Miércoles VII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 15 mayo, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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St 4, 13b-17: ¿Qué es vuestra vida? Debéis decir así: «Si el Señor lo quiere»
Sal 48, 2-3. 6-7. 8-10. 11: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos
Mc 9, 38-40: El que no está contra nosotros está a favor nuestro
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Santiago 4,13-17: Debéis decir: «si el Señor lo quiere». ¿Quiénes somos nosotros para disponer de nuestra vida, como si fuera nuestra propia, y no de Dios? Comenta San Agustín:
«¿Qué consejo puedo daros?... ¿He de presentaros acaso libros para mostraros cómo las cosas son inciertas, pasajeras, casi nada y cuán cierto es lo que está escrito? «¿Qué es vuestra vida? Un vapor, que aparece un instante, y pronto se disipa» (Sant 4,15). Ayer vivía, hoy ya no existe; hace poco que se le veía, pero ahora no hay nadie a quien ver. Se conduce al sepulcro a un hombre; los acompañantes vuelven tristes, y en seguida se olvidan. Se dice: «¡Qué poca cosa es el hombre!» Y esto lo dice el hombre mismo, pero no se corrige, a fin de ser algo y dejar de ser nada» (Sermón 302,7).
–A esa lectura de Santiago le conviene bien el Salmo 48, que en tono sapiencial medita sobre la suerte de ricos y pobres a la luz del común destino: la muerte. Ante lo provisional de la vida, lo más cuerdo es adherirnos a la voluntad de Dios con toda confianza: «Oíd esto, todas las naciones, escuchadlo, habitantes del orbe; plebeyos y nobles, ricos y pobres. ¿Por qué habré de temer los días aciagos, cuando se acerquen y acechen los malvados que confían en su opulencia y se jactan de sus inmensas riquezas? ¿Si nadie puede salvarse ni dar a Dios un rescate? Es tan caro el rescate de la vida, que nunca bastará para vivir perpetuamente, sin bajar a la fosa. Mirad: los sabios mueren lo mismo que perecen los ignorantes y necios, y legan sus riquezas a extraños».
–Marcos 9,37-39: El que no está contra nosotros está a nuestro favor. El seguir a Jesucristo y cumplir la misión que nos encomienda no da ningún derecho a privilegio alguno. No podemos apropiarnos el Evangelio con criterios partidistas, ni mirando propios intereses humanos. Nuestra entrega al mensaje salvífico de Cristo ha de brotar de un amor puro a su persona, a su obra y a las almas, a las que procuramos que llegue por todos los medios a nuestro alcance, buscando su plena incorporación a la Iglesia de Jesucristo y su salvación.
Hemos de tener amplitud de miras en toda obra apostólica. Hemos de vivir fraternalmente unidos, y desear que sean muchos los que trabajen en el apostolado de la Iglesia. Sería absurdo tirar piedras al propio tejado. Hemos de alegrarnos del éxito de todas las empresas apostólicas de la Iglesia. San Gregorio Magno dice:
«Examine cada uno lo que hace, y vea si trabaja en la viña del Sembrador. Porque el que en esta vida procura el propio interés no ha entrado todavía en la viña del Señor. Pues para el Señor trabajan quienes buscan no su propia ganancia, sino la del Señor..., aquellos que se desvelan por ganar almas, y se dan prisa por llevar a otros a la viña del Señor» (Homilía sobre los Evangelios 19).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Santiago 4,13b-17
a) Santiago amonesta sobre todo a los ricos que hacen sus planes, a los comerciantes que piensan cómo harán negocio y ganarán dinero mañana. Será si viven. Será «si el Señor lo quiere».
Santiago, una vez más, la emprende con los ricos fanfarrones, jactanciosos, que no se acuerdan, entre otras cosas, de que su vida es fugaz y pende de un hilo: «Vuestra vida es una nube que aparece un momento y en seguida desaparece».
Esto nos recuerda al comerciante a quien Jesús llamó necio, porque quería ampliar sus graneros y se las prometía felices, pero no sabía si iba a vivir.
b) De esta página de Santiago viene la buena costumbre que nos legaron nuestros mayores: decir siempre, cuando hablamos del futuro, «si Dios quiere».
Estamos en manos de Dios. No vale la pena absolutizar nada: ni los negocios ni los proyectos ni nuestro futuro. La Palabra nos enseña un sano escepticismo, para que no nos entusiasmemos demasiado de las cosas pasajeras. Nos enseña a ser menos autosuficientes y un poco más humildes.
