Martes X Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 6 junio, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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1 R 17, 7-16: La orza de harina no se vació, según la palabra que había pronunciado el Señor por boca de Elías
Sal 4, 2-3. 4-5. 7-8: Haz brillar sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro
Mt 5, 13-16: Vosotros sois la luz del mundo
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (07-06-2016)
martes 7 de junio de 2016Sal y luz. Jesús, en el Evangelio de hoy (Mt 5,13-16), habla con palabras fáciles, con comparaciones sencillas, para que todos puedan entender el mensaje. De ahí la definición del cristiano que debe ser sal y luz. Ninguna de las dos cosas es para sí misma: la luz es para iluminar a otro; la sal es para dar sabor o conservar a otro. ¿Pero cómo puede hacer el cristiano para que la sal y la luz no vengan a menos, para que no se acabe el aceite para encender las lámparas?
¿Cuál es la batería del cristiano para dar luz? Simplemente la oración. Tú puedes hacer muchas cosas, tantas obras, incluso obras de misericordia, y puedes hacer muchas cosas grandes por la Iglesia —una universidad católica, un colegio, un hospital…—, y hasta puede que te hagan un monumento como benefactor de la Iglesia, pero si no rezas, todo eso quedará un poco oscuro. ¡Cuántas obras acaban oscuras, por falta de luz, por falta de oración! Lo que mantiene, lo que da vida a la luz cristiana, lo que ilumina, es la oración. La oración en serio, la oración de adoración al Padre, de alabanza a la Trinidad, la oración de acción de gracias, y también la oración de pedir cosas al Señor, pero la oración que sale del corazón. Ese es el aceite, esa es la batería que da vida a la luz.
Tampoco la sal se da sabor a sí misma. La sal se convierte en sal cuando se da. Y esa es otra actitud del cristiano: darse; dar sabor a la vida de los demás, dar sabor a tantas cosas con el mensaje del Evangelio. ¡Darse. No conservarse para sí mismo! La sal no es para el cristiano, sino para darla. La tiene el cristiano para darla, es sal para darse, pero no para sí. Las dos —es curioso esto—, luz y sal, son para los demás, no para sí mismas. La luz no se ilumina a sí misma; la sal no se da sabor a sí misma.
Ciertamente, se podría preguntar hasta cuándo podrán durar la sal y la luz si se dan sin descanso. Ahí entra la fuerza de Dios, porque el cristiano es una sal dada por Dios en el Bautismo, es algo que te es dado como don y se te continúa dando como don si tú sigues dándola: ¡iluminando y dando! Y nunca se acaba. Que es precisamente lo que le sucede, en la Primera Lectura (1Re 17,7-16), a la viuda de Sarepta, que se fía del profeta Elías y ni su harina ni su aceite se gastan nunca. Por tanto, ilumina con tu luz, pero defiéndete de la tentación de iluminarte a ti mismo. Eso es algo feo, es como la espiritualidad del espejo: me ilumino a mí mismo. Defiéndete de la tentación de cuidarte a ti mismo. Sé luz para iluminar, sé sal para dar sabor y conservar.
La sal y la luz no son para sí mismas, son para darlas a los demás con buenas obras. Alumbre así vuestra luz a los hombres. ¿Para qué? Para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo. Es decir, para volver a Aquel que te dio la luz y te dio la sal. Que el Señor nos ayude en esto, en cuidar siempre de la luz, no escondiéndola, sino poniéndola en alto. Y la sal darla justamente, a quien la necesite, pero darla, porque así crece. Esas son las buenas obras del cristiano.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–1 Reyes 17,7-14: No le faltó el alimento. Sin embargo el profeta Elías se refugia en la casa de la viuda de Sarepta, tierra pagana, y allí es alimentado y corresponde con un espléndido milagro: «La orza de harina no se vació, la alcuza de aceite no se agotó». San Agustín dice:
«Dios alimentaba al santo Elías por medio de un ave; nunca falta a Dios la misericordia y la omnipotencia para alimentarlo siempre de esta manera. Sin embargo, lo envía a una viuda para que ella le dé de comer, y no porque no hubiera otra manera de alimentar al siervo de Dios, sino para que la viuda piadosa mereciera la bendición» (Sermón 277,1).
