Jueves VIII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 23 mayo, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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1 Pe 2, 2-5. 9-12: Vosotros sois un sacerdocio real, una nación consagrada, para proclamar las hazañas del que os llamó
Sal 99, 1b-2. 3. 4. 5: Entrad en la presencia del Señor con vítores
Mc 10, 46-52: Maestro, haz que pueda ver
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–1 Pedro 2,2-5.9-12: Vosotros sois un sacerdocio real, una nación consagrada, que ha de proclamar las hazañas del que os llamó. La Iglesia, formada de piedras vivas, unidas en torno a la piedra fundamental, que es Cristo resucitado, forma un templo espiritual, en el que se rinde a Dios el culto perfecto. Orígenes dice:
««Destruid este templo y en tres días lo reedificaré» (Jn 2,19). Ambas cosas, el templo y el cuerpo de Jesús, me parecen, según una de las interpretaciones recibidas, ser figura de la Iglesia, pues ella está edificada con piedras vivientes, para ser edificio espiritual y un sacerdocio santo (1 Pe 2,5); construida sobre el fundamento del Apóstoles y los profetas, tiene por piedra angular a Cristo Jesús (Ef 2,20) y es reconocida como templo» (Comentario al Evangelio de San Juan X, 228).
Y San Agustín:
«Uniéndonos a la piedra angular, encontramos la paz; reposando sobre ella, conseguimos firmeza. Ella es, al mismo tiempo, fundamento, porque nos sostiene, y piedra angular, porque nos une. Ella es la piedra sobre la que el hombre prudente edifica su casa, y así se mantiene firme contra todas las tentaciones de este mundo, y ni los torrentes de lluvia la hacen caer, ni los ríos desbordados la derrumban, ni la fuerza de los vientos la sacuden» (Sermón 337,1).
–Los cristianos somos Pueblo de Dios, ovejas de su rebaño, nación consagrada. Así lo cantamos en el Salmo 99: «Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor es Dios; que Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. Entrad por sus puertas con acción de gracias, por su atrios con himnos, dándole gracias, y bendiciendo su nombre. El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades».
–Marcos 10,46-52: Maestro, haz que pueda ver. El ciego de Jericó, una vez sanado por Jesús, «lo seguía por el camino»: de la curación al seguimiento. El ciego pide la luz, signo de salvación. Grita al Señor para que lo cure, mientras los otros le regañan. Comenta San Agustín:
«¿Qué es, hermanos, gritar a Cristo, sino adecuarse a la gracia de Cristo con las buenas obras? Digo esto, hermanos, no sea que levantemos mucho la voz, pero callen nuestras costumbres. ¿Quién es el que gritaba a Cristo para que expulsase su ceguera interior al pasar Él, es decir, al dispensarnos los sacramentos temporales con los que nos invita a adquirir los eternos? ¿Quién es el que grita a Cristo? Aquel que desprecia los placeres del mundo, clama a Cristo; aquel que dice, no con solo con la lengua, sino con la vida: «el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo» (Gál 6,14). Éste es el que clama a Cristo.
«Grita a Cristo el que reparte y da a los pobres, para que su justicia permanezca por los siglos de los siglos. Quien escucha y no se hace el sordo a aquello de: «vended vuestras cosas y dadlas a los pobres» (Lc 12,23). Como si oyera el sonido de los pasos del Señor que pasa, grite el ciego por estas cosas, es decir, hágalas realidad. Su voz sean sus hechos» (Sermón88,12).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. I Pedro 2,2-5.9-12
a) Si es verdad que esta carta está escrita para los recién bautizados, se entienden mucho mejor los pensamientos que leemos hoy, centrados en las claves de la leche, de la piedra y del pueblo sacerdotal:
- «como el niño recién nacido ansía la leche, ansiad vosotros la auténtica, no adulterada»: el niño quiere la leche materna, y el cristiano que ha gustado «lo bueno que es el Señor», quiere seguir experimentándolo, por ejemplo en la escucha de su Palabra;
- como Jesús es «la piedra viva escogida y preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu»: esta vez es la dinámica imagen del edificio de la Iglesia, basado en la piedra angular de Cristo, pero formado por las piedras vivas que somos cada uno de los bautizados;
- la comunidad cristiana es «raza elegida, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por Dios»; ya en el AT se consideraba al pueblo de Israel pueblo sacerdotal, o sea, mediador, porque estaba llamado a ser signo salvador para todos los demás pueblos; ahora se aplican estos mismos títulos, y con mucha más razón, a la comunidad cristiana.
