Jueves VII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 15 mayo, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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St 5, 1-6: El jornal defraudado a los obreros está clamando contra vosotros, y su clamor ha llegado hasta el oído del Señor
Sal 48, 14-15a. 15b-16. 17-18. 19-20: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos
Mc 9, 41-50: Más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al abismo
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Santiago 5,1-6: El jornal defraudado a los obreros está clamando contra vosotros ante el Señor. El apóstol advierte a los ricos sobre lo precario de sus bienes materiales, y les pide que recuerden el juicio de Dios, ante el que han de dar cuenta. San León Magno dice:
«Amar la justicia no es otra cosa sino amar a Dios. Y como este amor de Dios va siempre unido al amor que se interesa por el bien del prójimo, el hambre de justicia se ve acompañada de la virtud de la misericordia» (Sermón 95).
Y San Gregorio Magno:
«Si queréis, dejáis lo que tenéis, aun reteniéndolo, siempre que administréis lo temporal aspirando con toda vuestra alma hacia lo eterno» (Homilías sobre los Evangelios 36).
–Las apariencias engañan. Los que parece que lo poseen todo y de todo disfrutan, están muchas veces pobres, miserables y orientados a la propia destrucción. Es lo que medita el Salmo 48, exhortando a no poner la confianza en el dinero: «Éste es el camino de los confiados, el destino de los hombres satisfechos: son un rebaño para el abismo; se desvanece su figura, y el abismo es su casa. Pero, a mí Dios me salva, me saca de las garras del abismo y me lleva consigo. No te preocupes si se enriquece un hombre y aumenta el fasto de su casa; cuando muera no se llevará nada, su fasto bajará con él. Aunque en vida se felicitaba: «ponderan lo bien que lo pasas», irá a reunirse con sus antepasados, que no volverán nunca a la luz».
Oigamos a San Basilio:
«Se ven gentes que arrojan sus fortunas a los luchadores, a los comediantes, a repugnantes gladiadores, en los teatros, por la gloria de un momento y por ruidoso aplauso del pueblo. Y a ti ¿te preocuparán unos gastos con los que puedes ganar una gloria tan grande? Será Dios el que te aplaudirá, serán los ángeles los que te aclamarán, serán todos los hombres que han existido desde la creación los que celebrarán tu dicha: recibirás una gloria imperecedera, una corona de justicia: el Reino de los cielos, tal será el premio que tú recibirás por haber administrado bien tus bienes perecederos» (Homilía sobre la caridad).
–Marcos 9,40-49: Más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al abismo. Cristo hace resaltar la gravedad del escándalo, que el discípulo debe evitar cueste lo que cueste. Estar con Cristo supone estar con todos los hombres. Su amor lleva siempre a una solidaridad humana. Todo amor al Señor y al prójimo se han de traducir en un espíritu de servicio a todos. Hay que sacrificar todo al Amor divino. Hay que hacer un sacrificio agradable a Dios. El discípulo de Cristo y candidato al Reino ha de ser despiadado consigo mismo, si advierte que existe en él un obstáculo que impide el fin para el que ha sido llamado por Dios desde toda la eternidad. San Basilio hablaba así a los jóvenes:
«No hay que buscar lo superfluo, ni se debe mimar al cuerpo más de lo necesario, para que sirva al alma... Si un cuidado excesivo del cuerpo es nocivo y perjudicial para el alma, es una locura manifiesta servirle y mostrarse sumiso a él» (Discurso a los jóvenes).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Santiago 5,1-6
a) Ayer Santiago amonestaba a los ricos para que no tuvieran excesivo entusiasmo por los planes futuros. Hoy sigue atacándolos, y muy duramente. por el modo injusto de acumular sus riquezas. Nada menos que los compara con los cerdos, a quienes se ceba para luego matarlos. Los ricos que viven con lujo, entregados al placer, están engordando para el día de la matanza.
Los ricos encausados aquí son aquellos cuya riqueza está corrompida, los aprovechados que han defraudado el jornal del obrero y del segador: los gritos de estos pobres llegan hasta el cielo y serán las pruebas básicas el día del juicio.
Qué sabio -y qué duro- se nos muestra el autor del salmo: «Éste es el camino de los confiados, el destino de los hombres satisfechos: son un rebaño para el abismo, la muerte es su pastor... No te preocupes si se enriquece un hombre y aumenta el fasto de su casa: cuando muera, no se llevará nada...». Mientras que Jesús nos ha asegurado: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos».
b) Aquí quedan descalificados todos los que se encuentran satisfechos de sí mismos y que tal vez para acumular su felicidad propia han pasado por encima de la de los demás. La justicia social es fundamental: sin ella no podemos decir que somos buenos cristianos.
