Sábado VIII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 23 mayo, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Judas 1, 17b-25: Dios puede preservaros de tropiezos y presentaros intachables ante su gloria
Sal 62, 2. 3-4. 5-6: Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío
Mc 11, 27-33: ¿Con qué autoridad haces esto?
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Judas 17.20-25: Dios puede preservarnos de tropiezos y guardarnos sin mancha ante su gloria. Peligros siempre hay para la vida cristiana. Pero con la gracia de Dios, estamos guardados en su amor, y siempre podemos superarlos. Orígenes enseña:
«Dios nos libra de las tribulaciones no solamente cuando las hace desaparecer, ya que dice el Apóstol «en mil maneras somos atribulados», como si nunca nos hubiéramos de ver libres de ellas, sino cuando por la ayuda de Dios no somos abatidos al sufrir la tribulación» (Tratado sobre la Oración 30,1).
Escribe Casiano:
«Las ocasiones de contrariedad jamás nos faltarán mientras estemos en contacto con los hombres. Las hace inevitables el constante roce con ellos. Que no sean ocasión para evitar su compañía» (Instituciones 9).
Y San Pedro Damiano:
«Son dignos ciertamente de alabanza los designios de Dios, que inflige a los suyos castigos temporales para preservarlos de los eternos; que manda para elevar; que corta para curar; que mancha para ensalzar» (Carta 8,6).
San Ambrosio:
«Muchas son las tribulaciones, muchas las pruebas, y por tanto, muchas serán las coronas, ya que muchos son los combates. Te es beneficioso que haya muchos perseguidores, ya que, entre esta gran variedad de persecuciones, hallarás más fácilmente el modo de ser coronado» (Comentario al Salmo 118).
Y San Cipriano:
«Ésta es la diferencia entre nosotros y los que no conocen a Dios; éstos, en la adversidad, se quejan y murmuran; a nosotros las cosas adversas no nos apartan de la virtud, sino que nos afianzan en ella» (Sobre la inmortalidad 13).
–Toda la vida del creyente está marcada por una tensión de futuro. Vive en este mundo, pero su pensamiento está en la vida eterna, en el gozo pleno de Dios. Así nos lo recuerda el Salmo 62: «Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua. ¡Cómo te contemplaba en el Santuario, viendo tu fuerza y tu gloria! Tu gracia vale más que la vida, te alabarán mis labios. Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote. Me saciaré como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos».
–Marcos 11,27-33: ¿Con qué autoridad haces esto? Jesús responde a esta pregunta de los jefes religiosos de Israel con una cuestión análoga a propósito de Juan Bautista. No se admite la acción salvífica de Jesús, porque la autoridad no le viene de la jerarquía de Israel. La argumentación de Jesús pone de manifiesto la irracionalidad de tal postura, llevando a sus contrincantes al absurdo.
En efecto, si los judíos reconocían, ante la pregunta de Jesús, que el bautismo de Juan era de Dios, se mostraban entonces pecadores, pues lo habían rechazado; pero si decían que era de los hombres, el pueblo se les echaría encima, pues estimaba mucho a Juan Bautista. Ante este dilema, optan por el silencio: «no lo sabemos».
Pero en este repliegue vergonzante se mantienen cerrados a la verdad. Y la verdad es que la acción salvífica de Dios no está a merced de la autoridad humana. Es de Dios y se manifiesta como Él elige, y a Él debemos obedecer y someternos.
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Judas 17.20-25
a) Hoy leemos uno de los escritos más breves del NT: la carta de san Judas.
No sabemos con seguridad quién es su autor. No parece ser el apóstol san Judas. Tal vez sea Judas, el hermano de Santiago y por tanto primo de Jesús, el que sucedió a Santiago como responsable de la comunidad de Jerusalén. Lo que sí es seguro es que pertenece al tiempo inmediatamente después de los apóstoles.
La breve carta va dirigida, con términos muy duros, contra los gnósticos, que se metían a maestros en la comunidad, proclamando un espiritualismo que se demostraba falso, entre otras cosas por el libertinaje moral a que iba unido.
