Lunes XI Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 19 junio, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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2 Cor 6, 1-10: Damos prueba de que somos servidores de Dios
Sal 97, 1bcde. 2-3ab. 3cd-4: El Señor da a conocer su victoria
Mt 5, 38-42: Yo os digo: No hagáis frente al que os agravia
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (15-06-2015): Que la gracia no caiga en saco roto
lunes 15 de junio de 2015Hay un momento favorable para acoger el don gratuito de la gracia de Dios, y ese momento es ahora: ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación(2Cor 6,2). El cristiano debe ser consciente y tener el corazón preparado para recibir ese don, el corazón limpio del ruido mundano, del ruido del diablo.
En la primera lectura de la Misa, San Pablo nos exhorta a no recibir en vano la gracia de Dios (2Cor 6,1), que se da —afirma el Apóstol— ahora (2Cor 6,2). Eso significa que en todo tiempo el Señor nos dará su gracia, que es un don gratuito. Acojámoslo prestando atención al resto que dice San Pablo: A nadie damos motivo alguno de escándalo (2Cor 6,3). Es el escándalo del cristiano que se llama cristiano, que acude a la iglesia y va los domingos a Misa, pero no vive como cristiano, sino como mundano o como pagano. Y si una persona es así, ¡escandaliza! Cuántas veces habremos oído: Mira ese o esa: todos los domingos a Misa y luego hace eso y aquello... La gente se escandaliza. Es lo que dice San Pablo: No recibáis en vano. ¿Y cómo hemos de acoger? Lo primero es el tiempo favorable (2Cor 6,2), dice. Hay que estar atentos para entender el tiempo de Dios, cuando Dios pasa por nuestro corazón.
Y esa atención el cristiano la alcanza si se pone en condición de proteger su corazón, alejándolo de todo ruido que no venga del Señor, alejando las cosas que nos quiten la paz. Un corazón libre de pasiones, de las que Jesús sintetiza en el Evangelio con el ojo por ojo (Mt 5,38) dándole la vuelta con el ofrécele la otra mejilla (Mt 5,39), con las dos millas recorridas juntos a quien te fuerce a hacer una (cfr. Mt 5,41). Estar libre de pasiones y tener un corazón humilde, un corazón manso. El corazón debe protegerse con la humildad, con la mansedumbre, pero nunca con las luchas, con las guerras. ¡No! Ese es el ruido: ruido mundano, ruido pagano o ruido del diablo. ¡El corazón en paz! A nadie damos motivo alguno de escándalo, para que no sea desacreditado nuestro ministerio (2Cor 6,2) dice Pablo, y habla también del ministerio del testimonio cristiano, para que no sea criticado.
Proteger el corazón para ser siempre de Dios o, como señala San Pablo, en tribulaciones, necesidades y angustias; en azotes, prisiones y tumultos; en fatigas, desvelos y ayunos(2Cor 6,4-5). Pero todas esas son cosas feas, ¿y tengo que proteger mi corazón para acoger la gratuidad y el don de Dios? ¡Sí! ¿Y cómo lo hago? Continúa San Pablo: con pureza, con ciencia, con longanimidad, con bondad... con caridad sincera(2Cor 6,6). La humildad, la benevolencia, la paciencia, que solo mira a Dios, y tiene el corazón abierto al Señor que pasa.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–2 Corintios 6,1-10: Damos prueba de que somos servidores de Dios. Exhorta San Pablo a los fieles para que den acogida a la gracia de Dios en el tiempo favorable, vaticinado por los profetas. Luego manifiesta que él siempre ha procedido como ministro de Dios en medio de numerosas dificultades de su vida apostólica. San Agustín también explica este pasaje de San Pablo:
«¿Qué significa que unos lleven las cargas de los otros? Lleve el carnal la carga de otro hombre carnal y el espiritual las de otro espiritual. Llevad mutuamente unos los pecados de los otros, es decir, no os desentendáis recíprocamente de vuestros pecados. Argüid a aquellos con quienes tenéis confianza; amonestad a los demás, si tenéis confianza para argüirlos; y, si es necesario, para que nadie peque, orad, rogad. ¿O acaso os he humillado al decir rogad? Escuchad al Apóstol: «al mandároslo, dijo, rogamos también para que no recibáis en vano la gracia de Dios» (2 Cor 6,1)» (Sermón 163,B,4).
