Miércoles XI Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 12 junio, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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2 R 2, 1. 6-14: De pronto, un carro de fuego los separó, y subió Elías al cielo
Sal 30, 20. 21. 24: Sed valientes de corazón los que esperáis en el Señor
Mt 6, 1-6. 16-18: Tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–2 Reyes 1,6-14: Lo separó un carro de fuego y Elías subió al cielo . El hombre de Dios desaparece misteriosamente de la vista de los que lo rodean, arrebatado por el «torbellino», «el carro de Israel y su auriga», dejando a Eliseo su espíritu profético para que continúe la obra de Dios. Al rapto misterioso corresponde un retorno escatológico (Mal 3,23 ss. Eclo 48,10).
El Evangelio nos aclara que ese retorno escatológico se realiza en Juan Bautista Son muchos los pasajes evangélicos que lo relacionan con la persona y actuaciones diversas del profeta Elías (Mt 17,10-13), pero de forma misteriosa (Jn 1,21.25)... San Juan Bautista realiza la figura de Elías sobre todo en lo que se refiere a la penitencia (Mt 3,4; 2Re 1,8). San Clemente Romano dice, a propósito de los dones concedidos por Dios a sus elegidos:
«¡Qué bienhadados y maravillosos, carísimos, son los dones de Dios! Vida en inmortalidad, esplendor en justicia, verdad en libertad, fe en confianza, continencia en santificación, y no sólo lo que ahora alcanza nuestra inteligencia. Pues, ¿qué será lo que está aparejado a los que esperan? Sólo el Artífice y Padre de los siglos, el Todo–Santo, sólo Él conoce su número y su belleza. Ahora, pues, por nuestra parte, luchemos por hallarnos en el número de los que esperan, a fin de ser también partícipes de los dones prometidos» (Carta a los Corintios 35,1-4).
–Con el Salmo 30 proclamamos: «sed fuertes y valientes de corazón los que esperáis en el Señor». En este salmo encontramos cuatro ideas maestras: entrega sin límites, entrega activa, entrega a la justicia que salva, Dios no quiere la adoración de los ídolos.
El que es constante con los principios de la fe trabajará en el mundo con toda responsabilidad y dedicación, sin complejos de ninguna clase. Pero no por eso se verá libre de conjuras humanas. Sin embargo el justo ha puesto su vida en manos de Dios, a ejemplo de Cristo. En esa entrega total encontrará plena libertad de espíritu para obrar el bien y una fuente de gozo y alegría que nadie le podrá arrebatar.
–Mateo 6,1-6.16-18: Tu padre, que ve en lo escondido, te recompensará. Todo ha de ser hecho por amor de Dios: limosna, ayuno, oración... San Juan Crisóstomo explica:
«Quiere ahora el Señor desterrar de nosotros la más tiránica de las pasiones: aquella rabia y furor por la vanagloria que suele precisamente atacar a los que obran bien. Nada dijo al principio sobre este punto, pues fuera superfluo, antes de instruirnos sobre nuestros deberes, darnos lecciones sobre cómo habíamos de cumplirlos. Una vez que nos introdujo en la filosofía, entonces, sí, era momento de limpiarla de esta peste que subrepticiamente se le infiltra. Porque esta enfermedad no nace así como así, sino después que hemos ya cumplido mucho de lo que se nos ha mandado. Tenía, pues, que plantar primero la virtud y destruir luego aquella pasión que suele corromper su fruto. Y advertid por dónde empieza el Señor: por el ayuno, la oración y la limosna, pues en estas buenas obras es donde señaladamente suele anidar la vanagloria» (Homilía 19,1, sobre San Mateo).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. II Reyes 2,1.6-14
a) Acaba el «ciclo de Elías» y empieza el de Eliseo. Dios se lleva a Elías en un torbellino, en un carro de fuego, con una muerte misteriosa como la de Henoc, otra persona buena que había caminado según Dios (cf. Gn 5,24). Luego se formó la creencia popular de que Elías volvería a preparar el camino del Mesías.
Pero la lectura de hoy nos quiere asegurar que Eliseo es el sucesor legitimo de Elías.
Con una serie de gestos simbólicos -el río Jordán con su recuerdo de Josué y el pueblo que entran en la tierra prometida, el manto sobre el agua, el «ver o no ver» al profeta en su despedida, el carro de fuego-, Eliseo queda consagrado como profeta de Dios, entre los discípulos que Elías había formado como el grupo de los fieles a la alianza de Dios, que no adoraban a Baal.