Leemos los versículos finales, en que el autor anima a los cristianos a mantenerse fieles en su fe, sin hacer caso de desviaciones. Por una parte se ve claramente que habla de las tres personas de la Trinidad: «Movidos por el Espíritu Santo, manteneos en el amor de Dios, aguardando a nuestro Señor Jesucristo». También parece como si hubiera querido reunir en un mismo programa de vida las tres virtudes teologales: «Continuando el edificio de vuestra santa fe... manteneos en el amor de Dios, aguardando a que Jesucristo os dé la vida eterna».
b) Cada generación cristiana necesita permanecer alerta ante los falsos maestros y los movimientos que no vienen del Espíritu de Dios. Por eso se tiene que mantener vigilante y ejercer con sabiduría el oportuno discernimiento, guiada por el magisterio de los que Cristo puso como pastores y responsables en la comunidad.
Haremos bien en escuchar a san Judas en su dinámico programa: seguir edificando sólidamente la fe, mantener el amor, dejarnos ganar por la esperanza, apoyarnos en Dios. que es «el único que puede preservaros de tropiezos y presentaros ante su gloria exultantes y sin mancha».
Es muy realista la consigna que da respecto a los vacilantes: «Algunos titubean: tened compasión de ellos; a unos, salvadlos arrancándolos del fuego; a otros, mostradles compasión pero con prudencia». En los tiempos que corremos, tan difíciles como los primeros, nos tenemos que ayudar unos a otros, apoyándonos ante las dificultades.
2. Marcos 11,27-33
a) La escena de hoy es continuación de la de ayer: ante el gesto profético de Jesús expulsando a los mercaderes y cambistas del Templo, las autoridades, alborotadas por un gesto tan provocativo, envían una delegación a pedirle cuentas de con qué autoridad lo ha hecho.
Jesús no les contesta, sino que a su vez les propone una pregunta. Cuando él ve que no hay fe, o que hay doblez en la pregunta, considera inútil dar argumentos. A veces se calla dignamente, como ante Caifás, Pilatos o Herodes. A veces contesta con un argumento ad hominem o planteando a su vez preguntas, como en el caso de la moneda del César. Jesús también sabe ser astuto y poner trampas a sus interlocutores, desenmascarando sus intenciones capciosas.
La pregunta de los jefes no era sincera. Sólo el Mesías, o quien viene con autoridad de Dios, podía tomar una actitud así, acompañada como está, además, de signos milagrosos que no pueden ser sino mesiánicos. Pero eso no lo admiten. Es inútil razonar con estas personas. Jesús no les va a dar el gusto de afirmar una cosa que no van a aceptar y que les daría motivos de acelerar su decisión de eliminarlo. Desde ahora se van a precipitar las cosas, con fuertes controversias que desembocarán en el proceso y la ejecución de Jesús.
b) Ante los gestos proféticos que también ahora se dan en el mundo y en la Iglesia, deberíamos afinar un poco más nuestra reacción.
Hay que saber discernir personal y comunitariamente, bajo la guía de los responsables de la comunidad, si los movimientos o las voces nuevas vienen o no del Espíritu. Pero no deberían ser los intereses personales o el orgullo o la pereza ante los cambios lo que motive nuestra decisión. Los jefes que interpelan a Jesús, llenos de autoridad ellos, llenos de sabiduría, rechazan ya de entrada toda explicación que les vaya a dar: ¿quién es éste para poner en tela de juicio nuestra manera de organizar las cosas del Templo? Cuando no nos interesa un mensaje, intentamos desautorizar al mensajero. Cuando un profeta nos interpela en una dirección que sacude nuestros hábitos mentales o nuestra comodidad o nuestros intereses, en lugar de preguntarnos si vendrá de Dios, nos dedicamos rápidamente a desprestigiar al profeta, para no tener que hacerle caso. A los judíos les pasó con el Bautista y luego con Jesús. A nosotros nos pasa siempre que en nuestro camino vemos u oímos voces proféticas que ponen en evidencia nuestra pereza y nuestros fallos, o nos estimulan hacia caminos más exigentes. Lo hacemos con mayor disimulo que los jefes de Jerusalén. Pero lo hacemos. Ignoramos al profeta. No nos damos por enterados de lo que Dios nos estaba queriendo decir. Luego no nos quejemos de la obstinación de los judíos.
