Viernes VIII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 23 mayo, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
Para ver el texto completo de las lecturas haz clic aquí.
1 Pe 4, 7-13: Sed buenos administradores de la multiforme gracia de Dios
Sal 95, 10. 11-12. 13: Llega el Señor a regir la tierra
Mc 11, 11-25: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos. Tened fe en Dios
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–1 Pedro 4,7-13: Sed buenos administradores de la múltiple gracia de Dios. Con respecto a la escatología, se proponen a los cristianos varias recomendaciones: prudencia, vigilancia en la oración, amor, hospitalidad, servicio a los demás... Hay diversidad de carismas y, por lo mismo, son muchos los servicios en la comunidad cristiana. Pero el don primero es el mismo Espíritu Santo, que se infunde en nuestros corazones y pone en ellos el amor (Rom 5,5). Él es el alma de todo servicio en la comunidad cristiana y humana. San Agustín escribe:
«No se trata de saber cuánto amor se debe al hermano y cuánto a Dios; incomparablemente más a Dios que a nosotros mismos. Ahora bien, no podemos amarnos mucho a nosotros si no amamos mucho a Dios. Es, pues, con un mismo amor con el que amamos a Dios y al hermano; pero amamos a Dios por sí mismo, y a nosotros y al prójimo por Dios» (Tratado sobre la Santísima Trinidad 8,16).
San León Magno dice:
«Aunque es algo muy grande tener una fe recta y una doctrina sana, y aunque sean muy dignas de alabanza la sobriedad, la dulzura, la pureza, todas estas virtudes, sin embargo, no valen nada sin la caridad. Y ninguna conducta es fecunda, por muy excelente que parezca, si no está engendrada por el amor» (Sermón 48,6).
–El Señor es Rey y tiene que reinar en todo y sobre todo por amor. Así, con amor, es como tenemos que corresponderle. Con el Salmo 95 cantamos ese reinado de Cristo: «Decid a los pueblos: el Señor es Rey. Él afianzó el orbe y no se moverá; Él gobierna a los pueblos rectamente. Alégrese el cielo y goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque. Delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra; regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad».
–Marcos 11,11-26: Mi Casa se llama Casa de oración para todos los pueblos. Este evangelio muestra la profanación del templo, la falta de fe y de verdadera religiosidad en los que conducen a Israel; al mismo tiempo que encarece la dignidad del culto. La santidad de la liturgia cristiana celebrada en nuestros templos ha de ser cuidada como un valor supremo. Pero también en la Iglesia hay profanaciones e indignidades. San Jerónimo dice:
«¡Oh, infelices de nosotros! ¡Somos dignos de ser llorados con todas las lágrimas del mundo! La casa de Dios es una cueva de ladrones... Donde están los ladrones allí está también la contratación. ¡Ojalá se leyera esto de los judíos y no también de los cristianos! Lo sentiríamos ciertamente por ellos, pero nos alegraríamos por nosotros. Mas también en muchos sitios, la Casa de Dios, la Casa del Padre, se convierte en casa de contratación. Veis con qué temblor os hablo.
«La cosa es tan notoria, que no necesita explicación. Ojalá fuese algo oscuro, que no se entendiera bien. En muchos sitios la Casa del Padre es casa de negociación. Yo mismo, que os estoy hablando, así como cualquiera de vosotros, sea presbítero, diácono, u obispo, que fuera pobre ayer, y hoy sea rico, rico en la casa de Dios, ¿no os parece que ha convertido la Casa del Padre en casa de negociación? De éstos dice el Apóstol: «tienen la piedad por materia de lucro» (1 Tim 6,5). Así, pues, también el Apóstol habla de éstos.
«Cristo es pobre; ruboricémonos. Cristo es humilde, avergoncémonos. Cristo fue crucificado, no reinó. Es más, fue crucificado para reinar. Venció al mundo no con la soberbia, sino con la humildad; venció al diablo no riendo, sino llorando; no azotó, sino que fue azotado; recibió bofetadas, mas Él no golpeó. Por tanto, imitemos también nosotros a nuestro Señor» (Comentario al Evangelio de San Marcos 11.11).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. I Pedro 4,7-13
a) Es el último pasaje que leemos de la primera carta de Pedro.
