Martes VIII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 23 mayo, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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1 Pe 1, 10-16: Profetizaron sobre la gracia destinada a vosotros, por eso, manteniéndoos sobrios, confiad plenamente
Sal 97, 1bcde. 2-3ab. 3cd-4: El Señor da a conocer su victoria
Mc 10, 28-31: Recibiréis en este tiempo cien veces más, con persecuciones, y en la edad futura, vida eterna
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (24-05-2016)
martes 24 de mayo de 2016La santidad no se compra. Ni la ganan las mejores fuerzas humanas. No, la santidad sencilla de todos los cristianos, la nuestra, la que debemos lograr todos los días, es un camino que solo se puede recorrer si la sostienen cuatro elementos imprescindibles: valentía, esperanza, gracia y conversión.
Es lo que vemos en la primera lectura de hoy (1Pe 1,10-16), que es como un pequeño tratado sobre la santidad, que es, ante todo, caminar en la presencia de Dios de modo irreprensible. Caminar: la santidad es un camino, la santidad no se puede comprar ni vender. Tampoco se regala. La santidad es un camino en la presencia de Dios, que tengo que hacer yo: no puede hacerlo otro en mi nombre. Yo puedo rezar para que otro sea santo, pero el camino debe hacerlo él, no yo. Caminar en la presencia de Dios de modo irreprensible. Hoy diré algunas palabras que nos enseñen cómo es la santidad de cada día, esa santidad –digamos– incluso anónima.
Primero valentía. El camino hacia la santidad requiere valentía. El Reino de los Cielos es para los que tienen el valor de ir adelante, y esa valentía se mueve por la esperanza, la segunda palabra del viaje que lleva a la santidad. La valentía que espera en un encuentro con Jesús. Luego está el tercer elemento, cuando Pedro escribe: Poned toda vuestra esperanza en la gracia. La santidad no podemos hacerla nosotros solos. No, es una gracia. Ser bueno, ser santo, avanzar todos los días un poco en la vida cristiana es una gracia de Dios, y debemos pedirla. Así pues, la santidad es un camino que hay que hacer con valentía, con esperanza y con la disponibilidad de recibir esa gracia. ¡Es tan bonito el capítulo 11 de la Epístola a los Hebreos! –leedlo–; cuenta el camino de nuestros padres, de los primeros llamados por Dios. Y cómo fueron adelante. De nuestro padre Abraham dice: Y salió sin saber a dónde iba (Hb 11,8), con esperanza.
En su carta, Pedro pone de relieve la importancia de un cuarto elemento. Cuando invita a sus interlocutores a no conformarse a los deseos que teníais antes, les anima esencialmente a cambiar su corazón por dentro, en una continua, diaria labor interior: la conversión de todos los días. Pero, Padre, es que yo para convertirme tengo que hacer mucha penitencia, darme una paliza... No, no, no: pequeñas conversiones. Por ejemplo, si eres capaz de no hablar mal de otro, estás en el buen camino de ser santo. ¡Es así de fácil! Yo sé que vosotros nunca habláis mal de otros, ¿verdad? Pues eso, cosas pequeñas... Es que tengo ganas de criticar al vecino, al compañero de trabajo: ¡muérdete la lengua! Se hinchará un poco la lengua, pero vuestro espíritu será más santo, en ese camino. Nada de grandes mortificaciones: no, cosas sencillas. El camino de la santidad es sencillo. Y no volver atrás, sino avanzar siempre. Y con fortaleza.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–1 Pedro 1,10-16: El Espíritu de Cristo les declaraba por anticipado los sufrimientos de Cristo y la gloria que le seguiría. En efecto, los profetas vaticinaron la pasión y la gloria del Mesías. Por eso los fieles, asegurados por la Escritura, han de sentirse llenos de certeza en la fe y en la esperanza, y según recuerda San Pedro, han de imitar la santidad de Dios, porque Dios es santo. San Ireneo escribe:
«Uno es el Hijo, que llevó a cumplimiento la voluntad del Padre; y uno es el género humano, en el que tiene cumplimiento el designio misterioso de Dios; y «los ángeles desean contemplarlo» (1 Pe 1,12).
