Miércoles VII de Pascua – Homilías
/ 9 mayo, 2016 / Tiempo de PascuaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Hch 20, 28-38: Os dejo en manos de Dios, que tiene poder para construiros y daros parte en la herencia
Sal 67, 29-30. 33-35a. 35b y 36c: Reyes de la tierra, cantad a Dios
Jn 17, 11b-19: Que sean uno, como nosotros
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Hechos 20,28-38: Os dejo en manos de Dios, que tiene poder para construiros y daros parte en la herencia. Pablo anuncia las dificultades que van a sufrir dentro de la propia comunidad y les hace sus últimas recomendaciones. Un cristianismo auténtico es una vida de íntimo contacto con Dios, que no ahoga, sino que abre cauces a la expansión de una intensa emoción humana. La palabra y la acción de gracias nos edifican como Iglesia y nos dan la herencia de los santos.
San Gregorio de Nisa, expone unas normas seguras para el gobierno de las almas:
«Es necesario que los que gobiernan la comunidad ejerciten dignamente las actividades de dirección... Existe el peligro de que algunos que se ocupan de otros y los dirigen hacia la vida eterna puedan destruirse a sí mismos sin notarlo. Es necesario que quienes supervisan trabajen más que el resto, sean más humildes que quienes están bajo ellos, les ofrezcan su propia vida como ejemplo de servicio y consideren a los súbditos como un depósito que Dios les ha confiado... No es conveniente que los hombres cristianos, atentos al esfuerzo humano, consideren que la entera corona depende de sus peleas, sino que es necesario refieran a la voluntad de Dios sus esperanzas en el premio»(De Institución Cristiana).
–En la Ascensión del Señor, Dios ha desplegado su poder. Ha resplandecido su majestad. Jesús desde el cielo da fuerza y poder a su pueblo. Ha avanzado por los cielos y ahora reina junto al Padre. Así lo proclamamos con el Salmo 67: «Oh Dios, despliega tu poder, tu poder, oh Dios, que actúa en favor nuestro. A tu templo de Jerusalén traigan los reyes su tributo. Reyes de la tierra cantad a Dios, tocad para el Señor que avanza por los cielos, los cielos antiquísimos, que lanza su voz, su voz poderosa: Reconoced el poder de Dios. Sobre Israel resplandece su majestad y su poder, sobre las nubes. ¡Dios sea bendito!».
–Juan 17,11-19: Que sean uno como nosotros. Jesús pide por la unidad de los que han de ser sus discípulos, de toda la Iglesia. Son muchos los santos Padres que han tratado de la unidad de la Iglesia. Dice San Cipriano:
«Esta unidad de la Iglesia está prefigurada en la persona de Cristo por el Espíritu Santo en el Cantar de los Cantares, cuando dice: «Una sola es mi paloma, mi hermosa es única de su madre, la elegida de ella» (6,8). Quien no guarda esta unidad de la Iglesia, ¿va a creer que guarda la unidad de la fe? Quien resiste obstinadamente a la Iglesia, quien abandona la cátedra de Pedro, sobre la que está cimentada la Iglesia, ¿puede confiar que está en la Iglesia?» (Sobre la unidad de la Iglesia, 5).
Y San Ireneo:
«Por diversos que sean los lugares, los miembros de la Iglesia profesan una misma fe y única fe, la que fue transmitida por los Apóstoles a sus discípulos» (Tratado sobre las herejías 1,10). Cristo nunca habla de Iglesias, sino de la Iglesia, de su Iglesia y por ella oró en la última Cena.
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Hechos 20, 28-38
a) La segunda parte del discurso de despedida de Pablo, antes del emocionante adiós junto al barco, se refiere al futuro de la comunidad y a la actuación de sus responsables.
La primera frase es muy densa: «Tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su Hijo». O sea:
- la comunidad o la Iglesia es de Dios Padre,
- que se la ha adquirido o comprado con la Sangre de su Hijo, Jesús,
- ha sido el Espíritu quien ha puesto a estos presbíteros como responsables y pastores de la comunidad,
- y tienen que tener cuidado de ellos mismos y del rebaño a ellos confiado.
El protagonista es Dios Trino, por una parte: «ahora os dejo en manos de Dios y de su palabra, que es gracia».
