Jueves X Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 6 junio, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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1 R 18, 41-46: Rezó Elías, y el cielo dio la lluvia
Sal 64, 10abcd. 10c-11. 12-13: Oh Dios, tú mereces un himno en Sión
Mt 5, 20-26: Todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (09-06-2016)
jueves 9 de junio de 2016Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos, exhorta el Señor en el Evangelio de hoy (Mt 5,20-26). El pueblo estaba un poco perdido, desorientado, porque los que enseñaban la ley no eran coherentes en su testimonio de vida. Jesús nos pide que superemos esto, que miremos para arriba, y señala como ejemplo el primer mandamiento: Amar a Dios y amar al prójimo. Y añade que todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Es bueno oír esto, en este tiempo donde estamos tan acostumbrados a los calificativos y tenemos un vocabulario tan creativo para insultar a los demás. Eso es pecado, es matar, porque es dar una bofetada al alma del hermano, a su dignidad. A menudo decimos tantas palabrotas con mucha caridad, pero se las decimos a los demás.
A este pueblo desorientado Jesús le pide que mire hacia arriba y vaya adelante. Pero no deja de decir cuánto mal hace al pueblo el mal ejemplo de los cristianos. Cuántas veces oímos estas cosas: ¡cuántas veces! Ese cura, ese hombre, esa mujer de Acción Católica, ese obispo, ese Papa, nos dicen: ‘¡Tenéis que hacer así!’, y él hace lo contrario. Ese es el escándalo que hiere al pueblo y no deja que el pueblo de Dios crezca, que vaya adelante. No libera. Y ese pueblo había visto la rigidez de los escribas y fariseos, y cuando venía un profeta que les daba un poco de alegría lo perseguían y hasta lo mataban: allí no había sitio para los profetas. Jesús dice a los fariseos: Vosotros habéis matado a los profetas, habéis perseguido a los profetas: a esos que traían aire nuevo.
La generosidad, la santidad que nos pide Jesús es salir siempre hacia arriba. Esa es la liberación de la rigidez de la ley y también de los idealismos que no nos hacen bien. Jesús nos conoce bien, conoce nuestra naturaleza. Por eso nos exhorta a ponernos de acuerdo cuando tengamos un conflicto con otro. Nos enseña un sano realismo: muchas veces no se puede llegar a la perfección, pero al menos haced todo lo que podáis, poneos de acuerdo. Este sano realismo de la Iglesia católica que nunca enseña o esto o esto —eso no es católico—, sino que nos dice: esto y esto. Busca la perfección: reconcíliate con tu hermano. No lo insultes. Ámalo. Y si hay algún problema, al menos ponte de acuerdo, para que no estalle la guerra. Ese es el sano realismo del catolicismo. Jesús siempre sabe caminar con nosotros, nos da el ideal, nos acompaña al ideal, nos libera de ese encarcelamiento de la rigidez de la ley y nos dice: Haced todo lo que podáis. Nos comprendo bien. ¡Ese es nuestro Señor, eso es lo que nos enseña!
El Señor nos pide que no seamos hipócritas: que no vayamos a alabar a Dios con la misma lengua con la que se insulta al hermano. Haced lo que podáis, es la exhortación de Jesús, al menos evitad la guerra entre vosotros, poneos de acuerdo. Y me permito deciros esta palabra que parece un poco extraña: la santidad pequeña de la negociación. Bueno, no lo puedo todo, aunque quiero hacerlo, pero me pongo de acuerdo contigo: al menos no nos insultemos, no hagamos la guerra y vivamos todos en paz. ¡Jesús es grande! Nos libera de todas nuestras miserias, hasta de ese idealismo que no es católico. Pidamos al Señor que nos enseñe primero a salir de toda rigidez, a salir para arriba, para poder adorar y alabar a Dios; que nos enseñe a reconciliarnos entre nosotros; y también que nos enseñe a ponernos de acuerdo en todo lo que podamos.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–1 Reyes 18,41-46: Elías oró y el cielo dio su lluvia. La conversión del pueblo de Israel al verdadero Dios y la oración del profeta atrajeron la misericordia de Dios. La sequía cesó por la oración de Elías. Sobre el poder de la oración escribe Orígenes:
«Un cristiano, por ignorante que sea, está persuadido de que todo lugar es parte del universo y todo el mundo templo de Dios. Y, orando en todo lugar, cerrados los ojos de la sensación y despiertos los del alma, trasciende el mundo todo. Y no se para ante la bóveda del cielo, sino que llega con su pensamiento hasta el lugar supraceleste, guiado por el espíritu de Dios. Y, como si se hallara fuera del mundo, dirige su oración a Dios, no sobre cosas cualesquiera, pues ha aprendido de Jesús a no buscar nada pequeño, es decir, nada sensible, sino sólo lo grande y de verdad divino, aquellos dones de Dios que nos ayudan a caminar hacia la bienaventuranza que hay en Él mismo, por medio de su Hijo, el Logos de Dios» (Contra Celso 7,44).
