Lunes VII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 15 mayo, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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St 3, 13-18: Si en vuestro corazón tenéis rivalidad, no presumáis
Sal 18, 8. 9. 10. 15: Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón
Mc 9, 14-29: Creo, Señor, pero ayuda mi falta de fe
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Santiago 3,13-18: La Sabiduría que viene de arriba es pura y amante de la paz. Otra hay que es terrena, animal, diabólica. Los actos de cada uno muestran qué clase de sabiduría es la que los inspiran. Las disensiones surgen de una sabiduría orgullosa, nacen del egoísmo y el desprecio de los hermanos, e introducen la confusión y la desunión en la Iglesia. En cambio, la verdadera sabiduría se otorga a los pequeños y se adquiere por don de Dios, no por el esfuerzo humano. San León Magno dice:
«La sabiduría cristiana no consiste en la abundancia de palabras, ni en la sutileza de los razonamientos, ni en el deseo de alabanza y gloria, sino en la verdadera y voluntaria humildad que nuestro Señor Jesucristo, desde el seno de su Madre hasta el suplicio de la Cruz, eligió y enseñó como plenitud de fuerza» (Sermón 37).
«La sabiduría que viene de arriba, ante todo es pura y, además, amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia»...
–La mejor sabiduría es la buena conducta, aquella que se ajusta al cumplimiento fiel de los mandatos de Dios. Ella es alegría, luz y fuerza para el hombre. En su fidelidad sencilla y alegre refleja al hombre la sabiduría que le viene de arriba. Así lo cantamos en el Salmo 18: «Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón del hombre. La ley del Señor es perfecta y descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. Que te agraden las palabras de mi boca y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, Señor, roca mía, redentor mío».
–Marcos 9,13-28: Tengo fe, pero dudo; ayúdame. Con ocasión del relato de la curación de un niño epiléptico, Jesús recrimina la falta de fe de los discípulos. Una oración de súplica, hecha con fe, consigue del Señor lo que pide. Tertuliano exalta esta fuerza inmensa de la oración:
«¡Hemos leído tantos testimonios ciertos de la eficacia de la oración! La oración antigua era capaz de salvar del fuego, de las fieras, del hambre; y eso que aún no había recibido la forma que le dio Cristo. Y la eficacia de la oración cristiana es ahora mucho mayor. Ella no envía ángeles que apaguen las llamas, ni mantiene cerradas las fauces de los leones, ni trae pan a los hambrientos, ni suprime ninguna impresión de los sentidos por un don de la gracia. Ella concede la fe, que hace comprender lo que el Señor reserva a los que sufren por Su nombre» (Sobre la Oración 28-29).
Y San Agustín:
«Si la fe falla, la oración es inútil. Por eso, cuando oremos, creamos y oremos para que no falte la fe. La fe produce la oración, y la oración produce a su vez la firmeza de la fe» (Sermón 243,2).
Hasta el fin de los tiempos la Iglesia dirigirá ese clamor suplicante a Dios Padre, por medio de Jesucristo, en la unidad del Espíritu Santo, porque son muchos los peligros y continuas las necesidades de sus hijos. Éste es el primer oficio de la Iglesia y, por tanto, el primer deber de los sacerdotes, religiosos y laicos.
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Santiago 3,13-18
a) Santiago nos describe cuál es la verdadera sabiduría que viene de Dios y cuál hay que considerar como falsa. Se ve que en las primeras comunidades cristianas había muchos que se las daban de sabios y maestros y pontificaban a sus anchas.
Para Santiago, el que se cree sabio lo tiene que demostrar con «la buena conducta, con la amabilidad propia de la sabiduría»; «la sabiduría que viene de arriba es pura, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, sincera».
Y a la inversa: si uno que se dice sabio tiene actitudes de «corazón amargado por la envidia y el egoísmo», no es tal sabio, «es pura falsedad». La suya en todo caso es una sabiduría «humana, terrena, diabólica» («diablo» significa «el que divide»).
b) Al final de cada día es muy saludable hacer un poco de examen de conciencia y preguntarnos, por ejemplo, si hemos sido en verdad «sabios» en lo que hemos hecho y dicho.
