Jueves IX Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 29 mayo, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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2 Tm 2, 8-15: La palabra de Dios no está encadenada. Si morimos con él, también viviremos con él
Sal 24, 4bc-5ab. 8-9. 10 y 14: Señor, enséñame tus caminos
Mc 12, 28b-34: No hay mandamiento mayor que estos
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–2 Timoteo 2,8-15: La palabra de Dios no está encadenada. Si morimos con Él, viviremos con Él. San Pablo invita a Timoteo a recordar la Buena Nueva que de él mismo recibió, y a causa de la cual el Apóstol sufre cadenas. Hay que permanecer fieles a la verdad, que es única en medio de innumerables errores. Esta fidelidad no es posible sin cruz, como tampoco es posible participar de la cruz sin participar de la resurrección. Comenta San Agustín:
«Quienquiera que seas tú, que pones tu gloria más en el poder que en la humildad, recibe este consuelo, aduéñate de este gozo: el que fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato y fue sepultado, resucitó al tercer día de entre los muertos. Quizá también aquí te entren dudas, quizá tiembles. Cuando se te dijo: «cree que ha nacido, que padeció, que fue crucificado, muerto y sepultado»; como se trataba de un hombre, lo creíste más fácilmente. ¿Y dudas ahora, oh hombre, que se te dice: «resucitó de entre los muertos al tercer día»?
«Pongamos un ejemplo, entre tantos otros posibles. Piensa en Dios, considera que es todopoderoso, y no dudes. Si pudo hacerte a ti de la nada cuando aún no existías, ¿por qué no iba a poder resucitar de entre los muertos a un hombre que ya había hecho? Creed, pues, hermanos. Cuando está de por medio la fe, no se precisan muchas palabras.
«Ésta es la única creencia que distingue y separa a los cristianos de los demás hombres. Que murió y fue sepultado, hasta los paganos lo creen ahora; y a su tiempo lo presenciaron los judíos. En cambio, que resucitó de entre los muertos al tercer día, eso no lo admite ni el judío ni el pagano. Así, pues, la resurrección de los muertos distingue la vida que es nuestra fe de los muertos incrédulos. También el Apóstol Pablo, escribiendo a Timoteo, le dice: «acuérdate de Jesucristo, que resucitó de entre los muertos (2 Tim 2,8).
«Creamos, pues, hermanos, y esperemos que se cumpla en nosotros cuanto creemos que tuvo lugar en Jesucristo. Es Dios quien promete. Y Él no engaña» (Sermón 215).
–El Evangelio del Señor ha de transmitirse con toda fidelidad, gracias a la asistencia del Espíritu Santo. Pedimos esta fidelidad con el Salmo 24: «Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes. Las sendas del Señor son misericordia y lealtad para los que guardan su alianza y sus mandatos. El Señor se confía con sus fieles y les da a conocer su alianza».
–Marcos 12,28-34: Éste es el primer mandamiento. Y el segundo es semejante a éste. Jesús responde a una consulta que le hacen, y afirma la primacía de la ley del amor a Dios y al prójimo. El cumplimiento de estos mandatos supera todas las prácticas externas de religión. Este amor a Dios y al prójimo es el impulso fundamental de la vida cristiana. San Ireneo escribe:
«Que no era en la prolijidad de la ley, sino en la sencillez de la fe y el amor, como la humanidad debía ser salvada, lo dice Isaías (10,22-23). Y también el apóstol San Pablo: «el amor es la plenitud de la Ley» (Rom 13,10), porque el que ama a Dios ha cumplido la Ley. Pero, sobre todo es enseñanza del Señor (Mc 12,30). Así pues, gracias a la fe en Él ha aumentado nuestro amor a Dios y al prójimo, nos ha hecho piadosos, justos y buenos. Y así, en Él, se ha cumplido su palabra en el mundo» (Demostración de la predicación apostólica 87).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. II Timoteo 2,8-15
a) Es admirable la fe de Pablo, que, encerrado en una incómoda cárcel, anima a su discípulo Timoteo en su camino.
Pablo entiende su propio sufrimiento como un modo privilegiado de unirse a Cristo: «por el que sufro hasta llevar cadenas». Lo único que le preocupa es que pueda frenarse la carrera de la Palabra de Dios en el proceso de la evangelización del mundo. Pero también de esto está seguro: «La Palabra de Dios no está encadenada».
