palabra a quien ya lo sabe todo. A esos -apremia Jerónimo- se les puede responder de manera breve como sigue: nosotros no somos gente que cuenta, sino hombres que suplican. Una cosa es expresar nuestras necesidades a quien no las conoce, y otra pedir ayuda a quien las conoce. Allí se da la comunicación; aquí, el homenaje. Allí contamos de modo fiel nuestras desgracias; aquí, por lo míseros que somos, imploramos». En la Glosa se lee que «Dios quiere que le pidan, a fin de dar sus dones a quienes los desean, de suerte que no envilezcan».
La oración del Señor, que Agustín define como «regla de la oración» (orationis forma), contiene «una inmensidad de misterios» (inmensa continet sacramenta) (Landulfo de Sajonia). Está introducida con la doble puesta en guardia respecto a la oración farisaica (vv. 5ss) y a la pagana. Esta última estaba destinada a forzar la voluntad de la divinidad para que atendiera a las peticiones de sus devotos. Por eso era prolija y ruidosa. La oración enseñada por Jesús, más que intentar hacernos oír por Dios, nos compromete a escuchar a Dios, es decir, a entrar en su plan de salvación.
El Padre nuestro puede ser leído como «el compendio de todo el Evangelio» (Tertuliano), y, en efecto, resulta fácil encontrar no pocas citas en el texto sagrado donde se confirma que, antes de darla a los discípulos, fue la oración del mismo Cristo.
El Padre nuestro se presenta, antes que nada, como la fórmula de alianza en la que están recogidos todos los compromisos que el hombre está llamado a asumir (santificación del nombre, edificación del Reino y cumplimiento de la voluntad divina) y los dones que recibe (pan de vida, remisión de los pecados, liberación del maligno). En segundo lugar, los modos verbales típicos, intraducibles a las lenguas modernas, indican que los designios divinos ensalzan un cumplimiento absoluto e incondicional, aunque su traducción a la vida real de los hombres a lo largo de la historia puede sufrir desmentidos y retrasos.
MEDITATIO
Dado que el Padre nuestro es la regla de la oración cristiana, estudiaré las posibilidades de profundizar en las modalidades con las que «recitarlo»; mejor aún, «vivirlo». En primer lugar, pensando en la triple señal de la cruz que hago sobre la frente, sobre los labios y sobre el pecho antes de la proclamación del Evangelio, intentaré activar la mente y el corazón con la boca, a fin de que las palabras del Señor puedan morar en mí. Si ninguna de ellas debe caer en el vacío, sino que todas han de cumplirse, eso vale en especial para el Padre nuestro.
Eso reviste un carácter sacramental, en la medida en que me hace hijo de Dios y constituye la renovación cotidiana de la alianza, con los compromisos que incluye (primera parte del Padre nuestro) y los beneficios que otorga (segunda parte). Así pues, tomando conciencia de que me estoy dirigiendo al Padre, me identifico con la mente y con los sentimientos de Cristo y acojo el «grito» del Espíritu de adopción. Al pronunciar las palabras «con una atención total» (Simone Weil), me detendré en cada frase hasta que «encuentre significados, comparaciones [con otros textos evangélicos], gustos y consuelos» (Ignacio de Loyola).
ORATIO
«Padre nuestro», excelso en la creación, suave en el amor, rico en la herencia, tú habitas «en el cielo» y eres espejo de eternidad, corona de júbilo, tesoro de felicidad. «Santificado sea tu nombre», de suerte que se vuelva miel en la boca, melodía en el oído, devoción en el corazón. «Venga a nosotros tu Reino», alegre sin contrariedad, tranquilo sin turbación, seguro sin pérdidas. «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo», de suerte que rechacemos lo que tú abominas, que amemos lo que tú amas, de modo que cumplamos lo que te es grato. «Danos hoy nuestro pan de cada día», el pan de la doctrina, de la penitencia, de la virtud. «Perdona nuestras deudas», contraídas contigo, con el prójimo y con nosotros mismos. «Como también nosotros perdonamos a nuestros deudores», que nos han ofendido con palabras o en nuestra persona o en las cosas. «No nos dejes caer en la tentación» que procede del mundo, de la carne y del demonio. «Y líbranos del mal» presente, pasado y futuro. Amén (Landulfo de Sajonia).
CONTEMPLATIO
Porque quien da a Dios el nombre de Padre, por ese solo nombre confiesa ya que se le perdonan los pecados, que se le remite el castigo, que se le justifica, que se le santifica, que se le redime, que se le adopta por hijo, que se le hace heredero, que se le admite a la hermandad con el Hijo unigénito, que se le da el Espíritu Santo. No es, en efecto, posible darle a Dios el nombre de Padre y no alcanzar todos esos bienes [...]. Y con este solo golpe, mata el Señor el odio, reprime la soberbia, destierra la envidia, trae la caridad, madre de todos los bienes; elimina la desigualdad de las cosas humanas y nos muestra que el mismo honor merece el emperador que el mendigo, comoquiera que, en las cosas más grandes y necesarias, todos somos iguales (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 19,4 [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).
ACTIO
Como Palabra para repetir y vivir hoy con frecuencia, elíjase alguna de las invocaciones del Padre nuestro, la que produzca en nosotros una resonancia interior más intensa.
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La primera parte del Padre nuestro va, de una manera atrevida, del tú al Dios que se ha revelado como amor. Se trata de una oración de agradecimiento llena de júbilo por el hecho de que podamos llamar, amar y alabar de manera confiada al Santísimo como Nuestro Padre y como nuestro tú. Expresa el compromiso de verificar nuestras aspiraciones y nuestras acciones, a fin de ver si y hasta qué punto se toman en serio y honran el nombre del Padre y nuestra vocación de hijos a hijas suyos. Y, no por último, nos pone sobre todo frente a nuestra misión de promover, para honor del único Dios y Padre, la paz y la solidaridad salvífica entre todos los hombres [...].
Recitar el Padre nuestro significa preguntarse por la seriedad con la que tomamos, intentamos comprender y confesamos con actos concretos el plan salvífico de Dios. Un rasgo fundamental e imprescindible del compromiso que hemos asumido en virtud del Espíritu Santo y con la mirada puesta en el Hijo predilecto es el de amar a Dios en todo y por encima de todo y cumplir su voluntad santa y amorosa.
La segunda parte del Padre nuestro habla del amor al prójimo en unión con Jesús. Se trata del «Nosotros», de vivir de manera radical la solidaridad salvífica de Jesús con todos los hombres y en todos los campos de la vida. La conciencia adquirida de que la recitación del Padre nuestro nos introduce, de manera semejante al bautismo de Jesús en el Jordán, en la vida trinitaria de Dios, así como nuestra opción fundamental en favor de la solidaridad salvífica en todos los campos, nos ayudarán, sin la menor duda, a conferir un perfil cada vez más claro y convincente a nuestro programa de vida (B. Häring, II Padre nostro. Lode, preghiera, programma di vita, Brescia 1995, pp. 16ss [edición española: El padrenuestro, Promoción Popular Cristiana, Madrid 1996]).