Como nos aconseja Santiago -y antes Jesús en el evangelio, con la comparación de los árboles que se conocen por sus frutos- tendremos que preguntarnos qué frutos hemos dado, cuáles han sido nuestras obras y actitudes. ¿Me tengo por sabio? Pues que se vea en las obras: ¿soy de los que favorecen la paz alrededor mío? ¿o más bien pendenciero y envidioso? ¿me dejo guiar por la sabiduría que viene de Dios o por la diabólica? Es interesante que Santiago evalúe la sabiduría que decimos tener, no a partir de conocimientos o juicios prudentes, sino a partir de nuestra actitud de paz y caridad o de amargura y egoísmo. Si siembro paz y justicia a mi alrededor, soy sabio. Si no, no. La verdadera sabiduría es amable, dulce, sencilla, no jactanciosa ni creadora de divisiones. Cuando celebramos la Eucaristía somos invitados a «darnos fraternalmente la paz». Es una actitud simbólica muy oportuna en ese momento: no podemos ir a comulgar con Cristo si a la vez no queremos estar en comunión con el hermano. Pero es una actitud que debe durar las 24 horas del día. La caridad fraterna es el mejor termómetro de la sabiduría, para Santiago.
2. Marcos 9,13-28
a) Al bajar del monte de la Transfiguración, Jesús cura al muchacho epiléptico y mudo, al que todos consideran poseído por el demonio y al que los discípulos no han sido capaces de liberar.
Con sus palabras, Jesús subraya sobre todo la necesidad de la fe para poder vencer el mal. Ante los discípulos se queja, con unas palabras que parecen un desahogo: «Gente sin fe, ¿hasta cuándo estaré con vosotros?». Al padre, que tenía algo de fe («si algo puedes, ayúdanos») le asegura que «todo es posible al que tiene fe». A los discípulos que aparte le preguntan por qué ellos no han podido curar al poseso. les dice que «esta especie sólo puede salir con oración y ayuno».
Jesús aparece de nuevo como más fuerte que el mal. Tiene la fuerza de Dios. Igual que en la montaña los tres discípulos han sido testigos de su gloria divina, ahora los demás presencian asombrados otra manifestación mesiánica: ha venido a librar al mundo de sus males, incluso de los demoníacos, de la enfermedad y de la muerte. Los verbos que emplea el evangelista son muy parecidos a los que empleará para la resurrección de Jesús: «Lo levantó y el niño se puso en pie» (en griego: «égueiren» y «anéste»).
b) Nuestra lucha contra el mal, el mal que hay dentro de nosotros y el de los demás, sólo puede ser eficaz si se basa en la fuerza de Dios. Sólo puede suceder desde la fe y la oración, en unión con Cristo, el que libera al mundo de todo mal. No se trata de hacer gestos mágicos o de pronunciar palabras que tienen eficacia por sí solas. El que salva y el que libera es Dios. Y nosotros, sólo si nos mantenemos unidos a él por la oración. Esta es la lección que nos da hoy Jesús.
Lo que pasa es que muchas veces nuestra fe es débil, como la del padre del muchacho y la de los discípulos. Por eso, puestos a hacer de «exorcistas» para liberar a otros de sus males, fracasamos estrepitosamente, como aquel día los apóstoles. Seguramente porque hemos confiado en nuestras propias fuerzas y nos hemos olvidado de apoyarnos en Dios. Cuando nos sentimos débiles en la fe y sumidos en dudas, porque no conseguimos lo que queremos en nuestra familia o en nuestras actividades de la comunidad, por ejemplo las relacionadas con los niños y los jóvenes, será la hora de gritar, como el padre del muchacho enfermo: «Tengo fe, pero dudo, ayúdame».
En el sacramento del Bautismo hay una «oración de exorcismo» en que suplicamos a Dios que libere de todo mal al que se va a bautizar: «tú que has enviado tu Hijo al mundo para librarnos del dominio de Satanás. espíritu del mal»; «tú sabes que estos niños van a sentir las tentaciones del mundo seductor y van a tener que luchar contra los engaños del demonio... Arráncalos del poder de las tinieblas y, fortalecidos con la gracia de Cristo, guárdalos a lo largo del camino de la vida».
En la guerra continua entre el bien y el mal Cristo se nos muestra como vencedor y nos invita a que, apoyados en él -con la oración y el ayuno, no con nuestras fuerzas- colaboremos a que esa victoria se extienda a todos también en nuestro tiempo.
«Toda sabiduría viene de Dios» (1a lectura)
«Tus mandatos son fieles y seguros, la santidad es el adorno de tu casa» (salmo, I) «Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón» (salmo, II)
«Tengo fe, pero dudo, ayúdame» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Santiago 3,13-18
La Carta de Santiago está dirigida a los cristianos procedentes de la sinagoga. Sus destinatarios son hermanos que se reúnen en asamblea constituyendo Iglesias. En éstas, eran muchos los que llegaban a ser maestros (3,1); por eso, tras haberlos amonestado para que dominen la lengua, plantea Santiago esta pregunta: «¿Hay entre vosotros algún sabio y experimentado?» (v 13). El autor contrapone aquí dos tipos de sabiduría: la de arriba y la terrena; una conduce a la comunión y la otra a la discordia.