El salmo suena ahora igual que hace dos mil quinientos años: «Los malvados confían en su opulencia y se jactan de sus inmensas riquezas... Mirad, los sabios mueren lo mismo que perecen los ignorantes y necios, y legan sus riquezas a extraños». ¿Y de qué les habrá servido todo lo que han almacenado?
A nosotros tal vez no nos pasa con las riquezas pecuniarias. Pero sí con otras riquezas y actividades, a veces frenéticas, que llevamos entre manos. Tal vez también nosotros proyectamos ampliar graneros para que nos quepan todos nuestros papeles y proyectos y esperanzas humanas. Todo eso será «si Dios quiere».
No se nos está invitando a no trabajar y a no prevenir el futuro. Pero sí nos conviene un poco de sabio escepticismo ante las posibles sorpresas de la vida, sin entusiasmos exagerados, que no nos pueden llevar más que a desengaños y disgustos. Generosos en el trabajo, disponibles a todo, pero poniendo cada día de nuestra vida en manos de Dios. «Si Dios quiere».
2. Marcos 9,37-39
a) Jesús sigue educando a los suyos. Esta vez les enseña que no tienen que ser personas celosas ni caer en la tentación del monopolio de nada.
Ante la acusación de Juan de que hay un exorcista que no es del grupo, o sea, que echa demonios en nombre de Jesús, pero «no es de los nuestros», Jesús reacciona con una magnifica amplitud de miras: «No se lo impidáis... el que no está contra nosotros está a favor nuestro». Y más si, en nombre de Jesús, hace milagros.
Los apóstoles pecaban muchas veces de impaciencia y de celos. Querían arrancar la cizaña del campo. Deseaban que lloviera fuego del cielo porque en un pueblo no les habían querido acoger. Jesús tenía siempre mucha más paciencia y un corazón mucho más generoso.
b) Es otra de las tentaciones de «los buenos»: acaparar a Dios, monopolizar sus dones y sus bienes, sentir celos de que otros hagan cosas buenas que no se les habían encomendado oficialmente. Que puedan surgir en la comunidad movimientos e ideas que no teníamos controlados.
Es un caso muy parecido a lo que cuenta el libro de los Números. En aquella ocasión fue Josué, discípulo fiel de Moisés, el que se quejó a éste de que dos ancianos, Eldad y Medad, no habían acudido a la reunión constituyente del grupo de los setenta, en la que los demás recibieron el espíritu y la misión de colaboradores de Moisés, y sin embargo estaban actuando como profetas. También entonces Moisés reaccionó magnánimamente: «¿Es que estás celoso? Quién me diera que todo el pueblo profetizara porque Yahvé les daba su espíritu!» (Nm 11,29).
¿Se nos puede achacar también a nosotros que somos demasiado celosos de nuestros derechos, derechos de monopolio que tal vez nadie nos ha dado? Eso puede pasar entre sacerdotes y laicos, entre mayores y jóvenes, entre hombres y mujeres, entre miembros de una comunidad, entre la comunidad grande y los movimientos o grupos más pequeños.
Aparte la misión encomendada en la Iglesia, por ejemplo, a los ministros ordenados o a los pastores responsables, ¿no exageramos a veces nuestra tendencia a acaparar la verdad o el poder o la razón? ¿no tendríamos que dejar más espacio a la corresponsabilidad de otros y no monopolizar territorios como posesión nuestra?
No somos los únicos buenos. No somos dueños del Espíritu. Deberíamos saber aceptar la parte de razón de los demás, reconocer sus valores, admitir que también otros actúan al menos tan inteligentemente como nosotros y con la misma buena voluntad, y alegrarnos de sus éxitos. Si otros han logrado expulsar demonios, ¿no debería eso llenarnos de alegría?
Porque no se trata de que el bien lo hagamos nosotros, para que nos aplaudan, sino que el bien se haga, sea quien sea quien lo haga, y que este mundo se vea liberado de sus demonios y opresiones. Y aplaudir nosotros, si han sido otros los que lo han conseguido.
Pablo, escribiendo desde la cárcel a los Filipenses (1,18) reconoce que hay personas que están predicando a Cristo, unas por rivalidad y otras con buena voluntad. Y él se alegra de que el mundo vaya conociendo a Cristo: «¿y qué? al fin y al cabo, por hipocresía o sinceramente, Cristo es anunciado y esto me alegra y seguirá alegrándome». Es la actitud que Cristo nos enseña hoy.