¿Se puede pedir lo que pide Eliseo? Los «dos tercios de su espíritu» es la porción que toca al primogénito, el doble que a los demás hijos. Pero ¿no es el profetismo un don gratuito de Dios, carisma muy personal? En efecto, Elías no se lo puede conceder, sino que deja la decisión a Dios. La escena de hoy, con el milagro repetido del manto sobre las aguas, demuestra que Dios transfiere a Eliseo el carisma profético de Elías.
b) ¿Quién es hoy Elías y quién, Eliseo?
En tiempos de Cristo seguía la creencia de la vuelta del gran profeta. A Juan el Bautista la gente le pregunta: «¿eres tú Elías?». Jesús dijo que Elías ya había venido y que era precisamente Juan. El sentido de esta identificación se ve en las palabras que el ángel había dirigido a Zacarías, el padre del Bautista: «tu hijo, a quien pondrás por nombre Juan... irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías» (Lc 1,17). Luego, en la escena de la transfiguración, aparecerá Elías juntamente con Moisés -los profetas y la ley del AT- acompañando a Jesús. En Jesús se cumplen todas las figuras y promesas del AT.
Pero luego habría otra «transferencia» más importante todavía. Como Moisés le traspasó a Josué su carisma con el encargo de guiar al pueblo, y como Elías hizo lo propio con Eliseo, así Jesús, antes de la Ascensión, transmitió a la Iglesia su Espíritu, con la misión de evangelizar y guiar a toda la humanidad al Reino.
Ahí estamos nosotros, como profetas de Jesús y de su Buena Noticia en el mundo de hoy. Ojalá, con la plenitud de su Espíritu y la misma fidelidad y entusiasmo que había mostrado Eliseo con respecto a Elías, para que podamos ayudar a este mundo a liberarse de Baal y seguir a Cristo Jesús, el auténtico Salvador de todos.
2. Mateo 6,1-ó.16-18
a) Jesús exige a los suyos autenticidad. Que no practiquen el bien «delante de los hombres para ser vistos por ellos», sino por la recompensa que nos viene de Dios, que es quien nos ve y conoce nuestros méritos e intenciones.
Esto lo concreta en tres direcciones que abarcan toda nuestra vida: en relación con Dios (la oración), en relación con los demás (la caridad) y en relación a nosotros mismos (el ayuno).
En los tres aspectos es igual la dinámica:
- cuando hacemos limosna, no lo debemos hacer para que todos se enteren: Dios nos ve y nos premiará;
- cuando rezamos, no es para que todos se den cuenta de lo piadosos que somos, sino para tener un encuentro con Dios;
- cuando ayunamos, no buscamos el aplauso y la admiración de los demás, sino que lo hacemos por amor a Dios.
Cada vez, Jesús pone unas comparaciones que pueden parecer paradójicas si se toman al pie de la letra, pero que indican muy bien su invitación a una autenticidad interior:
- cuando hacemos limosna, «que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha»,
- cuando oramos, «entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre»,
- cuando ayunamos, «perfúmate la cabeza y lávate la cara».
b) Es un programa muy serio de vida cristiana. Este evangelio lo leemos también al inicio de la Cuaresma, el miércoles de ceniza. Nos indica el estilo de nuestro seguimiento de Jesús. No se trata de no hacer limosna ni oración comunitaria ni ayuno. Sino de no buscar, en todo ello, las apariencias y la ostentación.
Si actuamos así, no buscando por hipocresía el aplauso de los demás (como los fariseos), sino tratando de agradar a Dios con sencillez y humildad, lo tendremos todo: Dios nos premiará, los demás nos apreciarán porque no nos damos importancia y nosotros mismos gozaremos de mayor armonía y paz interior.
Lo que cuenta en nuestra vida no es la opinión que los demás puedan tener de nosotros, sino lo que piensa Dios, que nos ve por dentro. Se repite para nosotros la afirmación de Jesús: «y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará».
