Lunes VIII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 1 marzo, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Si 17, 20-28 NV [gr. 17, 24-29]: Retorna al Altísimo, aléjate de la injusticia
Sal 31, 1-2. 5. 6. 7: Alegraos, justos, y gozad en el Señor
Mc 10, 17-27: Vende lo que tienes y sígueme
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Eclesiástico 17,20-28: Retorna al Altísimo, y aléjate de la injusticia. Esta Escritura nos invita a la conversión. Una vez más nos trae la voz de Dios, lleno de misericordia y de bondad, que nos llama constantemente a convertirnos y a progresar en la vida de la perfección cristiana. Es una voz que no cesa, pues el Señor quiere superar todos los obstáculos, y lograr con nosotros una grande e íntima amistad. San Agustín dice:
«¡Qué vergüenza apegarse a las cosas, porque son buenas, y no amar el Bien que las hace buenas! El alma, por el hecho de ser alma, antes aún de ser buena por la conversión al Bien inconmutable; el alma, repito, cuando nos agrada, hasta preferirla a esta luz corpórea, si bien lo meditamos, no nos agrada en sí misma, sino por la excelencia del arte con que fue creada. Se ama el alma en su fuente, de donde trae su origen. Y esta fuente es la Verdad y el Bien puro. No hay aquí sino bienes y, por consiguiente, es el Bien sumo. El bien solo es capaz de aumento o disminución cuando es bien que procede de otro bien.
«El alma, para ser buena, se convierte al Bien, de quien recibe el ser alma. Y entonces, cuando a la naturaleza se une la voluntad, para que el alma se perfeccione en el bien, es cuando se ama este bien mediante la conversión de la voluntad al Bien de donde brota todo bien... En apartándose, en cambio, el alma del Bien sumo, deja de ser buena, pero no deja de ser alma» (Tratado de la Santísima Trinidad 8).
–El Salmo 31 nos recuerda la felicidad que en nosotros produce el perdón de Dios y su misericordia: «Alegraos, justos, y gozad en el Señor. Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dicho el hombre a quien el Señor no le apunta su delito. Propuse: «confesaré al Señor mi culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Por eso que todo fiel te suplique en el momento de la desgracia; la crecida de las aguas caudalosas no lo alcanzará. Tú eres mi refugio: me libras del peligro, me rodeas de cantos de liberación».
–Marcos 10,17-27: Vende lo que tienes y sígueme. Para ser discípulo de Cristo, es necesaria una renuncia total de cuanto se posee, una renuncia material, o al menos espiritual. El peligro de las riquezas es real, y no debe ser ignorado. Sin embargo, pobres y ricos han de tender a la perfección evangélica, pues, como enseña Casiano,
«muchos son los caminos que conducen a Dios. Por eso, cada cual debe seguir con decisión irrevocable el modo de vida que primero abrazó, manteniéndose fiel en su dirección primera (cf. 1 Cor 7,17.20.24). Cualquiera que sea la vocación escogida, podrá llegar a ser perfecto en ella» (Colaciones 14).
El joven rico del Evangelio no siguió la llamada de Cristo, no tanto porque tenía bienes, sino porque estaba apegado a ellos. En ese sentido dice San Juan Crisóstomo:
«Lo malo no es la riqueza, lo malo es la avaricia, lo malo es el amor al dinero» (Homilía 2,5,8). Y en cuanto a la pobreza, «la pobreza parece a muchos un mal, y no lo es. Antes bien, si se mira serenamente e incluso filosóficamente, es un destructor de males» (Sobre los males de la vida 3 y 4).
Y San Gregorio Magno:
«Entregados a las cosas de este mundo, nos vamos volviendo tanto más insensibles a las realidades del espíritu, cuanto mayor empeño ponemos en interesarnos por las cosas visibles» (Homilía 17 sobre los Evangelios).