Martes XI Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 12 junio, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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1 R 21, 17-29: Has hecho pecar a Israel
Sal 50, 3-4. 5-6a. 11 y 16: Misericordia, Señor, hemos pecado
Mt 5, 43-48: Amad a vuestros enemigos
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (14-06-2016)
martes 14 de junio de 2016Habéis oído que se dijo... pero yo os digo. Es la Palabra de Dios y dos modos inconciliables de entenderla: una fría lista de deberes y prohibiciones o la invitación a amar al Padre y a los hermanos con todo el corazón, llegando al culmen de rezar por los enemigos.
Es la dialéctica del enfrentamiento entre los doctores de la ley y Jesús, entre la Ley propuesta de modo esquemático al pueblo judío por sus jefes y la plenitud de la misma Ley que Cristo afirma que ha venido a traer. Cuando Jesús empieza su predicación, con la oposición de sus adversarios, la explicación de la Ley en aquel tiempo estaba en crisis. Era una explicación demasiado teórica, casuística... Digamos que era una ley a la que le faltaba precisamente el corazón de la Ley, que es el amor de Dios, el que nos dio a nosotros. Por eso, el Señor repite lo que estaba en el Antiguo Testamento: ¿Cuál es el Mandamiento más grande? Amar a Dios con todo el corazón, con todas tus fuerzas, con toda tu alma, y al prójimo como a ti mismo. Y en la explicación de los Doctores de la Ley eso no ocupaba el centro. En el centro estaban los casos: ¿se puede hacer esto? ¿Hasta qué punto se puede hacer esto? ¿Y si no se puede?... ¡la casuística de la Ley! Y Jesús coge eso y retoma el verdadero sentido de la Ley para llevarlo a su plenitud.
Jesús pone muchos ejemplos para mostrar los mandamientos bajo una luz nueva. No matarás puede querer decir también no insultar a un hermano, lo que pone de relieve que el amor es más generoso que la letra de la Ley, como el manto añadido regalado a quien pedía el vestido y los dos kilómetros a quien había pedido que le acompañara uno. Es un trabajo que no es solo por el cumplimiento de la Ley, sino una labor de sanación del corazón. La explicación que Jesús da sobre los Mandamientos –en el Evangelio de Mateo sobre todo– es un camino de sanación: un corazón herido por el pecado original –y todos tenemos el corazón herido por el pecado, todos– debe ir por ese camino de sanación, y curarse para parecerse al Padre, que es perfecto: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Un camino de curación para ser hijos como el Padre.
Esa perfección que Jesús indica está en el texto del Evangelio de hoy (Mt 5,43-48): Habéis oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo» y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Es el último escalón de ese camino, el más difícil. Recuerdo que de pequeño, pensando en uno de los grandes dictadores de la época, era habitual rezar para que Dios le enviase pronto al infierno. En cambio, Dios nos pide examen de conciencia. Que el Señor nos dé la gracia, solo esta: rezar por los enemigos, rezar por los que nos quieren mal, por los que no nos quieren. Rezar por los que nos hacen daño, por los que nos persiguen. Y cada uno sabe el nombre y apellido: rezo por este, por este, este, por este... Yo os aseguro que esa oración logrará dos cosas: a él le hará mejorar, porque la oración es poderosa, y a nosotros nos hará más hijos del Padre.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–1 Reyes 21,17-29: Has hecho pecar a Israel. El profeta Elías manifiesta al rey la gravedad de su crimen con la muerte de Nabot y le anuncia el castigo. El rey hace penitencia y obtiene que se retrase la ejecución de la sentencia.
Lógicamente la Iglesia indica como Salmo responsorial algunos versos del Salmo 50 con el estribillo: «Misericordia, Señor, hemos pecado» . El pecado es un mal intolerable. Es la muerte. Todo el Salmo está construido sobre la oposición: muerte–resurrección; pecado–perdón. El pecado es un mal esencial, porque se mide su gravedad en relación con el Bien esencial que es Dios. El pecado no se mira como la infracción de una regla, o de un código de conducta, sino como la infidelidad a un Amor: el Amor eterno e infinito de Dios, Es un mal trascendente.