¿Nos sentimos aludidos de alguna manera nosotros? ¿defraudamos a los otros algo que les debemos: nuestro tiempo, nuestro interés, nuestra ayuda desinteresada? ¿tratamos a los demás como a nosotros mismos, según la consigna que nos dio Jesús? ¿les amamos de veras? ¿o bien somos egoístas, encerrados en nuestros planes y en nuestras satisfacciones"? También «los buenos» podemos faltar, no sólo a la caridad y a la solidaridad, sino incluso a la justicia.
¿Dónde nos encontramos mejor retratados en el salmo: en la descripción de los ricos que van al abismo, o en la de los pobres, de los que es el Reino de los cielos?
2. Marcos 9,40-49
a) El evangelio de hoy nos recuerda una serie de rasgos que deberían presentar los que quieren seguir a Jesús:
- el que dé un vaso de agua a los seguidores de Jesús, tendrá su premio,
- al que escandalizare a «uno de estos pequeñuelos que creen», o sea, a los débiles, más le valdría que le echasen al fondo del mar.
- si la mano o el pie o el ojo nos escandalizan, sería mejor que supiéramos prescindir de ellos, porque es más importante salvarnos y llegar a la vida, aunque sea sin una mano o un pie o un ojo,
- varias frases sobre la sal: la sal que salará al fuego (¿purificando a los fieles y haciéndolos agradables para Dios?), la sal que se vuelve insípida y ya no sirve para nada, y la sal que debemos tener en nuestras relaciones con los demás (sal como símbolo de gracia y humor).
b) Ojalá en nuestra convivencia -familiar o comunitaria- tengamos en cuenta estas cualidades que Cristo quiere para los suyos:
- que sepamos dar un vaso de agua fresca al que la necesita, y no sólo por motivaciones humanas, sino viendo en el prójimo al mismo Cristo («me disteis de beber»); quien dice un vaso de agua dice una cara amable y una mano tendida y una palabra animadora;
- que tengamos sumo cuidado en no escandalizar -o sea, poner tropiezos en el camino, turbar, quitar la fe, hacer caer- a los más débiles e inocentes; Pablo recomendaba en su primera carta a los Corintios una extrema delicadeza de los «fuertes» en relación a los «débiles» de la comunidad, para no herir su sensibilidad; nuestras palabras inoportunas y nuestros malos ejemplos pueden debilitar la voluntad de los demás y ser ocasión de que caigan; es muy dura esta palabra de Jesús para los que escandalizan a los débiles;
- que sepamos renunciar a algo que nos gusta mucho -Ia mano, el pie, el ojo- si nos damos cuenta de que nos hace mal, que nos lleva a la perdición, o sea, nos «escandaliza»; aquí somos nosotros los que nos escandalizamos a nosotros mismos, porque estamos cogiendo costumbres que se convertirán en vicios y porque nos estamos dejando esclavizar por malas tendencias; el sabio es el que corta por lo sano, sin andar a medias tintas, antes que sea tarde; como el buen jardinero es el que sabe podar a tiempo para purificar y dar más fuerza a la planta. El seguimiento de Cristo exige radicalidad: como cuando Jesús le dijo al joven rico que vendiera todo, o cuando dijo que el tesoro escondido merecía venderlo todo para llegarlo a poseer, o cuando afirmó que el que quiere ganar la vida la perderá:
- que seamos sal en la comunidad para crear una convivencia agradable, armoniosa, con humor. El que crea un clima de humor, de serenidad, de gracia, quitando hierro en los momentos de tensión, fijándose en las cosas buenas: ése es para los demás como la sal que da gusto a la carne o la preserva de la corrupción.
«No confíes en tus fuerzas para seguir tus caprichos» (1a lectura)
«Dichoso aquél cuyo gozo es la ley del Señor y medita su ley día y noche» (salmo, I) «Dichosos los pobres en el espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos» (salmo, II) «No te preocupes si se enriquece un hombre: cuando muera no se llevará nada» (salmo, II) «Vivid en paz unos con otros» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Santiago 5,1-6
Santiago retorna en este pasaje las invectivas proféticas comunes a toda la predicación bíblica (cf. Is 5,8-10; Jr 5,26-30; Am 8,4-8) para dirigir una severa advertencia a la sociedad en la que vive, una sociedad donde los ricos son cada vez más ricos y los pobres se ven cada vez más defraudados.
El apóstol retorna, de modo más explícito y con tonos más duros, lo que ha indicado ya antes (Sant 2,6ss) sobre el tema pobres-ricos: invita al rico a lamentarse con verbos que expresan sollozos ruidosos, gemidos semejantes a los de las bestias heridas (v 1). El motivo de este llanto violento y lacerante es la mísera situación del rico, cuyos bienes amasados se están pudriendo, sus vestidos son pasto de las polillas, su oro y su plata se oxidan (vv. 2-3a). Ahora bien, la verdadera amenaza no consiste tanto en haber puesto su seguridad en lo que se deteriora como en el juicio de Dios que aguarda a todos (v 3b). Este pensamiento vuelve a aparecer en los versículos posteriores: la injusticia de la que son objeto los obreros defraudados grita y llega a los oídos del Señor (v 4); su frívola conducta les hace semejantes a los animales que acumulan el alimento sólo con vistas a la matanza (v. 5).