Y por otra, la comunidad. Los pastores han sido nombrados para que cuiden de ella, librándola de los peligros que la acechan: lobos feroces deformarán la doctrina e intentarán arrastrar a los discípulos. Los buenos pastores deberán estar alerta, como lo había estado siempre el mismo Pablo. Además, deberán mostrarse desinteresados en el aspecto económico. De nuevo se pone Pablo como ejemplo, porque nunca quiso ser carga para la comunidad.
Y cita unas palabras de Jesús que no aparecen en los evangelios: «más vale dar que recibir».
b) El cuadro que traza Pablo de una comunidad cristiana sigue teniendo una actualidad admirable.
Su punto de referencia tiene que seguir siendo Dios: «os dejo en manos de Dios». Pero también en manos de unos pastores responsables, que tienen que dedicarse, con vigilancia y amor, a cuidar de la comunidad, animándola, defendiéndola de los peligros, dando ejemplo de entrega generosa.
Toda la comunidad, basada en la Palabra y la gracia de Dios, sintiéndose animada por el Espíritu de Jesús, debe tender a «construirse» y «tener parte en la herencia de los santos», con un sentido de pertenencia mutua y de corresponsabilidad.
¿Tenemos esta visión dinámica y conjunta de nuestra comunidad? Todos somos llamados a la tarea común, en la que entra el apoyo en Dios, pero también la vigilancia contra los errores y desviaciones, y el amor generoso en la entrega por los demás.
Como menos conocidas, por no estar en los evangelios, tendríamos que hacer hoy nuestras las consignas de Jesús que nos recuerda Pablo, y que pueden dar sentido a nuestro trabajo en y por la comunidad: «Más vale dar que recibir. Más dichoso es el que da que el que recibe».
2. Juan 17,11-19
a) Jesús, en su oración al Padre, se preocupa de sus discípulos y de lo que les va a pasar en el futuro.
Igual que durante su vida él los guardó, para que no se perdiera ni uno (excepción hecha de Judas), pide al Padre que les guarde de ahora en adelante, porque van a estar en medio de un mundo hostil: «no ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal».
Sigue en pie la distinción: los discípulos de Jesús van a estar «en el mundo», son enviados «al mundo» («como tú me enviaste al mundo, así los envío yo al mundo»), pero no deben ser «del mundo» («no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo»).
Jesús quiere que sus discípulos, además, vivan unidos («para que sean uno, como nosotros»), que estén llenos de alegría («para que ellos tengan mi alegría cumplida») y que vayan madurando en la verdad («santifícalos en la verdad»).
b) También el programa de Jesús para los suyos es denso y dinámico. Y está hablando del futuro de su comunidad. O sea, de nosotros.
Estamos en este mundo concreto, al que tenemos que saber ayudar, sin renegar de él. No pedimos ser sacados del mundo. Es a esta nuestra generación, no a otras posibles, a la que tenemos que anunciar el mensaje de Cristo, con nuestras palabras y sobre todo con nuestras obras. El Vaticano II nos ha renovado la invitación a dialogar con el mundo, en el que los laicos, por ejemplo, están más sumergidos, pero también los religiosos y los ministros ordenados.
Eso sí: se nos encomienda que no seamos «del mundo», o sea, que no tengamos como mentalidad la de este mundo -que para el evangelista Juan es siempre sinónimo de la oposición a Dios-, sino la de Cristo. Que no sigamos las bienaventuranzas del mundo, sino las de Cristo. Nuestro punto de referencia debe ser siempre la Verdad, que es la Palabra de Dios. No las verdades a medias o incluso las falacias que a veces nos propone el mundo.
En la Eucaristía, y siempre que rezamos el Padrenuestro, pedimos a Dios: «no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal». Que puede traducirse también «del Maligno». Andamos empeñados en una lucha entre el bien y el mal. Con la confianza puesta en Dios, todos deseamos vernos libres del mal y ayudar a los demás a unirse también a la victoria de Cristo contra el pecado y la muerte. Sobre todo cuando recibimos en la comunión al «que quita el pecado del mundo».
