Viernes X Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 6 junio, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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1 R 19, 9a. 11-16: Permanece de pie en el monte ante el Señor
Sal 26, 7-8a. 8b-9abc. 13-14: Tu rostro buscaré, Señor
Mt 5, 27-32: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (10-06-2016)
viernes 10 de junio de 2016Puedes ser un pecador arrepentido que ha decidido recomenzar con Dios, o incluso un elegido que ha consagrado la vida a Él. En cualquier caso, te puede asaltar el miedo de no sentirte capaz, y puedes entrar en un estado de depresión cuando la fe se nubla.
Acordémonos del hijo pródigo, deprimido cuando mira hambriento a los cerdos, o del personaje de la liturgia del día (1Re 19,9a.11-16): el profeta Elías, un vencedor que ha luchado mucho por la fe y ha derrotado a centenares de idólatras en el Monte Carmelo. Pero luego, en la enésima persecución que lo toma por objetivo, se abate. Se queda desanimado bajo un árbol esperando la muerte. Pero Dios no lo deja en ese estado de postración, sino que le envía un ángel con un imperativo: levántate, come, sal. Para encontrar a Dios es necesario volver a la situación en la que el hombre estaba en el momento de la creación: de pie y en camino. Así nos creó Dios: a su altura, a su imagen y semejanza y en camino. ¡Adelante! Cultiva la tierra, hazla crecer; y multiplicaos... ¡Sal! Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. Elías se puso en pie. Y puesto en pie, sale.
Salir y ponerse a la escucha de Dios. Pero, ¿cómo pasa el Señor? ¿Cómo puedo encontrar al Señor para estar seguro de que es Él? El texto del Libro de los Reyes es elocuente. Elías es invitado por el ángel a salir de la cueva del Monte Horeb donde encuentra refugio para estar en la presencia de Dios. Sin embargo, lo que le induce a salir no son ni el viento impetuoso y huracanado que hacía trizas las peñas, ni el terremoto que le sigue, ni tampoco el fuego posterior. Tanto ruido, tanta majestad, tanto movimiento, y el Señor no estaba allí. Después del fuego, se oyó una brisa tenue; o, como dice el original, el hilo de un silencio sonoro. Y allí estaba el Señor. Para encontrar al Señor hay que entrar en nosotros mismos y sentir ese hilo de silencio sonoro, y ahí nos habla Él.
La tercera petición del ángel a Elías es: ¡Sal! El profeta es invitado a volver sobre sus pasos, al desierto, porque se le confía cumplir un encargo. Aquí notamos el empujón a estar en camino, no encerrados, ni dentro de nuestro egoísmo, de nuestra comodidad, sino valientes para llevar a los demás el mensaje del Señor, es decir, salir en misión. Debemos buscar siempre al Señor. Todos sabemos cómo son los momentos malos: momentos que nos tiran para abajo, momentos sin fe, oscuros, momentos en los que no vemos el horizonte, ni somos capaces de levantarnos. ¡Todos lo sabemos! Pero es el Señor el que viene, y nos restaura con el pan y con su fuerza, y nos dice: ¡Levántate y ve adelante! ¡Camina!
Para encontrar al Señor debemos estar así: de pie y en camino. Y luego esperar a que Él nos hable: ¡corazón abierto! Y Él nos dirá: Soy Yo, y ahí la fe se hace fuerte. ¿La fe es para mí, para guardarla? ¡No! Es para ir a darla a los demás, para ungir a los demás, para la misión.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–1 Reyes 9,9.11-16: Aguarda al Señor en el monte. Elías amenazado de muerte por Jezabel, huye hasta el monte santo –el Horeb–, en donde Dios se manifestó en otro tiempo a Moisés, como el único y verdadero Dios. Ahora se aparece a Elías en medio de un susurro, de una brisa ligera, símbolo de la intimidad de Dios para con su pueblo.
–San Agustín explica el Salmo 26:
«El ansia de Dios se ha de manifestado muchas veces en las Sagradas Escrituras sobre todo en los Salmos: «Tu rostro buscaré Señor, no me escondas tu rostro» (Sal 26). Esto es en definitiva lo único que importa al salmista, porque quien ha afirmado por la fe que Dios es su vida, su alegría, su defensa, su camino, sabe por la fe que Dios no le puede faltar. Al lado de Dios todo se desvanece, incluso la angustia mortal.