En la nota conclusiva del justo (v 6), Santiago ha querido relacionar la figura del oprimido, privado injustamente de sus derechos, con la figura bíblica del pobre de YHWH, que, a pesar de ser maltratado, no opone resistencia al mal (cf. Is 50,5; se reconocen sus rasgos: indigencia, debilidad, confianza en el Señor). Este es el pobre a quien ama Dios, del que no aparta su mirada y hacia el cual están siempre atentos sus oídos.
Evangelio: Marcos 9,41-50
Después del segundo anuncio de la pasión y de la resurrección, llega Jesús a Cafarnaún con sus discípulos (cf. Mc 9,30-33). Marcos inserta en este punto de su evangelio una serie de loghia aparentemente inconexos entre sí, aunque en realidad se reclaman recíprocamente a través de las palabras-clave. La expresión «en mi nombre» (v. 41), que figura al comienzo del fragmento de hoy, estaba ya anunciada en el v. 37; la expresión «ser ocasión de pecado» o «escándalo» (v. 42) anticipa toda la sección que viene después (vv. 43-48); la sentencia conclusiva de la «sal» (v. 50) recuerda el versículo precedente. Todos estos dichos forman una colección de instrucciones dadas a los discípulos para caminar en el seguimiento de su Maestro.
En la perícopa litúrgica, Jesús afronta diferentes temáticas. Empieza con la de la acogida: gestos pequeños y sencillos (cf. Mt 25,40) realizados en su nombre; es él, en efecto, quien llena de significado las acciones humanas, confiriéndoles un valor de eternidad (v 41).
Prosigue con la cuestión del escándalo: quien pone un obstáculo a aquellos que todavía son débiles en la fe, merece un castigo severo e infamante (v. 42). En los vv. 43-47 asume Marcos un lenguaje paradójico, típico, por el radicalismo y por la dureza del juicio, de la mentalidad semítica. Sirve para indicar que -si es necesario- es mejor sacrificar ciertos órganos vitales que adherirse al pecado e incurrir en la condena eterna simbolizada por la Gehena. Para confirmar todo esto (v 48) aparece la cita bíblica tomada del profeta Isaías (Is 66,24).
El tema del sacrificio de nosotros mismos a fin de preservarnos y purificarnos del pecado aparece también en los vv. 49ss con las imágenes de la sal y del fuego. La sabiduría de Cristo que debe buscar el discípulo para dar sabor a todas sus acciones, el fuego del amor con el que debe abrasarse para poner su propia existencia al servicio de la comunión, pasan por el camino de la paradoja cristiana: perder para encontrar (cf. Mc 8,35).
MEDITATIO
Los profetas, apoyados en la Palabra que les ha sido anunciada, tienen el valor de hacer resonar la voz de Dios en la historia. Son ellos quienes nos incitan, nos liberan de la indiferencia en el que caemos a menudo o en la que nos refugiamos. Su voz nos vuelve a llamar y nos hacen levantarnos de las cómodas poltronas de nuestro egoísmo para ponernos en movimiento. Todos los tiempos tienen necesidad de profetas que levanten la antorcha de la esperanza en medio de la oscuridad de la noche que nos rodea, que denuncien las injusticias, que ayuden a los pobres a levantar su grito hacia el cielo.
Nosotros somos los primeros que necesitamos ser importunados, despertados de nuestro entorpecimiento, para mirar, no ya con nuestros ojos, sino con los de Dios.
Los desafíos que marcan toda una época, como en la nuestra supone la globalización para los creyentes, están a la vista de todos: individuos y naciones. También el apóstol Santiago ve desigualdades entre ricos y pobres y se da cuenta del pecado de los primeros y de la grandeza de los otros. Gracias a la perspectiva divina conseguimos vislumbrar lo que permanece invisible a la lógica humana.
Dios nos entrega su Palabra en su Hijo hecho carne y nos llama a ser profetas en nuestro tiempo. Dejémonos abrasar por esta Palabra para que nuestros gestos, hasta los más pequeños, sencillos y aparentemente insignificantes, sean realizados en su nombre, dejen su sello. Sólo de este modo dejaremos de ser los falsos profetas que escandalizan a los débiles, que ponen obstáculos en el camino de la Verdad. El Señor es el principio y el fin de nuestro vivir, es la verdadera riqueza de la existencia humana: decidámonos por él. Volvámonos a él para encontrar de nuevo la dimensión justa de las cosas, para liberarnos de nosotros mismos y de nuestros protagonismos, para tener el valor de ser coherentes, aunque ello exija algunas «amputaciones», por dolorosas que sean.
