Martes VII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 15 mayo, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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St 4, 1-10: Pedís y no recibís, porque pedís mal
Sal 54, 7-8. 9-10a. 10b-11a. 23: Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará
Mc 9, 30-37: El Hijo del hombre va a ser entregado. Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Santiago 4,1-10: Pedís y no recibís, porque pedís mal. El Señor no escucha la súplica que no está inspirada por su Espíritu, sino por el espíritu del mundo y por sus avideces. Comenta San Agustín:
«Como el hombre no puede servir a dos señores, así tampoco puede gozarse al mismo tiempo en el mundo y en el Señor. Estos dos gozos son muy diferentes y hasta totalmente contrarios. Cuando uno se goza en el mundo, no se goza en el Señor, y cuando se goza en el Señor, no se goza en el mundo. Venza el gozo en el Señor y disminuya continuamente el gozo en el mundo, hasta que desaparezca» (Sermón 171,1).
Mala es la oración que va dominada por el egoísmo, y que no pretende sino satisfacer los deseos terrenales.
–Después de la lectura de Santiago, nos invita el Salmo 54 a centrar en Dios nuestros esperanza. Aunque las dificultades sean muchas y graves, y la tendencia al mal sea fuerte en el corazón humano, el cristiano debe permanecer en una confianza serena en el Señor, que tiene sobre él una especial providencia: «Pienso, ¿quién me diera alas para volar y posarme? Emigraría lejos, habitaría en el desierto. Me pondría enseguida a salvo de la tormenta, del huracán que me devora, Señor, del torrente de sus lenguas. Veo en la ciudad violencia y discordia: día y noche hacen la ronda sobre sus murallas.
Encomienda a Dios tus afanes, que Él te sustentará; no permitirá jamás que el justo caiga».
«Cualquier cosa que te suceda, recíbela como un bien, consciente de que nada pasa sin que Dios lo haya dispuesto» (Carta de Bernabé 19).
Cuando el cristiano vive de la fe —con una fe que no sea mera palabra, sino realidad de oración personal—, la seguridad del amor de Dios se manifiesta en alegría, en libertad interior, en paz, en gozo espiritual, en confianza segura.
–Marcos 9,29-36: El Hijo del Hombre va a ser entregado y lo matarán. Quien quiera ser el primero, que sea el último. Jesús llega a Cafarnaúm, y después de anunciar su Pasión por segunda vez, enseña a sus discípulos que el servicio a los demás es la única grandeza verdadera. Ese servicio, además, ha de ser especialmente solícito con los pobres, con los menores, con los niños.
Por eso, en la comunidad cristiana el puesto de mayor honor es el de mayor servicio a los demás. Mantener en ella puestos honoríficos, basados en clases sociales, riquezas o cargos, daña directamente el corazón mismo de la comunidad. Como enseña San Gregorio Magno, nada agrada a Dios si no va hecho con humildad:
«Aun las buenas acciones carecen de valor cuando no están sazonadas por la virtud de la humildad. Las más grandes, practicadas con soberbia, en vez de ensalzar, rebajan. El que acopia virtudes sin humildad, arroja polvo al viento, y donde parece que obra provechosamente, allí incurre en la más lastimosa ceguera. Por tanto, hermanos míos, mantened en todas vuestras obras la humildad» (Homilía sobre los Evangelios 7).
Lo mismo dice Casiano:
«Nadie puede alcanzar la santidad si no es a través de una verdadera humildad» (Instituciones 12,23).
Es el camino andado por Cristo, el mismo que siguió la Virgen María y por el que han marchado los santos.
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Santiago 4,1-10
a) Ayer hablaba Santiago de la verdadera sabiduría. Hoy desenmascara con palabras duras a los que en la comunidad crean división y no paz.
Desde luego, la situación no es muy halagüeña. Se ve que es muy antiguo lo de las tensiones en una comunidad. Santiago habla de guerras y contiendas: «Codiciáis, matáis, ardéis en envidia, os hacéis la guerra». Somos complicados. Él lo atribuye a dos causas: el orgullo que tenemos dentro, con envidias y ambiciones, y a la falta de una buena oración, o sea, a la falta de una perspectiva desde Dios. Estamos de espaldas a Dios y amamos el mundo y sus criterios. Somos adúlteros, según Santiago. Luego no es de extrañar que haya todo lo que hay. Los soberbios no saben hacer otra cosa que engendrar guerras, domésticas o mundiales.
b) Lo que de veras nos da sabiduría, y por tanto la actitud justa en la vida cara a nosotros mismos y a los demás, es la unión con Dios, nuestra fe en él, nuestra oración sincera, que nos sitúa en los justos términos ante él y ante todos. La oración no puede estar desconectada de nuestras actitudes vitales en general.