La comunión viene inspirada siempre de arriba, da un buen testimonio y permite vivir en la dulzura y en la paz. La discordia, en cambio, tiene su raíz en el corazón del hombre y hace que crezcan los sentimientos de envidia, de rivalidad, alimentados por la soberbia. Es una sabiduría terrena, mala, que divide, sugerida por el demonio, e invita a realizar toda clase de acciones negativas, veladas por un bien aparente (vv. 15ss). La sabiduría que viene de arriba, en cambio, obra siempre el bien y es pacífica, tolerante, conciliadora, compasiva, fecunda, imparcial y sincera. Queda así manifiesto que la paz y la concordia de una comunidad siembran una semilla que dará fruto en el campo de la justicia divina (vv. 17ss).
Evangelio: Marcos 9,14-29
Jesús baja del monte donde se había transfigurado y vuelve con el resto de sus discípulos. Los encuentra rodeados de una muchedumbre que se queda sorprendida con su inesperada llegada. Dejando aparte toda discusión, todos se apresuran a saludar al Maestro. Jesús pregunta el motivo de la reunión de los discípulos, gente sencilla y maestros de la Ley y -tras cierta vacilación- es el padre de un muchacho endemoniado quien toma la palabra. Cuenta el estado de salud en el que se encuentra su hijo y afirma que los discípulos no han podido liberarlo (vv 17ss).
Jesús se indigna con todos, porque constata que su predicación y los milagros realizados no han consolidado ni la fe de los discípulos ni la fe de la gente. Con todo, y aunque con una nota de rabia y de cansancio, Jesús no abandona a esta gente y le ofrece una vez más su ayuda. El padre del muchacho interviene de nuevo y pone al descubierto la endeblez y la inconsistencia de su fe: «Si algo puedes...» (v. 22b). Esta petición sorprende al Maestro, y responde de inmediato: «Todo es posible para el que tiene fe» (v 23). Al decir: «Creo» (v 24b), el padre del muchacho afirma la impotencia del hombre y la gran misericordia de Dios.
Entonces Jesús realiza el milagro: libera al muchacho del espíritu mudo y deja pasar un breve intervalo de tiempo, un espacio para que se manifiesten la grandeza y el poder del amor. No, el muchacho no está muerto; está completamente libre (vv. 25-27).
Cuando los discípulos le preguntan a Jesús la razón de su impotencia, se refiere éste a la oración, es decir, al reconocimiento total y humilde de que todo viene de Dios y de que contar únicamente con nuestros propios medios no conduce a ninguna parte.
MEDITATIO
La sabiduría y la fe se entrelazan hasta formar un tejido compacto que recubre a todo el hombre y le da calor. En medio de esta tibieza encuentra el hombre dentro de sí dos elementos que le hacen ir en la dirección del bien y del amor: el primero es una relación con sus semejantes fundada en la acogida y la escucha, que lo hacen pacífico, tolerante, conciliador, compasivo, fecundo, imparcial y sincero; el segundo es el reconocimiento de estar necesitado de Dios y de encontrar en nuestro camino a Jesús, el Verbo hecho carne. Muchas veces nos sentimos dispuestos a desafiar las distintas situaciones de la vida, creyéndonos capaces de mediar y de llevar a cabo las mismas acciones de Dios, pero la presunción de poder hacerlo por nosotros mismos nos hace fracasar también en el bien.
La fe hace crecer la sabiduría y la sabiduría aumenta nuestra fe: éste es el camino que hemos de recorrer para no caer en la trampa de una justicia sólo terrena, reivindicadora de derechos. La humildad es la fe escondida, es la confianza de aquel que lo espera todo; por eso lo cubre todo con la caridad. De este modo, la oración es también ese pan de cada día que fermenta la masa de la existencia y hace levantar la mirada hacia aquel que es el Señor de la vida, del cual tenemos necesidad para expulsar el mal tormentoso y afanoso de nuestros días.
ORATIO
Señor Jesús, somos débiles y frágiles y tenemos dificultades para conseguir acoger «las cosas de arriba», la sabiduría que viene de lo alto y la fe en ti. Ayúdanos a mantener vivo el deseo de no abandonarte y de vislumbrar tu presencia en la vida diaria. Pon siempre en nuestro corazón ese justo temor que nos permite dirigir los ojos a ti cuando creemos realizar acciones buenas, en particular las dirigidas a nuestro prójimo, a fin de que no se pierda ningún don que el Espíritu haya infundido en nosotros.
