Miércoles IX Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 29 mayo, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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2 Tm 1, 1-3. 6-12: Reaviva el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos
Sal 122, 1-2a. 2bcd: A ti, Señor, levanto mis ojos
Mc 12, 18-27: No es Dios de muertos, sino de vivos
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–2 Timoteo 1,1-3,6-12: Aviva el fuego de la gracia de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos. Nuestra vocación no depende de las propias obras buenas, sino de los designios eternos de Dios, verificados en el misterio de Cristo. El sacerdocio, concretamente, es una dignidad altísima, que sobrepasa los límites de la naturaleza humana, y que solo puede ser recibido como don de Dios. Escribe San Juan Crisóstomo:
«El sacerdocio, si es cierto que se ejerce en la tierra, sin embargo, pertenece al orden de la instituciones celestes, y con mucha razón. Porque no fue un hombre, ni un ángel o arcángel, ni otra potestad creada, sino el Paráclito mismo quien consagró este ministerio e hizo que hombres, vestidos aún de carne, pudieran ejercer oficio de ángeles. Por lo cual el sacerdote ha de ser tan puro, como si se hallase en los cielos en medio de aquellas angélicas potestades.
«Cierto que lo que precedió a la economía de la gracia fueron cosas formidables... el humeral, la tiara, el turbante, las vestiduras elegantes, la lámina de oro, el santo de los santos... Pero si consideramos los misterios de la gracia, veremos qué poco vale todo aquel aparato del temor y espanto, y cómo aquí también se cumple lo que de la ley general dijo el Apóstol San Pablo: «aquello que fue glorioso en cierto aspecto ya no sigue siéndolo, en comparación con esta gloria preeminente» (2 Cor 3,10)» (Sobre el Sacerdocio 3,1-8).
–Desde lo más profundo de nuestra humildad, en medio de este mundo grandioso de la gracia, levantamos con el Salmo 122los ojos al Señor, de quien viene todo auxilio: «A ti, Señor, levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo. Como están los ojos de los esclavos, fijos en las manos de sus señores; como están los ojos de la esclava, fijos en las manos de su señora, así están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro, esperando su misericordia».
–Marcos 12,18-27: Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Cristo siempre salió victorioso de las dificultades que le ponían sus enemigos. Ahora a los saduceos les da una gran lección sobre la resurrección. La esperanza en la resurrección es la verdadera fuerza capaz de ordenar todas las realidades humanas en una escala de valores eternos. San Juan Crisóstomo comenta:
««Dios no es Dios de muertos, sino de vivos». No es Dios –les dice– de quienes no existen, de quienes absolutamente han desaparecido y que no han de levantarse más. Porque no dijo: «Yo era», sino: «Yo soy», es Dios de quienes existen y viven. Porque a la manera que Adán, si bien estando vivo el día que come del árbol prohibido, muere por sentencia divina, así éstos, aun cuando han muerto, viven por la promesa de la resurrección... Y aún sabe el Señor de otra clase de muertos, sobre los que dice: «dejad que los muertos entierren a los muertos».«Las gentes que lo oyeron quedaron maravilladas de su doctrina. Los saduceos, entonces, se retiran derrotados. Las muchedumbres, ajenas a todo partidismo, sacan fruto. Por tanto, ya que tal es la resurrección, hagamos todo lo posible a fin de obtener en ella los primeros puestos» (Homilía 70, 3, sobre San Mateo).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. II Timoteo 1,1-3.6-12
a) Leemos, durante cuatro días, una nueva carta del NT, la segunda de Pablo a Timoteo.
Este escrito es como el testamento espiritual de Pablo, que escribe desde la cárcel (habla de «la penosa situación presente») a su discípulo Timoteo, compañero de misión en los viajes segundo y tercero y ahora responsable de la comunidad de Efeso. Pablo aparece cansado pero no derrotado, todavía lleno de energía, esperando un juicio que no llega, abandonado de todos, en puertas ya del sacrificio supremo de su vida.
Hoy leemos el saludo de Pablo, que tantas veces repetimos al inicio de la misa: «La gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre y de Cristo Jesús. .. ».
Pablo recuerda con cariño a Timoteo, que le ha ayudado tanto. Le encomienda que siga adelante con valentía en su ministerio: «aviva el fuego de la gracia» que recibiera el día de su ordenación, que no sea cobarde, sino que actúe con energía, amor y buen juicio, «no tengas miedo de dar la cara», «toma parte en los duros trabajos del evangelio».
b) Vigoroso programa para todos los que de alguna manera somos apóstoles, testigos de Cristo en el mundo, evangelizadores en medio de esta sociedad.
