Lunes VIII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 23 mayo, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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1 Pe 1, 3-9: Sin haber visto a Cristo lo amáis y creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable
Sal 110, 1-2. 5-6. 9 y 10c: El Señor recuerda siempre su alianza
Mc 10, 17-27: Vende lo que tienes y sígueme
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–1 Pedro 1,3-9: No habéis visto a Cristo, y lo amáis; creéis en Él, y os alegráis con un gozo inefable. Como San Pablo, San Pedro da gracias al Señor por la regeneración del bautismo y por la esperanza de la herencia celeste, cuyo fundamento es la resurrección de Cristo. En medio de las pruebas presentes, hay que perseverar en la fe. San Beda escribe:
«Dice San Pedro que conviene ser afligidos, porque no se puede llegar a los gozos eternos sino a través de aflicciones, y la tristeza de este mundo que pasa. «Durante algún tiempo», dice, sin embargo, porque donde se retribuye con un premio eterno, parece que es muy breve y leve lo que en las tribulaciones de este mundo parecía pesado y amargo» (Comentario a la 1 de San Pedro 1,4).
San Agustín enseña cómo la aflicción pone a prueba nuestra fe, y así la desarrolla:
«Se presenta el dolor, pero vendrá el descanso. Se ofrece la tribulación, pero llegará la purificación. ¿Acaso brilla el oro en el horno del orífice? Brillará en el collar, brillará en el adorno. Sin embargo, ahora soporta el fuego para que, purificado de las escorias, adquiera brillo y esplendor» (Comentario al Salmo 61,11).
–Toda la Sagrada Escritura es una historia de salvación: la historia de las obras de Dios en favor de los hombres. Fiel a sus promesas, Dios actúa siempre para salvar. Y con Cristo el cumplimiento de las promesas llega a su plenitud. Meditamos estas maravillas con el Salmo 110: «El Señor recuerda siempre su alianza. Doy gracias a Dios de todo corazón, en compañía de los rectos, en la asamblea. Grandes son las obras del Señor, dignas de estudio para los que las aman. Él da alimento a sus fieles, recordando siempre su alianza. Mostró a su pueblo la fuerza de su obrar, dándole la heredad de los gentiles. Envió la redención a su pueblo, ratificó para siempre su alianza, la alabanza del Señor dura por siempre».
La esperanza de los cristianos no es la de los judíos. La venida del Hijo del Hombre no se produjo en las formas previstas por los judíos. Jesús predicó una Buena Nueva, que pocos acogieron, pues solo podía ser recibida con el corazón humilde y bien dispuesto. La Palabra de Dios madura lentamente, con la gracia, en el corazón de los hombres buenos. Este crecimiento de la Palabra divina en cada uno de los fieles, se produce en medio de muchas pruebas, les asegura la herencia gloriosa e incorruptible, y les garantiza la resurrección bienaventurada.
–Marcos 10,17-27: Vende lo que tienes y sígueme. Para ser discípulo de Cristo, es necesaria una renuncia total de cuanto se posee, una renuncia material, o al menos espiritual. El peligro de las riquezas es real, y no debe ser ignorado. Sin embargo, pobres y ricos han de tender a la perfección evangélica, pues, como enseña Casiano,
«muchos son los caminos que conducen a Dios. Por eso, cada cual debe seguir con decisión irrevocable el modo de vida que primero abrazó, manteniéndose fiel en su dirección primera (cf. 1 Cor 7,17.20.24). Cualquiera que sea la vocación escogida, podrá llegar a ser perfecto en ella» (Colaciones 14).
El joven rico del Evangelio no siguió la llamada de Cristo, no tanto porque tenía bienes, sino porque estaba apegado a ellos. En ese sentido dice San Juan Crisóstomo:
«Lo malo no es la riqueza, lo malo es la avaricia, lo malo es el amor al dinero» (Homilía 2,5,8). Y en cuanto a la pobreza, «la pobreza parece a muchos un mal, y no lo es. Antes bien, si se mira serenamente e incluso filosóficamente, es un destructor de males» (Sobre los males de la vida 3 y 4).
Y San Gregorio Magno:
«Entregados a las cosas de este mundo, nos vamos volviendo tanto más insensibles a las realidades del espíritu, cuanto mayor empeño ponemos en interesarnos por las cosas visibles» (Homilía 17 sobre los Evangelios).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. I Pedro 1,33-9
a) Empezamos hay la primera carta de san Pedro. La seguiremos leyendo hasta el viernes.