««Tu rostro buscaré, Señor». Nada puede decirse más excelente. Esto lo perciben lo verdaderos amantes. Quizá alguno quisiera ser feliz e inmortal, se ha escrito, en aquellos placeres de las concupiscencias terrenas que ama. Pero tú, ¿qué dirías si te hiciera inmortal en estos deleites y deseos de alegrías eternas? Tal amador respondería: No los quiero. Todo lo que existe fuera de Él no es deleite para mí. Quíteme el Señor todo lo que quiera darme. Déseme Él.
«Dígale, pues, nuestro corazón: He buscado tu rostro; no apartes de mí tu faz. Sea ésta su respuesta: «quien me ama guarda mis mandamientos; quien me ama será amado por mi Padre y también yo lo amaré y me mostraré a él» (Jn 14,21). Sin duda alguna le estaban viendo con los ojos aquellos a quienes decía esto y escuchaban con sus oídos el sonido de su voz, y en su corazón humano pensaban que era sólo un hombre; pero a quienes le amaban les prometió mostrárseles a Sí mismo, es decir, lo que jamás el ojo vio, ni el oído oyó, ni llegó al corazón del hombre. Hasta que esto suceda, hasta que nos muestre lo que nos basta, hasta que bebamos y nos saciemos de Él, fuente de vida; mientras, caminando en la fe, peregrinamos hacia Él, mientras sentimos hambre y sed de justicia y deseamos con indecible ardor la hermosura de la forma de Dios (Sermón 194,4).
–Mateo 5,27-32: Nuestro Señor se dirige a todos los hombres y condena además el acto interno, aunque no vaya acompañado de efectos externos. El lenguaje enérgico con que nuestro Señor advierte contra la ocasión de pecar no se ha de tomar literalmente: el ojo izquierdo, por ejemplo, supone tanto peligro como el derecho. Las expresiones: «ojo derecho» y «mano derecha» significan evidentemente todo lo que nosotros tenemos de más querido. Si estos constituyen un obstáculo en la senda moral deben ser apartado de nosotros. Comenta San Juan Crisóstomo:
«Una vez que nos mostró el Señor el daño de que de ahí se sigue, pasa adelante y encarece la ley, mandándonos cortar y extirpar y arrojar lejos de nosotros lo que nos escandalice. ¡Y eso nos ordena el que mil veces nos ha hablado de su amor! Con lo que has de caer en la cuenta, por uno y otro lado, de su providencia y cómo en todo y por todo busca tu provecho» (Homilía 17,3 sobre San Mateo).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 1 Reyes 19,9a-11-16
A pesar del prodigio que había realizado, Elías sigue estando amenazado de muerte por Jezabel y de ahí que se aleje por el desierto al sur de Judá, deseándose la muerte por inanición. Pero el ángel del Señor le hace encontrar dos veces una hogaza de pan y una jarra de agua, y le dice que se alimente en vistas al largo camino que le llevaría al Horeb, es decir, al monte Sinaí, lugar tradicional de las revelaciones divinas. Una vez llegado, entra Elías en la gruta (ala misma de Moisés, que todavía era venerada?) para pasar allí la noche.
Elías manifiesta la angustia que siente frente a la perversión de su pueblo; se ha quedado solo (vv. 10 y 14) en la defensa de la religión de los padres. Pero Dios confirma su vocación por medio de una teofanía. Ahora bien, no se trata de una teofanía que se sitúe en la línea de las clásicas (cf. Ex 19; Hch 2), que implicaban una serie de fenómenos atmosféricos y telúricos excepcionales, sino que Dios se manifiesta en el «tenue murmullo del silencio» (así dice, al pie de la letra, el texto hebreo), como para volver a llevar a Elías a su propia interioridad, para que encuentre en la «gruta del corazón» al Señor en el que habría de encontrar la fuerza para reemprender el camino. El profeta se cubre el rostro en señal de respeto y con la conciencia de que nadie puede ver el rostro de Dios y seguir con vida.