«Concede a tu Iglesia vivir unida en el amor, según tu voluntad» (oración)
«Más vale dar que recibir: más dichoso es el que da que el que recibe» (1ª lectura)
«El Espíritu os recordará todo lo que os he dicho» (aleluya)
«Que ellos tengan mi alegría cumplida» (evangelio)
«No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal» (evangelio)
«La participación en esta Eucaristía, aumente, Señor, nuestra santidad» (poscomunión)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 20,28-38
Pablo se dirige a los responsables -presbíteros y obispos- de la Iglesia, es decir, a los «pastores» encargados de «apacentar la Iglesia de Dios». En vez de especificar el contenido de estas funciones, insiste en el deber de la vigilancia.
Se perfilan muchos peligros en el horizonte, peligros desde el exterior y peligros desde el interior. Peligros, sobre todo, de difusión de falsas doctrinas, obra de «lobos crueles». La Iglesia de Dios es una realidad preciosa porque ha sido adquirida «con la sangre de su propio Hijo», de ahí la gran responsabilidad de los que la presiden. El pastor debe vigilar «noche y día», «con lágrimas», primero a sí mismo y después a los otros, para preservar su propio rebaño de los enemigos. Pablo esboza aquí, en pocas palabras, las grandes responsabilidades de la vida del pastor.
Consciente de que está pidiendo mucho, y casi para tranquilizarlos, los confía «a Dios y a su Palabra de gracia, que tiene fuerza para que crezcáis en la fe y para haceros partícipes de la herencia reservada a los consagrados». Parecería más lógico que confiara la Palabra a los responsables; sin embargo, confía los responsables a la Palabra, porque es ella la que tiene fuerza para que crezcan en la fe y para hacerles partícipes de la herencia reservada a los santos.
Y, para terminar, otro recuerdo de su desinterés personal destinado a los pastores, para que se esmeren también en el desinterés en su ministerio. Cita una máxima que no se encuentra en los evangelios, pero que Pablo pudo haber recogido de viva voz en boca de los testigos.
Concluye aquí el ciclo de la evangelización dirigida al mundo griego. Nuevas fatigas y pruebas esperan ahora a Pablo, quien siente que entra en una fase diferente de su apasionada vida de apóstol.
Evangelio: Juan 17, 11b-19
El fragmento incluye la segunda parte de la «Oración sacerdotal» de intercesión que Jesús, como Hijo, dirige al Padre. Tiene como objeto la custodia de la comunidad de los discípulos, que permanecen en el mundo. El texto se divide en dos partes: al comienzo se desarrolla el tema del contraste entre los discípulos y el mundo (vv 11b-16); a continuación se habla de la santificación de éstos en la verdad (vv. 17-19). Si, por una parte, emerge la oposición entre los creyentes y el mundo, por otra se manifiesta con vigor el amor del Padre en Jesús, que ora para que los suyos sean custodiados en la fe.
En el primer fragmento pasa revista Jesús a varios temas de manera sucesiva: la unidad de los suyos (v 11b), su custodia a excepción «del que tenía que perderse» (v. 12), la preservación del maligno y del odio del mundo (vv. 14s). En el segundo fragmento, Jesús, después de haber pedido al Padre que defienda a los suyos del maligno (v. 15) y después de haber subrayado en negativo su no pertenencia al mundo (vv. 14.16), pide en positivo la santificación de los discípulos: «Haz que ellos sean completamente tuyos por medio de la verdad; tu palabra es la verdad» (v 17). Le ruega así al Padre, al que ha llamado «santo» (v. 11b), que haga también santos en la verdad a los que le pertenecen. Los discípulos tienen la tarea de prolongar en el mundo la misma misión de Jesús. Ahora bien, éstos, expuestos al poder del maligno, necesitan, para cumplir su misión, no sólo la protección del Padre, sino también la obra santificadora de Jesús.
MEDITATIO
Estamos frente a un fragmento en el que Jesús aparece particularmente preocupado por el poder del mundo y por su posible influencia en sus discípulos. En el mundo actúa el maligno con su espíritu de mentira, belicosamente contrario a la verdad, que es Cristo. La posición de los discípulos es delicada; deben permanecer en el mundo, sin quedar contaminados por el mismo. Estarán apoyados por su oración, por su palabra y por su Espíritu. En consecuencia, no deben temer. Y añade Agustín: «¿Qué quiere decir: "Por ellos me santifico yo mismo" sino que yo los santifico en mí mismo en cuanto ellos son yo? En efecto, habla de aquellos que constituyen los miembros de su cuerpo».