–Con el Salmo 64 proclamamos: «Oh Dios, tú mereces un himno en Sión». Dios es providente con el hombre. Le da las lluvias a su tiempo y así, de toda la tierra, de los páramos y de las colinas, de los valles y de las praderas vestidos de mieses, se eleva como un resplandor de alegría que canta y aclama la bondad de Dios. Es la espiritualidad de la naturaleza tan cercana e inmediata al hombre, la que hay que descubrir. Porque todo lo que nos rodea es un don de Dios. Los santos, a través de la creación, se remontaban a la contemplación para alcanzar el amor, como hacía San Ignacio de Loyola. Pero, sobre todo, hemos de mirar el orden sobrenatural de Dios. San Jerónimo recordaba que las cosas materiales pueden tener un sentido espiritual que las completa. Así el agua, la fuente, la sed, los frutos... son símbolos de otra agua que salta hasta la vida eterna (Jn 4,14), de otra sed que sólo puede saciar Cristo (Jn 7,37-39), de otros frutos que pueden llegar al ciento por uno (Mt 13, 8). Por esto y otros muchos bienes materiales y espirituales, que recibimos de Dios hemos de cantar con el salmista: «Oh Dios, Tú mereces un himno en Sión».
–Mateo 5,2026: Todo el que está peleado con su hermano será procesado. Cristo promulgó la nueva ley, que completa y perfecciona la antigua. De este modo el espíritu de hombre se perfecciona por la doctrina de Cristo. San Juan Crisóstomo lo expone así:
«Mas no se detiene el Señor en lo ya dicho, sino que añade muchas cosas más, por las que nos demuestra cuánta cuenta tiene de la caridad. Ya nos ha amenazado con el juicio, con el concejo y hasta con el infierno; y ahora añade otra cosa muy en consonancia con todo lo dicho: Si ofreces tu ofrenda sobre el altar y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda delante del altar y marcha a reconciliarte primero con tu hermano y entonces ven y ofrece tu ofrenda. ¡Oh bondad, oh amor que sobrepuja todo razonamiento! El Señor menosprecia su propio honor a trueque de salvar la caridad; con lo que nos hace ver de paso que tampoco sus anteriores amenazas procedían de desamor alguno para con nosotros, ni deseo de castigo, sino de su mismo inmenso amor» (Homilía 16,9 sobre San Mateo).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 1 Reyes 18,41-46
Tras haber invitado a Ajab a poner fin al ayuno que había realizado para impetrar la lluvia, sube Elías al Carmelo y entra, probablemente, en la cueva (todavía se conserva el testimonio) donde solía recogerse para orar. La posición que toma, atestiguada asimismo en las antiguas tradiciones egipcias y mesopotámicas, indica una profunda concentración, aunque también el despertar de energías interiores capaces de influir sobre los mismos elementos naturales. Esa es la relectura que realiza Santiago en los versículos 16-18 del capítulo 5 de su carta (al pie de la letra): «Mucho puede la oración energética [en griego, energumene] del justo. Elías, que era un hombre de nuestra misma condición, oró intensamente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses; oró de nuevo, y el cielo dio la lluvia». Y comenta Ambrosio: «La voz salida de la boca ayuna de Elías cierra el cielo».