En otro lugar dice: «No tener nada superfluo, nada que sea una carga, nada que ate, nada que sea un impedimento. En efecto, también ahora se cumple más auténticamente en los siervos de Dios aquello: «como quien nada tiene y todo lo posee» (2 Cor 6, 10). No tengan nada a lo que puedan llamar tuyo y todo será tuyo; si te adhieres a una parte, pierdes la totalidad, pues lo suficiente es lo mismo, venga de la riqueza o de la pobreza» (Sermón 350,A,4).
–Con el Salmo 97 decimos: «El Señor da a conocer su victoria... revela a las naciones su justicia; se acordó de su misericordia y su fidelidad». Dice San Roberto Belarmino:
«Las maravillas de la bondad y fidelidad divinas llegaron a una realización impensable para la mente humana, con la encarnación y nacimiento del Hijo de Dios, Cristo, nuestro Salvador. Este Rey mesiánico vino a ganar la batalla de la salvación del mundo; pero expulsó al enemigo no con armas o fuerzas corporales, sino con el amor, la humildad, la paciencia y con el mérito de su vida santísima y con su sangre preciosa derramada por amor» (Sermón 3,2)
–Mateo 5,38-42: Yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. No hay que devolver mal por mal, sino bendecir. Existía la ley del talión: ojo por ojo y diente por diente. Cristo que habla de nuevo al alma de cada cristiano, subordina la justicia estricta a la caridad generosa. Su punto de vista es aclarado con cuatro pequeños ejemplos. Mas hay que conceder un margen al vigor del lenguaje. Comenta san Agustín:
«Da algo a quien no tiene, puesto que también tú creces de algo. ¿Acaso tienes la vida eterna? Da, pues, de lo que tienes para adquirir lo que no tienes. Llama el mendigo a tu puerta: llama también tú a la puerta de tu Señor. Dios hace contigo, su mendigo, lo que haces tú con el tuyo. Da, por tanto, y se te dará; pero si no quieres dar. ¡Allá tú!... Veamos quien de nosotros sufre mayor daño: yo que me veo defraudado en un bocado, o tú, que te verás privado de la vida eterna; yo que soy castigado en el estómago, o tú, que lo eres en la mente; por último, yo que ardo de hambre, o tú, que has de ser entregado al fuego y llamas voraces. Ignoro si la soberbia del rico podrá dar respuesta a estas palabras del pobre. «Da, dice el Señor, a todo el que te pida» (Mt 5,42). Si a todos, cuánto más al necesitado y al mísero, cuya flaqueza y palidez están mendigando, cuya lengua calla, a la vez que piden limosna su suciedad y gemidos. Escúchame, oh rico, y sea de tu agrado mi consejo. Redime tus pecados con la limosna... Da de aquello que te hace ser admirado, llénate de cosas más admirables para llegar al reino de los cielos» (Sermón 350,B).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. II Corintios 6,1-10
a) Pablo se siente «colaborador» y «servidor» de Dios, y no cesa de exhortar a los Corintios a que sepan aprovechar el «día de la gracia», el «día de la salvación», el tiempo favorable. Ser colaborador es no ser protagonista: el que lleva a cabo el proyecto de salvación es Dios. Pablo es nada más (y nada menos) el que da a conocer este plan salvador de Dios, profundamente preocupado de que llegue a cuantos más mejor.
Pablo dice lo que significa para un apóstol este ministerio: hace una lista impresionante de dificultades (luchas, golpes, cárceles, días sin comer, noches sin dormir) y, a la vez, de actitudes generosas por su parte (paciencia, amabilidad, amor). Ciertamente, no se presenta como un perezoso o resignado servidor: «con la derecha y con la izquierda empuñamos las armas de la salvación». Le tachan de impostor o de moribundo o de pobre y le sentencian, pero resulta que está bien vivo y enriquece a los demás.