b) ¿Tenemos conciencia, y conciencia gozosa, de las riquezas que supone para nosotros el pertenecer al pueblo de Dios, a la Iglesia del Resucitado?
Las comparaciones pueden hacernos pensar. Deberíamos desear la Palabra de Dios y su cercanía del mismo modo que un niño recién nacido está ávido de la leche materna.
Tendríamos que recordar que entre todos, como piedras vivas, formamos el edificio de la comunidad eclesial. La piedra angular es Cristo. Pero también le dijo a Pedro: «Tú eres roca y sobre esta roca edificaré mi Iglesia». Ahora se nos dice que cada uno de nosotros somos piedras vivas para un edificio vivo.
Además, como pueblo de sacerdotes, unidos por el Bautismo a Cristo Sacerdote, estamos llamados en esta vida, cada uno en su ambiente, a ser mediadores entre Dios y los demás: anunciar su buena noticia a todos los que podamos, ser signos creíbles de su amor(«vuestra conducta entre los gentiles sea buena, así darán gloria a Dios»), «ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo», «proclamar las hazañas» de Dios y «entrar en su luz maravillosa».
En la Eucaristía ejercitamos este sacerdocio bautismal en momentos muy expresivos: como cuando en la oración universal pedimos por el mundo, o cuando entonamos nuestro canto del Sanctus en unión con los ángeles y los santos, y además como portavoces del cosmos y de la humanidad entera: «por nuestra voz las demás creaturas, aclamamos tu nombre cantando».
2. Marcos 10,46-52
a) Jesús cura al ciego Bartimeo. Es un relato muy sencillo, pero lleno de detalles, y un símbolo claro de la ceguera humana espiritual, que también puede ser curada. Esta vez Marcos dice el nombre del ciego: se ve que tenía testimonios de primera mano, o que el buen hombre, que «recobró la vista y le seguía por el camino», se convirtió luego tal vez en un discípulo conocido.
La gente primero reacciona perdiendo la paciencia con el pobre que grita. Jesús sí le atiende y manda que se lo traigan. El ciego, soltando el manto, de un salto se acerca a Jesús, que después de un breve diálogo en que constata su fe, le devuelve la vista.
b) La ceguera de este hombre es en el evangelio de Marcos el símbolo de otra ceguera espiritual e intelectual más grave. Sobre todo porque sitúa el episodio en medio de escenas en que aparece subrayada la incredulidad de los judíos y la torpeza de entendederas de los apóstoles.
Como cuando vamos al oculista a hacernos un chequeo de nuestra vista, hoy podemos reflexionar sobre cómo va nuestra vista espiritual. ¿No se podría decir de nosotros que estamos ciegos, porque no acabamos de ver lo que Dios quiere que veamos, o que nos conformamos con caminar por la vida entre penumbras, cuando tenemos cerca al médico, Jesús, la Luz del mundo? Hagamos nuestra la oración de Bartimeo: «Maestro, que pueda ver». Soltemos el manto y demos un salto hacia él: será buen símbolo de la ruptura con el pasado y de la acogida de la luz nueva que es él.
También podemos dejarnos interpelar por la escena del evangelio en el sentido de cómo tratamos a los ciegos que están a la vera del camino, buscando, gritando su deseo de ver. Jóvenes y mayores, muchas personas que no ven, que no encuentran sentido a la vida, pueden dirigirse a nosotros, los cristianos, por si les podemos dar una respuesta a sus preguntas. ¿,Perdemos la paciencia como los discípulos, porque siempre resulta incómodo el que pide o formula preguntas? ¿o nos acercamos al ciego y le conducimos a Jesús, diciéndole amablemente: «ánimo, levántate, que te llama»?
