Lunes XI Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 12 junio, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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1 R 21, 1-16: Nabot ha sido lapidado y está muerto
Sal 5, 2-3. 5-6. 7: Atiende a mis gemidos, Señor
Mt 5, 38-42: Yo os digo que no hagáis frente al que os agravia
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–1 Reyes 21,1-14: Nabot muerto apedreado. La perfidia de los hombres hace estragos en la humanidad y consuma todas las maldades.
«Vio Dios cuanto había hecho y era muy bueno» (Gén 1,31). La oposición entre el bien y el mal plantea al creyente de nuestros días un serio problema, para el que la Biblia misma nos ofrece elementos de solución: ¿De dónde viene el mal en este mundo creado bueno?, ¿Cuándo y cómo se le vencerá? La bondad de las criaturas se mide en relación con el Dios Creador, único que da a las cosas su bondad.
Pero la bondad del hombre constituye un caso particular. Depende en parte de él mismo. Dios le concedió un gran don: la potestad de elegir. Si rechaza el mal y hace el bien, observando la ley de Dios y conformándose con su voluntad, será bueno y agradará a Dios; de lo contrario, será malo y lo desagradará. Su elección determinará su calificación moral y, consiguientemente, su destino. El primer hombre y la primera mujer escogieron el mal. Buscaron su bien en las criaturas, pero fuera de la voluntad de Dios. Fueron castigados. Esto se plantea en todo hombre, más aún con las consecuencias del pecado original. Pero vino Cristo y nos dio su gracia para vencer el mal. Escogiendo el cristiano vivir con Cristo, se desolidariza de la opción de Adán.
–El cristiano ora a Dios para que atienda sus gemidos ante el mal que le acosa, como pedimos en el Salmo 5. El cristiano ha de salir cada mañana para librar la lucha diaria en un mundo «instalado en el mal» (Jn 5,19). Nada mejor que acudir a Dios, a la intimidad de su presencia, para emprender con alegría la nueva jornada: «Señor, escucha mis palabras, atiende a mis gemidos, haz caso de mis gritos de socorro, Rey mío y Dios mío. Tú no eres un Dios que ame la maldad, ni el malvado es tu huésped, ni el arrogante se mantiene en tu presencia. Detestas a los malhechores, destruyes a los mentirosos...»
Todo pecado es una falta de fe, porque ciega al hombre para que no vea la profunda realidad de las cosas, que son tal y como Dios las ve. Es una falta de amor, porque el hombre no se acepta en esa esencial correlación amorosa con Dios Creador y con los demás hombres. Es un orgullo que trata de romper los diques que limitan su libertad. Es una autodestrucción.
–Mateo 5,38-42: Yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. No hay que devolver mal por mal, sino bendecir. Existía la ley del talión: ojo por ojo y diente por diente. Cristo que habla de nuevo al alma de cada cristiano, subordina la justicia estricta a la caridad generosa. Su punto de vista es aclarado con cuatro pequeños ejemplos. Mas hay que conceder un margen al vigor del lenguaje. Comenta san Agustín:
«Da algo a quien no tiene, puesto que también tú careces de algo. ¿Acaso tienes la vida eterna? Da, pues, de lo que tienes para adquirir lo que no tienes. Llama el mendigo a tu puerta: llama también tú a la puerta de tu Señor. Dios hace contigo, su mendigo, lo que haces tú con el tuyo. Da, por tanto, y se te dará; pero si no quieres dar. ¡Allá tú!... Veamos quien de nosotros sufre mayor daño: yo que me veo defraudado en un bocado, o tú, que te verás privado de la vida eterna; yo que soy castigado en el estómago, o tú, que lo eres en la mente; por último, yo que ardo de hambre, o tú, que has de ser entregado al fuego y llamas voraces. Ignoro si la soberbia del rico podrá dar respuesta a estas palabras del pobre. «Da, dice el Señor, a todo el que te pida» (Mt 5,42). Si a todos, cuánto más al necesitado y al mísero, cuya flaqueza y palidez están mendigando, cuya lengua calla, a la vez que piden limosna su suciedad y gemidos. Escúchame, oh rico, y sea de tu agrado mi consejo. Redime tus pecados con la limosna... Da de aquello que te hace ser admirado, llénate de cosas más admirables para llegar al reino de los cielos» (Sermón 350,B).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. I Reyes 21,1-16
a) El episodio de un poderoso que se apodera injustamente de lo que pertenece a un pobre es una escena que puede contarse del siglo IX antes de Cristo o de ahora mismo.