En los escritos de la primera generación se nota la creencia que tenían de que el fin del mundo estaba próximo, que la vuelta gloriosa del Resucitado era inminente. A veces sus autores argumentan a partir de esta convicción: «El fin de todas las cosas está cercano: sed, pues, moderados y sobrios, para poder orar».
Pero las actitudes a las que invitan valen igual si no va a ser tan inminente el fin: por ejemplo la fortaleza que un cristiano ha de tener frente al «fuego abrasador» o las persecuciones que le puedan poner a prueba su fe.
b) Una serie de recomendaciones que siguen teniendo ahora, después de dos mil años, toda su actualidad.
Sea cuando sea el fin del mundo, un cristiano debe mirar hacia delante y vivir vigilante, en una cierta tensión anímica, que es lo contrario de la rutina, la pereza o el embotamiento mental.
Los consejos de Pedro nos ofrecen un programa muy sabio de vida: tener el espíritu dispuesto a la oración, llevar un estilo de vida sobrio y moderado, mantener firme el amor mutuo, practicar la hospitalidad, poner a disposición de la comunidad las propias cualidades, todo a gloria de Dios.
No está mal que la carta termine aludiendo a sufrimientos y persecuciones. Tal vez aquí se refiere a alguna persecución contra los cristianos por los años 60 (cuando murieron Pedro y Pablo en Roma). Pero estas pruebas han sido continuas a lo largo de los dos mil años de la comunidad cristiana y siguen existiendo también ahora en la comunidad y en la vida de cada uno: pruebas que dan la medida de nuestra fidelidad a Dios y nos van haciendo madurar en nuestro seguimiento de Cristo.
Desde luego, si la carta es de Pedro, supone un cambio muy notorio en su actitud, porque antes, cuando Jesús anunciaba la cruz en el programa de su camino, Pedro era el primero en protestar y no aceptar el sufrimiento como parte del Reino mesiánico. Ahora lo ha asimilado, lo recomienda en la carta y, sobre todo, da pruebas de conversión con su testimonio de fe ante el sanedrín, y finalmente ante el emperador Nerón, hasta el martirio.
Sería ya el ideal que llegáramos a la consigna final de Pedro: «Estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo».
2.Marcos 11,11-26
a) Jesús ya llega a Jerusalén. Saltándonos la escena de la entrada solemne -que leemos el Domingo de Ramos- escuchamos hoy la acción simbólica en torno a la higuera estéril y la otra acción, no menos simbólica y valiente, de Jesús arrojando a los mercaderes del Templo.
La higuera no tenía frutos. No era tiempo de higos o ya se le habían gastado. Jesús, con todo, se queja de esa esterilidad. Su lamento nos recuerda el poema de la viña estéril de Isaías 5: «Una viña tenía mi amigo... esperó que diese uvas, pero dio agraces». Jesús pronuncia unas palabras duras contra la higuera: «nunca jamás coma nadie de ti». En efecto, al día siguiente, la higuera se había secado. Si Jesús hizo este gesto es porque apuntaba a otra clase de esterilidad: es el pueblo de Israel, sobre todo sus dirigentes, el árbol que no da los frutos que Dios pedía. Israel ha fracasado. Israel es la higuera seca.
En medio del episodio de la higuera, entre su inicio y su conclusión al día siguiente, Marcos coloca la escena del Templo y el gesto violento de Jesús. También aquí no había motivo evidente para la ira de Jesús: los mercaderes que vendían animales para el sacrificio o cambiaban monedas, estaban en el atrio, contaban con todos los permisos de los responsables y no parecían estorbar el culto.
Lo que hace Jesús es, de nuevo, un gesto simbólico, tal vez no tanto contra los mercaderes, sino contra los responsables del Templo: lo que denuncia es la hipocresía del culto, hecho de cosas exteriores pero sin obras coherentes en la vida. Ya los profetas, como Jeremías, habían atacado la excesiva confianza que tenían los judíos en el Templo y en la realización -eso sí, meticulosa- de sus ritos. El culto tiene que ir acompañado de la fidelidad a la Alianza.