Si estamos en armonía y en sintonía con los criterios de Dios, lo demás viene por añadidura: seguro que también irá bien la relación con los demás. Como no podemos ser orgullosos en la presencia de Dios, tampoco lo seremos con los demás. Es Dios el que nos da los mejores dones. Pedírselos a él es reconocer su primacía y relativizar nuestra propia importancia. Pues eso es lo que nos motiva para un trato mucho más humilde con los demás.
¿Cómo podría compaginarse una oración sincera ante Dios, el Padre de todos, con la división y las relaciones de odio con los demás, hermanos nuestros e hijos del mismo Dios? ¿cómo puede ser eficaz la oración ante Dios de uno que está pagado de sí mismo y mal dispuesto para con los demás?
Nuestra oración debe ser humilde: «Someteos...acercaos a Dios... sed sinceros, lamentad vuestra miseria, humillaos ante el Señor, que él os levantará». Una oración que está viciada de raíz por el orgullo y la falta de caridad, no puede ser agradable ante Dios. Si fuéramos más humildes, nos entenderíamos mucho mejor con los demás, nuestra oración sería más eficaz y nosotros mismos seríamos mucho más felices.
2. Marcos 9,29-36
a) Jesús anuncia por segunda vez a sus discípulos su pasión y su muerte, para irles educando en lo que significa ser seguidor suyo.
Pero tampoco esta vez parecen muy dispuestos ellos a entender lo que les está queriendo decir. Lo que les preocupa, y de eso discuten en el camino, es «quién será el más importante». Ya se ven en el Reino del Maestro, ocupando los puestos de honor.
¿Cómo van a entender que se les hable de cruz y de muerte? Eso sí, ahora Pedro no le lleva la contraria, para no recibir la dura reprimenda de la primera vez.
Jesús, ya en la tranquilidad de casa, les da una lección para que vayan corrigiendo sus miras: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Y pone a un niño en medio de ellos y dice que el que acoge a un niño le acoge a él. Precisamente a un niño, que en el ambiente social de entonces era más bien marginado de la sociedad y tenido en muy poco.
b) La lección de la servicialidad la puede dar Cristo porque es el primero que la cumple. Toda su vida está en esa actitud de entrega por los demás: «No he venido a ser servido sino a servir y a dar mi vida por los demás». Es una actitud que manifestará plásticamente cuando le vean ceñirse la toalla y arrodillarse ante ellos para lavarles los pies. Pero sobre todo cuando en la cruz entregue su vida por la salvación del mundo.
También nosotros podemos tener dificultades en querer entender la lección que Jesús dio a los apóstoles. Tendemos a ocupar los primeros lugares, a buscar nuestros propios intereses, a despreciar a las personas que cuentan poco en la sociedad y de las que no podemos esperar gran cosa. Eso de buscar los primeros puestos no pasa sólo en el mundo de la política. También nos puede pasar en nuestro mundillo familiar o comunitario. A nadie le gusta ser «servidor de todos» o «ser el último de todos».
La salvación del mundo vino a través de la cruz de Cristo. Si nosotros queremos colaborar con él y hacer algo válido en la vida, tendremos que contar en nuestro programa con el sufrimiento y el esfuerzo, con la renuncia y la entrega gratuita. Seguimos a un Salvador humilde, aparentemente fracasado, el Siervo de todos, hasta la Cruz. El discípulo no puede ser más que el maestro.