El modelo de esta actitud, aparte de Cristo Jesús, el apóstol auténtico y testigo fiel de Dios, puede ser el mismo Pablo, el viejo luchador y apóstol, que a lo largo de toda su vida se ha entregado de lleno a su ministerio. Y que ahora, en la cárcel, no cede en su empeño de anunciar a Cristo: «no me siendo derrotado», «sé de quién me he fiado». Todavía le quedan fuerzas para preocuparse de las comunidades y aprovechar hasta las últimas energías para evangelizar.
También nosotros, tanto los ministros ordenados como los religiosos y todos los cristianos, somos invitados por Pablo a agradecer a Dios nuestra fe, a crecer en ella, a dar la cara con nuestro testimonio en medio del mundo, a no ser cobardes en la vivencia de nuestra fe cristiana, a gastar todas nuestras energías trabajando por el evangelio. Es un testamento de Pablo y un programa estimulante para nosotros.
2. Marcos 12,18-27
a) Otra pregunta hipócrita, dictada no por el deseo de saber la respuesta, sino para hacer caer y dejar mal a Jesús. Esta vez, por parte de los saduceos, que no creían en la resurrección.
El caso que le presentan es bien absurdo: la ley del «levirato» (de «levir», cuñado: cf. Deuteronomio 25) llevada hasta consecuencias extremas, la de los siete hermanos que se casan con la misma mujer porque van falleciendo sin dejar descendencia.
También aquí Jesús responde desenmascarando la ignorancia o la malicia de los saduceos. A ellos les responde afirmando la resurrección: Dios es Dios de vivos. Aunque matiza esta convicción de manera que también los fariseos puedan sentirse aludidos: ellos sí creían en la resurrección pero la interpretaban demasiado materialmente. La otra vida será una existencia distinta de la actual, mucho más espiritual. En la otra vida ya no se casarán las personas ni tendrán hijos, porque ya estaremos en la vida que no acaba.
b) Lo principal que nos dice esta página del evangelio es que Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Que nos tiene destinados a la vida. Es una convicción gozosa que haremos bien en recordar siempre, no sólo cuando se nos muere una persona querida o pensamos en nuestra propia muerte.
La muerte es un misterio, también para nosotros. Pero queda iluminada por la afirmación de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida: el que crea en mí no morirá para siempre». No sabemos cómo, pero estamos destinados a vivir, a vivir con Dios, participando de la vida pascual de Cristo, nuestro Hermano.
Esa existencia definitiva, hacia la que somos invitados a pasar en el momento de la muerte («la vida de los que en ti creemos no termina, se transforma»), tiene unas leyes muy particulares, distintas de las que viven en este modo de vivir que tenemos ahora. Porque estaremos en una vida que no tendrá ya miedo a la muerte y no necesitará de la dinámica de la procreación para asegurar la continuidad de la raza humana. Es ya la vida definitiva. Jesús nos ha asegurado, a los que participamos de su Eucaristía: «El que me come, tendrá vida eterna, yo le resucitaré el último día». La Eucaristía, que es ya comunión con Cristo, es la garantía y el anticipo de esa vida nueva a la que él ya ha entrado, al igual que su Madre, María, y los bienaventurados que gozan de él. La muerte no es nuestro destino. Estamos invitados a la plenitud de la vida.
«Tobías rezaba entre sollozos» (1ª lectura, I)
«Sara lloraba y rezaba» (1ª lectura, I)
«Llegaron las oraciones de los dos a la presencia de Dios» (1ª lectura, I)
«Señor, enséñame tus caminos» (salmo, I)
«Sé de quién me he fiado» (1ª lectura, II)
«A ti levanto mis ojos esperando tu misericordia» (salmo, II)
«No es Dios de muertos, sino de vivos» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 2 Timoteo 1,1-3.6-12
La segunda Carta a Timoteo parece ser que fue la última que escribió Pablo antes de morir. En consecuencia, tiene todo el sabor de un auténtico «testamento espiritual» en el que se respira una trémula, aunque también serenísima, espera del final inminente. Pablo está en la cárcel y escribe en unos términos apesadumbrados a Timoteo, su discípulo predilecto, por el que ora noche y día, y le aconseja que «reavive» (literalmente, «atice») el don de Dios.