También quiere subrayar Jesús que el culto del Templo debería ser más universal, sin poner trabas a los extranjeros. Los mercaderes hacían que los que venían de fuera tuvieran que cambiar la moneda pagana -considerada impura- por la judía, para poderla ofrecer en el Templo. No sería extraño que en este comercio hubiera además abusos y trampas, aprovechándose de los forasteros. Jesús quiere que el Templo sea «casa de oración para todos los pueblos», lugar de oración auténtica. y no una «cueva de bandidos» y de ajetreo de cosas y comercio.
b) Hoy va de quejas por parte de Jesús. Y lo peor es que también podría estar defraudado de nosotros, por nuestra esterilidad o por el clima de nuestras celebraciones litúrgicas.
¿Se podría decir de nosotros, de cada uno y de la comunidad, que somos una higuera estéril"? Valdría la pena que hiciéramos un alto en nuestro camino y nos dejáramos interpelar por Cristo. Porque seria triste defraudar a Dios, no dando frutos o dándolos de escasa calidad. El aviso lo irá repitiendo Jesús en días sucesivos, por ejemplo con la parábola de los viñadores que no hacen producir el campo arrendado. No podemos contentarnos con pensar que los que se sientan en el banquillo de los acusados son los israelitas. Somos también nosotros, en la medida en que no demos los frutos que Dios esperaba.
Nuestro examen tendría que dirigirse también a nuestra manera de realizar el culto.
¿Mereceríamos nosotros un gesto profético parecido de Jesús, purificando nuestras iglesias de toda apariencia de mercantilismo o de acepción de personas? El quería que el Templo fuera «casa de oración para todos» y que no se contaminara con intereses y negocios, ni supusiera una barrera para otras culturas o nacionalidades.
El evangelio de hoy termina, no sólo invitando a la oración llena de fe, sino también a la caridad fraterna, sobre todo el perdón de las ofensas: «Cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas». Es lo que cada día decimos en el Padrenuestro: una de las peticiones más comprometedoras que nos enseñara Jesús.
«Los hombres de bien: su recuerdo dura por siempre, su caridad no se olvidará» (1ª lectura, I)
«El Señor ama a su pueblo y adorna con la victoria a los humildes» (salmo, I)
«Que cada uno se ponga al servicio de los demás» (1ª lectura, II)
«Estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo» (1ª lectura, II)
«Cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 1 Pedro 4,7-13
Dando un salto notable, se nos envía desde 1 Pe 2,12 a la sección conclusiva de la carta. La acreditación de la verdadera gracia de Dios, en la que el apóstol pide que permanezcamos firmes (5,12), culmina en la petición de permanecer en Cristo. Con su resurrección ha entrado la historia en su fase última, está encaminada a su cumplimiento. Esta condición desemboca en un nuevo modo de existir que se refleja en todas las expresiones de la existencia. Moderación, oración, caridad, hospitalidad recíproca, valoración de los carismas para la construcción del pueblo, glorificación del Padre en Jesús: constituyen expresiones armónicas de esta vida regenerada. Esta es, al mismo tiempo, filial, fraterna, partícipe de los sufrimientos de Cristo, y está entretejida con la esperanza de la revelación de su gloria. El fundamento de todo es la moderación (1,13; 4,7; 5,8) de los deseos (1,14; 2,11; 4,2ss), marco de la rectitud del vivir y del obrar. Los deseos, abandonados a sí mismos, obstaculizan la oración (3,7; 4,7) y nos impiden dedicarnos a la misma.
La oración, a su vez, alimenta la caridad, y cuando ésta es entendida como recíproca, sincera y cordial, constituye el antídoto contra la malicia, el fraude, la hipocresía, la envidia, la maledicencia, esto es, contra los pecados que acechan la paz comunitaria. El amor a los hermanos (1,2; 3,8) y la fraternidad (2,17; 5,9) son, por lo demás, centrales en la visión del apóstol.