Es un hecho lleno de cinismo, sobre todo por parte de Jezabel, la reina adoradora de Baal, que entiende la religión y el poder sólo a su favor, sin tener en cuenta la justicia social. El buen hombre Nabot hace bien en negarse a vender su viña, aunque el rey se la pedía en términos justos. Se trata de la heredad que ha recibido de sus padres y que no se puede enajenar así como así. Y ahí es donde entra el capricho absolutista de la reina, que monta un simulacro de juicio -además, con motivación religiosa- y se deshace de Nabot. Se repite el episodio de David, que le arrebata la esposa a Urías y luego se deshace de él.
Uno se acuerda, ante hechos como éste, de la razón que tenía el anciano Samuel cuando mostraba su reticencia a la instauración de la monarquía: para él, los reyes iban a convertirse fácilmente en tiranos y pasarían por encima de los derechos del pueblo.
Está bien que el salmo nos haya hecho decir de Dios: «tú no eres un dios que ame la maldad, ni el malvado es tu huésped... detestas a los malhechores, al hombre sanguinario y traicionero lo aborrece el Señor».
b) La maldad de los cínicos y el abuso del poder siguen existiendo en nuestro mundo.
Muchos poderosos se aprovechan de su situación en beneficio propio. Lo que hoy llamamos «tráfico de influencias» o las diversas clases de corrupción del poder, es lo mismo que hicieron Ajab y Jezabel con el pobre Nabot. Siempre sale perdiendo el débil, por más razones que le asistan.
Esto puede pasar en los niveles políticos, en la relación entre pueblos poderosos y débiles, o en el mundo de la economía, entre ricos y pobres. También en la Iglesia. Juan Pablo II, en el umbral del tercer milenio, invitó a la comunidad cristiana a examinarse de las veces que ha recurrido a la violencia, creyendo que así hacía un bien a la verdad o a la religión, con los que él llama «métodos de intolerancia e incluso de violencia en el servicio a la verdad» (Tertio Millennio Adveniente 35).
Pero también puede pasar en nuestro pequeño mundo doméstico. Cada uno de nosotros puede ser un tirano y abusar de su poder en relación a otros más débiles. Pensemos si sucede algo parecido -en otras dimensiones, claro está- a lo que aquellos reyes hicieron con Nabot. ¿Echamos mano de artimañas y hasta de injusticias para conseguir lo que queremos, cuando no lo logramos por las buenas?
No nos contentemos con juzgar a Jezabel y Ajab. Puede ser que también nosotros, alguna vez, «aplastemos al débil» cuando nos estorba en nuestros propósitos.
2. Mateo 5,38-42
a) Siguen las antítesis con que Jesús quiere hacer entender a sus seguidores un estilo de vida más perfecto y auténtico. Esta vez se trata de nuestra relación con quienes nos han ofendido.
La llamada «ley del talión» -ojo por ojo y diente par diente- era una ley que, en su tiempo, representaba un progreso: quería contener el castigo en sus justos límites, y evitar que se tomara la justicia por su cuenta arbitrariamente. Había que castigar sólo en la medida en que se había faltado: «tal como» (de ahí el nombre de «talión», del latín «talis»).
Pero Jesús va más allá, no quiere que se devuelva mal por mal. Pone ejemplos de la vida concreta, como los golpes, o los pleitos, o la petición de préstamos: «no hagáis frente al que os agravia... preséntale la otra mejilla... dale también la capa».
b) Es uno de los aspectos de la doctrina de Jesús que más nos cuesta a sus seguidores. Cuántas veces nos sentimos movidos a devolver mal por mal. Cuando perdonamos, no acabamos de olvidar, dispuestos a echar en cara su falta al que nos ha ofendido y vengarnos de alguna manera.
No se trata, tal vez, de poner la otra mejilla al pie de la letra. Pero sí, de aprender el espíritu de reconciliación, no albergar sentimientos de represalia personal («el que me la hace me la paga»), no devolver mal por mal, sino cortar las escaladas del rencor en nuestro trato con los demás. Jesús nos ha enseñado a amar a todos, también a los que no nos aman.