También aquí podría decir Pablo a los Corintios, como les había dicho en su primera carta: «sed mis imitadores como yo lo soy de Cristo» (I Co 11,1).
b) Este retrato de Pablo debería ser el de todo cristiano.
Los que en la comunidad cristiana tenemos alguna clase de vocación apostólica, dando testimonio de Cristo a los demás -familiares, alumnos, vecinos-, ya sabemos lo que nos espera. Aunque no tanto como Pablo, pero no nos debe extrañar que pasemos apuros y seamos signos de contradicción y tengamos que echar mano de nuestros mejores propósitos y «dones del Espíritu» para seguir fieles a nuestro camino.
¿Se podría decir de nosotros que «con la derecha y con la izquierda empuñamos las armas de la salvación» y trabajamos sin desaliento por el bien de los demás? ¿o nos desanimamos fácilmente ante las dificultades y contradicciones?
Estas listas de Pablo parecen como el eco de las bienaventuranzas de Jesús: pobres, misericordiosos, perseguidos, pero felices y eficaces en nuestro servicio a la comunidad. Eso sí, con la ayuda de Dios. Como el salmo nos ha hecho decir, la victoria es del Señor, «su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo».
2. Mateo 5,38-42
a) Siguen las antítesis con que Jesús quiere hacer entender a sus seguidores un estilo de vida más perfecto y auténtico. Esta vez se trata de nuestra relación con quienes nos han ofendido.
La llamada «ley del talión» -ojo por ojo y diente par diente- era una ley que, en su tiempo, representaba un progreso: quería contener el castigo en sus justos límites, y evitar que se tomara la justicia por su cuenta arbitrariamente. Había que castigar sólo en la medida en que se había faltado: «tal como» (de ahí el nombre de «talión», del latín «talis»).
Pero Jesús va más allá, no quiere que se devuelva mal por mal. Pone ejemplos de la vida concreta, como los golpes, o los pleitos, o la petición de préstamos: «no hagáis frente al que os agravia... preséntale la otra mejilla... dale también la capa».
b) Es uno de los aspectos de la doctrina de Jesús que más nos cuesta a sus seguidores. Cuántas veces nos sentimos movidos a devolver mal por mal. Cuando perdonamos, no acabamos de olvidar, dispuestos a echar en cara su falta al que nos ha ofendido y vengarnos de alguna manera.
No se trata, tal vez, de poner la otra mejilla al pie de la letra. Pero sí, de aprender el espíritu de reconciliación, no albergar sentimientos de represalia personal («el que me la hace me la paga»), no devolver mal por mal, sino cortar las escaladas del rencor en nuestro trato con los demás. Jesús nos ha enseñado a amar a todos, también a los que no nos aman.
Esto no es una invitación a aceptar, sin más, las injusticias sociales y a cerrar los ojos a los atentados contra los derechos de la persona humana. Ni Jesús ni los cristianos permanecen indiferentes ante estas injusticias, sino que las denuncian. El mismo Jesús pidió explicaciones, en presencia del sumo sacerdote, al guardia que le abofeteó, y Pablo apeló al César para escapar de la justicia, demasiado parcial, de los judíos. Pero sí se nos enseña que, cuando personalmente somos objeto de una injusticia, no tenemos que ceder a deseos de venganza. Al contrario, que tenemos que saber vencer el mal con el amor. Es como la actitud de no-violencia de Gandhi, que practican tantas personas a la hora de intentar resolver los problemas de este mundo, siguiendo el ejemplo de Jesús que muere pidiendo a Dios que perdone a los que le han llevado a la cruz.
¿Estoy dispuesto a devolver bien por mal, a acompañar durante dos millas al que me pidió la mitad, a prestar fácilmente mis cosas al que me parece que no lo merece o tal vez no me las pueda devolver? O sea, ¿soy una persona de paz, de reconciliación, no porque no me cueste perdonar, sino por mi decisión de imitar a Cristo?
«Damos pruebas de que somos servidores de Dios con lo mucho que pasamos» (1a lectura I)
«Cantad al Señor un cántico nuevo, el Señor da a conocer su victoria» (salmo I)
«Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia» (evangelio)