«Pero los ángeles no pueden llegar al cabo de la sabiduría de Dios, por la que su criatura alcanza la perfección al conformarse con su Hijo y al incorporarse a Él; a saber, que el primogénito que de Él procede, el Verbo, descienda a la creación, que es obra de sus manos, y sea recibido en ella, y a la vez, que la creación sea capaz de recibir al Verbo y de ponerse a su nivel, por encima de los ángeles, hasta llegar a ser a imagen y semejanza de Dios» (Contra las herejías 5,36,3).
–Dios fue desvelando poco a poco sus designios salvíficos, hasta revelarlos plenamente en Jesucristo. Todo ha sido fruto de la fidelidad de Dios a sus promesas, a pesar de las rebeldías del hombre. Por eso, las maravillas que ha obrado el Señor ponen en nuestros labios un cántico nuevo para alabarle, y lo hacemos ahora con el Salmo 97: «Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia, se acordó de Israel. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera, gritad, vitoread, tocad».
–Marcos 10,28-31: Recibiréis en este tiempo cien veces más, con persecuciones, y en la edad futura, la vida eterna. Así responde Cristo a Pedro, cuando éste le pregunta por la suerte que corresponderá a aquellos que todo lo han dejado por seguirle. Atengámonos a las palabras de Jesús, y dispongamos toda nuestra vida en función de los valores del Evangelio y del Reino de Cristo. Comencemos, pues, como los apóstoles, por el desprendimiento de los bienes materiales, y ordenemos todas nuestras realidades humanas en función del final sobrenatural y eterno que con toda certeza esperamos. Cada uno, según su vocación, ha de «dejarlo todo y seguir a Jesús». Comenta San Juan Crisóstomo:
«¿Qué todo es ése, bienaventurado Pedro? ¿La caña, la red, la barca, el oficio? ¿Eso es lo que nos quieres decir con la palabra todo? Y él nos contesta: «Sí; pero no lo digo por vanagloria, sino que, en mi pregunta al Señor, quiero meter a toda la muchedumbre de los pobres»...
«Eso es lo que hizo aquí el Apóstol, al dirigirle al Señor su pregunta en favor de la tierra entera. Porque lo que a él personalmente le atañía bien claramente lo sabía, como resulta evidente... pues quien, ya desde esta vida, había recibido las llaves del reino de los cielos, mucha mayor confianza había de tener por lo que a la otra vida se refería.
«Pero mirad también qué exactamente responde Pedro a lo que Cristo había pedido. Dos cosas, en efecto, había pedido el Señor al joven rico: que diera lo que tenía a los pobres y que le siguiera. Por eso Pedro dice esas dos mismas cosas: «nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido»» (Homilía 64,1 sobre San Mateo).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 1 Pedro 1,10-16
El Espíritu es el origen único del anuncio que proclama la salvación que nos ha sido entregada en la resurrección de Jesucristo. Actuaba ya en los profetas: les impulsaba a conocer y profetizar el misterio de Cristo, los sufrimientos que debía padecer y la gloria que de ellos se seguiría. Ahora, enviado desde el cielo después de la resurrección, obra en aquellos que predican el Evangelio, en todos los que anuncian que Cristo actúa en la historia para conducir a su pleno cumplimiento, entre la persecución y la confianza, la obra de regeneración de la humanidad llevada a cabo en la resurrección.
Este anuncio encierra tal belleza que constituye la alegría y la admiración de las criaturas angélicas y tiene el poder innato de hacer que los fieles vivan en un clima pascual, «ceñido el espinazo de nuestra propia mente», y vigilen de tal modo que centren toda su esperanza en la gracia que será entregada en la revelación de Jesús, cuando él se manifieste en la gloria. Como ya han pasado de la ignorancia al conocimiento de Dios (cf. Sal 78,6; Jr 10,25; 1 Tes 4,5), ya no pueden amoldarse a deseos vanos, sino que, como hijos obedientes al Padre, que los ha regenerado en Jesús, deben comportarse como él, santos en su conducta. La posibilidad de vivir como el Padre se basa en la participación en su misma vida a través de Cristo y brota de la participación en la vida divina.
