Sábado X Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 6 junio, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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1 R 19, 19-21: Eliseo se levantó y siguió a Elías
Sal 15, 1b-2a y 5. 7-8. 9-10. 11: Tú eres, Señor, el lote de mi heredad
Mt 5, 33-37: Yo os digo que no juréis en absoluto
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–1 Reyes 19,19-21: Elías llama a Eliseo con un gesto profético. Con razón la vocación de Eliseo y su entrega absolutamente ha sido siempre un modelo de la obediencia que hemos de dar a toda llamada del Señor.
Los relatos sobre la vocación son, en muchas ocasiones, las páginas más impresionantes de la Biblia, como ya se ha expuesto en otras ocasiones al tratar de la vocación. Lo mismo podemos decir de los Santos Padres.
La vocación es el llamamiento que Dios hace al hombre, directamente o por medio de otros, que ha escogido y que destina a una obra particular de salvación. Es un llamamiento personal dirigido a la conciencia más profunda del hombre y que modifica radicalmente su existencia, haciéndolo otro hombre.
La llamada de Dios debe tener una correspondencia pronta, sin dilaciones. Dios tiene siempre unos planes más elevados: para el llamado y para los que aparentemente saldrían perjudicados por su marcha. Cuando Dios llama, ése es el momento más oportuno, aunque aparentemente, miradas las cosas con ojos humanos, puedan surgir razones que dilaten la entrega. Dice Suárez:
«Si Dios nos ha elegido, entre una infinidad de criaturas posibles para desempeñar una misión en la creación, esto es un hecho que nosotros no podemos cambiar y ante el cual la única actitud digna de un hombre es la aceptación tal cual es, porque ni depende de nosotros, ni dejará de ser así porque pretendamos ignorarlo» (La Virgen Nuestra Señora 81).
–La Iglesia en su liturgia lo expone con el Salmo 15: «Tú eres, Señor, el lote de mi heredad». No se trata de alguien que busca refugio en Dios, y pide fortaleza para permanecer siempre contra todas las dificultades en esta fidelidad primera. Esta es la opción de todo creyente verdadero que la hizo para siempre. Pero el peligro existe. Son muchos los ídolos que se presentan en su vida para alejarlo del camino emprendido: el dinero, el placer, el poder, los honores... por esto exclama: «Protégeme, Dios mío, que me refugio en Ti»
–Mateo 5,33-37: Yo os digo que no juréis en absoluto. La verdad y la sinceridad de la propia palabra tiene que ser suficiente para que nos consideren dignos de crédito. San Agustín expone su propia experiencia:
«Un juramento en falso no es un pecado sin importancia; al contrario, el jurar en falso es pecado tan grande que el Señor prohibió todo juramento, para evitar el juramento en falso» (Sermón 307,2).
En otro lugar dice: «También yo juraba a cada momento: también yo tuve esta costumbre horrible y mortal. Lo confieso a vuestra caridad. Desde que empecé a servir a Dios y vi el mal que encierra el perjurio, se apoderó de mí un fuerte temor y con él frené tan arraigada costumbre. Una vez frenada, se la contiene; contenida, languidece; languideciendo, muere; y la mala costumbre deja lugar a la buena» (Sermón 180,10).
Esto nos obliga a ser siempre sinceros. La sinceridad es una virtud cristiana por excelencia porque está relacionada íntimamente con la verdad y Jesucristo nos dijo que Él era la Verdad. La sinceridad del Señor fue reconocida por su propios enemigos (cf. Mt 22,15ss.). A veces nos da miedo la verdad, porque es exigente y comprometida.
Muy relacionada con la sinceridad está la sencillez, consecuencia de vivir la vida de infancia espiritual. El alma sencilla no se enreda ni se complica inútilmente por dentro. Se oponen a la sencillez la afectación y la oficiosidad, posturas superficiales, por las que el hombre se deja llevar movido por fórmulas o actitudes vacías, o por simple imitación de otras personas. Se oponen también la pedantería, la jactancia y la hipocresía. Casiano dice:
«Son más peligrosos y más difíciles de remediar los vicios que tienen apariencia de virtud y se cubren con la apariencia de cosas espirituales, que los que tienen claramente por fin el placer sensual. A estos, en efecto, como las enfermedades que se manifiestas con claridad, puede atacárseles de frente y se les cura al instante. Los otros vicios, en cambio, paliados con el velo de la virtud, permanecen incurables, agravando el estado de los pacientes y haciendo desesperar el remedio» (Colaciones,4).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. (Año II) 1 Reyes 19,19-21
a) Elías llama a su sucesor, Eliseo, y con un gesto simbólico muy expresivo -le echa encima su manto- le elige, de parte de Dios, como profeta. Empieza el «ciclo de Eliseo», que, como Elías, luchará a favor de la verdadera alianza con Dios y que se convertirá en un personaje importante de la historia de Israel en el siglo IX antes de Cristo.
