Sábado VIII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 2 marzo, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Si 51, 17-27 NV [gr. 51, 12c-20b]: Daré gracias al que me enseñó
Sal 18, 8. 9. 10. 11: Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón
Mc 11, 27-33: ¿Con qué autoridad haces esto?
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Eclesiástico 51,17-27: Daré gracias al que me enseñó. Ben Sirá, el autor del Eclesiástico, termina su libro con este poema. En él da gracias al Señor por la búsqueda y adquisición de la Sabiduría. La búsqueda de Dios no es el resultado de un simple esfuerzo intelectual, sino que implica una conversión moral y un estilo de vida correcto. La Sabiduría no es un mero conjunto de doctrinas y pruebas, sino un don de Dios ofrecido, para establecer con Él una comunión de vida, y que solo puede ser recibido en la humildad, haciéndose Su discípulo. Esta Sabiduría que de Él procede es para los hombres un tesoro superior a todo. Escribe Lactancio:
«Ni la religión puede andar separada de la sabiduría, ni la sabiduría de la religión, porque uno mismo es el Dios, que debe ser conocido, lo cual pertenece a la sabiduría, y el que debe ser honrado, que es cosa de la religión. Precede la sabiduría, le sigue la religión; lo primero es conocer a Dios, y después darle culto.
«Así, en ambas cosas actúa una sola fuerza, aunque parezcan diversas. Una está en el pensamiento, la otra en la actuación. Son semejantes a dos ríos que brotan de una misma fuente. La fuente de la sabiduría y de la religión es Dios; del cual, si estos dos ríos se apartan, se secan necesariamente. Los que ignoran a Dios no pueden ser sabios, ni religiosos» (Instituciones divinas 4,4).
–Con el Salmo 18 cantamos la ley del Señor, expresión maravillosa de su Sabiduría eterna: «La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Los mandamientos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. Más precioso que el oro, más que el oro fino; más dulce que la miel de un panal que destila».
–Marcos 11,27-33: ¿Con qué autoridad haces esto? Jesús responde a esta pregunta de los jefes religiosos de Israel con una cuestión análoga a propósito de Juan Bautista. No se admite la acción salvífica de Jesús, porque la autoridad no le viene de la jerarquía de Israel. La argumentación de Jesús pone de manifiesto la irracionalidad de tal postura, llevando a sus contrincantes al absurdo.
En efecto, si los judíos reconocían, ante la pregunta de Jesús, que el bautismo de Juan era de Dios, se mostraban entonces pecadores, pues lo habían rechazado; pero si decían que era de los hombres, el pueblo se les echaría encima, pues estimaba mucho a Juan Bautista. Ante este dilema, optan por el silencio: «no lo sabemos».
Pero en este repliegue vergonzante se mantienen cerrados a la verdad. Y la verdad es que la acción salvífica de Dios no está a merced de la autoridad humana. Es de Dios y se manifiesta como Él elige, y a Él debemos obedecer y someternos.