Martes XI Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 19 junio, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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2 Cor 8, 1-9: Cristo por vosotros se hizo pobre
Sal 145, 2. 5-6. 7. 8-9a: Alaba, alma mía, al Señor
Mt 5, 43-48: Amad a vuestros enemigos
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (16-06-2015): Teología de la pobreza
martes 16 de junio de 2015La Primera Lectura (2Cor 8,1-9) narra la colecta que organiza San Pablo en la Iglesia de Corinto para la Iglesia de Jerusalén, que está pasando momentos difíciles de pobreza. Hoy, como entonces, pobreza es una palabra siempre incómoda. Muchas veces se oye decir: Ese sacerdote habla demasiado de pobreza; ese obispo habla de pobreza; ese cristiano o esa monja hablan de pobreza... Son un poco comunistas, ¿no? Sin embargo, la pobreza está en el centro del Evangelio. Si quitamos la pobreza del Evangelio, no se entendería nada del mensaje de Jesús.
San Pablo, hablando a la Iglesia de Corinto, demuestra cuál es su verdadera riqueza: Ya que sobresalís en todo: en la fe, en la palabra, en el conocimiento, en el empeño y en el cariño que nos tenéis, distinguíos también ahora por vuestra generosidad (2Cor 8,7). Así les exhorta el Apóstol de las Gentes: como sois ricos, sed también generosos en esta colecta. Si tenéis tanta riqueza en el corazón, esa riqueza tan grande —en la fe, en la palabra, en el conocimiento, en el empeño—, haced que esa riqueza llegue a los bolsillos. Esa es la regla de oro. Si la fe no llega a los bolsillos, no es una fe genuina. Es la regla de oro que aquí nos dice San Pablo: Sois ricos en tantas cosas; ahora sed generosos en la colecta. Se da esa contraposición entre riqueza y pobreza. La Iglesia de Jerusalén es pobre —pasa dificultades económicas— pero es rica, porque tiene el tesoro del Evangelio. Y esta Iglesia de Jerusalén —pobre— ha enriquecido a la Iglesia de Corinto con el anuncio evangélico: le ha dado la riqueza del Evangelio. Y vosotros —la Iglesia de Corinto—, que sois ricos económicamente y en tantas cosas, erais pobres sin el anuncio del Evangelio, pero habéis enriquecido a la Iglesia de Jerusalén, ampliando el pueblo de Dios.
De la pobreza viene la riqueza; es un intercambio mutuo. He aquí el fundamento de la teología de la pobreza: Jesucristo siendo rico —con la riqueza de Dios— se hizo pobre (2Cor 8,9), se abajó por nosotros. Y de ahí el significado de la primera Bienaventuranza: Bienaventurados los pobres de espíritu (Mt 5,3). Es decir, ser pobre es dejarse enriquecer por la pobreza de Cristo y no querer ser rico con otras riquezas que no sean las de Cristo. Cuando ayudamos a los pobres, no hacemos una simple obra de beneficencia. Eso es bueno, es humano — las obras de beneficencia son cosas buenas y humanas—, pero eso no es la pobreza cristiana que quiere Pablo, que predica Pablo. La pobreza cristiana es que yo doy de lo mío —y no lo superfluo sino también lo necesario— al pobre porque sé que él me enriquece. ¿Y por qué me enriquece el pobre? Porque Jesús dijo que Él mismo está en el pobre. Cuando me desprendo de algo —no solo de lo superfluo— para darle a un pobre, a una comunidad pobre, eso me enriquece. Cuando hago eso, Jesús actúa en mí para hacerlo, y actúa en él para enriquecerme. Es la teología de la pobreza, porque la pobreza está en el centro del Evangelio, y no es una ideología. Es el misterio de Cristo que se anonadó, se humilló, se empobreció para enriquecernos. Así se entiende por qué la primera de las Bienaventuranzas sea Bienaventurados los pobres de espíritu (Mt 5,3). Ser pobre de espíritu es ir por el camino del Señor: la pobreza del Señor que se abaja tanto que ahora se hace pan para nosotros en este sacrificio. Y continúa abajándose en la historia de la Iglesia, en el memorial de su pasión, en el memorial de su humillación, en el memorial de su abajamiento, en el memorial de su pobreza, y con este pan nos enriquece.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–2 Corintios 8,1-9: Cristo se hizo pobre por vosotros. San Pablo recomienda la generosidad de los fieles para con los necesitados. De este modo imitarán a Cristo. San Agustín pone ese texto al comentar que los invitados a la cena no quisieron venir, y dice:
«No vinieron los ricos sanos, quienes creían que andaban bien y que tenían la vista despierta, es decir, los que presumían mucho de sí y, por lo mismo, casos más desesperados cuanto más soberbios. Vengan, pues, los mendigos, ya que invita el que «siendo rico se hizo pobre por nosotros para que los mendigos nos enriqueciéramos con su pobreza» (2 Cor 8,9). Vengan los débiles, porque no necesitan del médico los sanos, sino los enfermos. Vengan los cojos... Vengan los ciegos...» (Sermón 162,8).