«Al que da de buena gana lo ama Dios» (1ª lectura I)
«Reparte limosna a los pobres, su caridad es constante, sin falta» (salmo I)
«Sed fuertes y valientes de corazón los que esperáis en el Señor» (salmo II)
«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 2 Reyes 2,1.6-14
Después de haber hablado de los sucesores inmediatos de Ajab y de los últimos acontecimientos de Elías, el Libro segundo de los Reyes pasa a ilustrar el «ciclo de Eliseo», cuya vocación fue anticipada en 1 Re 19,19-21. Eliseo, en un sentido no diferente al de Elías, estará revestido de un considerable papel político (2 Re 3,11 ss; 6,8ss; 8,7ss; 9,lss; 13,14ss) y se revelará como el mayor taumaturgo del Antiguo Testamento (2 Re 2,14-7,20 y 13,20ss recogen una decena de acciones milagrosas, incluso después de muerto). Eso explica la importancia de una investidura profética que Eliseo parece pagar al precio de una obstinada fidelidad al maestro. Eso le sitúa en primera línea entre los «hijos de profetas» (léanse también los vv. 3-5, omitidos por la liturgia como si fueran pleonásticos). Según la ley de la primogenitura (cf. Dt 21,17), Eliseo reivindica dos tercios del espíritu de Elías, que le son concedidos al precio de su clarividencia («Si me ves cuando sea arrebatado, te será concedido»: v 10).
El cambio de sus propios vestidos por el manto de Elías expresa la investidura que ha tenido lugar y la adquisición de las facultades a ella ligadas. Por eso peregrina Eliseo hasta el Jordán, dejando detrás a todos los otros «hijos de profetas». El recuerdo del Jordán, cuyas aguas había dividido Elías con el manto plegado a modo de bastón, remite a la experiencia del Exodo, ligada a las figuras de Moisés (Ex 14,21) y de Josué (Jos 3,13).
En cuanto al rapto de Elías, no diferente al de Enoc (Gn 5,24), expresa el beneplácito divino hacia su persona, pero sobre todo la referencia a una misión futura. En todo caso, Elías desapareció de la vista de Eliseo en cuanto una llama de fuego («un carro de fuego con caballos de fuego») se interpuso entre ambos profetas.
Evangelio: Mateo 6,1-6.16-18
El principio de la interiorización (el «secreto»: vv. 4.6.18), en no menor medida que el de lo extraordinario (Mt 5,20.47: superar la medida), recibe una amplia aplicación respecto a la práctica religiosa, resumida tradicionalmente en la oración, el ayuno y la limos-na (Tob 12,8ss). Se contrapone aquí la conducta cristiana a la farisea («los hipócritas»: vv. 2.5.16), aunque las buenas obras no han de ser mantenidas secretas (Mt 5,14), sino que deben suscitar en los hombres el reconocimiento del señorío divino. Comenta Jerónimo: «Quien toca la trompeta cuando hace limosna es un hipócrita; quien, al ayunar, desfigura tristemente su rostro para poder mostrar así que tiene el vientre vacío, es asimismo un hipócrita; quien reza en las sinagogas o en las esquinas de las plazas para que le vean los hombres, es un hipócrita. De todo esto se deduce que son unos hipócritas todos aquellos que hacen lo que hacen para ser glorificados por los hombres».
El valor de la limosna (Eclo 3,29; 29,12; Tob 4,9-11) podía quedar comprometido por la ostentación con la que se hacía pública. Lo mismo vale para la oración ostentada con frecuencia «en las esquinas de las plazas». En cuanto al ayuno, es conocida la toma de posición de los profetas (Is 58,5-7), compartida por Cristo. La Ley prescribía el ayuno en el gran día de la purificación (el yóm kippur: Lv 16,29ss), que se celebraba al comienzo del año según el calendario judío. En este día estaba prohibido hasta lavarse. De ahí la invitación del Señor a evitar los signos externos de una práctica que, para los israelitas devotos, se volvía a proponer dos veces a la semana (Lc 18,12). Quien ayuna debe asumir el mismo semblante alegre de los días de fiesta, cuando se unge la cabeza con perfume.
La oración incluye, por último, interioridad y secreto, bien expresados por el lugar donde ha de ser llevada a cabo: al pie de la letra en la «alacena», donde se ponían las provisiones para que estuvieran seguras, en un lugar sin ventanas y con una puerta provista de cerradura.
MEDITATIO
¿Quién puede considerarse cristiano sin estas tres cosas: limosna, oración y ayuno?» (Tertuliano). El ayuno allana el camino al paraíso, perdido a causa del «hambre orgullosa» de nuestros primeros padres. La limosna, a su vez, «hace que el ayuno no se resuelva en aflicción de la carne, sino en purificación del alma» (León Magno). De ahí se sigue que es «bienaventurado quien ayuna para alimentar al pobre» (Orígenes). El ayuno y la limosna han de estar inspirados y sostenidos por la oración, que nos permite obrar con rectitud de corazón y «ante Dios». San Bernardo se preguntaba si «era más impío el que practica la impiedad o quien simula la santidad».