Evangelio: Marcos 10,28-31
Pedro, que se hace eco del asombro de los discípulos ante las reflexiones del Maestro sobre la dificultad del camino hacia el Reino, quiere saber qué va a ser de los que ya están siguiendo al Nazareno. Jesús, respondiendo a la pregunta de Pedro, confirma que Dios no se deja vencer en generosidad. No sólo acoge en su bienaventuranza eterna a los que perseveran por el camino de Cristo, sino que ahora ya, en este tiempo, los admite a gozar de la riqueza de sus dones y de su protección, aunque sean perseguidos.
Marcos, que presenta con más detalle que los otros dos sinópticos los bienes de los que gozan los discípulos en este tiempo, concluye con la máxima sobre los primeros y los últimos en el Reino. Mateo la presenta dos veces (19,30; 20,26) y Lucas la sitúa en otra parte (13,30). En este contexto podemos entenderla como una invitación a la vigilancia contra las falsas seguridades que pueden insinuarse en una vida en la que, pese a las dificultades y los contrastes, nuestra condición existencial general puede distraernos de la conversión permanente.
MEDITATIO
Pedro atestigua que la vida de las comunidades que marchan por los caminos del Señor, aquella que preanunciaron los profetas y en la que los predicadores del Evangelio nos piden que perseveremos, está entremezclada de alegría y dolor, es camino de purificación y de confianza. Jesús mismo promete a quienes le sigan no sólo la vida eterna en el futuro, sino ya ahora cien veces más que todo lo que hayan dejado, junto con persecuciones. Algunas personas se alejan del camino del Señor para gozar de los bienes terrenos. Los que van por este camino experimentan que gozan de esos bienes en abundancia, y no porque los busquen, sino porque les son dados.
La vida en el Reino no está exenta de consuelos dignos de la condición humana.
Vivir con Jesús, que vive en su Iglesia, es compartir su condición de «piedra angular», preciosa para el Padre, aunque rechazada por la humanidad (cf. 1 Pe 2,6ss); es también beber su cáliz, recibir su bautismo.
Sólo tenemos dos manos. Alguien advertía que sobre una había un cero y sobre la otra un uno. Si ponemos el cero detrás del uno, tenemos diez; si lo hacemos al revés, empobrecemos la misma unidad.
ORATIO
Son muchos los propósitos sinceros que siento de amarte, de seguirte con fidelidad, pero naufragan, oh Señor, mientras perdura en mí la ilusión de adherirme a ti, de buscarte al margen de la humanidad pobre y doliente en la que vives. La reticencia mayor aparece en mí cuando intento acogerte en tu Iglesia peregrina, en sus pecadores, en las personas ambiciosas, ávidas de poder, de éxito, de dinero, de prestigio, que se encuentran también entre tus ministros, en sus opciones políticas y en sus titubeos pastorales.
Sé que amas a tu Iglesia, que la lavas con tu sangre y que, a través de tu Espíritu, la conduces a la conversión. Me lo repito siempre, pero cuando debo ser en ella testigo de la misericordia del Padre, que no acepta compromisos, aunque tampoco apaga el pábilo vacilante, me da la impresión de estar siempre al comienzo del camino. Cuando te acojo con sencillez, de verdad, sobre todo en los pobres, en las personas débiles, que no cuentan con apoyo humano, todo es diferente. ¡Ése es tu camino! Concédeme recorrerlo contigo de una manera no selectiva ni arbitraria, en caridad de verdad hasta el final.
CONTEMPLATIO
¿Quién es el hombre que, al oír los distintos nombres del Espíritu, no se levanta con ánimo y no eleva su pensamiento a la naturaleza suprema de Dios? Se le llama, en efecto, Espíritu de Dios y Espíritu de la verdad, que procede del Padre: Espíritu fuerte, Espíritu recto, Espíritu Santo es su denominación adecuada y propia. A él se dirigen todas las cosas que tienen necesidad de ser santificadas, y lo desean todas las cosas que viven según la virtud, que, por su soplo, quedan restauradas y reciben ayuda para la consecución de su fin propio y particular. [...]