Venimos nosotros y somos servidos.
–Por eso alabamos al Señor con el Salmo 145: «alaba, alma mía, al Señor. Lo alabaré mientras viva»... Con ese Salmo se ponen de manifiesto la grandeza y el poder real de Dios de tal manera, que, atraídos por la misericordia, el poder y la bondad de Dios, se despeguen de los atractivos ilusorios y engañosos de este mundo y pongan su esperanza sólo en Dios. Este mensaje del Salmo es de perpetua utilidad. Cristo es nuestro Modelo. Él llevó una vida entera pendiente de su Padre hasta el punto de decir que su comida era hacer la voluntad del Padre (Jn 8,29). San Agustín comenta:
«Contra tus venenosas insinuaciones canta el mártir: «alabaré al Señor mientras viva» (Sal 145,2). Entonces, una vez que haya muerto, ¿ya no lo alabarás? Al contrario, lo harás con mayor intensidad que mientras dura la vida. No se puede hablar de duración lo que no tiene fin» (Sermón 335,B,2).
–Mateo 5,43-48: Amad a vuestros enemigos. La doctrina de la nueva justicia alcanza su culmen en el amor a los enemigos. Hasta ese punto de perfección deben tender los discípulos de Cristo, si quieren imitar al Padre que está en los cielos. San Juan Crisóstomo nos exhorta:
«¡He aquí cómo pone el Señor el coronamiento de todos los bienes! Porque, si nos enseña no sólo a sufrir pacientemente una bofetada, sino a volver la otra mejilla; no sólo a soltar el manto, sino añadir la túnica; no sólo a andar la milla a que nos fuerzan, sino otra más de nuestra cuenta, todo ello es porque quiere que recibas como la cosa más fácil algo muy superior a todo eso.
–«¿Y qué hay, me dices, superior a eso? –Que a quien todos esos desafueros cometa con nosotros, no le tengamos ni por enemigo. Y todavía algo más que eso. Porque no dijo: no le aborrecerás, sino: le amarás. Ni dijo: no le hagas daño, sino: hazle bien.
«Mas, si atentamente examinamos las palabras del Señor aún descubriremos algo más subido que todo lo dicho. Porque no nos mandó simplemente amar a quienes nos aborrecen, sino también rogar por ellos. ¡Mirad por cuántos escalones ha ido subiendo y cómo ha terminado por colocarnos en la cúspide de la virtud!
«Contémoslo de abajo arriba. El primer escalón es que no hagamos por nuestra parte mal a nadie. El segundo, que si a nosotros se nos hace, no volvamos mal por mal. El tercero, no hacer a quien nos haya perjudicado lo mismo que a nosotros se nos hizo. El cuarto, ofrecerse uno mismo para sufrir. El quinto dar más de lo que el ofensor pide de nosotros. El sexto, no aborrecer a quien todo eso hace. El séptimo, amarle. El octavo, hacerle beneficios. El noveno, rogar a Dios por él. ¡He aquí una cima filosófica!. De ahí también el espléndido premio que se le promete... Se nos promete ser semejantes a Dios, cuanto cabe que lo sean los hombres» (Homilía 18,3-4 sobre San Mateo).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. II Corintios 8,1-9
a) Pablo pide a los cristianos de Corinto que participen con generosidad en la colecta que se esta organizando a favor de la comunidad de Jerusalén.
Les pone como ejemplo a los cristianos de Macedonia, en Grecia. Estos eran más pobres que los de Corinto, pero se esforzaron «por encima de sus fuerzas» en ayudar a los de la iglesia madre de Jerusalén, y Pablo los pone como ejemplo de generosidad. Más aun: esos cristianos tienen a gloria el poder ayudar a otros más pobres y consideran, no un favor que ellos hacen, sino un favor que se les hace a ellos el permitirles organizar esta colecta.