Me examinaré sobre cómo vivo esta triple modalidad de toda auténtica experiencia religiosa. Acepto la invitación de Cristo a esparcir el corazón con la unción del Espíritu Santo, para que dé fragancia no sólo al ayuno, sino también a la limosna y a la oración.
ORATIO
Señor, tú desenmascaras la insidia farisaica que vuelve espuria e ilusoria mi práctica espiritual. Tú quieres que gane en interioridad y profundidad y exiges que el único punto de referencia sea el Padre, que ve en lo secreto y cuya recompensa es la única que debo esperar.
Señor Jesucristo, tú nos has dado ejemplo de humildad en todas tus acciones y nos has enseñado a rehuir de la vanagloria. Defiéndeme, interior y exteriormente, de las insidias de la soberbia, de modo que no dé ningún agarradero al enemigo de mi alma. Que no busque en la práctica de la limosna, de la oración y del ayuno, ni en ninguna obra buena, la alabanza de los hombres y el favor del mundo, sino que obre con pureza de corazón, por la gloria de Dios y la edificación del prójimo, y no busque nunca la inútil gloria terrena. Al no buscar la recompensa aquí abajo, podré obtener la verdadera recompensa en el mundo futuro y no seré víctima en absoluto de las penas eternas (Ludovico de Sajonia).
CONTEMPLATIO
Si la puerta está abierta a los desvergonzados, a través de ella irrumpen dentro las cosas externas en bandadas y molestan a nuestra interioridad. Todas las cosas situadas en el tiempo y en el espacio se introducen a través de la puerta, es decir, a través del sentido exterior, en nuestros pensamientos y con la confusión de las distintas imaginaciones nos molestan mientras oramos. En consecuencia, es preciso cerrar la puerta, esto es, resistir al sentido exterior, a fin de que la oración procedente del espíritu se eleve al Padre, porque ésta se desarrolla en lo profundo del corazón, cuando oramos al Padre en lo secreto. «Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará.» La enseñanza [del Señor] debía terminar con una conclusión como ésta. En efecto, [Cristo] no nos exhorta a orar, sino a cómo debemos orar; y, antes, no a que hagamos limosna, sino que nos habla de la intención con la que debemos hacerla. De hecho, ordena purificar el corazón, y sólo lo purifica el único y sincero anhelo de la vida eterna con un amor único y puro de la sabiduría (Agustín, El sermón del Señor en el monte, 2, 3, 11).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará» (Mt 6,4).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Esta justicia mejor de los discípulos no debe ser un fin en sí mismo. Es preciso que esto se manifieste, es preciso que lo extraordinario se produzca. pero... cuidad de no hacerlo para que sea visto.
Es verdad que el carácter visible del seguimiento tiene un fundamento necesario: la llamada de Jesucristo, pero nunca es un fin en sí misma; porque entonces se perdería de vista el mismo seguimiento, intervendría un instante de reposo, se interrumpiría el seguimiento y sería totalmente imposible continuarlo a partir del mismo lugar donde nos hemos detenido a descansar, viéndonos obligados a comenzar de nuevo desde el principio. Tendríamos que caer en la cuenta de que ya no seguimos a Cristo. Por consiguiente, es preciso que algo se haga visible, pero de forma paradójica: cuidad de no hacerlo para ser vistos por los hombres. «Brille vuestra luz ante los hombres... » (5, 16), pero tened en cuenta el carácter oculto. Los capítulos 5 y 6 chocan violentamente entre sí. Lo visible debe ser, al mismo tiempo, oculto; lo visible debe, al mismo tiempo, no poder ser visto.
Sin embargo, ¿quién puede vivir haciendo lo extraordinario en secreto? •Actuando de tal forma que la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha? ¿Qué amor es el que no se conoce a sí mismo, el que puede permanecer oculto a sí mismo hasta el último día? Es claro: por ser un amor oculto, no puede ser una virtud visible, un hábito del hombre.
Esto significa: cuidad de no confundir el verdadero amor con una virtud amable, con una «cualidad» humana. En el verdadero sentido de la palabra, es el amor que se olvida de sí mismo. Pero, en este amor olvidado de sí mismo, es preciso que el hombre viejo muera con todas sus virtudes y cualidades. En el amor olvidado de sí, vinculado sólo a Cristo, del discípulo, muere el viejo Adán. En la frase «que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha», se anuncia la muerte del hombre viejo (Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca, 1999, pp. 101-103).