–El Señor hace milagros en favor nuestro si nosotros actuamos según su ley santa. Hace brillar sobre nosotros la luz de su rostro, como cantamos en el salmo responsorial Salmo 4, que es una oración de confianza, de solidaridad en la fe. Esta solidaridad no se circunscribe a lo estrictamente religioso, sino que ha de estar abierta a toda la dimensión de la persona humana, creada y llamada por Dios. Nos en-seña el salmo a orar sencillamente y sin esfuerzos, tratando todos los asuntos a la luz de Dios. El argumento que da el salmista a los hombres apartados de Dios es el hecho irrefutable de su propia experiencia: «hizo milagros en mi favor», como en la viuda de Sarepta. Es como si nos dijera a nosotros: «probadlo y veréis lo maravilloso que es vivir según el plan de Dios».
–Mateo 5,13-16: Vosotros sois la luz del mundo. Comenta San Agustín :
«Pero también los apóstoles, hermanos míos, son lámparas del día. No penséis que sólo Juan era lámpara y que los apóstoles no lo son. A ellos les dice el Señor: «Vosotros sois la luz del mundo». Y para que no pensaran que eran luz como quien es llamado Luz, de quien se dijo: Existía la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, a continuación les mostró cuál era la luz verdadera. Tras haber dicho: Vosotros sois la luz del mundo, añadió: «Nadie enciende una lámpara y la pone bajo el celemín». Cuando dije que vosotros erais luz, quise deciros que erais lámparas. No exultéis llenos de soberbia, para que no se apague la llama. No os pongo bajo el celemín, sino que estaréis en el candelero para que deis luz. ¿Cuál es el candelero para la lámpara? Escuchad cual. Sed lámparas y tendréis vuestro candelero. La cruz de Cristo es el gran candelero. Quien quiera dar luz que no se avergüence del candelero de madera...
No habéis podido encenderos vosotros mismos para llegar a ser lámparas, tampoco habéis podido colocaros sobre el candelero; sea glorificado quien os lo ha concedido. Escucha, pues, al Apóstol Pablo, escucha a la lámpara que exulta de gozo en el candelero: «lejos de mí, dice, lejos de mí», ¿qué?: « gloriarme a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Gál 6,14). Mi gloria está en el candelero; si me lo retiran me caigo... Vuestra alabanza es vuestra disposición. Esté crucificado el mundo para vosotros; crucificaos para el mundo. ¿Qué quiero decir? No busquéis la felicidad en el mundo; absteneos de ella. El mundo halaga; precaveos de él como de un corruptor; el mundo amenaza; no le temáis en cuanto opugnador. Si no te corrompen ni los bienes ni los males del mundo, el mundo está crucificado para ti y tú para el mundo. Pon tu gloria en estar en el candelero, conserva siempre, oh lámpara, tu humildad en el candelero para no perder tu resplandor. Cuida que no te apague la soberbia. Conserva lo que has hecho, para gloriarte en tu Hacedor» (Sermón 289, 6).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. I Reyes 17,7-16
a) La sequía afecta también al profeta Elías. Y será una mujer pobre, extranjera, la viuda de Sarepta, cerca de Sidón, en el Líbano, quien le ayudará.
Es admirable la fe de esa buena mujer. Se fía de Dios y pone lo poco que tiene a disposición de su profeta. Con razón la alaba Jesús, en su primera homilía en Nazaret (Lc 4,26), provocando, por cierto, las iras de sus paisanos, porque alababa la fe de una pagana.
Dios la premia: «la orza de harina y la alcuza de aceite no se agotarán hasta que vuelva la lluvia».
b) Cuando nosotros pasamos momentos malos, cuando sufrimos alguna clase de sequía en nuestra vida y no experimentamos la cercanía de Dios, ¿seguimos teniendo confianza, o tendemos a un fácil desánimo?