La página de hoy cita probablemente un himno que la primera comunidad había compuesto, un himno cristológico lleno de ánimos para la vida: «Acuérdate de Jesucristo resucitado... si morimos con él, viviremos con él, si perseveramos reinaremos con él». Es lo que le ha animado a él y lo que quiere que siga animando a Timoteo.
b) Seamos o no responsables de una comunidad, nos van bien los consejos y los ejemplos de Pablo:
- deberíamos sentir admiración por los ánimos de este anciano que está en la cárcel y se preocupa del bien de todos: «lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación»,
- todo lo que sufrimos lo deberíamos ofrecer por Cristo, como Pablo, que interpreta el sufrimiento como participación en el dolor redentor de Cristo; es nuestra aportación a la gran tarea de la difusión del evangelio, «por el que sufro hasta llevar cadenas»,
- nos dice Pablo a nosotros, como a Timoteo, que seamos «obreros irreprensibles que predican la verdad sin desviaciones», y que evitemos las innecesarias «disputas sobre palabras», que «no sirven para nada y son catastróficas para los oyentes»,
- la entrega pascual de Cristo debe ser nuestro modelo supremo: «acuérdate de Jesucristo... si con él morimos, viviremos con él».
Cuando comulgamos en la Eucaristía, recibimos a Cristo como «Cuerpo entregado por» y como «Sangre derramada por»: o sea, nos identificamos con su Pascua, entendida como muerte y resurrección. Nuestra vida entera se suma a esa entrega de Cristo para el bien de toda la humanidad.
2. Marcos 12,28-34
a) Esta vez la pregunta es sincera y merece una respuesta de Cristo, a la vez que una alabanza al letrado ante su buena reacción.
Habría que estar agradecido a este buen hombre por haber formulado su pregunta a Jesús. Le dio así ocasión de aclarar, también para beneficio nuestro, cuál es el primero y más importante de los mandamientos.
Jesús, en su respuesta, une los dos que ya aparecían en el AT: amar a Dios y amar al prójimo.
b) También a nosotros nos conviene saber qué es lo más importante en nuestra vida.
Como los judíos se veían como ahogados por tantos preceptos (248 positivos y 365 negativos), complicados aún más por las interpretaciones de las varias escuelas de rabinos, también nosotros nos movemos en medio de innumerables normas en nuestra vida eclesial (el Código de Derecho Canónico contiene 1752 cánones).
La gran consigna de Jesús es el amor. Eso resume toda la ley. Un amor en dos direcciones.
El primer mandamiento es amar a Dios, haciéndole lugar de honor en nuestra vida, en nuestra mentalidad y en nuestra jerarquía de valores. Amar a Dios significa escucharle, adorarle, encontrarnos con él en la oración, amar lo que ama él.
El segundo es amar al prójimo, a los simpáticos y a los menos simpáticos, porque todos somos hijos del mismo Padre, porque Cristo se ha entregado por todos. Amar a los demás significa, no sólo no hacerles daño, sino ayudarles, acogerles, perdonarles.
Jesús une las dos direcciones en la única ley del amor. Ser cristiano no es sólo amar a Dios. Ni sólo amar al prójimo. Sino las dos cosas juntas. No vale decir que uno ama a Dios y descuidar a los demás. No vale decir que uno ama al prójimo, olvidándose de Dios y de las motivaciones sobrenaturales que Cristo nos ha enseñado.
Al final de la jornada estaría bien que nos hiciéramos esta pregunta: ¿he amado hoy? ¿o me he buscado a mí mismo? Esto no es necesario que se proyecte siempre a nuestras relaciones con el Tercer Mundo o con los más marginados de nuestra sociedad (direcciones en que también debemos estar en sintonía generosa), sino que debe tener una traducción diaria en nuestras relaciones familiares y comunitarias con las muchas o pocas personas con las que a lo largo del día entramos en contacto.
Momentos antes de ir a comulgar con Cristo se nos invita a darnos la paz con los más cercanos. Es un buen recordatorio para que unamos las dos grandes direcciones de nuestro amor.
«Dios ha acogido en su presencia mis rezos y mis lágrimas» (1ª lectura, I)
«Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos» (salmo, I)
«Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, si con él morimos, viviremos con él» (1ª lectura, II)
«Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas» (salmo, II)
«Amarás al Señor tu Dios, amarás a tu prójimo: no hay mandamiento mayor que estos» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 2 Timoteo 2,8-15
La vida del cristiano es la vida de Cristo en él; es una participación siempre renovada en la muerte y en la vida gloriosa del Señor, que, en cierto modo, sufre y resurge a una vida nueva en aquel que cree en El. Como Pablo, encadenado por el Evangelio «como malhechor» (v. 9), aunque también seguro de reinar con él (v 12). De ahí podemos extraer dos consecuencias.