Cristo es la Luz del mundo. Pero también nos encargó a nosotros que seamos luz y que la lámpara está para alumbrar a otros, para que no tropiecen y vean el camino. ¿A cuántos hemos ayudado a ver, a cuántos hemos podido decir en nuestra vida: «ánimo, levántate, que te llama»?
«A Dios no se le oculta ningún pensamiento ni se le escapa palabra alguna» (1ª lectura, I)
«Qué amables son todas sus obras, Señor» (1ª lectura, I)
«Vosotros sois una raza elegido, un sacerdocio real, un pueblo adquirido por Dios» (1ª lectura, II)
«Servid al Señor con alegría» (salmo, II)
«Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí» (evangelio)
«Animo, levántate, que te llama» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 1 Pedro 2,2-5.9-12
Comienza aquí la que ha sido considerada la sección parenética de la carta. Es casi un conjunto de exhortaciones y consignas operativas. No hay duda de que se trata también de esto, pero, yendo más al fondo, lo que se nos revela aquí es el camino a través del cual irradia el Padre, en el pueblo reunido en Cristo, su misericordia en la historia, atrae a Cristo a las personas que encontrarán en él la experiencia de su salvación, apresura su manifestación. Este comportamiento luminoso y recto es el camino real a través del cual se ejerce ese influjo mediante el cual el Señor lleva a la glorificación del Padre a los que se apartan de ella.
Las personas regeneradas en la resurrección (1,3) por la Palabra viva y eterna del Evangelio (2,23) tienen la misma identidad. Todas y siempre son «recién nacidas» (2,2). La misericordia del Padre nos regenera no sólo en el momento en que nos hace nacer a su vida en Cristo, sino para todo el tiempo en que vivamos con él. La persona se está regenerando siempre en Cristo, que, como Verbo del Padre, está siempre engendrándose en la vida trinitaria. El bautismo nos hace renacer en Cristo de una vez y para siempre. Pedro lo afirma de muchos modos en estas homilías bautismales.
La Palabra en la que tiene lugar la regeneración es la misma que nos hace crecer hacia la salvación. Es nutriente como una leche genuina, sana. Jesús es Palabra viva: la Palabra habla de él; a él remite el Espíritu (1,13) que la inspira y vivifica su anuncio. La deseamos con avidez cuando gustamos su bondad. Es él la piedra viva, elegida, preciosa ante Dios. La humanidad que la rechaza tropieza en ella. Sin embargo, el Padre la ha puesto como piedra angular de la casa espiritual que está construyendo en él y por él, para que sea una comunidad sacerdotal que ofrece el sacrificio que le es agradable. Las personas bautizadas caminan, avanzan en él, cuando se dejan constituir, construir, cual piedras vivas, para el cumplimiento del designio del Padre en Jesucristo.
En conformidad con el maravilloso anuncio de Is 43,21, el pueblo que Dios ha elegido es santo, participa de las mismas prerrogativas de Cristo. Tiene una dignidad real, sacerdotal, profética. Acoge, realiza y anuncia la obra maravillosa del Padre, que, en Cristo, nos llama a su obra admirable, nos constituye en el cuerpo de Cristo. La digna (2,12) y buena (3,16) conducta del pueblo, extranjero (parroquial) y peregrino en Cristo, es uno de los frutos de la realeza, que no sólo nos capacita para moderar los deseos de la carne que contrastan con la dignidad bautismal, sino también y sobre todo para perseverar en la realización de las obras bellas de la vida nueva.