El salmo nos enseña a tener confianza: «el Señor me escuchará cuando lo invoque... tú, Señor, has puesto en mi corazón más alegría que si abundara en trigo y en vino».
Y cuando vemos a otros en la misma situación, ¿les ayudamos, sabemos compartir con ellos los pocos bienes o ánimos que nos quedan? Como aquí, en el caso de Elías, y luego, en la parábola del buen samaritano, ¿será verdad que los extranjeros son más generosos que los del pueblo de Dios, a la hora de atender al necesitado?
Dios no se dejará ganar en generosidad, si somos como esa buena mujer que, desde su pobreza, y fiándose de Dios, lo da todo: si somos capaces de correr la aventura de dar lo último que poseemos.
2. Mateo 5,13-16
a) Después de las bienaventuranzas, Jesús empieza su desarrollo sobre el estilo de vida que quiere de sus discípulos. Hoy emplea tres comparaciones para hacerles entender qué papel les toca jugar en medio de la sociedad.
Deben ser como la sal. La sal condimenta y da gusto a la comida (si no nos la ha prohibido el médico). Sirve para evitar la corrupción de los alimentos (lo que ahora hacen las cámaras frigoríficas). Y también es símbolo de la sabiduría.
Deben ser como la luz., que alumbre el camino, que responda a las preguntas y las dudas, que disipe la oscuridad de tantos que padecen ceguera o se mueven en la oscuridad.
Deben ser como una ciudad puesta en lo alto de la colina, que guíe a los que andan buscando camino por el descampado, que ofrezca un punto de referencia para la noche y cobijo para los viajeros. Una ciudad como Jerusalén que ya desde lejos, alegra a los peregrinos con su vista.
b) Va por nosotros. Hoy y aquí. Nuestra fe, y la vida que Dios nos comunica, no deben quedar en nosotros mismos: deben, de alguna manera, repercutir en bien de los demás.
Se nos dice que debemos ser sal en el mundo, que sepamos dar gusto y sentido a la vida. Que contagiemos sabiduría, o sea, el gusto de Dios y, a la vez, el sabor humano, sinónimo de esperanza, de amabilidad y de humor. Que seamos personas que contagian felicidad y visión optimista de la vida (en otra ocasión dijo Jesús: «tened sal en vosotros y tened paz unos con otros», Mc 9,50). Como la sal, debemos también preservar de la corrupción, siendo una voz profética de denuncia, si hace falta, en medio de la sociedad (se nos invita a ser sal, no azúcar).
Se nos pide que seamos luz para los demás. El que dijo que era la Luz verdadera, con mayúscula, aquí nos dice a sus seguidores que seamos luz, con minúscula. Que, iluminados por él, seamos iluminadores de los demás. Todos sabemos qué clase de cegueras y penumbras y oscuridades reinan en este mundo, y también dentro de nuestros mismos ambientes familiares o religiosos. Quién más quién menos, todos necesitamos a alguien que encienda una luz a nuestro lado para no tropezar ni caminar a tientas. El día de nuestro Bautismo se encendió una vela del Cirio pascual de Cristo. Cada año, en la Vigilia Pascual, tomamos esa vela encendida en la mano. Es la luz que debe brillar en nuestra vida de cristianos, la luz del testimonio, de la palabra oportuna, de la entrega generosa. No se nos ha dicho que seamos lumbreras, sino luz. No se espera de nosotros que deslumbremos, sino que alumbremos. Hay personas que lucen mucho e iluminan poco.
Se nos dice, finalmente, que seamos como una ciudad puesta en lo alto de un monte, como punto de referencia que guía y ofrece cobijo. Esto lo aplica la Plegaria Eucarística II de la Reconciliación a la comunidad eclesial: «la Iglesia resplandezca en medio de los hombres como signo de unidad e instrumento de tu paz»; y la Plegaria V b: «que tu Iglesia sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando». Pero también se pide eso mismo de las familias y las comunidades cristianas. Qué hermoso el testimonio de aquellas casas que están siempre abiertas, disponibles, para niños y mayores, parientes o vecinos. Cada vez no les darán de cenar, pero sí, caras acogedoras y una mano tendida.