En el pasaje de hoy, tras el saludo (vv. 1-3), viene una primera parte (vv. 6-12, aunque continúa hasta 2,13), en la que Pablo exhorta a Timoteo a luchar y a sufrir por el Evangelio. Para Pablo, la «Buena Noticia» es «la promesa de la vida que está en Jesucristo» (v. 1), «que ha destruido la muerte y ha hecho irradiar la vida y la inmortalidad» (v. 10). El apóstol es un hombre elegido por Dios para llevar al mundo este evangelio de la vida no con «un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de ponderación». A causa de este anuncio, debe esperarse la hostilidad del mundo, hasta el punto de verse privado de la misma libertad. Pablo no se avergüenza de ello e invita a Timoteo a no avergonzarse de sus cadenas; éstas son el precio del testimonio fiel, de la vocación santa, de la gracia otorgada en Cristo Jesús y revelada ahora en el misterio de su encarnación. Constituyen el signo paradójico de una libertad nueva, la que nace de la fe en él y de la certeza de su fidelidad hasta el último día, el día en el que la vida destruirá a la muerte para siempre.
Evangelio: Marcos 12,18-27
La cuestión planteada por los saduceos en el evangelio de hoy es, una vez más, tendenciosa; sin embargo, proporciona a Jesús la ocasión de presentar en sus justos términos el sentido de la vida más allá de la muerte. En aquellos tiempos, además de los saduceos, que negaban la resurrección, estaban también los rabinos-fariseos, que la afirmaban, aunque con cierta libertad interpretativa. Había entre ellos, en efecto, quienes consideraban que sólo resucitarían los justos, sólo los judíos o todos los hombres, mientras que otros creían que los difuntos resucitarían en su corporalidad originaria, incluidas las enfermedades. Más tarde, en los tiempos en que fue redactado el evangelio de Marcos, ejercía una gran influencia el pensamiento helenístico-pagano. Este último prefería hablar de inmortalidad del espíritu, capaz por su propia naturaleza de sobrevivir más allá del cuerpo, liberándose de la prisión que éste representaba. La enseñanza de Jesús responde un poco a todos, poniendo en el centro la verdad del amor de Dios: si Dios ama al hombre, no puede abandonarle en poder de la muerte, sino que lo unirá consigo, fuente de la vida, para hacerlo inmortal.
Por lo que respecta a la modalidad de ese estado futuro, la respuesta de Cristo es que la vida de los muertos escapa de los esquemas del mundo presente: será una vida diferente, porque es divina, eterna, comparable a la de los ángeles, de suerte que el matrimonio y la reproducción carecen en ella de sentido. Tampoco podrá ser en modo alguno una especie de prolongación de la vida presente, sino una vida nueva, en la que entra todo el hombre, no sólo el espíritu, sino toda la realidad humana, que se verá transformada misteriosamente. Con todo, hay una cosa absolutamente cierta: la razón fundamental hemos de buscarla en la fidelidad del Eterno: la promesa de la resurrección no es un derecho del hombre, sino la inevitable consecuencia o la medida ilimitada del amor divino, más fuerte que la muerte.
MEDITATIO
El cristianismo es el evangelio de la vida. La vida es la Buena Noticia que el cristiano anuncia a un mundo cada vez más inmerso en una cultura de muerte. Y, en verdad, se trata de una buena noticia, porque sólo quien cree en Cristo puede hablar de una vida «que ha destruido la muerte» y creer en la inmortalidad futura. Es más, no puede dejar de hacerlo, con el espíritu de fortaleza y de amor que se le ha dado, sin miedo ni timidez. Del mismo modo que Pablo, en la cárcel y esperando el final, proclama con valor la promesa de la vida en Cristo Jesús, tampoco el cristiano pide que le dispensen del drama del sufrimiento o de la derrota de la muerte, sino que, precisamente en el interior de esta común experiencia o desde lo hondo del abismo, anuncia la esperanza de la vida que no muere.
Su testimonio se vuelve así creíble, porque es completamente humano y está abierto de par en par a la gracia, como si los dos abismos, el de la fragilidad terrena y el del poder celestial, se tocaran en él, como en un tiempo se encontraron (o se recapitularon) en la cruz de Jesús. Por eso, Dios Padre resucitó al Hijo, del mismo modo que librará de las cadenas de la muerte a todo creyente que no se avergüence del Evangelio de la vida. Nuestro Dios, en efecto, «no es un Dios de muertos, sino de vivos».