Evangelio: Marcos 10,46-52
Jesús se tropieza con Bartimeo, un mendigo ciego, en las cercanías de Jericó. Bartimeo, al darse cuenta del paso de Jesús, busca todos los modos de llamar su atención, a pesar de la reacción de la gente. Jesús hace que le llamen, habla con él, escucha sus deseos, cultiva su fe. Bartimeo le llama «Maestro» (Rabbuni) (v 51). Es la misma expresión empleada por María en la mañana de Pascua (Jn 20,16), expresión de vínculo, de estima, de afecto, que equivale a «Maestro mío». Jesús le cura, atribuye a la fe su curación y suscita en él el deseo de seguirle: «y le siguió por el camino». Lucas y Mateo refieren también el episodio, pero divergen en algunos puntos particulares explicados de manera diferente por los intérpretes (el número de los curados, el lugar del prodigio y otros).
El episodio está descrito con gran riqueza de detalles particulares, detalles que no es difícil poner de relieve con una lectura atenta. Estos detalles convierten el texto en un documento de pedagogía de la fe. En ella la curación está ligada por un doble nexo con la imploración de la misericordia del que la lleva a cabo. El grito «¡Hijo de David, ten compasión de mí!», que parece preludiar las invocaciones de la entrada en Jerusalén (Mc 11,1ss), implora una curación más radical que la sola adquisición de la vista y forma unidad con el comienzo del discipulado.
MEDITATIO
La ceguera más grave que nos incumbe a todos es la que nos impide vemos a nosotros mismos a la luz de la obra admirable que realiza Jesús en nosotros. Esta obra culmina en el hecho de que nos ha convertido en el pueblo de Dios que ha obtenido su misericordia.
La incapacidad de dirigir nuestra mirada sobre nosotros mismos encuentra un aliado en la distracción de nuestra condición, una distracción que procede de la apatía que nos impide desear e implorar la curación. Hay un cierto sufrimiento e incomodidad que nos acompañan siempre y con los que hemos de contentarnos, aunque no estamos contentos. El ruido que nos rodea nos vuelve mudos; el juicio de los que se ríen de nosotros, cuando nos atrevemos a implorar al Salvador, nos conduce a la resignación, pues sólo nos hemos comprometido a recoger pequeñas cosas por los caminos del mundo.
Jesús es misericordioso, no violento. Suscita la expectativa y no permite que nos despistemos en la carrera. Actúa en el deseo que su Espíritu suscita en nosotros y que se despierta cuando nosotros mismos nos apartamos de la misión de testigos de la esperanza, de excavadores de pozos y de fuentes en los corazones pobres y desalentados. La misericordia es la única bienaventuranza que se regenera ejerciéndola: la experimentan los que la ofrecen y tienen el coraje de la gratuidad de las iniciativas, de la sinceridad de los gestos sencillos y pobres. El óbolo de la viuda reaviva la esperanza.
ORATIO
Tú, Señor Jesús, me pides que me deje emplear como piedra viva en el crecimiento de tu cuerpo místico que peregrina en la historia. Tú, Palabra viva, me pides que sea yo -que a duras penas sé balbucear- quien anuncie las obras maravillosas que, hoy como siempre, realizas. Tú, Señor de la vida, me pides a mí, un niño recién nacido, necesitado de alimento, en período de crecimiento, que me estreche contra ti para que seas en mí la fuente de todo lo que yo haga por ti. ¡Cuánto me cuesta obedecerte, darte crédito, dejar de perder el tiempo con mis torcidos embrollos!
Cuando otras veces me parece que quiero escucharte, y olvido tu respuesta a los interlocutores de la que habla Mt 25,31ss, me quedo bloqueado en las preguntas sobre el cómo: cómo hacer para unirme a ti, cómo encontrarte, etc. Te busco lejos, mientras tú me interpelas y me renuevas por medio de aquellos a los que pones en mi camino y a los que me resisto a mirar, a escuchar. No te veo porque me prefiero a mí antes que a ti, y me privo de tu ternura porque me obstino en querer recibirla de las personas y los acontecimientos que deseo yo, y no a través de los que tú me ofreces. Tu gracia me llega a través de la persona a la que me abro con la generosidad del don. «Maestro, que recobre la vista» y te siga por el camino.