La experiencia de Dios está destinada a que Elías reemprenda su propia misión. Y, en efecto, Elías ya no estará solo: le esperan «siete mil hombres», aquellos cuyas rodillas no se han doblado ante Baal y cuyos labios no lo han besado (v. 18). Por otra parte, deberá ocuparse de realizar algunas cosas importantes: la unción del rey de Damasco (cf. 2 Re 8,7-15), la de Jehú, rey de Israel (2 Re 9,1-13), que ordenará la muerte de Jezabel y de toda la familia real, así como la investidura profética de Eliseo. Estos hechos forman parte, sin embargo, del «ciclo de Eliseo».
Evangelio: Mateo 5,27-32
Cristo, señala Juan Crisóstomo, «combatía los vicios con la gran autoridad de un legislador, empezando por los que son más comunes en nosotros, a saber: la ira y la concupiscencia (las pasiones que más nos tiranizan y son más inherentes a la naturaleza humana), reprimiéndolas con todo esmero». De ahí se sigue que la segunda y la tercera antítesis tienen que ver con el sexto y con el noveno mandamientos (Ex 20,14.17 y Dt 5,18.21). Cristo asocia el adulterio del cuerpo al del corazón. Decir ojo derecho y mano derecha significa referirse a toda la persona a través de las funciones primarias del ver y del obrar. Prescindiendo además de que el lado derecho es considerado, por definición, como el más importante, está el hecho de que quien era minusválido de este lado era considerado inhábil. La doble amputación sirve para indicar el radicalismo con el que estamos llamados a seguir los mandamientos divinos. Ese radicalismo se aplica asimismo en el caso del divorcio, consentido por la Ley antigua (Dt 24,1 ss), pero al que Cristo considera igualmente como adulterio legalizado (cf. Mt 19,3ss). El único motivo que puede legitimar el repudio es el «caso de unión ilegítima» (aquí y en Mt 19,9). Esta cláusula, exclusiva de Mateo, es posible que indique simplemente el adulterio, con el que se infringe el carácter sagrado del vínculo matrimonial en el ámbito judeo-cristiano o las uniones consideradas como ilegítimas en el ámbito judío (cf. Hch 15,20.29).
Debemos señalar que la toma de posición de Cristo tiene puesta la mirada en la defensa de las categorías más débiles y en el restablecimiento del orden social. No en vano la enseñanza impartida aquí en relación con las mujeres será recogida también respecto a los niños (Mt 18,1-10).
MEDITATIO
Jesús no sólo confirma el principio de la intencionalidad en el obrar humano, sino que indica también su precio: amputar y eliminar cuanto es ocasión de mal. Lo que quiere el Señor no es, qué duda cabe, la minusvalía del cuerpo, sino la «circuncisión del corazón» (Jr 4, 4), o sea, acabar con la «esclerocardia» -«fue por la dureza de vuestros corazones...»: Mt 19,8- que rompe el vínculo sagrado del amor.
En este punto se me impone una auténtica ecografía del corazón, bajo la guía del implacable diagnóstico propuesto por Cristo en el evangelio de Marcos (7,21 ss): «Porque es de dentro, del corazón de los hombres, de donde salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, perversidades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, soberbia e insensatez». Haré seguir la toma de conciencia de una sincera y resuelta «toma de distancia».
ORATIO
Señor, aun cuando mi conciencia no me reprochara el adulterio del cuerpo, me reconozco adúltero en la mirada, en la imaginación, en el sentimiento, en el pensamiento. Y aun cuando mi corazón no me reprochara nada de todo esto, ¿cómo podría considerarme inmune del adulterio espiritual que cometo cada vez que tú, oh Señor, no ocupas el primer lugar en la jerarquía de mis afectos, de mis intereses, de mi deseo de amor?
Confieso ante ti, Señor, que, mientras me preocupo de la integridad del cuerpo, atento a que ninguno de mis miembros tenga que sufrir, no me preocupo de la integridad del espíritu, sino que lo dejo a merced de las pasiones y prisionero de los instintos.