La lluvia, traída por el viento de poniente, tras una súplica insistente -siete veces-, no tardó en llegar. Jezrael, situada a una docena de kilómetros al norte de la actual Genin, era la segunda capital de los reyes de Israel.
Evangelio: Mateo 5,20-26
Se inicia la serie de seis antítesis con las que Jesús «pone al día» la antigua Ley con la misma «autoridad» (Mt 7,29) con la que fue promulgada por Dios («se dijo» es un pasivo divino que equivale a decir: «Dios dijo»). «¿Quién entre los profetas o entre los justos o entre los patriarcas se expresó alguna vez de este modo?», se pregunta Juan Crisóstomo. «Ninguno; ellos solían empezar sus discursos con las palabras "esto dice el Señor". Pero no obra así el Hijo de Dios.»
Conocemos ya la premisa de esta relectura de los mandamientos, cuyo antiguo orden respeta Cristo a fin de mostrar su continuidad con el nuevo: el cumplimiento («justicia») de la voluntad divina debe «superar la medida» practicada por los escribas y los fariseos, es decir, por los comentadores autorizados de las Escrituras y por los escrupulosos observantes de la Palabra divina. La «justicia», esto es, la vida recta, incluye un aspecto civil: el cumplimiento de la Ley, y un aspecto religioso, el cultivo de la piedad.
La primera antítesis tiene que ver con el quinto mandamiento (Ex 20,13; Dt 5,17). Jesús compara el homicidio material con el intencional, que puede conocer diferentes modalidades: la ira, el desprecio (rhaká, traducido por «estúpido», indica cabeza vacía, sin cerebro y, según Agustín, se trata más bien de una interjección que expresa un impulso negativo del ánimo) y la ofensa, para los que está previsto el «juicio» del tribunal local, la sentencia del sanedrín (el tribunal supremo con sede en Jerusalén) y, por último, el fuego de la Gehena, la proverbial hondonada situada al sudoeste de la Ciudad Santa, considerada, a partir del Nuevo Testamento, como lugar de eterna maldición. El mandamiento de no irritarse, señala Juan Crisóstomo, «es el cumplimiento y el perfeccionamiento del que prohibía matar. Quien se abstiene de la ira se abstendrá con mucha más facilidad del homicidio, y quien refrena su propia indignación con mayor facilidad conseguirá detener sus manos. La ira es la raíz del homicidio. Quien corte esta raíz cortará con menor dificultad todas sus ramas o, mejor aún, incluso impedirá que broten».
En ese estado de ánimo no tiene sentido la ofrenda de sacrificios de acción de gracias o de expiación, que incluso han de ser interrumpidos a pesar del carácter sagrado del culto, para ocuparse enseguida (¡de inmediato!) de recomponer el orden social. Cristo equipara una situación de índole moral y puramente interior con una grave impureza legal que implicaba la suspensión del rito, según la enseñanza profética: «Misericordia quiero y no sacrificios» (cf. Mt 9,13; 12,7). Y no menos contraproducente sería presentarse al juicio divino en estado de litigio, pensando que Dios condonará nuestra deuda sin que nosotros la hayamos condonado antes a nuestro hermano (cf. Mt 6,12). En ese caso, deberemos pagar hasta el último «céntimo».
MEDITATIO
Al imponernos dar el primer paso hacia el prójimo, Cristo pone de relieve «el deber de la reconciliación, aunque sea difícil» (Jerónimo). En efecto, no dice: «Si tienes algo contra tu hermano», sino si «tu hermano tiene algo contra ti». En esto el discípulo imita al Maestro, el cual murió «por nosotros cuando aún éramos pecadores» y «nos reconcilió con Dios cuando éramos sus enemigos» (Rom 5,8.10).