CONTEMPLATIO
No compares todas las obras poderosas y los prodigios realizados en el mundo con un hombre que sabiamente more en la quietud. [...] Que lo más perfecto a tus ojos sea soltar tu alma de los vínculos del pecado, antes incluso que soltar a los oprimidos, liberándolos de aquellos que mantienen esclavos sus cuerpos. Prefiere reconciliarte con tu alma en la concordia de la tríada que hay en ti —cuerpo, alma, espíritu—, más que reconciliar a los airados con tu enseñanza.
Ama la sencillez de las palabras con la ciencia de la experiencia interior, más que ir en busca de un Giscón de doctrina con la agudeza de la mente y el depósito del oído y de la tinta. Preocúpate de resucitar tu alma muerta por las pasiones al movimiento de sus impulsos hacia Dios, más que de resucitar de la muerte a los muertos según la naturaleza.
Muchos han realizado grandes cosas, han resucitado muertos, se han cansado en favor de los errantes, han llevado a cabo muchos prodigios y han atraído a muchos a Dios con la admiración despertada por las obras de sus manos. Después, precisamente esos mismos que habían salvado a otros han caído en pasiones torpes y reprobables. Mientras daban la vida a los otros, se daban la muerte a sí mismos, provocando su propia caída con la contradicción mostrada en sus obras. El hecho es que, mientras estaban aún enfermos en el alma, no se preocuparon de su propia curación, sino que se echaron al mar del mundo para curar las almas de los otros, estando enfermos ellos aún. De este modo, privaron a sus almas de la esperanza en Dios, en el sentido que he dicho, porque la enfermedad de sus sentidos no podía sostener el choque con los rayos de las cosas mundanas, que, por lo general, excitan la vehemencia de las pasiones en aquellos que todavía tienen necesidad de vigilancia (Isaac de Nínive, Discorsi ascetici 1, Roma 1984, pp. 87ss).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Todo es posible para el que tiene fe» (Mc 9,23b).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La gracia cambia de raíz la relación con Dios, entre nosotros, y cambia la comprensión que cada uno de nosotros tiene de sí mismo.
Primero: la gracia cambia de raíz el modo de concebir la relación con Dios, que se convierte, esencialmente, en una relación de acogida y de gratitud. No es el camino del hombre el que asciende a Dios, sino que es el camino de Dios el que baja al hombre. La salvación es don, no conquista. Esto precisamente es el Evangelio, el alegre anuncio que debemos llevar a todos, un anuncio esperado y deseado: Cristo ha muerto y resucitado por nosotros y, en consecuencia, estamos salvados por el amor gratuito de Dios manifestado en la cruz, no por nuestras obras. Nuestra seguridad se apoya en el amor de Dios, no en nuestra respuesta: por eso es una noticia alegre.
Segundo: la gracia cambia las relaciones en el interior de la comunidad. En ella debe reinar el orden de la entrega recíproca y no el de la justicia sin más. «No hagáis nada por rivalidad o vanagloria; sed, por el contrario, humildes y considerad a los demás superiores a vosotros mismos. Que no busque cada uno sus propios intereses, sino los de Ios demás», escribe san Pablo a la comunidad de Filipos. Todo eso es necesario si la comunidad quiere ser la proclamación de la gracia, es decir, de la lógica que llevó a Cristo, que existía en la condición de Dios, a tomar la forma de esclavo, a hacerse obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
Tercero: la gracia no cambia sólo las relaciones humanas en la comunidad, sino también las relaciones de la comunidad con el mundo. Estas deben ser unas relaciones de servicio, y de ningún modo relaciones de autoglorificación. La salvación está en la fe y no en las culturas, y, por ello, todas las culturas pueden abrirse a Cristo y ningún pueblo puede imponer a todos su propia cultura particular en nombre de Cristo. Si no fuera así, la salvación dejaría de ser gracia, basada únicamente en el amor de Dios, sino que estaría condicionada por una cultura o por otra, esto es, por las obras del hombre.
Cuarto: el hombre debe concebirse como don gratuito, como una existencia regalada, y, por consiguiente, no puede permanecer encerrado en sí mismo y buscar sólo lo que supone una ventaja para él. Debe abrirse y hacerse don gratuito para todos. Si esto no tuviera lugar, el movimiento de Dios quedaría interrumpido y distorsionado: el amor gratuito que desciende sobre el hombre quedaría transformado por él: ya no sería don, sino posesión; ya no sería servicio, sino poder (B. Maggioni, "Vita consacrata come trasparenza evangelica", en Consacrazione e servicio. Suplemento n. 10/11, Roma 1981, pp. 29ss).