Los estudiosos no están seguros de que su atribución a Pedro sea auténtica, o si el escrito se debe a un autor desconocido que quiso ampararse bajo ese nombre, ciertamente prestigioso en las primeras generaciones. Si es de Pedro, la fecha de redacción de la carta sería hacia el ano 64. Si no, podría ser más tardía.
En un período de persecuciones, la carta quiere dar ánimos a los cristianos, recordándoles la fuente de su identidad cristiana, el bautismo, y su pertenencia a la comunidad eclesial. Algunos estudiosos han creído reconocer en este escrito como un guión de celebración bautismal y pascual, o una homilía dirigida a los recién bautizados, los neófitos, para que empiecen a vivir el nuevo estilo de vida de Cristo.
La página primera de la carta es un himno de acción de gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. Un himno impregnado de esperanza y de ánimos, que contiene estas ideas:
- los cristianos hemos nacido de nuevo, somos regenerados
- por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos
- y eso nos llena de esperanza y nos da ánimos para seguir fieles a Cristo, a pesar de que haya pruebas y sufrimientos
- mientras caminamos hacia la herencia final, incorruptible, que tenemos reservada para nosotros en el cielo
- y se nos dará cuando se manifeste Jesucristo;
- los cristianos de las siguientes generaciones tienen un gran mérito: «no habéis visto a Jesucristo y lo amáis; no lo véis y creéis en él y os alegráis con un gozo indecible y transfigurado».
b) En nuestra vida ha sido Dios quien ha tomado la iniciativa. Resucitando a Jesús de entre los muertos y ofreciéndonos después el bautismo como inicio de una nueva vida, nos ha puesto en el mejor y más seguro camino de salvación. Somos herederos de una herencia que está a buen recaudo: nuestra garantía está en el cielo y se llama Cristo Jesús, a quien seguimos como cristianos.
La página de Pedro está llena de optimismo: resurrección, nacimiento nuevo, esperanza, alegría, fuerza, marcha dinámica de la comunidad hacia la salvación final. Que en medio haya momentos de sufrimiento y prueba tiene, en este contexto, menos importancia. Porque con la fuerza de Dios podemos superarlo todo. En verdad podemos decir, con el salmista: «Doy gracias al Señor de todo corazón, en compañía de los rectos, en la asamblea... envió la redención a su pueblo, ratificó para siempre su alianza».
Nos puede resultar estimulante que Pedro nos diga -a nosotros aún con mayor motivo que a los de la segunda generación- que tenemos mérito en amar y seguir a Cristo sin haberle visto ni haber sido contemporáneos suyos.
Los cristianos tendríamos que recordar más nuestro bautismo. Podríamos, por ejemplo, visitar al menos una vez al año la fuente bautismal en que renacimos a la vida de Cristo y fuimos incorporados a su comunidad. Por ejemplo en torno a la Pascua podíamos hacer una oración, personal o comunitaria, junto al baptisterio de la parroquia, dando gracias a Dios porque por medio de este sacramento fuimos hechos coherederos con Cristo de una esperanza que no nos fallará y recibimos la fuerza del Espíritu para emprender el difícil camino de la vida, hasta la alegría final.
2. Marcos 10,17-27
a) Jesús se encuentra con un joven que quiere «heredar la vida eterna» y entabla con él un diálogo lleno de buena intención y de psicología.
El joven parece sincero. ¿Tal vez un poco demasiado seguro de su bondad: «todo eso lo he cumplido desde pequeño»? Jesús le mira con afecto, con esa mirada que tanto impresionó a sus discípulos: la mirada de afecto al joven de hoy o la de ira a los que no querían ayudar al enfermo en sábado, o la de perdón a Pedro después de su negación. Al joven le propone algo muy radical: «una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dalo a los pobres y sígueme». El joven se retira pesaroso. No se atreve a dar el paso.
Jesús saca la lección: los ricos, los que están demasiado apegados a sus bienes, no pueden acoger el Reino: «Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja...».
b) Es una escena simpática: un joven inquieto que busca caminos y quiere dar un sentido más pleno a su vida.