«Quien me escucha juzgará rectamente» (1a lectura)
«Mucha paz tienen, Señor, los que aman tus leyes» (salmo, I)
«Debéis decir así: si el Señor lo quiere y vivimos, haremos esto o lo otro» (1a lectura, II) «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (salmo, II) «El que no está contra nosotros está a favor nuestro» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Santiago 4,13-17
El apóstol Santiago se dirige a los ricos que forman parte de la comunidad cristiana. Son hombres que viajan por negocios, para obtener beneficios que van mucho más allá de las necesidades cotidianas. Se trata de un poseer por avidez; en consecuencia, de una riqueza injusta que los erige en dueños del futuro. Precisamente por esa presunción son «vapor de agua», es decir, algo que sube hacia lo alto, pero que se disuelve muy pronto porque es inconsistente y, por tanto, deja de verse.
Santiago subraya en este punto la importancia vital y existencial de dirigir la mirada y el pensamiento al Señor para tomar decisiones sensatas incluso en aquellas cosas que pertenecen a la vida diaria —como el trabajo, por ejemplo, que no puede tener como finalidad exclusiva el beneficio personal—. Enriquecerse de este modo se convierte casi en un alarde, en una pretensión sobre los otros y en un arrogarse derechos y privilegios. Ahora bien, todo eso es pecado, porque los ricos, conociendo el bien, no lo hacen.
Evangelio: Marcos 9,38-40
Llegados al final del capítulo 9 del evangelio de Marcos, podemos resumir algunos puntos: la fe de los discípulos es endeble, no están en condiciones de expulsar a los demonios; los mismos discípulos andan a la búsqueda de grandezas, jactándose de cierta pretensión sobre quienes no forman parte del grupo que sigue a Jesús. Casi da la impresión de que la acción del Espíritu Santo, que sopla cómo y donde quiere, es limitada. Los discípulos están encerrados todavía en la mentalidad de que sólo los que pertenecen al grupo de Jesús pueden llevar a cabo acciones que respondan a las enseñanzas del Maestro. Ahora bien, Jesús ha venido a traer una novedad para todos, no sólo para unos pocos, de ahí que ni su misión ni su enseñanza tengan ni puertas ni muros.
Con razón dice: «Nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal de mí» (v 39). Ese «en mi nombre» indica precisamente libertad de acción, acogida del amor, total dependencia de Dios, que no excluye a nadie que se declare en favor suyo.
MEDITATIO
La verdadera riqueza consiste en la posesión de la felicidad personal y, al mismo tiempo, en tener la mirada dirigida hacia los otros. Ciertamente, no es posible medir, por nuestra parte, lo que conseguimos dar ni, sobre todo, cómo damos, porque los listones o los programas telemáticos tienen una acción limitada dentro de nuestros esquemas. Con todo, podemos saber qué sentimiento nos impulsa a dar gratuitamente, qué hay de verdad en nuestro corazón que hace saltar el muelle del don. Si bien nada ni nadie está en condiciones de evaluar nuestros sentimientos, siempre hay, a pesar de todo, Alguien al que no se le escapa nada que tenga que ver con nosotros.
Cuando obramos en la caridad de Cristo, de inmediato se nos sugiere el movimiento siguiente, de inmediato entra en acción nuestra fantasía y nos hace realizar cosas que nunca hubiéramos pensado. Con frecuencia, nos sorprende que otros estén en condiciones de llevar a cabo gestos de amor mayores que los nuestros.
Es precisamente en este punto donde nace el verdadero sentido de la comunidad, de ese encuentro de personas que —reunidas en el amor oblativo— tienen como dinamismo vital al Espíritu Santo, el cual obra y realiza su verdadera misión: «Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos», dice el Señor Jesús. Tenemos grandes ejemplos en nuestra historia de personas que, en apariencia, «nos dejan» para «dedicarse» a los demás. ¡Cuántas vidas escondidas salen a la luz incluso después de haber dejado este mundo!
El Señor sabe encontrar los modos de no dejarlas para siempre en el silencio. Una mirada de amor hacia el otro, una atención dirigida a quien se encuentra menesteroso y en medio de la necesidad, no pueden ser «arrebatadas» por la racionalidad humana: necesitamos dejar que sea el Señor quien nos revele cuál es el verdadero bien para cada uno de nosotros y para todos.