Por otra parte, el cristiano ofrece en el altar del corazón «el sacrificio agradable a Dios» (Rom 12,1) y por eso debe ser inmune no sólo al rencor, sino también a la omisión de la ayuda al hermano cuando la necesita para salir de una situación de odio y de rechazo. El presunto estado irreprensible en que se encuentra el oferente le favorece también en el plano psicológico, puesto que ha conservado íntegro su propio corazón, ya que no tiene nada contra el otro. Pasando revista a las personas con las que mantengo un contacto más directo, tomo conciencia de mis relaciones (benévolas, tolerantes, discriminantes, de juez, desconfiadas, envidiosas, etc.) y, si fuere necesario, las vuelvo a formular a la luz de la enseñanza evangélica.
ORATIO
¡Cuántas veces, Señor, llevo a cabo mi «servicio sacerdotal» presentándote sacrificios espirituales en el altar de un corazón no reconciliado! Y me olvido de que tú apartas la mirada de quien está separado de su propio hermano. Antes incluso de levantarme para ir al encuentro de mi hermano, me pondré en un estado de benevolencia y empezaré a «hablar a su corazón» (Os 2,16) para regalarle mi estima, la reconciliación y la paz.
CONTEMPLATIO
Hay, por tanto, grados en estos pecados. En primer lugar, nos irritamos y retenemos la emoción que se forma en el interior. Si, más tarde, la misma turbación arranca al que está airado un sonido que no tiene significado, pero que atestigua con el mismo prorrumpir la emoción del alma, de modo que con ésta ofendemos a aquél contra quien estamos irritados, el hecho es, a buen seguro, más grave que cuando la ira que se levanta se esconde en el silencio. Si, además, no sólo se oye la voz del que es menospreciado, sino también la palabra que indica y califica el ultraje dirigido a aquél contra el que se profiere, no cabe duda que es un poco más que si se oyera sólo la expresión de menosprecio. Así pues, en el primer caso tenemos un solo dato, esto es, la ira en sí; en el segundo, dos, la ira y el sonido que indica la ira; en el tercero, tres, la ira, el sonido que indica la ira y, en el mismo sonido, la demostración de un ultraje deliberado. Examina ahora también las tres imputaciones: la del proceso, la de la condena y la de la gehena del fuego. En el proceso se da aún la posibilidad de la defensa. Sin embargo, en lo que tiene que ver con la condena, aunque también haya un proceso, el hecho de tenerlo claro induce a advertir que en este paso difieren en algún aspecto. Parece precisamente que sea competencia suya la emisión de la sentencia. En efecto, aquí no se discute con el culpable mismo si ha de ser condenado o no, sino que aquellos que lo juzgan se paran a tratar la pena con la que es oportuno condenar a alguien que, evidentemente, es preciso condenar. A continuación, la gehena del fuego no propone como incierta ni la condena que se desprende del proceso ni la pena del condenado que se desprende de la condena; en la gehena son ciertas la condena y la pena del condenado (Agustín, El sermón del Señor en el monte, 1, 9.24).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
(«Ve primero a reconciliarte con tu hermano» (Mt 5,24).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Si alguien nos dice: «No matar», la cosa no nos inquieta demasiado. ¿Cuántas veces tenemos ocasión de matar? Estamos acostumbrados a interpretar la falta de oportunidades (y nuestra falta de valor) como virtudes, e incluso nos hacemos ilusiones al respecto. Decimos, en efecto: «No he matado. Al menos en este punto nadie puede reprocharme».
Ahora bien, Jesús, casi radiografiando nuestros mecanismos de justificación y de defensa, prosigue: «Pero yo os digo que todo el que se enfade con su hermano será llevado a juicio y condenado a muerte». Ahora el asunto se pone peligroso. Y es que aquí estamos todos implicados. ¿Quién podría decir que no alimenta ningún rencor? Y de una manera lenta, pero inevitable, empieza a faltarnos el terreno bajo los pies. Si hasta ahora habíamos creído que podríamos colocarnos en la parte de los justos frente a Dios, puesto que no habíamos cometido ningún homicidio, ahora, en cambio, hemos sido desenmascarados como asesinos, porque Jesús no parece establecer ninguna diferencia entre un asesino y el que se enfada con su propio hermano. En todo caso, ambos merecen la condena a muerte[...].