Pero el diálogo, que prometía mucho, acaba en un fracaso. Tampoco Jesús consigue todo lo que quiere en su predicación, porque respeta con delicadeza la libertad de las personas. Algunos le siguen a la primera, dejándolo todo. como los apóstoles. Otros se echan atrás. Jesús se debió quedar triste. Había puesto su cariño en aquel joven. Más tarde mirará con tristeza a la higuera estéril, que es Israel. Y a los que han convertido el Templo en cueva de ladrones. El joven se convirtió en símbolo del pueblo elegido de Dios que, llegado el momento, no quiso aceptar el mensaje del Mesías. No tuvo fácil su misión Jesús de Nazaret. Aunque tal vez así nos anima más a nosotros si tampoco tenemos resultados muy halagüeños en nuestra misión educativa o familiar o eclesial.
Es que Jesús no pide «cosas», sino que pide la entrega absoluta. No se trata de «tener» o no tener, sino de «ser» y «seguir» vitalmente: «que cargue con su cruz cada día y me siga», «el que quiera guardar su vida, la perderá». A todos nos cuesta renunciar a lo que estamos apegados: las riquezas o las ideas o la familia o los proyectos o la mentalidad.
Cuando estamos llenos de cosas, menos agilidad para avanzar por el camino. El atleta que quiera correr con una maleta a cuestas conseguirá pocas medallas. Es el ejemplo que nos dio el mismo Jesús: «el cual, siendo de condición divina, se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo, y se humilló hasta la muerte y muerte de cruz» (Fil 2,6-7). Era rico y se hizo pobre por nosotros.
Los que han abrazado la vida religiosa han decidido imitar a Jesús más de cerca: han vendido todo y le han seguido. Si han querido hacer los votos de pobreza, celibato y obediencia, ha sido para poder caminar más ágilmente por el camino de las bienaventuranzas, para poder amar más, para estar disponibles para los demás, para ser libres interiormente, como Jesús. Todo ello, fiados no en sus fuerzas, sino en las de Dios: «es imposible para los hombres, no para Dios».
Todo cristiano puede seguir el camino de las bienaventuranzas. No se trata de que el discípulo de Jesús no pueda tener nada propio, sino de que no se apegue a lo que posee.
Que no intente servir a dos señores. Que lo relativice todo, para conseguir el tesoro y los valores que valen la pena, los que ofrece Cristo.
«¡Qué grande es la misericordia del Señor y su perdón para los que vuelven a él!» (1ª lectura, I)
«Alegraos, aunque de momento tengáis que sufrir un poco» (1ª lectura)
«No habéis visto a Jesucristo y lo amáis» (1ª lectura, II)
«Vende lo que tienes, dalo a los pobres y sígueme» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 1 Pedro 1,3-9
El anuncio del apóstol al pueblo de Dios que vive en las pequeñas comunidades elegidas está inscrito en un admirable himno de bendición. En él se enlaza la revelación de la regeneración de la humanidad, llevada a cabo en la resurrección de Jesucristo, con el «todavía no» de la plena manifestación de la misma y del carácter del tiempo que transcurre entre el «ya» de la salvación y el «todavía no» de la manifestación de la misma. La «herencia reservada en los cielos» (v. 4) es la meta de la nueva esperanza. En virtud de ella, las personas que se han fortalecido por la fe perseveran haciendo el bien (cf 4,19) y, tanto en la alegría como en el dolor, dan un bello testimonio de Cristo.
La fe nos hace entrar en el ámbito del Dios omnipotente. El protege, consolida (cf. 5,9) y sostiene en la batalla a las personas encaminadas a la salvación, a la manifestación del Señor de la gloria (1,9). El nexo de continuidad y la distinción entre la regeneración ya acaecida y presente ahora como herencia en Cristo glorioso, y la manifestación que tendrá lugar cuando él se manifieste es lo que vertebra el tiempo de la fe. Su característica es la falta de visión, entretejida de esperanza en la caridad. Amar y creer sin ver es un camino que lleva a la purificación de la fe y del amor, y no sólo en el plano personal y comunitario. No se trata de un proceso indoloro. Lo podemos comparar con el del oro que, acrisolado por el fuego, queda libre de las escorias (cf v. 7). El Jesús de la gloria resplandecerá en la gloria del pueblo que el Padre reúne en él, y éste experimentará en plenitud la misericordia cuando sea alabanza, gloria y honor en Jesús glorificado. La tensión escatológica estructura en su raíz el camino de la fe en sus dinamismos, agudiza la nostalgia y la imploración de la manifestación, y persevera en la imploración y en la confianza.