Eliseo posee bienes, nada menos que doce yuntas de bueyes con los que está arando.
Responde a Elías con la misma prontitud con que los pescadores llamados por Jesús lo dejaron todo y le siguieron. Con la particularidad de que Eliseo sí consigue permiso para ir a despedirse de los suyos, mientras que en el evangelio Jesús parece pedir mayor decisión y radicalidad.
Pero el gesto de Eliseo para su despedida indica claramente que su decisión es irreversible: mata los bueyes y organiza un banquete de despedida, haciendo fuego precisamente con los aperos con los que trabajaba. No hay vuelta. Se puede decir que «quema las naves».
b) Eliseo nos da un ejemplo elegante de seguimiento de la vocación a la que Dios le llama.
Todos tenemos en este mundo una misión a cumplir: no sólo los sacerdotes y religiosos, sino también los padres, y los educadores, y los cristianos en general. La misión es, en cierto modo, siempre profética: dar testimonio de Cristo en nuestro ambiente.
¿Somos capaces de seguirle con decisión y generosidad? Eliseo sacrificó sus bueyes y sus aperos. Los apóstoles, sus redes y barcas. ¿Estamos dispuestos a dejar algo para conseguir lo que, en realidad, vale la pena?
Tendríamos que sentir una profunda alegría por haber sido llamados por Dios a la vocación cristiana, y dedicarle lo mejor de nuestra vida. El salmo nos hace decir: «el Señor es el lote de mi heredad... tengo siempre presente al Señor; con él a mi derecha, no vacilaré... por eso se me alegra el corazón».
2. Mateo 5, 33-37
a) Siguen las antítesis entre el AT y los nuevos criterios de vida que Jesús enseña a los suyos. Anteayer era lo de la caridad (algo más que no matar); ayer, la fidelidad conyugal (corrigiendo el fácil divorcio de antes). Hoy se trata del modo de portarnos en relación a la verdad.
Jesús no sólo desautoriza el perjurio, o sea, el jurar en falso. Prefiere que no se tenga que jurar nunca. Que la verdad brille por sí sola. Que la norma del cristiano sea el «sí» y el «no», con transparencia y verdad. Todo lo que es verdad viene de Dios. Lo que es falsedad y mentira, del demonio.
b) La palabra humana es frágil y pierde credibilidad ante los demás, sobre todo si nos han pillado alguna vez en mentira o en exageraciones. Por eso solemos recurrir al juramento, por lo más sagrado que tengamos, para que esta vez sí nos crean. Jesús nos señala hoy el amor a la verdad como característica de sus seguidores.
Debemos decir las cosas con sencillez, sin tapujos ni complicaciones, sin manipular la verdad. Así nos haremos más creíbles a los demás (no necesitaremos añadir «te lo juro» para que nos crean) y nosotros mismos conservaremos una mayor armonía interior, porque, de algún modo, la falsedad rompe nuestro equilibrio personal.
Hoy podríamos leer, en algún momento de paz -bastan unos quince minutos-, las páginas que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica al octavo mandamiento: vivir en la verdad, dar testimonio de la verdad, las ofensas a la verdad, el respeto de la verdad (CEC 2464-2513).
«Nos apremia el amor de Cristo» (1ª lectura I)
«Bendice, alma mía, al Señor y no olvides sus beneficios» (salmo I)
«Tengo siempre presente al Señor; con él a mi derecha no vacilaré» (salmo II)
«A vosotros os basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 1 Reyes 19,19-21
Comienza el «ciclo de Eliseo», rico propietario de tierras. La indumentaria es la expresión de quien la lleva y de sus prerrogativas. Eso explica la «investidura» de Eliseo por medio del manto de Elías, que constituye el signo de la vocación profética. El radicalismo de las elecciones de Dios está atestiguado por la despedida de Eliseo, que se deshace de los bueyes y del arado, dejando padres y oficio. Cristo será aún más exigente cuando advierta al que pretendía despedirse de los suyos antes de seguirle: «El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás no es apto para el Reino de Dios» (Lc 9,62).
Evangelio: Mateo 5,33-37
La cuarta antítesis tiene que ver con el segundo y el octavo mandamientos (Ex 20,7.16; Nm 30,3ss; Dt 23,22-24). En la sociedad judía se abusaba del recurso, con frecuencia en falso, al juramento (Mt 23,16-22). Y dado que el nombre divino era sagrado e impronunciable, se eludía el obstáculo refiriéndose al cielo, a la tierra, a Jerusalén, a la propia cabeza del que juraba. Jesús exige la sinceridad más total, subrayando que las palabras que pronunciamos de más para falsificar la verdad proceden del maligno, de aquel que es «mentiroso por naturaleza y padre de la mentira» (Jn 8,44). No son pocas las páginas bíblicas que denuncian el daño de la palabra ociosa: Mt 12,36; Ef 4,29; 5,3-5.12; Sant 3,1-3.