Por él se elevan los corazones a lo alto, coge a los débiles de la mano y los aventajados alcanzan la perfección. El, brillando en los que han quedado purificados de toda suciedad, los hace espirituales a través de la comunión que tienen con él.
Y así como los cuerpos muy transparentes y nítidos, al entrar en contacto con un rayo, se vuelven ellos también muy luminosos y emanan por sí mismos un nuevo resplandor, así también las almas que tienen el Espíritu y son iluminadas por él se vuelven asimismo espirituales y reflejan la gracia sobre los demás.
De ahí procede el conocimiento anticipado de las cosas futuras, el ahondamiento en los misterios, la perfección de las cosas ocultas, la distribución de los dones, la familiaridad con las cosas del cielo, el alborozo con los ángeles; de ahí procede la alegría eterna, de ahí la perseverancia en Dios, de ahí la semejanza con Dios y de ahí también -y esto es lo más sublime que podemos desear- la posibilidad de que tú mismo llegues a ser dios (Basilio de Cesarea, Sobre el Espíritu Santo XV, 35ss; en PG 32, 130ss [edición española: El Espíritu Santo, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1996]).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Poned toda vuestra esperanza en la gracia que os traerá la manifestación de Jesucristo» (1 Pe 1,13).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
No sé quién -o qué cosa- planteó la pregunta. No sé cuándo fue planteada. No recuerdo qué respondí. Pero una vez respondí que sí a alguien o a algo. A ese momento se remonta en mí la certeza de que la vida tiene un sentido y de que, por consiguiente, la mía, en sumisión, tiene un fin. Desde ese momento supe qué es «no volverse atrás», «no preocuparse por el mañana».
Guiado en el laberinto de la vida por el hilo de Ariadna de la respuesta, hubo un tiempo y un lugar en el que supe que la vida lleva a un triunfo que es ruina y a una ruina que es triunfo, supe que el precio de apostar la vida es el vituperio y que la posible elevación del hombre es el colmo de la humillación. Más tarde, la palabra coraje perdió su sentido para mí, puesto que no podían quitarme nada.
Más adelantado en el camino, aprendí paso a paso, palabra a palabra, que detrás de cada dicho del héroe de los evangelios hay un ser humano y la experiencia de un hombre. Incluso detrás de la oración en la que pidió que se apartara de él aquel cáliz y detrás de la promesa de vaciarlo. Incluso detrás de cada palabra que dijo en la cruz (D. Hammarskjöld, La linea della vita, Milán 1967, p. 142 [edición española: Marcas en el camino, Editorial Seix Barral, Barcelona 1965]).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. I Pedro 1,10-16
a) Si ayer hablaba Pedro de la herencia y la esperanza que nos concede Dios en su misericordia, hoy sigue con el tema, pero situándolo como en tres etapas:
- en el pasado, los profetas del AT, inspirados ya por el Espíritu de Jesús, escrutaban el futuro y «predecían la gracia destinada a vosotros», porque «se les reveló que aquello no era para su tiempo, sino para el vuestro»;
- ahora, los predicadores cristianos, también inspirados por el Espíritu, nos anuncian la buena noticia: que en Cristo Jesús, en su muerte y resurrección, se cumple todo lo anunciado antes;
- y todavía queda otra perspectiva, la del futuro: «estad interiormente preparados para la acción, a la expectativa del don que os va a traer la revelación de Jesucristo».
Mientras tanto, el autor de la carta quiere que los cristianos se controlen, que vivan en la obediencia, que no se amolden a los deseos de antes, sino que vivan en santidad, imitando la santidad del mismo Dios: «Seréis santos porque yo soy santo».
b) Los cristianos vivimos entre la memoria y la profecía, entre el ayer y el mañana. Y sobre todo en la vivencia del presente, del hoy, atentos a los valores fundamentales de nuestra salvación, la salvación que nos ofrece Dios por Cristo, la comunión en su vida.