Evangelio: Marcos 10,17-27
El diálogo entre Jesús y el rico, así como la reflexión sobre el alcance del mismo, aparece en los tres sinópticos; de ellos, es Marcos el que presenta más detalles. Dice que el rico se acerca corriendo a Jesús y se arrodilla ante él en señal de reverencia y respeto (v. 17). Al final nos proporciona algunos detalles sobre la reacción de Jesús a las palabras del rico: fija en él su mirada, le ama, le habla (v 21). Recoge también la reacción del rico: «frunció el ceño y se marchó todo triste» (v 22). Jesús va de camino hacia Jerusalén. La pregunta que le dirigen es seria. Centra el nexo entre el obrar orientado por la ley del Señor y la vida eterna (cf para un contexto diferente Lc 10,29), entre el reconocimiento de la bondad de Dios y la calidad de las relaciones interhumanas.
La escansión de los preceptos negativos del Decálogo, además del honor debido a los padres, está hecha de modo que haga resaltar que los mandamientos están ordenados para liberar de los obstáculos que nos impiden centrar en Dios el corazón y los afectos, que nos impiden tender a él, fin de todos y cada uno de los preceptos. Observar las «Diez palabras» es querer que Dios sea Dios en cada uno de los fieles y en el pueblo con el que ha estipulado la alianza. No hay que dejarse dominar por las riquezas, por los bienes, por las prerrogativas que les acompañan: poder, explotación, relaciones selectivas. No convertirse en esclavos de las pasiones, de los ídolos (1 Cor 8,36ss), es amar al Padre por encima de todas las cosas, y al prójimo en el amor al Padre.
Quien se limita a no transgredir los preceptos de la Torá no se deja guiar por ellos en la liberación de los obstáculos que nos impiden obedecer al Padre, que nos atrae a Cristo para ser en él testigos de su misericordia. Cuando Jesús reflexiona con los apóstoles sobre lo que ha pasado, más que poner de relieve la experiencia de la distancia subrayada por el proverbio entre el dicho y el hecho, entre las buenas aspiraciones y las rémoras de la vida, revela que la conversión del corazón, la fuente del orden en las relaciones humanas, sólo es posible a través de la docilidad a la iniciativa del Padre que -sólo él- engendra para la vida divina, que acoge en su vida. No se deja acoger en ella quien tiene el corazón ocupado por los bienes, unos bienes que no nos han sido dados para sustraernos al seguimiento de Cristo.
MEDITATIO
«Ven y sígueme», le dice Jesús al rico. «Elegidos para obedecer a Jesús y dejarnos rociar por su sangre», nos revela su apóstol. Jesús, a quien el Padre le pide obediencia, es quien nos alimenta con su sangre y nos pide que le sigamos para que se cumpla el designio del Padre. Ese designio, llevado a cabo en su persona, avanza ahora precisamente hacia el cumplimiento en su cuerpo místico, en la Iglesia peregrina sobre la tierra hasta su vuelta. Seguirle es caminar en él en medio de la comunidad de salvación vivificada por su Espíritu.
Querer seguir a Jesús de verdad es discernir el Camino por el que marcha el pueblo, dar nuestro asentimiento a los que han sido designados para certificar el rumbo y las exigencias concretas, aprender a trabajar y colaborar en el proyecto común, capacitarme para hacer converger en el bien común los dones de la naturaleza y de la gracia con los que me he enriquecido. Nadie vive para sí mismo y nadie muere para sí mismo. El seguimiento implica la fe en Cristo, «pastor» invisible de su grey (1 Pe 5,4), la docilidad para caminar juntos. Obedecerle es alimentarse con su sangre, que recibimos en la Iglesia, y perseverar con fidelidad en la participación en la misión común. La riqueza del creyente es Jesús. Lo que nos aparta de él o nos hace perezosos y desatentos para morar en él se convierte en un obstáculo que la fuerza de la fe permite superar.
ORATIO
Tu Palabra, Señor, es la verdad. Envía tu Espíritu para que me ilumine y pueda acogerla tal como tú la dices, para que pueda seguirte a tu modo y no al mío. Tú pides que te siga en tu cuerpo místico. La resistencia, explícita o escondida, que le opongo es grande. Todo me lleva a aislarme, a pensar en los intereses de mi salvación en unos contextos en los que parece que nadie se preocupa de ti, en ambientes donde los parámetros de las valoraciones y de las opciones son muy selectivos y muy interesados.