Esto no es una invitación a aceptar, sin más, las injusticias sociales y a cerrar los ojos a los atentados contra los derechos de la persona humana. Ni Jesús ni los cristianos permanecen indiferentes ante estas injusticias, sino que las denuncian. El mismo Jesús pidió explicaciones, en presencia del sumo sacerdote, al guardia que le abofeteó, y Pablo apeló al César para escapar de la justicia, demasiado parcial, de los judíos. Pero sí se nos enseña que, cuando personalmente somos objeto de una injusticia, no tenemos que ceder a deseos de venganza. Al contrario, que tenemos que saber vencer el mal con el amor. Es como la actitud de no-violencia de Gandhi, que practican tantas personas a la hora de intentar resolver los problemas de este mundo, siguiendo el ejemplo de Jesús que muere pidiendo a Dios que perdone a los que le han llevado a la cruz.
¿Estoy dispuesto a devolver bien por mal, a acompañar durante dos millas al que me pidió la mitad, a prestar fácilmente mis cosas al que me parece que no lo merece o tal vez no me las pueda devolver? O sea, ¿soy una persona de paz, de reconciliación, no porque no me cueste perdonar, sino por mi decisión de imitar a Cristo?
«Damos pruebas de que somos servidores de Dios con lo mucho que pasamos» (1ª lectura I)
«Cantad al Señor un cántico nuevo, el Señor da a conocer su victoria» (salmo I)
«Tú no eres un Dios que ame la maldad, ni el malvado es tu huésped» (salmo II)
«Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 1 Reyes 21,1-16
El rey Ajab no sólo confía más en los manejos políticos que en la protección divina (capítulo 20), sino que se mancha también con un doble y grave crimen por instigación de su mujer, Jezabel, ávida de extender las posesiones de la casa real. El hurto y el homicidio perpetrados a espaldas de Nabot, el campesino israelita atacado en su propia tierra, indican la degradación moral de la monarquía, a pesar del montaje que parece conferir legalidad a lo obrado por el rey: proclamación del ayuno y convocación de la comunidad, como se acostumbraba a hacer en estado de catástrofe nacional. La maldición del rey, en no menor medida que la de Dios, implicaba la lapidación (Ex 22,27; Lv 24,16) siempre que estuviera acreditada por dos testigos (Nm 35,30; Dt 17,6), que aquí resultan falsos.
Evangelio: Mateo 5,38-42
La quinta antítesis consiste en la así llamada «ley del talión» (Ex 21,24; Lv 14,19ss; Dt 19,21), atestiguada en toda la Antigüedad (cf el Código de Hammurabi, del siglo XVIII a. de C.). Se basa esta ley en el principio de la retribución y en la exigencia de la reparación, poniendo un freno con ello a la retorsión (cf. Gn 4,23ss). «Nuestro Señor, al abolir esta reciprocidad, corta de raíz el pecado. En la Ley está la pena; en el Evangelio, la gracia. Allí se castiga la culpa; aquí, en cambio, se desarraiga la fuente misma del pecado» (Jerónimo). Por eso nos enseña Jesús a ser tolerantes, a no oponernos con espíritu de venganza e intolerancia a quien nos pone en una situación de prueba, sabiendo que de ese modo se corta la espiral de la violencia y de la prepotencia. Y eso incluso cuando anda de por medio la integridad de nuestra propia persona y de nuestros propios bienes, empezando por el tiempo. La referencia al manto sirve para indicar la ropa con que la gente se protegía de la in-temperie y se cubría en las horas de descanso. Los mil pasos era la distancia que se permitía recorrer en sábado. Pablo recoge también la enseñanza de Cristo: «No devolváis a nadie mal por mal [..]. No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mala fuerza de bien» (Rom 12,17.21).
«Esto es lo más excelente de estos preceptos», comenta Juan Crisóstomo, «que mientras que nos persuaden a nosotros de que soportemos el mal, al mismo tiempo enseñan a quien ofende al amor mediante la virtud y la sabiduría», viendo nuestro comportamiento desprendido y tolerante. «Cristo quiere que sus discípulos sean como la sal, que se conserva a sí misma y mantiene también los otros elementos con los que se mezcla.»
MEDITATIO
El antiguo precepto «ojo por ojo, diente por diente» ponía ya un límite a la propagación de la venganza. Ahora bien, Cristo pide un comportamiento que extirpa su misma raíz. Se trata del principio de la no-violencia, que neutraliza la «reacción en cadena» destinada a provocar un mal cada vez mayor.
Me pregunto sobre la práctica de la tolerancia, que la Biblia latina registra como uno de los frutos del Espíritu (Gal 5,22), y, por consiguiente, de la magnanimidad, que nos recuerda que «Dios ama a quien da con alegría» (2 Cor 9,7).