En primer lugar, que los sufrimientos del cristiano participan del valor redentor de los sufrimientos de Cristo y son, de hecho, instrumento de salvación en la medida en que el cristiano -como le gusta decir a Pablo- sufre por Cristo y muere con él (cf vv. 11.12). Desde el momento en que el Hijo del Eterno murió en la cruz, ya no hay sufrimiento terreno que sea inútil, ni creyente que no se sienta responsable de la salvación de los demás. Es la comunión de la cruz lo que da, a cada individuo, la fuerza para soportarlo todo por los hermanos, «para que ellos también alcancen la salvación de Jesucristo y la gloria eterna» (v. 10).
Entonces -segunda consecuencia-, la vida del cristiano se convierte en una existencia pascual, gracias a la memoria de la resurrección de Jesús (v. 8) y gracias a la profecía de su propia resurrección (v 11); una existencia que proclama la fidelidad del Eterno, mayor que cualquier infidelidad humana (v. 13). Por eso el cristiano no se enzarza en «discusiones vanas» (v. 14), ni se avergüenza de la Palabra que debe anunciar, aunque deba sufrir por ella, porque es Palabra de la verdad y nunca podrá ser encadenada (v. 9).
Evangelio: Marcos 12,28-34
El tono de la pregunta del maestro de la Ley, a diferencia de Mateo y Lucas, no es aquí, en Marcos, ni polémico ni tendencioso, sino simplemente teórico y escolar, sin trampas más o menos escondidas. Al contrario, parece darse un reconocimiento recíproco de la exactitud y de carácter pertinente de la respuesta del otro por parte de cada uno de los interlocutores. Al mismo tiempo, la cuestión planteada era en aquellos tiempos una pregunta clásica y debatida con frecuencia; tampoco era nueva del todo la respuesta de Jesús. En realidad, se trata de la cuestión central para él y para todo creyente: es la pregunta a la que Jesús intentará responder con toda su vida.
De todos modos, el Maestro le brinda al maestro de la Ley, interlocutor leal, una respuesta precisa y rigurosamente bíblica, no sólo por los envíos a Dt 6,4ss y Lv 19,18, sino porque sólo es posible entenderla dentro de la revelación, según la cual nuestro amor a Dios y al prójimo supone un hecho precedente y fundador: el amor de Dios por nosotros. Este es el dato que precede a cualquier otro, el origen y la medida del amor humano. Si éste nace del amor divino, debe medirse sobre la base del mismo, amando a toda la humanidad, amando a cada hombre sin distinción y con toda nuestra propia humanidad: corazón-mente-voluntad. De todos modos, Marcos no se contenta con estas especificaciones, sino que introduce en su texto otras dos importantes notas particulares: una observación polémica sobre el culto (v. 32), que recupera la antigua batalla de los profetas contra el ritualismo embarazoso que separa la oración del amor, y la afirmación del monoteísmo (vv. 29.32), en abierta polémica con el ambiente pagano en que vivía la comunidad de Marcos, afirmación destinada a dejar bien sentado que sólo de Dios -es decir, de haber puesto a Dios en el centro de su vida- puede venirle la libertad al hombre. Esa libertad es ya signo del Reino que viene.
MEDITATIO
Dios creó al hombre a su semejanza, le dio un corazón capaz de dejarse amar y de amar a su vez. Pero no sólo le hizo capaz de amar a su manera, divina, no se contentó con verter su benevolencia en el ser humano haciéndolo amable, sino que activó en él una capacidad afectiva que no es ya sólo humana. Este es el signo más grande del amor de Dios hacia el hombre: el Creador no se ha guardado, celosamente, su poder de amar, sino que lo ha compartido con la criatura. En realidad, Dios no hubiera podido amar más al hombre. Esa es también la razón de que éste sea asimismo el primer y más importante mandamiento: antes de ser mandamiento, es el don más grande. Y si vale más que todos los holocaustos y sacrificios, eso significa que el hombre lleva a cabo la mayor experiencia del amor divino cuando ama de hecho a la manera de Dios, más aún que cuando ora y adora, porque es entonces, y sólo entonces, cuando puede descubrir cómo ha sido amado por el Eterno, hasta el punto de haber sido hecho capaz de amar a su manera. Precisamente en esta línea invita Pablo a Timoteo y a todo creyente a sufrir y a morir con Cristo por la salvación de los hermanos. Pero, entonces, no se da aquí sólo la comunión redentora de la cruz; antes aún está el misterio sorprendente de la comunión de Dios con el hombre, del amor divino con el amor humano. Gracias a esta comunión, el amor de Dios se hace ya presente y visible en esta tierra; más aún, Dios mismo es amado en un rostro humano y el corazón de carne produce ya desde ahora latidos eternos.