La caridad se manifiesta en el estilo de la acogida recíproca; cuando ésta reina, disipa el clima de chismorreo y de murmuración, de sospecha, de juicio y de falta de confianza que corroe como la carcoma las relaciones comunitarias. La solicitud por los débiles en la fe es una clara prerrogativa ulterior de comunidades vivas, potenciadas por estilos de vida en los que las personas se abren unas a otras y valoran la multiforme gracia de Dios de la que están dotadas.
Aparecen mencionadas de manera concreta dos expresiones de la misma por el vínculo particular que tienen con el crecimiento de la comunidad: el servicio de la Palabra de Dios, para la transmisión y la defensa del evangelio, y las diferentes modalidades de la participación en las responsabilidades comunes (el servicio litúrgico, la ayuda a los pobres, etc.).
La doxología final, caso único en el Nuevo Testamento, está dirigida al Padre por medio de Jesús y a Jesús mismo, «a fin de que en todo Dios sea glorificado por Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por siempre. Amén» (v. 11).
Evangelio: Marcos 11,11-26
El episodio de la maldición de la higuera se inserta en la sección en la que se describe el ministerio en Jerusalén. Constituye un acontecimiento que es objeto de discusiones y de las hipótesis más dispares entre los exégetas, ocasionadas asimismo por el hecho de que Marcos sigue una cronología de los acontecimientos diferente a la de Mateo y, en parte, también a la de Lucas, poniendo de relieve un objetivo redaccional inspirado por la finalidad específica que persigue en la narración de los hechos.
El acercamiento practicado por la liturgia, que lee de manera seguida los tres hechos -la higuera (vv. 12-14), los profanadores expulsados del templo (vv. 15-19), la exhortación a la fe (vv. 22-25)-, nos invita a captar su conexión. Jesús tiene hambre y busca algún fruto en la higuera, pero no lo encuentra. Marcos, para subrayar el hecho, señala que «no era tiempo de higos». El acontecimiento tiene que ser encuadrado en el marco de la revelación que está llevando a cabo Jesús. El tiempo de la fe es salvífico, no cronológico. Jesús revela que el Padre, en él, tiene hambre, tiene sed (cf la sed de la cruz), no de alimento o de bebida, sino de amor, de justicia, de rectitud, de respeto a su morada, de que se deje de profanar ese templo santo que somos nosotros.
Para saciar esta hambre y esta sed, es bueno todo tiempo y todo lugar. Dios tiene sed de nuestra fe, de nuestra confianza sincera, no calculadora, de nuestra misericordia que perdona y cultiva la esperanza. Estas prerrogativas de los corazones libres insensibilizan cuando no se entregan, cuando lo más profundo de nosotros mismos no es ya casa de oración, sino sede de tráficos ilícitos, de trueques, de compromisos. No podemos decir que una cosa es imposible si Jesús la pide: él conoce nuestros recursos, esos mismos que nosotros ignoramos o preferimos desatender para legitimar el hecho de que no los usemos. Su demanda nos revela nuestro propio ser a nosotros mismos.
MEDITATIO
Tu petición, Señor, es palabra de vida. Tú no pides cosas imposibles. Tú revelas las posibilidades que tu Palabra suscita, la vitalidad que se desarrolla cuando te correspondemos. Resulta arduo entrar en esta lógica de la Palabra que hace nueva la creación e inserta en ella la posibilidad de la docilidad y del consenso. Cada vez que siento a mi alrededor la petición de saciar el hambre fisica y moral y me eximo de escucharla porque me considero separado de ti, no me doy cuenta de que la petición que me llega del que tiene hambre procede de ti, de que tienes hambre y sed de aquello que tú mismo pones en mí como germen y cuyo fruto quieres recoger.