ORATIO
Qué difícil me resulta, Señor, saber perder en la vida. Qué celoso soy de mi tiempo, de mis cosas, de mi salud, de mis ideas, como si fuera su dueño absoluto y pudiera disponer de ellos según mi talento. Soy incapaz de ce-der, de condescender, de adaptarme al juego del otro. Estoy siempre a la defensiva y tutelo mis derechos (rea-les o presuntos) con la ilusión de tener siempre razón, de no cometer nunca errores, de conseguir imponerme siempre. Pero tú me pides que viva desarmado, que me mida con la impotencia, con la precariedad, con el fracaso, con la pérdida. Me pides que me mida con la cruz. Hazme comprender, Señor, que «encuentra lo mejor de sí mismo quien decide perder» (B. Häring).
CONTEMPLATIO
La historia de Nabot sucedió hace muchos siglos y, sin embargo, se sigue repitiendo todos los días. En efecto, todos los días los ricos siguen codiciando los bienes de los otros, siempre están insatisfechos con lo que ya poseen. Ajab no nació una sola vez. Sigue renaciendo continuamente y no desaparece nunca del mundo. Por un Ajab que muere, nacen mil. Tampoco Nabot es el único pobre que ha sido asesinado. Cada día aparece un Nabot apedreado, un pobre aniquilado.
¿Hasta dónde, ricos, os dejaréis llevar por vuestro loco egoísmo? ¿Queréis poseer vosotros todo el planeta? Los bienes del mundo pertenecen a todos: ¿quién os autoriza a monopolizar para vosotros el derecho de pro-piedad? La naturaleza nada sabe de ricos; ella nos hace a todos pobres. Cuando salimos del vientre materno es-tamos desnudos, no tenemos nada. Y cuando bajamos a la fosa es imposible que nos podamos llevar a ella nuestras propiedades. Sobre el ataúd del rico hay el mismo montón de tierra que sobre el ataúd del pobre. Aquel trozo de tierra, que antes no bastaba para la codicia del rico, ahora es incluso demasiado para albergar su cuerpo. Todos nacemos iguales, todos morimos iguales. Ve y cava en el cementerio. Sólo esqueletos verás. Y te desafío a distinguir a los ricos de los pobres. En ocasiones, es cierto, son envueltos los cuerpos de los ricos con lujosos vestidos. Mas eso en nada ayuda a los muertos: únicamente complace a los vivos. Te vistan como te vis-tan, rico, cuando mueres pierdes la belleza externa sin adquirir la interior. No sólo eso; juegas también una mala pasada a tus herederos. Estos, primero, pleitearán entre ellos; después, una vez hechas las partes, si son ahorradores conservarán con ansias y preocupaciones tu herencia, mientras que si son derrochadores la dilapidarán en poco tiempo. Esa será tu culpa póstuma: inducir a tus herederos a repetir los pecados que te condenaron (Ambrosio de Milán, «Nabot, I», 1 ss, en El buen uso del dinero, DDB, Bilbao 1995, pp. 87-88).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«No vuelvas la espalda al que te necesita» (cf. Mt 5,42).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
El triunfo sobre el otro sólo se consigue haciendo que su mal termine muriendo, haciendo que no encuentre lo que busca, es decir, la oposición, y con esto un nuevo mal con el que pueda inflamarse aún más. El mal se debilita si, en vez de encontrar oposición, resistencia, es soportado y sufrido voluntariamente. El mal encuentra aquí un adversario para el que no está preparado. Naturalmente, esto sólo se da donde ha desaparecido el último resto de resistencia, donde es plena la renuncia a vengar el mal con el mal. En este caso, el mal no puede conseguir su fin de crear un nuevo mal y queda solo.
El sufrimiento desaparece cuando es sobrellevado. El mal muere cuando dejamos que venga sobre nosotros sin ofrecerle resistencia. La deshonra y el oprobio se revelan como pecado cuando el que sigue a Cristo no cae en el mismo defecto, sino que los soporta sin atacar. El abuso del poder queda condena-do cuando no encuentra otro poder que se le oponga. La pretensión injusta de conseguir mi túnica se ve comprometida cuan-do yo entrego también el manto, el abuso de mi servicialidad resulta visible cuando no pongo límites. La disposición a dar todo lo que me pidan muestra que Jesucristo me basta y sólo quiero seguirle a él. En la renuncia voluntaria a defenderse se confirma y proclama la vinculación incondicionada del seguidor a Jesús, la libertad y ausencia de ataduras con respecto al propio yo. Sólo en la exclusividad de esta vinculación puede ser supera-do el mal (Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, pp. 89-90).