Jueves VIII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 2 marzo, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
Para ver el texto completo de las lecturas haz clic aquí.
Si 42, 15-26 NV [gr. 42, 15-25]: La gloria del Señor se muestra en todas sus obras
Sal 32, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9: La Palabra de Dios hizo el cielo
Mc 10, 46-52: Rabbuní, haz que pueda ver
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Eclesiástico 42,15-26: La gloria del Señor se muestra en todas sus obras. Los cielos proclaman la gloria de Dios, dice el salmista. Toda la creación maravillosa es como una epifanía natural del Señor. Por eso los santos, que sabían leer en el Libro de la Creación, hallaban en las criaturas una escala que les elevaba al Creador. Así San Juan de la Cruz dice bellamente:
«¡Oh bosques y espesuras - plantadas por la mano del Amado! - ¡Oh prado de verduras - de flores esmaltado! - Decid si por vosotros ha pasado. - Mil gracias derramando - pasó por estos sotos con presura - e yéndolos mirando - con sola su figura - vestidos los dejó de su hermosura» (Canciones entre el alma y el Esposo 4).
El hombre se siente abrumado ante la riqueza de las cosas creadas, ante su variedad inmensa y su fascinante belleza... Y todo ha de elevarle a una alta y continua contemplación, ha de levantarle hacia la trascendencia, conduciéndole a Dios. La conversión de San Agustín se produjo en buena parte ascendiendo al Creador por las criaturas, como él mismo declara:
«Y ¿qué es lo que yo amo cuando yo te amo? No belleza de cuerpo, ni hermosura de tiempo, ni blancura de luz, tan amable a estos ojos terrenos, no fragancia de flores...
«Pregunté a la tierra y me dijo: «no soy yo»; y todas las cosas que hay en ella me confesaron lo mismo. Pregunté al mar y a los abismos y a los reptiles de alma viva, y me respondieron: «no somos tu Dios, búscale sobre nosotros». Interrogué a las auras que respiramos, y el aire todo, con sus moradores, me dijo: «engáñase Anaxímenes; yo no soy tu Dios». Pregunté al cielo, al sol, a la luna y a las estrellas. «Tampoco somos nosotros el Dios que buscas», me respondieron.
«Dije entonces a todas las cosas que están fuera de las puertas de mi carne: «decidme algo de mi Dios, ya que vosotras no lo sois; decidme algo de Él». Y exclamaron todas con grande voz: «Él nos ha hecho». Mi pregunta era su mirada y su respuesta su apariencia.
«Entonces me dirigí a mí mismo y me dije; «¿tú, quién eres?», y respondí: «un hombre»... Sí, la verdad me dice: «no es tu Dios el cielo, ni la tierra, ni cuerpo alguno»... «Por esta razón eres tú mejor que éstos: a ti te lo digo, oh alma, porque tú vivificas la masa de mi cuerpo, prestándole vida, lo que ningún cuerpo puede prestar a otro cuerpo. Pero, a su vez, tu Dios es para ti la vida de tu vida»» (Confesiones 10,6,9-10).
–Con el Salmo 32 cantamos la acción creadora de Dios, que por ella se revela al hombre y le asombra con su grandeza: «Dad gracias al Señor con la cítara; tocad en su honor el arpa de diez cuerdas; cantadle un cántico nuevo, acompañando los vítores con bordones. Que la palabra del Señor es sincera y todas sus acciones son leales. Él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra. La palabra del Señor hizo el cielo, el aliento de su boca sus ejércitos; encierra en un odre las aguas marinas, mete en un depósito el océano. Tema al Señor la tierra entera, tiemblen ante Él los habitantes del orbe; porque Él dijo y existió; Él mandó y surgió».
–Marcos 10,46-52: Maestro, haz que pueda ver. El ciego de Jericó, una vez sanado por Jesús, «lo seguía por el camino»: de la curación al seguimiento. El ciego pide la luz, signo de salvación. Grita al Señor para que lo cure, mientras los otros le regañan. Comenta San Agustín:
«¿Qué es, hermanos, gritar a Cristo, sino adecuarse a la gracia de Cristo con las buenas obras? Digo esto, hermanos, no sea que levantemos mucho la voz, pero callen nuestras costumbres. ¿Quién es el que gritaba a Cristo para que expulsase su ceguera interior al pasar Él, es decir, al dispensarnos los sacramentos temporales con los que nos invita a adquirir los eternos? ¿Quién es el que grita a Cristo? Aquel que desprecia los placeres del mundo, clama a Cristo; aquel que dice, no con solo con la lengua, sino con la vida: «el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo» (Gál 6,14). Éste es el que clama a Cristo.
«Grita a Cristo el que reparte y da a los pobres, para que su justicia permanezca por los siglos de los siglos. Quien escucha y no se hace el sordo a aquello de: «vended vuestras cosas y dadlas a los pobres» (Lc 12,23). Como si oyera el sonido de los pasos del Señor que pasa, grite el ciego por estas cosas, es decir, hágalas realidad. Su voz sean sus hechos» (Sermón88,12).