No dieron lo que tenían, «se dieron a sí mismos».
Pero hay otro ejemplo todavía más expresivo: el mismo Jesús, que «siendo rico, se hizo pobre, para que vosotros, con su pobreza, os hagáis ricos». Lo mismo deberían hacer los de Corinto, que ya se distinguen por otras cosas: su fe, su sabiduría y la gratitud que deben sentir por Pablo.
b) Es una llamada a la generosidad para con los que son más pobres que nosotros en algo.
¿Somos solidarios con los demás o nos encerramos en nosotros mismos? Seguro que poseemos, en cierta abundancia, alguna clase de bienes: materiales, culturales, espirituales. ¿Somos generosos en compartirlos con los demás?
Eso puede pedírsenos en la sociedad, desde el 0"7 por los países del Tercer Mundo hasta las ayudas que se organizan dentro de nuestro ambiente más cercano. O en la Iglesia, cuando se nos pide que colaboremos, con nuestra aportación de dinero o de trabajo, en los proyectos de la comunidad. O en nuestra propia familia o comunidad, porque siempre hay alguien que necesita alguna clase de ayuda. Deberíamos practicar mucho más decididamente la comunicación cristiana de bienes.
No en plan de limosna. Como Cristo, que no dio limosna, sino que se entregó totalmente.
Como los de Macedonia que, según Pablo, «se dieron a sí mismos», haciendo lo que podían y más de lo que podían. La actitud de apertura y solidaridad con los demás debe caracterizar a los seguidores de Jesús.
2. Mateo 5,43-48
a) En el sermón de la montaña sigue Jesús contraponiendo la ley antigua con su nuevo estilo de vida: esta vez, en cuanto al amor a los enemigos.
La primera consigna, «amarás a tu prójimo», sí que estaba en el AT. La segunda, «aborrecerás a tu enemigo», no la encontramos en ningún libro, pero se ve que era la interpretación popular complementaria de la anterior. Jesús corrige esta interpretación: sus seguidores deberán amar también a los enemigos, o sea, a los que no sean de su familia o de su pueblo o de su gusto.
Saludar a los que nos saludan lo hacen todos. Amar a los que nos aman, es algo espontáneo, no tiene ningún mérito. Lo que ha de caracterizar a los cristianos es algo «extraordinario»: saludar a los que no nos saludan, amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos aborrecen.
Jesús pone por delante como modelo nada menos que a Dios: «así seréis hijos de vuestro Padre, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos... sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».
b) El que mejor ha imitado a Dios Padre es Jesús mismo. Si por alguien mostró preferencias fue por los pobres, los débiles, los marginados por la sociedad, los pecadores.
Y, al final, entregó su vida por todos y murió perdonando a los mismos que le crucificaban.
En nuestra pequeña historia de cada día caben, por desgracia, la distinción de personas por simpatía o interés, las rencillas e indiferencias sostenidas, o el rencor hacia quienes nos parece que no nos miran bien. Tenemos un campo de examen y de propósito al leer estas recomendaciones de Jesús.
Debemos superar lo que nos resulta espontáneo -poner buena cara a los amigos, mala a los que no nos resultan simpáticos- y actuar como Dios, que es Padre de todos y manda su sol y su lluvia sobre todos. Nosotros no le daremos lluvia a nadie, pero sí le podemos ofrecer buena cara, acogida, ayuda y palabras amables y, cuando haga falta, perdón.
Tal vez lo primero que tenemos que «perdonar» a los otros es eso, el que sean «otros», con su carácter, sus manías, sus opiniones. Nos encontramos con personas de otra cultura, edad y formación y, a veces, de raza y de situación social diferentes. Entonces es cuando tenemos que recordar la consigna de amar a todos, como el Padre, como Cristo. Porque cuando nos resultan simpáticos, no hace falta recordar ninguna consigna.
El gesto de paz que hacemos antes de ir a comulgar ¿lo restringimos mentalmente sólo para los amigos y los que congenien con nosotros, o lo entendemos como gesto simbólico de que, a lo largo de la jornada, pondremos buena cara a todos?
«Dieron más de lo que yo esperaba, se dieron a sí mismos» (1a lectura I)
«Si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿no hacen lo mismo los paganos?» (evangelio)
«Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (evangelio)