También Pedro había pescado en vano toda una noche. Pero tuvo el coraje de no desobedecerte y su red recogió un número misterioso de peces. Cada vez que me aíslo de ti me empobrezco, experimento una pobreza que me perjudica a mí más y antes que a los otros. El único efecto seguro es que yo no concurro al bien de los otros. En ocasiones, éstos obtienen por otros caminos lo que piden: no lo reciben de mí, que, estéril, seco, árido, intento recoger bienes sirviéndome de prerrogativas y posibilidades que me han sido dadas para ser tu templo santo, alabanza de tu gloria.
ORATIO
Me parece, Señor, que no tengo alternativa. Si dejo de ser templo de oración, me convierto en cueva de ladrones. Si no administro contigo los talentos que me has dado para ser hospitalario, dispensador de tu multiforme gracia, me encuentro malvendiéndolos, aunque sea para satisfacer la necesidad cultual de tus fieles. Si no trabajo para que en todo sea glorificado el Padre por medio de ti, busco mi gloria, mi honor, mi poder. Si vivimos en ti no podemos escoger entre tú y la humanidad; debemos permanecer con los dos.
Para trabajar por mi bien, debo ocuparme contigo de las cosas del Padre, caminar por tus caminos. Es éste un aspecto de la luminosa verdad que el Espíritu hace resplandecer cada vez con mayor claridad en tu Iglesia: revelar al Padre es revelar la humanidad a sí misma; cooperar en favor del Reino es trabajar de verdad por nosotros mismos. Tú y nosotros formamos una sola persona mística.
Concédenos aprender a hablarnos a nosotros mismos y a los demás con las palabras de Dios para llevar a cabo el ministerio que nos confías con la energía que procede de ti, para que sea glorificado en todo el Padre por medio de tu humanidad, que es también la nuestra.
CONTEMPLATIO
Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por su modo de vida. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y la especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.
Viven en ciudades griegas y bárbaras según les cupo en suerte; siguen las costumbres de los habitantes del país tanto en el vestir como en todo su estilo de vida; sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.
Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo. Obedecen las leyes establecidas y, con su modo de vivir, superan estas leyes. Aman a todos y todos los persiguen. Se les condena sin conocerlos. Se les da muerte y con ello reciben la vida. Son pobres y enriquecen a muchos; carecen de todo y abundan en todo. Sufren la deshonra y esto les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama y esto atestigua su justicia. Son maldecidos y bendicen; son tratados con ignominia y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen; sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad.
Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo (Carta a Diogneto, caps. 5-6; tomado de la Liturgia de las horas, volumen II, Coeditores Litúrgicos, Madrid 1993, pp. 715-716).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Exultemos juntos en el Señor, que nos salva».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Decir que Cristo fue amor no es, a buen seguro, un pretexto para cubrir alguna imperfección en él, el Santo que «no cometió pecado, ni se halló engaño en su boca» (1 Pe 2,22), puesto que sólo el amor llenaba su corazón, cada una de sus palabras y acciones, toda su vida e incluso su muerte, hasta el final. El amor no llega en el hombre a tanta perfección, pero, a pesar de todo, no deja de extraer de él algún beneficio: mientras que por amor cubre la multitud de los pecados ajenos, el amor le restituye la cortesía al cubrir los suyos. [...]
Sin embargo, Cristo no tenía necesidad de amor. Prueba a imaginar que Cristo no hubiera sido amor; que, sin mostrarse caritativo, se hubiera limitado a ser lo que era: el Santo. Imagina que, en vez de salvar al mundo y de cubrir la multitud de los pecados, hubiera venido entre nosotros, animado de una santa cólera, a juzgarlos. Imagina todo esto y persuádete con tanta mayor firmeza de que precisamente a Cristo se le aplican en una sola acepción estas palabras: «Su amor cubrió la multitud de los pecados».
Piensa que él era el amor; piensa que, como dice el evangelio, «sólo Dios es bueno» (Mc 10,18) y que, en consecuencia, él fue el único que por amor cubrió la multitud de los pecados: no los de algunos, sino los del mundo entero. Meditemos un momento estas palabras: «El amor —el de Cristo— cubre la multitud de los pecados» (S. Kierkegaard, Peccato, Perdono, Misericordia, Turín 1973).