Viernes VIII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 2 marzo, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Si 44, 1. 9-13: Nuestros antepasados fueron hombres de bien, vive su fama por generaciones
Sal 149, 1-2. 3-4. 5-6: El Señor ama a su pueblo
Mc 11, 11-25: Mi casa se llamará Casa de Oración para todos los pueblos. Tened fe en Dios
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Eclesiástico 44,1,9-13: Nuestros antepasados fueron hombres de bien, y su fama vive por generaciones. La gloria de Dios se manifiesta especialmente en la historia de la salvación del pueblo que Él se eligió para Sí, y de un modo particular brilla en los hombres que escogió para guiarlo.
Lo que mantiene en ese Pueblo la continuidad de las generaciones es la fidelidad a la alianza, ya que Dios es siempre fiel a ella. Por eso, la razón máxima de su fama no es la grandeza o la riqueza, sino la caridad. En este sentido, algunos consideran la fidelidad como el atributo mayor de Dios. Esta fidelidad de Dios va unida a su bondad paternal para con el pueblo de la alianza. Estos dos atributos complementarios, amor y fidelidad, indican que la alianza es a la vez un don gratuito y un vínculo cuya solidez resiste la prueba de los siglos.
Como dice el salmista, «las sendas del Señor son misericordia y lealtad» (Sal 24,10). De esas dos actitudes debe él participar, configurándose a ellas. La piedad filial, que debe a Dios, tendrá como prueba de su verdad la fidelidad para observar los preceptos de la alianza. A lo largo de la historia de la salvación, la fidelidad de Dios se revela inmutable, frente a las frecuentes infidelidades del hombre. Por fin, en la plenitud de los tiempos, Cristo, testigo fiel de la Verdad, comunica a los hombres la gracia de que está lleno, y los hace capaces de merecer la corona de la vida, imitando su fidelidad hasta la muerte.
–Con el Salmo 149 proclamamos la victoria del amor de Dios sobre las infidelidades del hombre: «Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles; que se alegre Israel por su Creador, los hijos de Sión por su Rey. Alabad su nombre con danzas, cantadle con tambores y cítaras; porque el Señor ama a su pueblo, y adorna con la victoria a los humildes. Que los fieles festejen su gloria y canten jubilosos en filas; con vítores a Dios en la boca; es un honor para todos sus fieles»
–Marcos 11,11-26: Mi Casa se llama Casa de oración para todos los pueblos. Este evangelio muestra la profanación del templo, la falta de fe y de verdadera religiosidad en los que conducen a Israel; al mismo tiempo que encarece la dignidad del culto. La santidad de la liturgia cristiana celebrada en nuestros templos ha de ser cuidada como un valor supremo. Pero también en la Iglesia hay profanaciones e indignidades. San Jerónimo dice:
«¡Oh, infelices de nosotros! ¡Somos dignos de ser llorados con todas las lágrimas del mundo! La casa de Dios es una cueva de ladrones... Donde están los ladrones allí está también la contratación. ¡Ojalá se leyera esto de los judíos y no también de los cristianos! Lo sentiríamos ciertamente por ellos, pero nos alegraríamos por nosotros. Mas también en muchos sitios, la Casa de Dios, la Casa del Padre, se convierte en casa de contratación. Veis con qué temblor os hablo.
«La cosa es tan notoria, que no necesita explicación. Ojalá fuese algo oscuro, que no se entendiera bien. En muchos sitios la Casa del Padre es casa de negociación. Yo mismo, que os estoy hablando, así como cualquiera de vosotros, sea presbítero, diácono, u obispo, que fuera pobre ayer, y hoy sea rico, rico en la casa de Dios, ¿no os parece que ha convertido la Casa del Padre en casa de negociación? De éstos dice el Apóstol: «tienen la piedad por materia de lucro» (1 Tim 6,5). Así, pues, también el Apóstol habla de éstos.
«Cristo es pobre; ruboricémonos. Cristo es humilde, avergoncémonos. Cristo fue crucificado, no reinó. Es más, fue crucificado para reinar. Venció al mundo no con la soberbia, sino con la humildad; venció al diablo no riendo, sino llorando; no azotó, sino que fue azotado; recibió bofetadas, mas Él no golpeó. Por tanto, imitemos también nosotros a nuestro Señor» (Comentario al Evangelio de San Marcos 11.11).