–El Salmo 50 contiene el resumen de todas nuestras oraciones: adoración, amor, ofrenda, acción de gracias, arrepentimiento, súplica... Comenta San Agustín:
«Fíjate en el rey David. También él había recibido ya los sacramentos de su tiempo... Ya estaba también ungido con la unción venerable en la que estaba figurado el sacerdocio real de la Iglesia. De forma repentina se hizo reo... No en vano, pues, arrepentido, clamó al Señor desde tan terrible y abrupto abismo del crimen, diciendo: Aparta tu rostro de mis pecados... ¿En mérito de qué, sino a lo que dice a continuación: Reconozco mi maldad y mi pecado está siempre en tu presencia. ¿Qué le ofreció al Señor para tenérselo propicio? Si hubieras querido un sacrificio... (Sal 50,11,5.18-19). Así, pues, no sólo le ofreció devotamente este sacrificio, sino que también mostró con esas palabras lo que convenía ofrecerle. No basta, en efecto, mejorar las costumbres y apartarse de las malas acciones, si no se satisface a Dios por todo cuanto se ha hecho mediante el dolor de la penitencia, el gemido de la humildad, el sacrificio de un corazón contrito y la colaboración de las limosnas» (Sermón 351,12).
–Mateo 5,43-48: Amad a vuestros enemigos. La doctrina de la nueva justicia alcanza su culmen en el amor a los enemigos. Hasta ese punto de perfección deben tender los discípulos de Cristo, si quieren imitar al Padre que está en los cielos. San Juan Crisóstomo nos exhorta:
«¡He aquí cómo pone el Señor el coronamiento de todos los bienes! Porque, si nos enseña no sólo a sufrir pacientemente una bofetada, sino a volver la otra mejilla; no sólo a soltar el manto, sino añadir la túnica; no sólo a andar la milla a que nos fuerzan, sino otra más de nuestra cuenta, todo ello es porque quiere que recibas como la cosa más fácil algo muy superior a todo eso.
–«¿Y qué hay, me dices, superior a eso? –Que a quien todos esos desafueros cometa con nosotros, no le tengamos ni por enemigo. Y todavía algo más que eso. Porque no dijo: no le aborrecerás, sino: le amarás. Ni dijo: no le hagas daño, sino: hazle bien.
«Mas, si atentamente examinamos las palabras del Señor aún descubriremos algo más subido que todo lo dicho. Porque no nos mandó simplemente amar a quienes nos aborrecen, sino también rogar por ellos. ¡Mirad por cuántos escalones ha ido subiendo y cómo ha terminado por colocarnos en la cúspide de la virtud!
«Contémoslo de abajo arriba. El primer escalón es que no hagamos por nuestra parte mal a nadie. El segundo, que si a nosotros se nos hace, no volvamos mal por mal. El tercero, no hacer a quien nos haya perjudicado lo mismo que a nosotros se nos hizo. El cuarto, ofrecerse uno mismo para sufrir. El quinto dar más de lo que el ofensor pide de nosotros. El sexto, no aborrecer a quien todo eso hace. El séptimo, amarle. El octavo, hacerle beneficios. El noveno, rogar a Dios por él. ¡He aquí una cima filosófica!. De ahí también el espléndido premio que se le promete... Se nos promete ser semejantes a Dios, cuanto cabe que lo sean los hombres» (Homilía 18,3-4 sobre San Mateo).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. I Reyes 21,17-29
a) Después de la fechoría de Ajab y su mujer, llega la denuncia por parte del profeta.
Perseguido por Jezabel, Elías había tenido que huir, pero ahora vuelve a la ciudad, por orden de Dios, y se dispone a seguir ejerciendo de profeta, pasada su crisis de desánimo.
Esta vez echa en cara valientemente a Ajab la grave falta que ha cometido: ha asesinado y robado y ha hecho «pecar a Israel» con la idolatría. «Y es que no hubo otro que se vendiera como Ajab para hacer lo que el Señor reprueba, empujado por su mujer Jezabel».
Le anuncia un duro castigo de Dios, aunque luego, ante el arrepentimiento mostrado por el débil y voluble rey, le dice que sucederá más tarde, en tiempo de su hijo. Un hecho paralelo al de David, que también se arrepintió de su pecado y obtuvo una prórroga del castigo.
El salmo el -«miserere»- es el eco de esta actitud humilde de Ajab, como lo fue también de la de David: «misericordia, Dios mío, por tu bondad... yo reconozco mi culpa... contra ti, contra ti solo pequé».
b) En todos los tiempos ha habido profetas valientes, verdaderos profetas, de los que hablan de parte de Dios, no para adular a los poderosos. Estos profetas defienden los derechos de los débiles y de los pobres, porque el que falta al pobre falta al mismo Dios.