Todo esto nos induce a reflexionar, una vez más, sobre el poder del mundo, aunque también sobre su debilidad: poder para quien se deja seducir, debilidad para quien se deja guiar íntimamente por la Palabra de Jesús y conducir por su Espíritu. Es posible que en estos años hayamos infravalorado al «mundo», una palabra que se ha vuelto ambigua, que indica, unas veces, el lugar de la acción del Espíritu y de los signos de los tiempos y, otras, el lugar donde se desarrolla el eterno conflicto entre el maligno y Jesús. La Palabra de Jesús y su Espíritu nos ayudan a discernir los distintos rostros del mundo, a distinguir las llamadas del Espíritu de los sutiles engaños del maligno, los mensajes de Dios de la mentira del enemigo. Esto es tanto más seguro en la medida en que la Palabra y el Espíritu no son asumidos y casi gestados individualmente, sino acogidos dentro de la comunidad de los discípulos, que forman la santa comunión de la Iglesia.
ORATIO
Me impresiona, Señor, tu insistencia en la peligrosidad del mundo. Y me doy cuenta de que hoy también tenemos necesidad de esta puesta en guardia. Y yo el primero de todos. El mundo de la libertad, de la igualdad de oportunidades para todos, para todas las religiones, para todas las opiniones, para todos los modos de vida, tiene su encanto, porque, a fin de cuentas, es el mundo de la tolerancia, de la laicidad, de la libertad para todos. Pero es también el mundo donde están admitidas todas las «transgresiones», donde todas las modas, hasta las más perversas y detestables, son presentadas como normales, donde toda la prensa tiene derecho a la libre circulación...
Confíame, Señor, a tu Palabra. Recuérdame que no soy de este mundo, que te pertenezco a ti. Santifícame en tu verdad, asimílame a tu mentalidad, a tu vida. Tú, que has orado por mí, hazme santo en tu verdad, para que camine siempre por tus caminos y use de este mundo como lo harías tú.
CONTEMPLATIO
«No pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo» (Jn 17,14). Esta separación de los discípulos respecto al mundo es llevada a cabo por la gracia que los ha regenerado, en cuanto que, por su generación natural, pertenecen al mundo, y por eso había dicho el Señor antes: «No pertenecéis al mundo, porque yo os elegí y os saqué de él» (Jn 15,19). La gracia les ha concedido no pertenecer más al mundo, del mismo modo que no forma parte de él el Señor, que los ha liberado. El Señor no perteneció nunca al mundo, porque, incluso en su forma de siervo, nació del Espíritu Santo, de ese Espíritu del que renacerán los discípulos. Estos, repito, no son ya del mundo, porque han renacido del Espíritu Santo (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 108,1).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Ellos no pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo» (Jn 17,16).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
«Estar en el mundo sin ser del mundo.» Esta frase es una hermosa síntesis del modo en que habla Jesús de la vida espiritual. Es una vida en virtud de la cual el Espíritu de amor nos transforma por completo. Sin embargo, es una vida en la que todo parece cambiado. La vida espiritual puede ser vivida de tantos modos como personas hay. La novedad consiste en haberse desplazado desde la multitud de las cosas al Reino de Dios. Consiste en haber sido liberados de las constricciones del mundo y en haber encaminado nuestros corazones hacia lo único necesario.
La novedad consiste en el hecho de que no vivamos ya los muchos negocios, nuestra relación con la gente y los acontecimientos como causas de preocupaciones sin Fin, sino que empecemos a considerarlos como la rica variedad de los modos a través de los cuales se hace presente Dios en medio de nosotros. Nuestros conflictos y dolores, los deberes y las promesas, nuestras Familias y nuestros amigos, las actividades y los proyectos, las esperanzas y las inspiraciones, no se nos presentan ya como otros tantos aspectos fatigosos de una realidad que difícilmente logramos mantener juntos, sino como modalidad de afirmación y de revelación de la nueva vida del Espíritu que está en nosotros. «Todo lo demás», que antes nos ocupaba y nos preocupaba tanto, ahora se convierte en don o desafío que refuerza o profundiza la nueva vida que hemos descubierto (H. J. M. Nouwen, Invito a la vita spirituale, Brescia 20002, pp. 44ss).