ORATIO
Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, Dios amante de la vida, en ti existe todo lo que es, de ti recibe toda criatura su aliento y su vida. Si tú no existieras, no existiría yo, pero si tú existes, vibra en mí un temblor de eternidad. Te alabo, Padre, porque tú eres mi origen y, por consiguiente, también la razón de mi existencia, la certeza de mi vivir para siempre, mientras que yo, sólo por vivir, soy tu gloria. En efecto, «no alaban los muertos al Señor, ni los que bajan al silencio. Nosotros bendecimos al Señor ahora y por siempre» (Sal 115,17ss).
Sin embargo, muchas veces la vida que me has dado no ha sido capaz de cantar tu alabanza, como si me avergonzara de ti y de tu Evangelio o temiera la incomprensión y el rechazo a causa del mismo. O bien, tal vez estoy dispuesto a dar testimonio de tu Evangelio y de la misteriosa belleza de la vida humana, pero sólo cuando me van bien las cosas o cuando tu Palabra confirma lo que yo siento y las expectativas de los otros. Ando aún lejos de comprender que también es posible anunciar tu nombre en medio de la prueba y del sufrimiento, incluso al que está pasando por la prueba, porque en todo caso la vida humana, don tuyo, es digna de ser vivida, y porque también a través de su muerte puede anunciar
tu Reino el justo. Concédeme, Padre, el valor de Pablo, que incluso desde la cárcel, con cadenas, proclamó el Evangelio de la vida. Reaviva tu don en mí, para que opte por llegar a ser, como él, prisionero libre de Cristo, dejándome cautivar para siempre por las cadenas del amor divino, que ha vencido a la muerte para siempre.
CONTEMPLATIO
Por lo que a mí toca, escribo a todas las Iglesias, y a todas les encarezco que yo estoy pronto a morir de buena gana por Dios, con tal de que vosotros no me lo impidáis. Yo os lo suplico: no mostréis conmigo una benevolencia inoportuna. Permitidme ser pasto de las fieras, por las que me es dado alcanzar a Dios. Trigo soy de Dios, y por los dientes de las fieras he de ser molido, a fin de ser presentado como limpio pan de Cristo. Halagad más bien a las fieras, para que se conviertan en sepulcro mío y no dejen rastro de mi cuerpo, con lo que, después de mi muerte, no seré molesto a nadie. Cuando el mundo no vea ya ni mi cuerpo, entonces seré verdadero discípulo de Jesucristo. Suplicad a Cristo por mí, para que por esos instrumentos logre ser sacrificio para Dios. No os doy yo mandatos como Pedro y Pablo. Ellos fueron apóstoles; yo no soy más que un condenado a muerte. Ellos fueron libres; yo, hasta el presente, soy un esclavo [...].
De nada me aprovecharán los confines del mundo ni los reinos todos de este siglo. Para mí, mejor es morir en Jesucristo que ser rey de los términos de la tierra. Quiero a aquel que murió por nosotros; quiero a aquel que por nosotros resucitó. Y mi parto es ya inminente. Perdonadme, hermanos, no me impidáis vivir; no os empeñéis en que yo muera; no entreguéis al mundo a quien no anhela sino ser de Dios; no me tratéis de engañar con lo terreno. Dejadme contemplar la luz pura. Llegado allí, seré de verdad hombre. Permitidme ser imitador de la pasión de mi Dios (Ignacio de Antioquía, Carta a los romanos, 4, 6ss).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«No eres un Dios de muertos, sino de vivos» (cf. Mc 12,27).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Y, para terminar, me gustaría estar en la luz, quisiera tener, por último, una noción recopiladora y sabia sobre el mundo y sobre la vida: me parece que esa noción debería expresarse como agradecimiento. Esta vida mortal, a pesar de sus aflicciones, de sus oscuros misterios, de sus sufrimientos, de su fatal caducidad, es una realidad hermosísima, un prodigio siempre original y conmovedor, un acontecimiento digno de ser cantado con gozo y gloria: ¡la vida, la vida del hombre! No es menos digno de exaltación y de feliz estupor el marco que rodea la vida del hombre: este mundo inmenso, misterioso, magnífico, este universo de las mil fuerzas, de las mil leyes, de las mil bellezas, de las mil profundidades. Es un panorama encantador... El teatro del mundo es el designio, hoy todavía incomprensible en su mayor parte, de un Dios creador, que se llama Padre nuestro y que está en el cielo. Gracias, oh Dios, gracias y gloria a ti, oh Padre. Esta escena fascinante y misteriosa es un reverbero de la primera y única Luz (del testamento espiritual de Pablo VI, passim).