CONTEMPLATIO
Cristo no vino sólo a impedirnos deshonrar nuestro cuerpo con actos culpables, sino a restablecer también la pureza del alma, incluso antes que la del cuerpo. Dado que es en el corazón donde recibimos la gracia del Espíritu Santo, éste se preocupa, antes que nada, de purificar nuestro corazón así como todo lo que es interior en nosotros. No cometas adulterio con los ojos y no lo cometerás con el corazón: puesto que el Señor ha condenado la ira de manera absoluta, prohibiendo no sólo el homicidio, sino excluyendo asimismo el mínimo sentimiento en este sentido, ahora le resulta más fácil establecer esta ley.
Ahora bien, si todo esto os parece demasiado duro, acordaos de lo que dijo el Señor antes en las bienaventuranzas y veréis que es posible y fácil observar sin más estos mandatos. En efecto, ¿cómo podrá un hombre sencillo y amigo de la paz, un hombre pobre de espíritu y misericordioso, llegar a repudiar a su mujer? ¿Cómo podrá el que está dispuesto a reconciliarse con los otros estar en lucha con su esposa? Pero Jesús no facilita el cumplimiento de la Ley sólo de este modo, sino también de otro; en efecto, deja al hombre una posibilidad legítima de separarse de su mujer: «en caso de fornicación» (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 17, 1-4, passim).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Arroja lejos de ti lo que te sea un obstáculo» (cf. Mt 5,29).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La vinculación a Jesucristo no abre paso al placer que carece de amor, sino que lo prohibe a los discípulos. Puesto que el seguimiento es negación de sí y unión a Jesús, en ningún momento puede tener curso libre la voluntad propia, dominada por el placer, del discípulo. Tal concupiscencia, aunque sólo radicase en una simple mirada, separa del seguimiento y lleva todo el cuerpo al infierno. Con ella, el hombre vende su origen celestial por un momento placentero. No cree en el que puede devolverle una alegría centuplicada por el placer al que renuncia. No confía en lo invisible, sino que se aferra al fruto visible del placer. De este modo se aleja del camino del seguimiento y queda separado de Cristo.
La impureza de la concupiscencia es incredulidad. Por eso hay que rechazarla. Ningún sacrificio que libere a los discípulos de este placer que separa de Jesús es demasiado grande. El ojo es menos que Cristo y la mano es menos que Cristo. Si el ojo y la mano sirven al placer e impiden a todo el cuerpo la pureza del seguimiento, es preferible renunciar a ellos a renunciar a Jesús. Las alegrías que proporciona el placer son menores que sus inconvenientes; se consigue el placer del ojo y de la mano por un instante, y se pierde el cuerpo por toda la eternidad. Tu ojo, que sirve a la impura concupiscencia, no puede contemplar a Dios (Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, p. 83).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. I Reyes 19,9-16
a) La escena que leemos se sitúa al final de un camino dramático de Elías: perseguido por la reina Jezabel, tiene que huir y pasa cuarenta días caminando por el desierto, sediento, cansado, deseándose la muerte. Hasta que llega al monte Horeb, el mismo en que había tenido lugar el encuentro de Moisés con Yahvé.
Allí le espera Dios y va a dar al fogoso profeta, todo él un torbellino, el que hizo bajar fuego sobre la ofrenda del altar, una lección interesante. No se le aparece en el viento huracanado, ni en el terremoto, ni en el fuego. Sino en una suave brisa.
Es significativo el diálogo. Dios le pregunta a Elías: «¿qué haces aquí?». Como diciendo: ¿cómo es que has abandonado la ciudad, a donde yo te había mandado a ser mi profeta? La respuesta de Elías es la respuesta de un profeta que sufre por Dios: «los israelitas han abandonado tu alianza».
La orden de Dios es que vuelva de nuevo y siga ejerciendo de profeta.
b) También un profeta cristiano sabe lo que es el cansancio, la persecución, la soledad.
En nuestra historia particular, hay períodos de desierto. Pero a cada uno le espera Dios, en el momento y el modo menos pensado. En la cueva o en el desierto o en la ciudad.
Oigamos como dirigida a nosotros la palabra de Dios.