¿Somos de verdad sal que da sabor en medio de un mundo soso, luz que alumbra el camino a los que andan a oscuras, ciudad que ofrece casa y refugio a los que se encuentran perdidos?
«En Cristo todas las promesas han recibido un sí» (1ª lectura I)
«Ni la orza de harina se vació ni la alcuza de aceite se agotó» (1ª lectura II)
«Haz brillar sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro» (salmo II)
«Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 1 Reyes 17,7-16
La mano del Dios de Israel obra también en tierra pagana y guía a Elías hacia una localidad costera del Líbano, donde tendrá asegurado el alimento. El prodigio que realiza es el signo que da autenticidad a su misión. No es, por tanto, Jezabel y sus falsos dioses, sino una viuda inerme quien puede dar testimonio de la intervención de YHWH en favor de los que en él confían. Y, puesto que se trata de una extranjera, el episodio abre una perspectiva universalista que tomará cuerpo con el Nuevo Testamento: la viuda de Sarepta se convierte en el tipo de los paganos llamados a la mesa del Reino.
El sentido del episodio podemos tomarlo de la cita del mismo por Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,24-26): el profeta a quien no escuchan los suyos tiene más crédito en tierras paganas. Por otra parte, podemos establecer una comparación entre la viuda de Sarepta y la del evangelio (Mc 12,41-44; Lc 21,1-4), para subrayar su gran generosidad. Pero no sólo esto: la viuda se contrapone asimismo a Jezabel, cuya insaciable avidez condena el autor sagrado (cf. 1 Re 21,1ss).
Evangelio: Mateo 5,13-16
Quien sigue el nuevo código de vida encerrado en las bienaventuranzas será sal de la tierra y luz del mundo. El «vosotros» enfático parece diferenciar la conducta cristiana de la conducta de los fariseos y los paganos, a quienes el sermón del monte hace referencia en más ocasiones. La responsabilidad del cristiano, por otra parte, tiene un valor cósmico, planetario.
La sal encierra una pluralidad de significados. Es un condimento insustituible. Posee propiedades conservantes. Se usaba en la realización de sacrificios (Lv 2,13) y, por consiguiente, asumía un carácter «consagratorio», y en caso de que hubiera perdido el poder de salar, era «pisoteada» con un gesto desacralizador. Por último, la sal alude a la sabiduría (Mc 9,50) y con ella debemos condimentar nuestras palabras (Col 4,6).
Los discípulos son «luz del mundo» no de modo diferente a Cristo, que es la fuente de la misma (Jn 8,12). «¿Acaso se trae la lámpara para taparla...», suena al pie de la letra el paralelo de Mc 4,21. Si la luz se pone bajo esa vasija de barro, bajo el moyo, un recipiente con el que se medía el grano, se apaga inevitablemente (eso es lo que se hacía en aquel tiempo para apagar una luz sin que hiciera humo). El evangelista volverá, a continuación, sobre la imagen de la luz (Mt 6,22ss).
MEDITATIO
El hombre «ha sido creado para realizar obras buenas» (Ef 2,10), para irradiar la luz que Cristo derrama sobre él (cf. Ef 5,14). El Señor, que es la lumen illuminans, la luz que ilumina, nos transforma en lumen illuminatum, la luz que se refleja sobre nosotros (Gregorio Magno). La comunidad de los «iluminados» (Heb 6,4; 10,32) viene a constituir aquel candelabro de oro, imagen de la Iglesia, donde Cristo establece su morada (Ap 1,13). El candelabro de los siete brazos remite, en la tradición judía, a la totalidad del tiempo (la primera semana del Génesis) y a la totalidad de la persona, resumida, de manera simbólica, en los sentidos superiores con sus siete orificios (dos ojos, dos orejas, dos narices y la boca).