La justicia social entra también, y de modo muy importante, en el campo de la actividad de los cristianos. Basta leer las encíclicas sociales de los últimos papas. El Catecismo de la Iglesia católica presenta un aspecto importante de nuestra misa: «la Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres», y cita una dura homilía de san Juan Crisóstomo, en la que se queja de unos cristianos que muestran un culto muy cuidadoso al Cristo eucarístico, pero no tienen en cuenta al Cristo que está en la persona del hermano: «Has gustado la sangre del Señor y luego no reconoces a tu hermano... Dios te ha invitado a esta mesa, y tú, aun así, no te has hecho más misericordioso» (CEC 1 397).
Hay muchos como Nabot en el mundo de hoy: pobres y débiles maltratados por la vida y aplastados por los demás. Tendría que haber, también, muchos como Elías que denuncian la injusticia y trabajan en concreto por mejorar la justicia social. Que no sólo salen en defensa de los «derechos de Dios» -como hizo el profeta contra los cultos idolátricos-, sino también de los «derechos de los pobres» Como hizo en este caso de la injusticia contra Nabot.
2. Mateo 5,43-48
a) En el sermón de la montaña sigue Jesús contraponiendo la ley antigua con su nuevo estilo de vida: esta vez, en cuanto al amor a los enemigos.
La primera consigna, «amarás a tu prójimo», sí que estaba en el AT. La segunda, «aborrecerás a tu enemigo», no la encontramos en ningún libro, pero se ve que era la interpretación popular complementaria de la anterior. Jesús corrige esta interpretación: sus seguidores deberán amar también a los enemigos, o sea, a los que no sean de su familia o de su pueblo o de su gusto.
Saludar a los que nos saludan lo hacen todos. Amar a los que nos aman, es algo espontáneo, no tiene ningún mérito. Lo que ha de caracterizar a los cristianos es algo «extraordinario»: saludar a los que no nos saludan, amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos aborrecen.
Jesús pone por delante como modelo nada menos que a Dios: «así seréis hijos de vuestro Padre, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos... sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».
b) El que mejor ha imitado a Dios Padre es Jesús mismo. Si por alguien mostró preferencias fue por los pobres, los débiles, los marginados por la sociedad, los pecadores.
Y, al final, entregó su vida por todos y murió perdonando a los mismos que le crucificaban.
En nuestra pequeña historia de cada día caben, por desgracia, la distinción de personas por simpatía o interés, las rencillas e indiferencias sostenidas, o el rencor hacia quienes nos parece que no nos miran bien. Tenemos un campo de examen y de propósito al leer estas recomendaciones de Jesús.
Debemos superar lo que nos resulta espontáneo -poner buena cara a los amigos, mala a los que no nos resultan simpáticos- y actuar como Dios, que es Padre de todos y manda su sol y su lluvia sobre todos. Nosotros no le daremos lluvia a nadie, pero sí le podemos ofrecer buena cara, acogida, ayuda y palabras amables y, cuando haga falta, perdón.
Tal vez lo primero que tenemos que «perdonar» a los otros es eso, el que sean «otros», con su carácter, sus manías, sus opiniones. Nos encontramos con personas de otra cultura, edad y formación y, a veces, de raza y de situación social diferentes. Entonces es cuando tenemos que recordar la consigna de amar a todos, como el Padre, como Cristo. Porque cuando nos resultan simpáticos, no hace falta recordar ninguna consigna.
El gesto de paz que hacemos antes de ir a comulgar ¿lo restringimos mentalmente sólo para los amigos y los que congenien con nosotros, o lo entendemos como gesto simbólico de que, a lo largo de la jornada, pondremos buena cara a todos?
«Dieron más de lo que yo esperaba, se dieron a sí mismos» (1ª lectura I)
«Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa» (salmo II)
«Si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿no hacen lo mismo los paganos?» (evangelio)
«Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 1 Reyes 21,17-29
Elías desarrolla con Ajab, por encargo del Señor, el mismo papel de Natán con David. Dios venga -y lo hace a través de los profetas- de la injusticia y defiende al oprimido. El orden quebrantado tiene que ser reparado y Jezabel será la primera en pagar las consecuencias (2 Re 9,30ss). Por muy férreo que pueda ser, el principio de la retribución admite atenuantes en virtud del arrepentimiento del culpable y de la misericordia divina. Con todo, eso no es obstáculo para que, siguiendo la lógica del Antiguo Testamento, se imponga de todos modos la reparación (cf. 2 Re 9ss).
