Lunes IX Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 6 junio, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Tb 1, 1a-2; 2, 1-9: Tobías temía a Dios más que al rey
Sal 111, 1-2. 3-4. 5-6: Dichoso quien teme al Señor
Mc 12, 1-12: Agarraron al hijo querido, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Tobías 1,1-2.2,1-9: Tobías temía a Dios más que al rey. La Escritura presenta a Tobías, exilado en Nínive, lejos de su patria, como modelo de las grandes virtudes que ha de practicar un siervo de Dios. En medio de un país hostil, Tobías, con gran caridad, arriesga su vida para enterrar a sus compatriotas, víctimas de la persecución. La caridad, como Casiano enseña, da una gran fortaleza de ánimo:
«El alma fundada en la caridad perfecta, se eleva necesariamente a una grado más excelente y más sublime, al temor del amor. Y esto no deriva del pavor que causa el castigo, ni del deseo de la recompensa. Nace de la grandeza misma del amor. Es esa amalgama de respeto y afecto filial, en que se unen la reverencia y la benevolencia que un hijo tiene hacia un padre benigno, el hermano hacia su hermano, el amigo hacia su amigo, la esposa hacia su esposo. No recela los golpes ni reproches. Lo único que teme es herir el amor con el más leve roce o herida. En toda acción, en toda palabra, se echa de ver la piedad y solicitud con que procede. Teme que el fervor del amor se enfríe con lo más mínimo» (Colaciones 11).
–El Salmo 111 es un elogio del justo. Coincide perfectamente con la lectura anterior sobre Tobías: «Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus mandatos. Su linaje será poderoso en la tierra, la descendencia del justo será bendita. En su casa habrá riquezas y abundancia, su caridad es constante, sin falta. En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo. Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus asuntos. El justo jamás vacilará; su recuerdo será perpetuo».
–Marcos 12,1-12: Agarraron al hijo querido, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña. La parábola de los viñadores homicidas es una clara profecía de la Pasión del Señor. Bien lo dice San Ireneo:
«Fue Dios quien plantó la viña del género humano, cuando creó a Adán y cuando eligió a los patriarcas. Después la confió a los viñadores por medio de la legislación de Moisés. La rodeó con un seto, es decir, delimitó la tierra que tenían que cultivar. Edificó una torre, es decir, eligió a Jerusalén. Cavó un lagar, cuando preparó el receptáculo de la palabra profética; y así envió profetas antes del exilio en Babilonia, y otros después del exilio, más numerosos que los primeros, para recabar los frutos con las palabras siguientes:
«Esto dice el Señor: «Enmendad vuestros caminos y vuestras costumbres; juzgad con juicio justo; tened compasión y misericordia cada uno con su hermano; no oprimáis a la viuda, al huérfano, al extranjero y al pobre; que nadie conserve en su corazón el recuerdo de la malicia de su hermano; no améis el juramento falso»...
«Cuando los profetas predicaban esto, reclamaban el fruto justo. Pero, como no les hacían caso, al fin envió a su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, al cual mataron los colonos malos y lo arrojaron fuera de la viña –no ya cercada, sino extendida por todo el mundo–, y la entregó a otros colonos que dieran sus frutos a sus tiempos. La torre de elección sobresale magnífica por todas partes, ya que en todas partes resplandece la Iglesia. En todas partes se ha cavado un lagar, pues en todas partes se encuentran quienes reciben el Espíritu. Y puesto que aquellos rechazaron al Hijo de Dios y lo echaron, cuando lo mataron, fuera de la viña, justamente los rechazó Dios a ellos, confiando el cuidado de los frutos a las gentes que estaban fuera de la viña...
«Uno y el mismo es Dios Padre, que plantó la viña, que sacó al pueblo, que envió a los profetas, que envió a su propio Hijo, que dio la viña a otros colonos para que le entregaran el fruto a su tiempo» (Contra las herejías IV, 36,2).