Meditaré reflexionando en qué medida irradian luz mis sentidos, a través de los que interactúo con la humanidad y con el cosmos. ¿En qué medida mis sentidos, encendidos por el fuego del Espíritu, se comunican con Dios?
ORATIO
Señor, tú que has dicho: «Venid a mí y seréis iluminados» (cf. Sal 34,6), difunde tu luz en mi corazón. Enciende mis sentidos con el fuego del Espíritu de Pentecostés, para que pueda yo «caminar a la luz de tu rostro» (Sal 90,16). Concédeme irradiar tu luz en medio de los hombres, para hacer desaparecer las tinieblas de la ignorancia y del pecado.
CONTEMPLATIO
Después de haber exhortado, oportunamente, a sus apóstoles, los consuela Jesús de nuevo con sus alabanzas. Dado que los preceptos que les había dado eran muy elevados y estaban infinitamente por encima de la Ley antigua, para evitar que se quedaran asombrados y turbados y dijeran: «¿Cómo podremos cumplir estas grandes cosas?», afirma a renglón seguido esto: «Vosotros sois la sal de la tierra». Con estas palabras les muestra que era necesario darles aquellos grandes preceptos. Dice, en sustancia, que esa enseñanza les será confiada a ellos no sólo para su vida personal, sino también para la salvación de todos los hombres. No os envío -parece decir- como fueron enviados los profetas en otros tiempos a dos ciudades, o a diez, o a veinte, o a un pueblo en particular, sino que os envío a la tierra, al mar, al mundo entero, a este mundo que vive en la corrupción. Al decir «Vosotros sois la sal de la tierra», da a entender que la sustancia de los hombres se ha vuelto insípida y se ha corrompido por los pecados. Por eso les exige sobre todo a sus apóstoles aquellas virtudes que son necesarias y útiles para convertir a muchos.
Cuando un hombre es sencillo, humilde, misericordioso y justo, no mantiene encerradas en sí mismo esas virtudes; hace que esas fuentes excelentes broten de su alma, se difundan en beneficio de los otros hombres. Por otra parte, quien tiene un corazón puro, quien es pacífico, quien sufre persecuciones a causa de la verdad, pone su vida al servicio de todos [...]. Pues bien, si vosotros no tenéis suficiente virtud para comunicarla a los otros, parece concluir Jesús, tampoco tendréis bastante para vosotros mismos (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 15, 6).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Vosotros sois sal, sois luz» (cf. Mt 5,13ss).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Se impone la pregunta sobre cómo debemos entender hoy estas afirmaciones [de Jesús transmitidas por Mateo]. Más concretamente: ¿a quién se refiere: «Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo, vosotros sois una ciudad situada en la cima de un monte»? Personalmente, me costaría mucho aplicarme a mí estas expresiones. Pero también se me plantean muchas dificultades a la hora de referirlas a la Iglesia de hoy. Pienso más bien en esas personas y comunidades que, dentro de la Iglesia —y fuera de la misma—, viven las bienaventuranzas o se esfuerzan en hacerlo: pienso en los pobres, en aquellos que se muestran solidarios con los oprimidos, en cuantos se comprometen con un mundo más justo sin recurrir a la violencia, y en otros más. Podría suceder que también yo forme parte de ésos. Lo espero. Podría ser que toda la Iglesia fuera un día sal de la tierra y luz del mundo. Lo espero. Ahora bien, si no pertenezco ya a esta categoría de bienaventurados, es importante que sepa que los destinatarios de las bienaventuranzas, los discípulos y las discípulas de Jesús hoy, podrían ser para mí luz, podrían ayudarme a descubrir el sentido de la solidaridad. Una cosa es cierta: quien quiera ser hoy sal de la tierra y luz del mundo no puede volverse él mismo mundo. Debe seguir unas huellas diferentes, las huellas dejadas por Jesús, aun cuando choque con el modo de ver y de juzgar de la sociedad y de la Iglesia (H. J. Venetz, Il discorso della montagna, Brescia 1990, p. 44).