El Libro primero de los Reyes dedica los dos últimos capítulos a ilustrar las nuevas y desdichadas empresas bélicas de Ajab, a pesar de la opinión contraria del profeta Miqueas, así como la sórdida muerte del desventurado soberano, cuyas llagas fueron lamidas por los perros.
Evangelio: Mateo 5,43-48
La sexta antítesis tiene que ver con el mandamiento principal: el amor al prójimo (Lv 19,18). Cristo habla también del odio a los enemigos -expresión que no aparece en la Biblia, aunque sí en los últimos flecos del judaísmo: en Qumrán se mandaba odiar a todos los hijos de las tinieblas- para extender también a ellos el amor y la oración. Y esto a imitación del Padre celestial, de quien son hijos todos los hombres, que deben reconocerse como hermanos. De este modo se convertirán en imitadores del Padre, imitando su perfección y, por consiguiente, su santidad (cf. Lv 19,2). El pasaje paralelo de Lc 6,36 nos dice en qué consiste la naturaleza de la perfección divina: en la misericordia. También aquí es preciso rebasar la medida (cf. Mt 5,20), que, esta vez, hace referencia a los tristemente famosos publicanos, los recaudadores de las tasas por cuenta de los romanos (Mt 18,17; 21,32), y a los paganos, ligados también ellos a un código que, no obstante, resulta absolutamente formal e interesado. Sabemos asimismo que, en el mundo oriental, el saludo comporta mucho más que un simple intercambio de cumplidos; es considerado como intercambio de paz.
Mateo recupera (cf. 5,12) el término «recompensa» o mérito, que aparece más veces en el capítulo siguiente (6,1.2.5.16), donde se afirma que el Padre mismo nos premiará abiertamente (cf. variante de 6,4). Como es evidente, el comportamiento moral no va ligado a una visión retributiva: hago el bien cada día para tener un premio por ello. Más aún, esta visión está desmentida por el hecho de que el verbo está en presente («¿qué recompensa merecéis?). El comportamiento del cristiano no es otra cosa que la libre respuesta a un don de la gracia, y en esa respuesta está incluido ya el «premio», el don de la salvación.
MEDITATIO
Si lo que afirma Jerónimo -estos preceptos han de ser juzgados «con la inteligencia de los santos» y no «con nuestra estupidez»- vale para todo el sermón del monte, con mayor razón se aplica al mandamiento del amor. Un amor a ultranza, podríamos decir. Porque «si amar a los amigos es cosa de todos, amar a los enemigos es cosa sólo de los cristianos» (Tertuliano). «Jesús hubiera vivido y muerto en vano», sostiene Gandhi, «si no hubiéramos aprendido de él a regular nuestras vidas por la ley eterna del amor». El nos quiere perfectos en el amor (una perfección moral, no metafísica, por tanto) que debemos practicar con Dios y con el prójimo, aunque sea enemigo nuestro o nos persiga, tal como nos enseñó Jesús cuando perdonó a los mismos que le estaban crucificando. Por eso pudo Pablo escribir a sus fieles: «Sobre el amor fraterno no tenéis necesidad de que os diga nada por escrito, porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios a amaros los unos a los otros» (1 Tes 4,9).
Me pregunto en qué medida se manifiesta en mi amor el amor de Dios. ¿Realizo un acto de amor hacia algún enemigo mío, depositando en su corazón el bálsamo de mi oración?
ORATIO
Señor Jesucristo, dulcísimo maestro de humildad y de paciencia, concédeme a mí, que soy el último de tus siervos, arraigarme en la humildad, considerarme inferior a los otros y merecedor de desprecio. Concédeme soportar con paciencia las aflicciones físicas y las dificultades materiales; que esté dispuesto a afrontar males todavía mayores y que sea capaz de salir al encuentro de quien me pide ayuda ya sea para el cuerpo o para el alma. Concédeme amar con el corazón, los labios y las obras no sólo a los amigos y a los enemigos, sino también a todos los que me persiguen, hacerles el bien y rezar por ellos. De este modo, por tu gracia, podré ser incluido entre tus hijos y figurar entre los elegidos.
Señor Jesucristo, mientras que a los antiguos les prometiste bienes materiales, a nosotros nos aseguras bienes eternos para que sobreabunde nuestra justicia. Concédeme irradiar en tu presencia y en la de los otros la luz de la Palabra y de las obras, así como no abolir, sino cumplir de manera sobreabundante, tu Ley. Guárdame de la ira y de ofender al prójimo, de modo que sea agradable ante ti la ofrenda del corazón, de los labios y de las buenas obras. Concédeme, oh Dios clementísimo, huir de la concupiscencia, de la mirada mala, y evitar todo juramento. Y que al abstenerme de injuriar al prójimo, no tenga que provocar tus castigos, sino que siempre pueda complacerte en todo (Landulfo de Sajonia).