La Carta de Santiago se hace eco de la enseñanza de Cristo: «Pero sobre todo, hermanos, no juréis ni por el cielo, ni por la tierra, ni hagáis ningún otro tipo de juramento. Que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no, para no incurrir en condenación» (Sant 5,12). «La verdad evangélica -señala Jerónimo- acepta el juramento, dado que la simple palabra del fiel equivale al juramento mismo».
MEDITATIO
«La boca dice lo que brota del corazón» (Mt 12,34). «Si uno piensa que se comporta como un hombre religioso y no sólo no refrena su lengua, sino que conserva pervertido su corazón, su religiosidad es vana» (Sant 1,26). De ningún otro comportamiento humano se dice que «hace vana» la religión (aquí, «vano» recuerda a los ídolos, considerados igualmente una nulidad total) como del hablar inútil y falso, cuya expresión más desconcertante es el recurso desconsiderado al juramento.
Investigaré sobre las patologías de los dichos de mi boca, dado que «antes de oírle hablar no alabes a nadie, porque ahí es donde se prueba un hombre» (Eclo 27,7). ¿Son vacías, ociosas, insignificantes, embusteras, inexpresivas, estúpidas, expeditivas, vulgares mis palabras? La asimilación vital de la Palabra divina me permitirá «hablar con las palabras de Dios» (1 Pe 4,11), «hablar con gracia» (Col 4,6), o sea, hablar bajo la inspiración del Espíritu Santo: «Pues no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará a través de vosotros» (Mt 10,20).
ORATIO
Purifica, Señor, mis labios con el fuego de tu Espíritu. Que las palabras salidas de mi boca puedan ser el reflejo de tu eterna Palabra, viva y eficaz hasta el punto de penetrar en el alma de los hermanos como espada que revela los pensamientos del corazón y como bálsamo que alivia sus llagas.
CONTEMPLATIO
Lo que está más allá del «sí» y del «no» es el juramento, no el perjurio. Este último es tan claramente de origen diabólico, y no sólo superfluo, sino contrario y malvado, que no hace falta que nadie nos lo diga. «Lo que pasa de ahí» es, sin embargo, lo superfluo, lo que va más allá de lo necesario y se añade por redundancia: eso, precisamente, es el juramento. Pero ¿por qué dice Jesús, podréis preguntarme, que el juramento procede del maligno? Y, si tiene tal origen, ¿por qué era admitido en la Ley antigua? Podríais preguntarme lo mismo a propósito del repudio de la mujer. ¿Por qué se considera ahora adulterio lo que en un tiempo estuvo permitido? ¿Qué podríamos responder a estas preguntas, a no ser que las leyes de entonces estaban adecuadas a la fragilidad y a la debilidad de aquellos que las habían recibido [...]? Pero ahora el repudio es considerado como adulterio y el juramento está prohibido porque proviene del maligno, puesto que Cristo nos ha proporcionado los medios para vivir con una mayor perfección la virtud (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 17, 5).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
« Que vuestra palabra sea sí cuando es sí, y no cuando es no» (Mt 5,37).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
El juramento es la prueba de la mentira que reina en el mundo. Si el hombre no pudiese mentir, el juramento sería innecesario. Por eso el juramento es un dique contra la mentira. Pero al mismo tiempo la fomenta, porque allí donde sólo el juramento reivindica la veracidad última, se concede, simultáneamente, un ámbito vital a la mentira, se le admite un cierto derecho a la existencia. La ley veterotestamentaria rechaza la mentira con el juramento. Jesús rechaza la mentira prohibiendo jurar. Tanto aquí como allí sólo se pretende una cosa: aniquilar la falsedad en la vida de los creyentes. El juramento que la antigua alianza colocaba contra la mentira quedó en manos de la mentira misma y fue puesto a su servicio. Quería asegurarse mediante él y crearse un derecho. Por eso Jesús debe atrapar la mentira en el mismo sitio donde se refugia, en el juramento. Este debe desaparecer porque se ha convertido en refugio de la mentira [...].
El precepto de la veracidad plena es sólo una nueva palabra en la totalidad del seguimiento. Sólo el que está ligado a Jesús en el seguimiento se encuentra en la verdad total. No tiene que ocultar nada ante su Señor. Vive descubierto en su presencia. Es reconocido por Jesús y situado en la verdad. Está patente ante Jesús como pecador. No es que él se haya manifestado a Jesús, sino que cuando Jesús se le reveló en su llamada se conoció a sí mismo en su pecado. La veracidad plena sólo existe al quedar descubiertos los pecados que también son perdonados por Jesús. Quien confesando sus pecados se encuentra ante Jesús en la verdad, es el único que no se avergüenza de ella, sea cual sea el lugar donde haya que proclamarla (Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, pp. 87-88).