«Prepárate para las pruebas, mantén el corazón firme, sé valiente, no te asustes en el momento de la prueba» (1a lectura, I)
«Confía en Dios, que él te ayudará, espera en él y te allanará el camino» (1a lectura, I) «Dios se enfrenta a los soberbios y da su gracia a los humildes» (1a lectura, II) «Encomienda a Dios tus afanes que él te sustentará» (salmo, II)
«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Santiago 4,1-10
Tras haber considerado, de manera general, los aspectos negativos que nos llevan a dividirnos, penetra Santiago de modo más profundo en el corazón de aquellos que se erigen en maestros de la comunidad. La incorrección de estos conduce a guerras y contiendas suscitadas por las pasiones de la codicia y de la posesión, que matan moralmente y suscitan la envidia. ¿Cómo es posible pensar que se va a obtener lo que se pide si hasta la más pequeña petición está hecha con estos sentimientos? A ésos sólo les corresponde el título de «¡gente infiel!» (v. 4), esto es, los que aman y son amigos de las cosas del mundo, mientras que odian y se hacen enemigos de Dios.
Para dar razón de lo que dice, cita el apóstol la Escritura y afirma que es Dios quien nos otorga el amor en su plenitud y totalidad. De este amor, justamente definido como «celoso», parte la llamada a la conversión. No más confusión, doblez de corazón, compromisos entre el mundo y Dios, sino transparencia y humildad, a fin de ser reconocidos ante los hombres por lo único que vale ante Dios. Éste sólo exalta a quien se le somete.
Evangelio: Marcos 9,30-37
Servir, en sentido bíblico, es servir a Dios, y por tanto también al prójimo, y tiene como consecuencia la liberación del pecado que domina todo corazón.
Dice Jesús que quien quiera ser el primero «que sea el último de todos y el servidor de todos» (v. 35). En la predicción de su pasión, ofrece Jesús a sus discípulos una lectura -que no comprenden, a buen seguro, todavía- de humillación y entrega de sí mismo por los otros a través del sufrimiento y el dolor, pero, sobre todo, a través del amor oblativo y desinteresado. En consecuencia, el seguimiento del discípulo ha de tener estas características. Ahora bien, el Maestro prosigue aún con estas palabras: «El que me acoge a mí no es a mí a quien acoge, sino al que me ha enviado» (v. 37). El que cree ser el primero no hace fructificar los talentos que ha recibido, sino sólo aquellos de los que presume; el último y el siervo saben, sin embargo, que todo les ha sido dado por Dios, por eso se ponen en actitud de acogida.
La acogida de un niño (vv. 36ss) es símbolo de sencillez, humildad y pobreza, de alguien que se confía del todo a la ayuda de Dios, de quien responde cuando le llaman y no hace razonamientos de grandeza porque no sabe hacerlos. Eso no equivale a callar por temor a pedir, sino al abandono confiado a quien se preocupa por él y a la certeza de que existe siempre Alguien que ve en su justa medida aquello de lo que tenemos necesidad.
MEDITATIO
Es muy grande la tentación de ser o hacerse líder. Se trata de una tentación que aparece de una manera sutil y en forma de bien: al comienzo, tal vez ni siquiera nos damos cuenta, pero poco a poco nos va sugiriendo cosas cada vez más alejadas de la verdad de Cristo.
Charles de Foucauld oyó un día esta frase durante una homilía del padre Huvelin: «Jesucristo ha tomado el último puesto de tal modo que nadie podrá quitárselo jamás». Estas palabras nos hieren y nos proporcionan consuelo al mismo tiempo, porque la experiencia humana de cada día nos lleva a decir que somos nosotros quienes debemos luchar con los condicionamientos y los bombardeos psicológicos que se nos presentan. Sin la humildad, esa virtud que nos permite reconocer a Otro fuera y por encima de nosotros, sólo conseguimos afirmar nuestras pasiones, que no conducen a la unión y al compartir, sino sólo a imposiciones que con el correr del tiempo no concuerdan ya con la sabiduría, don de Dios. Existe una sola pasión, y es aquella que sufrió Jesucristo por cada uno de nosotros, haciéndonos de nuevo niños en el espíritu, últimos en el mundo, pero grandes en su Reino. Jesús «rico como era, se hizo pobre por nosotros» y, de este modo, puso en tela de juicio la raíz del mal que reina dentro de nosotros: hacernos como él.
Imitar al Señor no significa repetir de manera servil los gestos que él realizó, sino confrontar lo que sale de nuestro corazón con lo que él dijo e hizo. La obediencia al Padre que lo envió le hizo libre de obrar por nosotros y en nosotros, para que no seamos esclavos de nuestras voluntades, sino libres de amar y de entregar a los otros lo que nosotros mismos recibamos.