Heme aquí cogido en una desnudez total. Ya no puedo esconderme detrás de ningún mandamiento. Estoy indefenso del todo, completamente impotente, y como tal me entrego a Dios, que es el único que puede salvarme de la muerte. Mi confianza no se basa ya en la observancia de los mandamientos. El único que puede salvarme es Dios; él es quien puede liberarme de la muerte. Una cosa es cierta: la antítesis de Jesús inserta a la persona en un movimiento que no es posible esperar de ley alguna» (H. J. Venetz, II discorso della montagna, Brescia 1990, pp. 56ss).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. I Reyes 18,41-46
a) Elías estaba seguro de que Dios, después de la profesión de fe que había hecho su pueblo tras el desastre de los falsos profetas de Baal, concedería la lluvia, poniendo final a la larga sequía.
El profeta se puso a orar «encorvado hacia tierra, con el rostro en las rodillas», y su oración fue escuchada. La pequeña nubecilla que su criado vio aparecer en el horizonte (desde el Carmelo se divisa el mar Mediterráneo, que es de donde proceden las lluvias de Palestina), preludiaba el diluvio que todos esperaban.
b) Con razón, en la Carta de Santiago (5, l 8), se cita la oración de Elías como modelo de oración eficaz.
El salmo de hoy recoge esta alegría por el final del castigo: «oh Dios, tú mereces un himno en Sión... la acequia de Dios va llena de agua y las colinas se orlan de alegría».
¿Oramos nosotros con confianza, con insistencia, en favor de nuestro pueblo? ¿presentamos ante Dios -por ejemplo, en la oración universal de la misa o en las preces de vísperas- las diversas sequías de nuestro mundo, para que toque nuestros corazones, nos convierta de nuestras idolatrías y pueda concedernos la deseada lluvia de su gracia y sus bendiciones?
Y luego, ¿tenemos ojos de fe, llenos de esperanza, con una visión pascual, para saber descubrir esas bendiciones en mil pequeños detalles -una nubecilla del tamaño de la palma de una mano- y mirar el futuro con ilusión?
2. Mateo 5,20-26
a) «Pero yo os digo». Jesús, con la autoridad del profeta definitivo enviado por Dios, y sirviéndose de antítesis muy claras, sigue comparando las actitudes del AT y mostrando que ahora deben ser perfeccionadas: «Si no sois mejores que los letrados y los fariseos...».
Hoy trata el tema de la caridad fraterna (¿cuántas veces sale la palabra «hermano»?). Si el AT decía, con razón, «no matarás», el seguidor de Cristo tiene que ir mucho más allá.
Tiene que evitar estar peleado con su hermano o insultarle. Parece una paradoja que Jesús, comparando «culto a Dios» y «reconciliación con el hermano», dé prioridad a la reconciliación con el hermano. Después podremos traer la ofrenda al altar.
b) Preguntémonos hoy cómo van nuestras relaciones con los hermanos, con las personas con quienes convivimos. Naturalmente, no llegaremos a sentimientos asesinos («yo no mato ni robo»). Pero ¿existen en nosotros el rencor, la ira, las palabras insultantes, la maledicencia, la indiferencia?
Jesús quiere que cuidemos nuestras actitudes interiores, que es de donde proceden los actos externos. Si tenemos mala disposición para con una persona, es inútil que queramos corregir las palabras o los gestos: tenemos que ir a la raíz, a la actitud misma, y corregirla.
Antes de comulgar con Cristo, en la misa hacemos el gesto de que queremos estar en comunión con el hermano. El «daos fraternalmente la paz» no apunta sólo a un gesto para ese momento, sino a un compromiso para toda la jornada: ser obradores de paz, tratar bien a todos, callar en el momento oportuno, decir palabras de ánimo, saludar también al que no me saluda, saber perdonar. Son las actitudes que, según Jesús, caracterizan a su verdadero seguidor. Las que al final, decidirán nuestro destino: «tuve hambre y me diste de comer, estaba enfermo y me visitaste».
«Por la misericordia de Dios, no nos acobardamos» (!ª lectura I)
«Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida» (salmo II)
«El que esté peleado con su hermano será procesado» (evangelio)
«Ve primero a reconciliarte con tu hermano» (evangelio)