CONTEMPLATIO
Amad a vuestros enemigos... ¡He aquí cómo pone el Señor el coronamiento de todos los bienes! Porque, si nos enseña no sólo a sufrir pacientemente una bofetada, sino a volver la otra mejilla; no sólo a soltar el man-to, sino a añadir la túnica; no sólo a andar la milla a que nos fuerzan, sino otra más por nuestra cuenta, todo ello es porque quiere que recibas como la cosa más fácil algo muy superior a todo eso. -¿Y qué hay -me dices-superior a eso? -Que a quien todos esos desafueros corneta con nosotros no le tengamos ni por enemigo. Y todavía algo más que eso. Porque no dijo: No le aborrecerás, sino: Le amarás. Ni dijo: No le hagas daño, sino: Hazle bien.
Mas, si atentamente examinamos las palabras del Señor, aún descubriremos algo más subido que todo lo di-cho. Porque no nos mandó simplemente amar a quienes nos aborrecen, sino también rogar por ellos. ¡Mirad por cuántos escalones ha ido subiendo y cómo ha termina-do por colocarnos en la cúspide de la virtud! Contémoslos de abajo arriba. El primer escalón es que no hagamos por nuestra cuenta mal a nadie. El segundo, que, si a nosotros se nos hace, no volvamos mal por mal. El tercero, no hacer a quien nos haya perjudicado lo mismo que a nosotros se nos hizo. El cuarto, ofrecerse uno mismo para sufrir. El quinto, dar más de lo que el ofensor pide de nosotros. El sexto, no aborrecer a quien todo eso hace. El séptimo, amarle. El octavo, hacerle beneficios. El noveno, rogar a Dios por él. ¡He aquí una cima filosófica! De ahí también el espléndido premio que se le promete. Como el precepto es tan grande y pide un alma tan generosa y un esfuerzo tan levantado, también el galardón es tal como a ninguno de sus anteriores mandatos lo propuso el Señor. Porque aquí ya no habla de poseer la tierra, como se promete a los mansos; no de alcanzar consuelo y misericordia, como los que lloran y los misericordiosos; ni siquiera se nos habla del Reino de los Cielos, sino de algo más sublime que todo eso y que bien puede hacernos estremecer: se nos promete ser semejantes a Dios, cuanto cabe que lo sean los hombres: A fin -dice- de que seáis semejantes a vuestro Padre, que está en los cielos (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 18,3ss [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Sed perfectos en el amor, como vuestro Padre celestial» (cf. Mt 5,48).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Para amar a los que nos aman, para saludar a Ios que nos saludan, no tenemos necesidad de creer en ninguna religión. No tenemos necesidad de poner a Dios en medio. Es algo que hacen todos. Es «humano».
Precisamente porque el amor a los enemigos es tan «poco humano», precisamente porque supera la medida del hombre «normal», precisamente por eso, muestra, como ninguna otra exigencia del Nuevo Testamento, que aquí tenemos delante no algo humano, sino, en un sentido más profundo, algo divino. Se trata de algo que se encuentra también en las restantes antítesis [del sermón del monte], pero que aquí -en la antítesis del amor al enemigo- podemos captar del mejor modo posible: la soberanía de Dios, el Reino de Dios. No es que con el amor a los enemigos consigamos realizar el Reino de Dios. En efecto, con nuestras fuerzas no somos capaces de amar al enemigo. Es un «regalo» de la soberanía de Dios, antes de cualquier iniciativa nuestra, que nos libera y nos hace capaces de amar al enemigo. Ahora bien, si la soberanía de Dios nos libera para que amemos al enemigo, para que le amemos de verdad, con todo lo que esto significa y comporta, entonces resulta verdaderamente claro que la soberanía de Dios ha irrumpido en efecto entre nosotros, entonces resulta claro lo que significa de verdad la soberanía de Dios, entonces resulta claro qué comporta ser hijos e hijas de aquél a quien llamamos, y es, nuestro Padre celestial y nuestra Madre celestial.
Amad a vuestros enemigos, jugaos el todo por el todo, amadlos con corazón indiviso, tratadlos con amor creativo (H. J. Venetz, Il discorso della montagna, Brescia 1990, pp. 90ss).