ORATIO
Señor, estamos en deuda contigo por la vida que nos has dado con tu pasión, muerte y resurrección. No permitas que usemos los dones gratuitos que nos has dado para especular en perjuicio de los pobres o para hacernos grandes ante los otros.
Recuérdanos, cuando volvamos a ti humillados, lo que hemos tenido miedo de pedirte en los momentos de orgullo y de presunción. Ayúdanos a acoger y a dar antes de ser acogidos y recibir, para no presumir de hacer nuestra voluntad, sino la de nuestro Padre, tal como tú nos enseñaste.
CONTEMPLATIO
En esta vida y en toda tentación, luchan entre sí el amor del mundo y el amor de Dios; el que venza de estos dos amores arrastra con su peso al que ama. En efecto, no vamos a Dios caminando ni volando, sino con nuestros afectos buenos. Y, del mismo modo, nos quedamos cautivos de la tierra, no con cuerdas o cadenas, sino por nuestros malos sentimientos. Vino Cristo a hacer cambiar nuestros afectos y a hacer que se enamoraran del cielo antes que de la tierra. Se hizo hombre por nosotros el que nos creó e hizo hombres.
Y tomó él, Dios, la naturaleza humana para hacer a los hombres como dioses. Esta es la batalla a la que estamos llamados, ésta es nuestra lucha con la carne, con el diablo, con el mundo. Pero confiemos, puesto que quien pregonó esta justa no se queda mirándola sin darnos su ayuda, pues nos recomienda no presumir de nuestras fuerzas. [...]
«No améis al mundo ni lo que hay en él. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él» (1 Jn 2,15).
Dos son los amores: el del mundo y el de Dios; donde habita el amor del mundo, no puede entrar el amor de Dios. Si se va de allí el amor del mundo, habitará el amor de Dios en ese lugar: ¡que el afecto mayor obtenga el sitio de manera estable! Tú amaste el mundo; no lo ames más. Cuando hayas expulsado de tu corazón el amor terreno, acogerás en él el divino y empezará a habitar en ti la caridad, de la cual no puede derivarse ningún mal. Oíd, pues, las palabras de quien quiere reducir con discursos vuestros corazones para que den mejores frutos. Se ha puesto a tratarlos como campos. ¿Y de qué modo? Si encuentra todavía boscaje, lo elimina; si encuentra el campo limpio ya de maleza, planta árboles en él; y, precisamente, quiere plantar un árbol: la caridad. ¿Y de qué boscaje quiere quitar la maleza? Del amor del mundo (Agustín de Hipona).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Dios resiste a los soberbios, pero concede su favor a los humildes» (Sant 6,6b).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Dichosos los que saben reírse de ellos mismos: nunca acabarán de divertirse. Dichosos Ios que saben distinguir un monte del montoncillo de un topo: se ahorrarán gran cantidad de preocupaciones. Dichosos los que son capaces de reposar y de dormir sin necesidad de buscar excusas: llegarán a sabios.
Dichosos los que saben callar y escuchar: aprenderán muchas cosas nuevas. Dichosos los que son lo suficientemente inteligentes para no tomarse en serio: serán estimados por sus amigos. Dichosos vosotros si sois capaces de mirar en serio las cosas pequeñas y con serenidad las serias: llegaréis lejos en la vida.
Dichosos vosotros si sois capaces de apreciar una sonrisa y olvidar una burla: vuestro camino estará lleno de sol. Dichosos vosotros si sois capaces de interpretar siempre de manera benévola las actitudes de Ios otros, incluso cuando las apariencias son contrarias: pasaréis por ingenuos, pero ése es el precio de la caridad. Dichosos los que piensan antes de actuar y ríen antes de pensar: evitarán cometer gran cantidad de tonterías.
Dichosos vosotros si sois capaces de callar y sonreír cuando os interrumpen, os contradicen u os pisan los pies: el Evangelio empieza a entrar en vuestro corazón. Dichosos sobre todo los que sois capaces de reconocer al Señor en todos aquellos a quienes os encontráis: habéis hallado la verdadera luz, habéis hallado la verdadera sabiduría (J.-F. Six, Le beatitudini oggi, Bolonia 1986, pp. 195ss [edición española: Las bienaventuranzas hoy, Ediciones San Pablo, Madrid 1989]).