Lunes X Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 11 junio, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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2 Cor 1, 1-7: Dios nos alienta hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en la lucha
Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9: Gustad y ved qué bueno es el Señor
Mt 5, 1-12: Bienaventurados los pobres de espíritu
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–2 Corintios 1, 1-7: «Dios alienta hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás». El Apóstol experimenta el consuelo de Dios en la prueba y alienta a los demás. La participación en los sufrimientos supone la participación asimismo en el consuelo, esto es, en la gloria. San Agustín dice:
«Nunca faltan persecuciones y el diablo o tiende acechanzas o maltrata, por eso siempre debemos estar preparados con el corazón fijo en el Señor y en cuanto nos sea posible, pedirle fortaleza en medio de estas fatigas, tribulaciones y tentaciones, porque nosotros somos poca cosa o nada. Lo que podemos decir de nosotros mismos, lo escuchasteis cuando se leyó al apóstol Pablo: «como abundan, dijo, los sufrimientos de Cristo en nosotros, así también por Cristo abunda nuestro consuelo» (2 Cor 1,5)... Si nos faltase el Consolador, desfalleceríamos ante el perseguidor» (Sermón 305,A,5).
El consuelo es también para nosotros. Por eso cantamos en el salmo responsorial: «Gustad y ved qué bueno es el Señor».
–En el Salmo 33 alaba el salmista a Dios e invita a todos a la alabanza de Yahvé. La protección divina que el salmista ha experimentado le llena el corazón de agradecimiento y alegría; pero no como algo pasajero que se expresa en momentos intermitentes, especialmente dedicados al culto, sino en todo momento. El sí dado a Dios ha de comprometer toda la vida del creyente, sus acciones, sus pensamientos. Porque sus relaciones con Dios se fundan en la dependencia esencial y profunda del mismo existir. Todo creyente y no sólo el religioso y el místico, debería transpirar a Dios por todos los poros de su cuerpo. El salmista, posiblemente el rey David, no era anacoreta, sino un hombre de mundo, con sus limitaciones y fallos, pero fue un creyente sincero que, inspirado por Dios, trazó magistralmente las coordenadas en las que todo creyente se debe mover.
San Agustín ha experimentado la bondad del Señor; por eso dice:
«Ahí tienes su dulzura; paladéala y saboréala, como dice el salmo: Gustad y ved cuán suave es el Señor. El Señor, en efecto, se te ha hecho dulce, mas después de haberte liberado. ¡Qué amargura la tuya cuando presumías de ti mismo! Bebe ahora su dulzura, ella es prenda y anticipo de la dulzura del cielo» (Sermón 145,5).
–Mateo 5, 1-12: Bienaventuranzas. San Juan Crisóstomo explica este pasaje del Evangelio:
«La muchedumbre no tenía otro afán que contemplar milagros; pero los discípulos quieren también oír una enseñanza grande y sublime; lo que, sin duda, movió al Señor a dársela y empezar su magisterio por estos razonamientos. Porque no curaba el Señor sólo los cuerpos, sino que enderezaba también las almas. Del cuidado de los unos, pasaba al cuidado de las otras. Con lo que no sólo era más variada la utilidad, sino que mezclaba la enseñanza de la doctrina con la demostración de las obras. De este modo también cerraba las bocas desvergonzadas a los futuros herejes, pues con el cuidado que ponía por una y otra sustancia de que consta el hombre, nos hace ver que Él es el artífice del viviente entero. De ahí que su providencia se distribuía por una y otra naturaleza, alma y cuerpo, enderezando ahora a la una, ahora a la otra...
«Escuchemos con toda diligencia sus palabras. Porque fueron sí, pronunciadas para los que las oyeron sobre el monte; pero se consignaron por escrito para cuantos sin excepción habían de venir después. De ahí justamente que mirara el Señor, al hablar, a sus discípulos, pero no circunscribe a ellos sus palabras. Las bienaventuranzas se dirigen sin limitación alguna a todos los hombres» (Homilía 15 sobre San Mateo 1).