Me pides que vaya a tu encuentro en estos contextos y en estos ambientes, pero yo siento la tentación de aislarme de todo, de encerrarme en mí mismo y en la realización de mis proyectos de vida. Me encuentro habitado por la murmuración interna, por el juicio, por la severidad, por la condena. Hasta en la misma oración hablo de mí y no te escucho a ti, no fijo la mirada en tu rostro.
Tu Palabra me confirma que sólo en el crisol de la tribulación se libera la fe en ti de la tendencia a darse apoyos que la sostengan y que son diferentes a los que tú das a los que llevan a su cumplimiento tu pasión.
Convierte, pues, mi corazón y mi mente. Deseo amarte como tú quieres, permanecer en tu amor por el Padre y por la humanidad que él ama. Manténme en tu amor.
CONTEMPLATIO
Toda nuestra vida presente debe discurrir en la alabanza de Dios, porque en ella consistirá la alegría sempiterna de la vida futura, y nadie puede hacerse idóneo de la vida futura si no se ejercita ahora en esta alabanza. Ahora, alabamos a Dios, pero también le rogamos. Nuestra alabanza incluye la alegría, la oración, el gemido. Es que se nos ha prometido algo que todavía no poseemos, y, porque es veraz el que lo ha prometido, nos alegramos por la esperanza; mas, porque todavía no lo poseemos, gemimos por el deseo. Es cosa buena perseverar en este deseo hasta que llegue lo prometido; entonces cesará el gemido y subsistirá únicamente la alabanza.
Por razón de estos dos tiempos -uno, el presente, que se desarrolla en medio de las pruebas y tribulaciones de esta vida, y el otro, el futuro, en el que gozaremos de la seguridad y alegría perpetuas-, se ha instituido la celebración de un doble tiempo, el de antes y el de después de Pascua. El que precede a la Pascua significa las tribulaciones que en esta vida pasamos; el que celebramos ahora, después de Pascua, significa la felicidad que luego poseeremos. Por tanto, antes de Pascua celebramos lo mismo que ahora vivimos; después de Pascua celebramos y significamos lo que aún no poseemos. Por esto, en aquel primer tiempo nos ejercitamos en ayunos y oraciones; en el segundo, el que ahora celebramos, descansamos de los ayunos y lo empleamos todo en la alabanza. Esto significa el Aleluya que cantamos (Agustín de Hipona, Enarraciones sobre los salmos 148, 1 ss; en CCL 40, 2.165ss [edición española: Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1967, 4 vols.]; tomado de la Liturgia de las horas, volumen II, Coeditores Litúrgicos, Madrid 1993, pp. 736-737).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«A través de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho renacer» (cf. 1 Pe 1,3).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Partir no es devorar kilómetros, atravesar los mares, volar a velocidades supersónicas. Partir es ante todo abrirnos a los otros, descubrirlos, salir a su encuentro. Abrirnos a las ideas, incluidas las contrarias a las nuestras, significa tener el aliento de un buen caminante. Dichoso el que comprende y vive este pensamiento: «Si no estás de acuerdo conmigo, me enriqueces». Tener junto a nosotros a un hombre que siempre está de acuerdo de manera incondicional no es tener un compañero, sino una sombra. Es posible viajar solo. Pero un buen caminante sabe que el gran viaje es el de la vida, y éste exige compañeros. Bienaventurado quien se siente eternamente viajero y ve en cada prójimo un compañero deseado. Un buen caminante se preocupa de los compañeros desanimados y cansados. Intuye el momento en que empiezan a desesperar. Los recoge donde los encuentra. Los escucha. Y con inteligencia y delicadeza, pero sobre todo con amor, vuelve a darles ánimos y gusto por el camino.
Ir hacia adelante sólo por ir hacia adelante no es verdaderamente caminar. Caminar es ir hacia alguna parte, es prever la llegada, el desembarco. Ahora bien, hay caminos y caminos. Para las minorías abrahánicas, partir es ponerse en marcha y ayudar a los otros a emprender con nosotros la misma marcha a fin de construir un mundo más justo y más humano (H. Cámara, La sequela come partenza e affidamento).