CONTEMPLATIO
«Sois linaje escogido, sacerdocio regio.» .Este testimonio de alabanza le fue dado una vez, por medio de Moisés, al antiguo pueblo de Dios; y ahora el apóstol Pedro lo da a los paganos, con toda razón, porque han creído en Cristo, que, como piedra angular, ha acogido a los gentiles en aquella salvación que Israel había tenido para sí. Les da el nombre de «linaje escogido» porque están unidos al cuerpo de aquel que es el sumo rey y el verdadero sacerdote. El, en cuanto rey, entrega a los suyos el Reino, y, en cuanto pontífice, purifica sus pecados con el sacrificio de su propia sangre. Los llama «sacerdocio regio» a fin de que se acuerden de esperar un Reino que no tiene fin y de ofrecer siempre a Dios los sacrificios de un comportamiento sin mancha.
También se les llama «nación santa, pueblo adquirido», según afirma el apóstol Pablo cuando expone las palabras del profeta: «Mi justo vivirá por la fe, mas, si se echa atrás cobardemente, ya no me agradará». «Pero nosotros -dice- no somos de los que se echan atrás cobardemente y terminan sucumbiendo, sino de aquellos que buscan salvarse por medio de la fe.» [...]
Por eso, en el versículo siguiente, después de haber recordado la historia antigua de manera mística, enseña que ésta debe cumplirse asimismo en sentido espiritual por el nuevo pueblo de Dios, diciendo: «A fin de que anunciéis sus virtudes». En efecto, así como los que fueron liberados de la esclavitud de Egipto por Moisés entonaron un canto de triunfo al Señor después del paso del mar Rojo y el ahogamiento de las milicias del faraón, así es necesario que también nosotros, tras haber recibido en el bautismo la remisión de los pecados, tengamos que dar gracias de manera adecuada por los beneficios celestiales (Beda el Venerable, Commento alía prima lettera di Pietro 2; en PL 93, 50ss).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Continuad haciendo el bien» (cf. 1 Pe 4,19).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
[Como nuestra vida «natural»], también nuestro nacimiento a la Vida de Dios yace en una profundidad oscura; en el misterio del bautismo, de la gracia. En el seno de Dios. Y sentimos que este vivir adquiere relieve en la conciencia sólo de vez en cuando. Anotamos su llamada, su aviso y sus leyes. Tenemos el presentimiento de sus posibilidades eternas. Y debemos creer que este existir es real, más real aún que lo natural, lo terreno.
En nuestra persona debemos ver también la Vida de Dios y, como educadores, tener una viva solicitud por ella. La primera cuestión en la que el educador ayuda, en efecto, al educando es en la de adquirir la firme convicción de tener un destino y una posibilidad de afirmación. Así ocurre también respecto a la existencia divina en nosotros. Esa existencia está engendrada por Dios dentro de nuestra vida, y nosotros creemos que este Dios la ayudará y la conducirá a la plena libertad. Creemos que Dios nos hará encontrar las cosas que ayudan a la vida divina en nosotros; creemos que Dios alejará aquello que la perjudica y nos protegerá de la tentación. A todo ello está ligada también la firme convicción, procedente de la fe, de que el mundo no es para nada un autómata rígidamente programado, sino que está en las manos de Dios; de que el misterio de la acción del Dios vivo penetra el mundo en todo instante.
Es justo que todo esto haya sido colocado como último sello en nuestra común reflexión. Toda educación natural posee un sentido positivo. Ahora bien, lo que es único y original es el hecho de que tenga lugar en nosotros un nacimiento, un nacimiento engendrado por Dios: hay en nosotros una realidad a la que debemos prestar atención, en la que creemos y por la que debemos orar a Dios para que la guíe hasta su realización cabal. El Padrenuestro es la magna oración con la que mendigamos la Vida de Dios (R. Guardini, Persona e Iibertá, Brescia 1990, pp. 234-236).