ORATIO
Dios del amor, tú eres el Señor y el Maestro, sólo tú tienes las palabras de la vida y puedes revelar al hombre su verdad y su dignidad. Todos quisiéramos saber qué es importante en la vida, para no correr en vano; y si te preguntamos es porque tú eres amor y sólo el amor conoce la verdad y no se la guarda para sí. Concédenos comprender también que la grandeza del hombre está en el amor: en la certeza de ser amado desde siempre por el Señor del cielo y de la tierra y en la certeza de poder amar al mismo Creador junto con sus criaturas. En esto consiste la grandeza humana, y es humana y divina a la vez; es mandamiento, pero antes es don; es reposo y felicidad para el alma, pero también lucha contra el egoísmo y la desesperación; es la verdad de donde nace la libertad, la libertad de depender en todo de aquél a quien amamos y a quien estamos llamados a amar; por consiguiente, de ti, que eres el amor. Concédeme, Padre, esta libertad: la libertad de entregarte mi vida, para que tú la conviertas en un evangelio, historia y providencia de amor para muchos hermanos; la libertad de amarte a ti y a todos con el corazón del Hijo, hasta la cruz.
CONTEMPLATIO
Si Cristo vino fue, sobre todo, para que el hombre supiera cuánto le ama Dios y lo aprendiera para encenderse más en el amor de quien lo amó antes, y para amar al prójimo según la voluntad y el ejemplo de quien se hizo próximo prefiriendo no a los que estaban cerca de él, sino a los que vagaban lejos; toda Escritura divina escrita antes fue escrita para preanunciar la venida del Señor; y cualquier cosa que haya sido transmitida después con las cartas y confirmada con la autoridad divina habla de Cristo e invita al amor: está claro que no sólo toda la Ley y los profetas, que hasta entonces eran toda la Sagrada Escritura, por haberlo dicho el Señor, se apoyan en estos dos preceptos del amor a Dios y al prójimo, sino también todo lo que, a continuación, ha sido consagrado para la salvación, así como los volúmenes de las divinas Escrituras confiados a la memoria. Por lo cual, en el Antiguo Testamento está oculto el Nuevo, y en el Nuevo está la revelación del Antiguo. Según esta ocultación, los hombres materiales que entienden sólo de modo material han estado sometidos, tanto entonces como ahora, por el temor al castigo. En cambio, según esta revelación, los hombres espirituales que entienden de manera espiritual, a quienes, por estar piadosamente palpitantes, fueron reveladas las cosas ocultas y piden ahora, sin soberbia, que no les queden ocultas las cosas reveladas, esos hombres han sido liberados por la caridad entregada. En consecuencia, ya que nada es más hostil a la caridad que la envidia, y la soberbia es madre de la envidia, el Señor Jesucristo, Dios hombre, es al mismo tiempo prueba del amor divino por nosotros y ejemplo de humana humildad entre nosotros, a fin de que nuestro mayor mal sea sanado por la medicina contraria, que es aún más grande. Gran miseria, en efecto, es el hombre soberbio, pero la misericordia del Dios humilde es aún mayor. Ponte, pues, como fin este amor, al que referirás todo lo que digas; cuenta todas las cosas de manera que la persona a la que hablas crea al escuchar, espere al creer y ame al esperar (Agustín, De catechizandis rudibus, 4,8-11).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Si con él morimos, viviremos con él» (2 Tim 2,11).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Al envejecer nos damos cuenta de inmediato de que todo se reduce a poquísimas certezas. Para mí, estas certezas son tres: a pesar de todo, el Eterno es Amor; a pesar de todo, somos amados; a pesar de todo, somos libres. Ojalá consiguiera comunicar estas tres certezas [...], en particular la certeza de que esta misteriosa libertad que hay en nosotros no tiene otra razón de ser que hacernos capaces de responder al Amor con el amor. La estupenda belleza de la libertad no consiste en el hecho de hacernos libres de, sino libres para: para amar y para ser amados. No, el infierno no son los otros; el infierno es la soledad de quien, absurdamente, ha pretendido ser autosuficiente.
Cuando alguien me pregunta: «¿Por qué venimos al mundo?», me limito a responder: «Para aprender a amar». Estamos destinados a encontrar el Amor, cuya hambre se hace sentir en forma de vacío dentro de nosotros [...]. Podemos plantearnos un montón de preguntas: ¿por qué tantas imperfecciones, tantos sufrimientos? Si tenemos la certeza de que el Eterno es Amor, de que somos amados, de que somos libres para poder responder al Amor con el amor, todo lo demás no son más que «a pesar de todo».
Oh nubes, aunque os transforméis en crueles tempestades, no conseguiréis hacer negar la existencia del sol (Abbé Pierre, Testamento, Casale Monf. 1994, 75ss).