Él corrige nuestras prisas y nuestro temperamento, a veces no conforme con el el estilo de Dios. Elías lo quiere arreglar todo con fuego y gestos espectaculares: no es la manera de actuar de Jesús, que tuvo mucha más paciencia y actuó con amable persuasión. ¿Cuál es nuestro temperamento? ¿buscamos a Dios en el fuego y el terremoto, o le sabemos descubrir en las cosas sencillas y humildes?
Tal vez, si nos hemos escapado del camino y nos dejamos ganar por el desánimo, hoy Dios nos pregunte: «¿qué haces tú aquí?». ¿Cómo puede animar a los demás uno que está desanimado? Dios nos ha señalado un campo en el que trabajar para bien de los demás; no podamos bajar los brazos y rendirnos. Claro que sufriremos, como Elías, porque muchos, en esta sociedad, «han abandonado la alianza y han derribado los altares de Dios»; pero eso no es motivo suficiente para dimitir.
Por tanto, seguramente, oiremos también la otra palabra: «desanda el camino, vuelve», porque hay mucho que hacer en este mundo, dando testimonio, anunciando, denunciando y buscando sucesores para la misión. No te canses de ser mi testigo.
2. Mateo 5,27-32
a) Las antítesis que plantea Jesús entre lo que se decía en el AT y lo que él propone a los suyos, le llevan hoy al tema de la fidelidad conyugal, como ayer lo hacía sobre la caridad fraterna.
«Pero yo os digo». Jesús es más exigente. Busca profundidad, invita a ir a la raíz de las cosas. No sólo falta el que comete el adulterio, sino también quien desea la mujer ajena. La fuente de todo está en el corazón, en el pensamiento.
Además, según él, el divorcio va contra el plan de Dios, que quiere un amor fiel en la vida matrimonial. El divorcio es la preparación del adulterio. Se ve cómo el AT está siendo perfeccionado y corregido por Jesús, que quiere restaurar el plan inicial de Dios sobre el amor, con una fidelidad indisoluble. Defiende, de paso, la dignidad de la mujer, porque rechaza la fácil ley que permitía al marido repudiar a su mujer por cualquier causa.
Una fidelidad así exige, a veces, renuncias. Las palabras de Jesús parecen muy duras: prescindir de un ojo o de una mano, si son ocasión de escándalo.
b) Cuando nos examinamos, deberíamos ante todo analizar más que unos hechos externos aislados, nuestras actitudes internas, que son la raíz de lo que hacemos y decimos. Si dentro de nosotros están arraigados el orgullo, o la pereza, o la codicia, o el rencor, poco haremos para su corrección si no atacamos esa raíz. Si nuestro ojo está viciado, todo lo verá mal. Si lo curamos todo lo verá sano. Las palabras agrias o los gestos inconvenientes nacen de dentro, y es dentro donde tenemos que poner el remedio, arrancando el rencor o la ambición o el orgullo. Entonces no nos pasaría eso que tenemos que reconocer a menudo: que en cada confesión tenemos que decir lo mismo y cada año, la convocatoria de la Pascua nos encuentra con las mismas pobrezas y situaciones.
Hemos visto que Cristo exige a sus seguidores que se tomen en serio el matrimonio. La fidelidad matrimonial -y, equivalentemente, la fidelidad a la vida religiosa o ministerial- nos costará. Porque no se trata de ser fieles en los momentos en que todo va bien, sino también cuando no se siente gusto inmediato en nuestra entrega.
¿Nos da miedo la radicalidad que aquí propone Jesús? Con un lenguaje ciertamente dramático, Jesús nos quiere decir que hay que saber pagar algo, renunciar a algo, para seguirle en su camino. Saber prescindir de lo que nos estorba y hasta «mutilarnos», ejerciendo un control sobre nuestros deseos, gustos y ocasiones de tentación. Él nos dijo que, para conseguir un tesoro escondido, hay que estar dispuestos a vender lo demás.
«Nos derriban, pero no nos rematan» (1ª lectura I)
«Señor, yo soy tu siervo: rompiste mis cadenas» (salmo I)
«Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro» (salmo II)
«Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor» (salmo II)