ORATIO
Que tu Espíritu, Señor, ilumine nuestra historia, porque estamos confusos y ya no sabemos distinguir el bien del mal. El pecado se ha acumulado en nosotros y se ha convertido en nuestra riqueza, en el tesoro amontonado en las arcas de nuestro corazón. Que tu Espíritu, Señor, vuelva a arder en nosotros y vuelva a llevarnos a lo esencial; que nos dé unos ojos limpios, capaces de mirar lo creado y a las criaturas; que nos dé unas manos abiertas para acoger a los hermanos y compartir con ellos nuestro bienestar; que nos dé unos pies seguros para recorrer los caminos de la esperanza.
Entonces también nosotros seremos tus profetas, los anunciadores de la vida nueva que lleva la marca de la sabiduría de tu Hijo.
CONTEMPLATIO
Poseéis bienes que os garantizan la prosperidad para muchos años. No os limitéis a conservarlos. Hacedlos fructificar, para vosotros y para los demás.
¿De qué modo? Depositándolos en un lugar inaccesible a los ladrones: encerrándolos en el corazón de los pobres.
He aquí vuestros cofres: los vientres de los hambrientos.
He aquí vuestros graneros: las casas de las viudas.
He aquí vuestros almacenes: las bocas de los huérfanos.
Dios os concede la prosperidad para vencer vuestra avaricia o, dicho de otro modo, para condenarla.
Por consiguiente, no tenéis justificación cuando empleáis sólo para vosotros lo que, a través de vosotros, ha querido dispensar Dios a su pueblo.
Dice el profeta Oseas: «Sembrad semillas de justicia». Echad, pues, vuestras semillas en el corazón de los pobres.
Llegados a este punto, quizás me opongáis esa objeción que se ha convertido en un lugar común: no es justo ayudar a los que están en la miseria, puesto que es voluntad de Dios que lo estén; su miseria es signo de que Dios los maldice.
De ninguna manera. Los pobres no están malditos. Es justamente lo contrario. Exclama Jesús, en efecto: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos».
No es al pobre, sino al rico, a quien Dios maldice. Y esto es tan verdad que leemos en el libro de los Proverbios: «Maldito el que acapara el grano».
Por otra parte, no os corresponde a vosotros distinguir entre los dignos y los indignos. El amor no acostumbra a juzgar los méritos, sino a proveer a las necesidades: ayuda al pobre sin mirar si es bueno o malo.
Nos enseña el salmista: «Bienaventurado el que tiene la inteligencia del pobre y del débil».
¿Quién posee esa inteligencia?
El que sufre junto al otro, el que comprende que el justo es su hermano (Ambrosio de Milán, «La viña de Nabot», en El buen uso del dinero, Desclée de Brouwer, Bilbao 1995, pp. 96-97).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«¿De qué le sirve a uno ganar todo el inundo, si pierde su vida?» (Mc 8,36).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Señor, sálvame de la indiferencia, de esta anonimia de hombre adulto. Es el mal de que sufrimos sin tener conciencia de ello. [...]
Ahora que la aparición de Cristo no conmueve a nadie, no infunde reverencia o terror, ahora pueden suceder otras cosas más monstruosas, y cada uno diría: «Ah sí? ¿Se ha aparecido el Señor?». Ahora podemos amontonar, robar, hacer violencia, y todos continuamos diciendo: «Así es el mundo, así es la vida». Ahora somos hombres sin remordimientos y sin pecados. Sin embargo, están los llantos de mi infancia por haber dicho una mentira a mi madre, el dolor por aquellos días en los que no conseguí ser bueno, el disgusto por haberme olvidado de las oraciones de la mañana y de la noche, y la turbación por un pensamiento impuro. Entonces no podía apacentar a mi rebaño en paz en tanto no le hubiera pedido perdón, Señor; no podía mirarme en el espejo de las fuentes, no conseguía mirar a la cara a los hermanos cuando comíamos en la mesa el poco y sabroso pan. Entonces el pobre, cuando venía a pedir un puñado de harina a la puerta, me hacía llorar; ahora, en cambio, decimos que también eso es una necesidad: «A los pobres los tenéis siempre con vosotros» (Mt 26,11); de ahí que los soportemos hasta en las puertas de las iglesias, los domingos, cuando, por costumbre, asistimos a tu muerte. Ahora somos todos como el Epulón, con ese bajorrelieve de Lázaro en el umbral del palacio para dar relieve a nuestra distinción (D. M. Turoldo, Pregare, Sotto il Monte 1997, pp. 164 y 166ss).