«Siendo joven, deseé la sabiduría con toda mi alma» (1ª lectura, I)
«Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón» (salmo, I)
«Manteneos en el amor de Dios» (1ª lectura, II)
«Algunos titubean: tened compasión de ellos» (1ª lectura, II)
«Tu gracia vale más que la vida» (salmo, II)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Judas 17.20-25
Judas, el autor de este breve escrito recibido en el canon de las Escrituras por la mayor parte de las Iglesias y cuya conclusión vamos a meditar, se presenta como «siervo de Jesucristo, hermano de Santiago» (v. 1). Desea la misericordia y la paz abundante «a los elegidos que viven en el amor de Dios Padre y han sido preservados por Jesucristo» (vv. 1ss). Su pretensión fundamental es salvaguardar la integridad y la belleza de «la fe que fue transmitida a los creyentes de una vez por todas» (v. 3), para exhortarles a recordar «las cosas que fueron predichas por los apóstoles de Jesucristo» y a construir sobre ellas su propio edificio espiritual (vv. 17-20).
La perla preciosa de esta tradición es la exhortación sobre los dos polos de la vida recta: la santidad de la vida y la solicitud por las personas cuya fe está en peligro. La santidad va creciendo en la relación con las personas divinas, una relación cultivada con comportamientos específicos: la oración y la docilidad al Espíritu Santo, el amor a Dios Padre, la esperanza en la misericordia de Jesús para la vida eterna. Diferente es la actitud con los que se encuentran más o menos directamente en dificultades de fe. La petición de compadecer a las personas vacilantes, de comportarse con misericordia y firmeza con los que corren el riesgo de ser arrollados por el error, se empareja con la del rigor para no caer en compromisos con los que se muestran obstinados en su terquedad.
El autor, en una solemne doxología de matriz litúrgica (vv. 24ss), alaba a Dios, único Salvador, por medio de Jesucristo, nuestro Señor, y concluye con esta afligida exhortación a la perseverancia: sólo Dios tiene el poder de preservamos de las caídas y de hacernos comparecer ante su gloria sin defectos y llenos de alegría. A él, en Jesucristo nuestro Señor, gloria, majestad, soberanía y poder desde antes de todos los tiempos, ahora y por todos los siglos.
Evangelio: Marcos 11,27-33
La misericordia que había inspirado la actitud de Jesús respecto a Bartimeo muestra otro rostro frente a personas que, aunque están en conflicto entre ellas, se encuentran unidas por la arrogancia, por la animosidad contra Jesús. Esta actitud las conduce a interpelarle bruscamente y a manifestar dudas en torno a su autoridad. Jesús pone en práctica una sagacidad que podría provocar su arrepentimiento o, por lo menos, inducirlas a reconocer que no buscan la verdad, sino sólo desembarazarse de él, poniéndolo en una situación incómoda.
La autoridad de Jesús se encuentra en la misma línea que la de Juan el Bautista y, aunque la trasciende, es tal que, si se reconoce esta última, sería menos grave la resistencia al Nazareno. Renegar de Jesús es traicionar asimismo al Bautista e ignorar la confianza del pueblo, para el que Juan era un verdadero profeta. El pueblo está más dispuesto a admitir la intervención de Dios en la historia humana y desenmascara también las resistencias de los poderosos. Éstos, para imponerse, deben recurrir a embustes y falsedades de todo tipo. El seguimiento de Jesús no es un acontecimiento emotivo, no madura en cada situación. Jesús nos invita a enriquecernos con su presencia, pero no se muestra connivente con los despotismos hipócritas.
MEDITATIO
En estos últimos tiempos se habla con bastante frecuencia del «silencio de Dios». Algunos piensan que se trata de algo tan escandaloso que autoriza nuestro silencio sobre él. En realidad, más que de silencio, tal vez se trate de preguntas no recibidas, de respuestas no dadas, de insolencias no pagadas de nuevo con la misma moneda, como en el caso del evangelio de hoy. En temas de autoridad, quienes se niegan a reconocer una que es auténtica se ponen en condiciones de no aceptar ninguna: los que, puestos para reconocer los signos de los tiempos y la presencia del Señor, omiten advertirlos porque se resisten a seguirlos, se incapacitan para percibir la verdad que se anuncia.
Dios calla cuando somos nosotros quienes debemos hablar. Nos induce a desistir en la resistencia que oponemos a su Palabra. El apóstol Judas declara que quien impugna la verdad conocida, quien busca pretextos para contrarrestar la verdad a fin de impedirle iluminar nuestro mundo de tinieblas, no sigue a Jesús, luz verdadera.