Si miráramos más de dónde venimos y a dónde vamos, viviríamos más lúcidamente nuestro presente. No sólo porque nuestra existencia estaría transida de esperanza, sino también porque asumiríamos con decisión el compromiso de vivir vigilantes, no dormidos ni indolentes, sino con disponibilidad absoluta, guiados por Cristo, con la consigna de no amoldarnos ya a los criterios de este mundo sino a los de Dios.
Cada Eucaristía nos hace ejercitar esta actitud de memoria del pasado, de profecía abierta al futuro y de celebración vivencial del presente: «Cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa (hoy), anunciáis la muerte del Señor (ayer) hasta que venga (mañana)» (I Corintios 11,26).
Por eso la Eucaristía, con la luz de la Palabra y la fuerza de la comunión, nos va ayudando a ordenar nuestros pensamientos, a ir creciendo en la unidad interior de toda la persona, en marcha desde el ayer al mañana, viviendo el hoy con serenidad y empeño. La Eucaristía es nuestro mejor «viático», nuestro alimento para el camino.
2. Marcos 10,28-31
a) Ayer el joven rico se marchó triste, sin decidirse a seguir a Jesús. Hoy Pedro, que sí le ha seguido, se lo recuerda: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». El resto ya se sobreentiende (y Mateo lo explícita en su evangelio): ¿qué recibiremos en cambio?
La respuesta de Jesús es esperanzadora y misteriosa a la vez: «Recibirá en este tiempo cien veces más y en la edad futura vida eterna». No se trata de cantidades aritméticas y tantos por ciento. La respuesta se refiere a la nueva familia que se crea en torno a Jesús: dejamos un hermano y encontramos cien. Ya habla Jesús cuáles eran los lazos de esta nueva familia: «¿Quién es mi madre y mis hermanos? Quien cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34s).
b) En el fondo de la interpelación de Pedro está su concepto político e interesado del mesianismo, un concepto todavía muy poco maduro. ¿Pregunta acaso una madre cuánto le van a pagar por su trabajo? ¿pone un amigo precio a un favor? ¿pasó factura Jesús por su entrega en la cruz? Los discípulos buscan puestos de honor, recompensas humanas, soluciones económicas y políticas. Jesús y su Espíritu les irán ayudando a madurar en su fe, hasta que después de la Pascua se entreguen también ellos gratuita y generosamente al servicio de Cristo Jesús y de la comunidad, hasta su muerte.
Una experiencia de ese ciento por uno que promete Jesús la tienen tantos cristianos laicos que desde su condición en la sociedad entregan sus mejores energías a trabajar por el Reino de Dios. Ya saben lo que es la generosidad de Dios en este mundo, a la vez que esperan en el otro la vida eterna prometida al siervo bueno y fiel.
De un modo especial esta experiencia la tienen los que han abrazado la vida religiosa o el ministerio ordenado dentro de la comunidad como estado permanente de vida. Han entrado en la dinámica de este otro género de familia y parentesco: los hermanos y los hijos los cuentan por centenares y miles. No han formado familia propia, pero no por eso han dejado de amar: al contrario, están más plenamente disponibles para todos, movidos de un amor universal, no por una paga a corto plazo.
Unos y otros saben también que sigue siendo verdad una palabra muy breve pero muy realista que Marcos ha añadido a la lista de las ventajas: «con persecuciones». Jesús promete la vida eterna, después, y ya desde ahora una gran satisfacción. Pero no asegura el éxito y la felicidad y el aplauso de todos. En todo caso, la felicidad del que se sacrifica por los demás. Lo que sí promete es la cruz y las persecuciones. Una cruz que estaba incluida también en su programa mesiánico y que varias veces ha asegurado que les tocará llevar también a sus discípulos. Lo que vale cuesta. A la Pascua salvadora se llega por el vía crucis del Viernes Santo. El amor muchas veces supone sacrificio. Pero vale la pena.
«El que observa la ley hace una buena ofrenda» (1ª lectura, I)
«Cuando ofreces, pon buena cara» (1ª lectura, I)
«Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios» (salmo, I)
«Estad preparados, en la espera del don que os traerá la revelación de Jesucristo» (1ª lectura, II)
«Recibirá cien veces más en este tiempo, y en la edad futura, vida eterna» (evangelio)