ORATIO
Oh Señor, perdónanos porque nos mostramos presuntuosos en las acciones que realizamos «en tu nombre». Nos llenamos la boca, las manos, el corazón y la cabeza de ti, pero, después, nuestros sentimientos persiguen intereses y resultados egoístas. No permitas que los justifiquemos, porque no existe más que una sola justificación: la tuya, la redención llevada a cabo por medio de tu muerte en la cruz. Haz que nuestra única riqueza sea ver la pobreza del otro, para salirle al encuentro, y que nuestra pobreza esté repleta de la riqueza que el otro nos ha dado.
CONTEMPLATIO
Ojalá no caigamos en la mezquindad, en la relajación de los que juzgan como absolutamente imposible pasar la vida sin disponer de inmensos tesoros. [...] Lo que se os pide a vosotros, oh ricos de este mundo, no es inhumano, ni puede resultaros indeseable. Si no es posible exigiros que queráis ser pobres en la tierra, preocupaos al menos de no tener que mendigar por toda la eternidad. Si sentís horror de la indigencia presente, ¿por qué no teméis la futura, la perpetua? Si aborrecéis los males efímeros, esforzaos por evitar las desventuras sin fin, eternas. Mientras estáis en vida, tembláis, os espanta el pensamiento de la miseria; sin embargo, el daño mundano que teméis es con mucho inferior al que os afligirá en el más allá. Si juzgáis insoportable la pobreza terrena, ¿cómo valoraréis aquella que no tendrá nunca fin?
Las consideraciones que estoy haciendo son muchísimo más conformes con vuestro modo de sentir, con vuestros deseos. Si no queréis separaros de ninguna manera de vuestros tesoros, haced que eso no tenga lugar algún día. Os pedimos algo que debe seros agradable, grato. Vosotros, que no sabéis vivir sin disponer de riquezas, obrad de modo tal que sigáis siendo siempre adinerados. Justamente el Señor dice: «Por consiguiente, soberanos de los pueblos, si os deleitáis con los tronos y los cetros, honrad la sabiduría, para que podáis reinar siempre» (Silvano de Marsella, Contro l"avarizia, Roma 1997, pp. 79ss).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«El que no está contra nosotros está a favor nuestro» (Mc 9,40).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Afortunadamente, hay una «fábula» que es siempre verdadera, y lo sigue siendo cada día. Una «fábula» vivida por alguien o por algo que, en general, no tiene nombre ni vistosidad, y se propone al libro de la vida desde su escondite lleno de sol. A veces es descubierta y contada por periódicos y libros, aunque es más frecuente que siga siendo desconocida por la publicidad, atareada en temas que no son en absoluto fabulosos. La encuentran, como una gracia, los que buscan la luz: o bien porque tienen la mirada iluminada o bien porque sienten la desesperación del vacío. La «fábula» cotidiana confirma en la paz a los primeros y lleva a la paz a los segundos. Es la maravilla que Dios mantiene en la tierra, donde son muchos los que trabajan para que sea cada vez menos maravillosa, aunque su maravilla acaba por imponerse siempre, sin escenarios ni estrépito, en la naturaleza y entre los hombres.
La llamamos «fábula» de manera inapropiada, dado que es verdadera, aunque le conviene este nombre porque no parece verdadera, por lo mucho que se ha vuelto excepcional y obsoleta, cuando debía ser casi normal por el hecho de que todo hombre está llamado a ser y a obrar, y por el hecho de que está difundida por todas partes en la naturaleza. La «fábula» se llama don, amor, unidad. Se cuenta en las casas de los pobres que se sienten señores y en las casas de Ios ricos que comparten lo que tienen. Se encuentra en el asfalto, donde, junto con los «viajeros luctuosos», va un peregrino de humanísima libertad; y se encuentra también en la estancia donde sonríe la enfermedad como sobreabundancia de vida. Se lee en el vuelo de las mariposas, en el canto del mirlo, en las conchas de las playas, en el juego de luces de un abetal de montaña. Verla y sentirla, tan difundida en su escondite, hace pensar que el «invierno» de la vida diaria no es, de verdad, la estación dominante (G. Agresti, Le fragole sull"asfalto, Milán 1987, pp. 165-166).