En nuestros días se ven cada vez con mayor frecuencia situaciones en las que unos someten a Dios a juicio y otros se autoproclaman autorizados a defenderlo, olvidando que es él quien nos defiende a nosotros, no nosotros a él. No podemos tener actitudes selectivas respecto al Señor y a su Palabra, no podemos escoger lo que nos acomoda y desatender lo que no está de acuerdo con nuestros puntos de vista o, peor aún, impugnar la verdad antes de conocerla.
La pedagogía de Dios, apacible y misericordiosa frente a la debilidad de la criatura, se muestra dura con las actitudes hipócritas e insolentes.
ORATIO
No mires, Señor, nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia. Concédenos construir nuestro edificio espiritual sobre el fundamento de la fe y de los apóstoles. Perdónanos cuando nos mostramos vacilantes. Pon en nuestro camino personas compasivas, que no se muestren conniventes con nuestros errores y se hagan cargo de nuestra miseria. Hoy como ayer, son muchas las veces que también nosotros nos atrevemos a preguntar con qué autoridad interviene la Iglesia a través de su magisterio en uno u otro aspecto de la vida cotidiana. A veces, el recuerdo de situaciones pasadas no del todo claras ni sencillas nos hace mostrarnos audaces a la hora de inferir, de presumir respuestas y de rechazar, insatisfechos, las que se han dado.
Concédenos tu Espíritu de consejo para discernir las situaciones y ver cuándo está bien erigirse en voz de las personas que no la tienen y cuándo, en cambio, nuestra recriminación es fruto de la impiedad y de la dureza de corazón. Existe una connivencia deletérea que vincula el rechazo del ejercicio de la autoridad con la resistencia a ejercerla. Y, de este modo, tu pueblo o bien se ve sometido al arbitrio de personas que usurpan el poder, ejercido con poderosos medios de comunicación, o bien se ve frustrado en la espera de tu Palabra, que no llega a ellos por desidia o por incompetencia y manipulación. Envía a tu cuervo que alimente el hambre de tus fieles. Dales la fuerza de Elías para que, confiados en tu Nombre, se conviertan en misioneros misericordiosos de tu Verdad.
CONTEMPLATIO
Porque, en la Iglesia, los miembros se preocupan unos por otros; y si padece uno de ellos, se compadecen todos los demás, y si uno de ellos se ve glorificado, todos los otros se congratulan. La Iglesia, en verdad, escucha y guarda estas palabras: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros». No como se aman quienes viven en la corrupción de la carne, ni como se aman los hombres simplemente porque son hombres, sino como se quieren todos los que se tienen por dioses e hijos del Altísimo y llegan a ser hermanos de su único Hijo, amándose unos a otros con aquel mismo amor con que él los amó, para conducirlos a todos a aquel fin que les satisfaga, donde su anhelo de bienes encuentre su saciedad. Porque no dejará ningún anhelo por saciar cuando Dios lo sea todo en todos.
Este amor nos lo otorga el mismo que dijo: «Como yo os he amado, amaos también entre vosotros». Pues para esto nos amó precisamente, para que nos amemos los unos a los otros; y con su amor hizo posible que nos ligáramos estrechamente y, como miembros unidos por tan dulce vínculo, formemos el cuerpo de tan espléndida cabeza (Agustín de Hipona, Tratados sobre el evangelio de san Juan, 65, 1-3; en CCL 36, 490-492; tomado de la Liturgia de las horas, volumen II, Coeditores Litúrgicos, Madrid 1993, pp. 672-673).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Jesús vino para servir y dar la vida por muchos».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Tú que estás por encima de nosotros,
Tú que eres uno de nosotros,
Tú que estás también en nosotros,
ojalá puedan verte todos también en mí,
ojalá pueda preparar yo el camino hacia ti,
ojalá pueda yo dar gracias por todo lo que me tocará entonces.
Ojalá no me olvide de las necesidades ajenas.
Mantenme en tu amor,
así como quieres que todos moren en el mío.
Ojalá todo lo que hay en mi ser
pueda ser dirigido a tu gloria
y ojalá no me desespere yo nunca.
Porque estoy en tu mano,
y en ti toda fuerza es bondad.
Dame unos sentidos puros, para verte;
dame unos sentidos humildes, para oírte;
dame unos sentidos de amor, para servirte;
dame unos sentidos de fe, para morar en ti.
(D. Hammarskjöld, La linea della vita, Milán 1967, p. 70 [edición española: Marcas en el camino, Editorial Seix Barral, Barcelona 1965]).