Sábado VI Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 12 febrero, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Heb 11, 1-7: Por la fe sabemos que el universo fue configurado por la palabra de Dios
Sal 144, 2-3. 4-5. 10-11: Bendeciré tu nombre por siempre, Señor
Mc 9, 2-13: Se transfiguró delante de ellos
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Hebreos 11,1-7: Por la fe sabemos que la palabra de Dios configuró el universo. Las primeras páginas del Génesis son interpretadas por el autor de la Carta a los Hebreos desde el punto de vista de la fe. Solo la fe proporciona en este mundo el verdadero conocimiento de Dios. La fe no es meramente un argumento racional que afirma la vida futura, sino una garantía absoluta, un posesión anticipada y segura de la misma.
Ésa es la fe que guió la vida de los Patriarcas del Antiguo Testamento y por ella fueron agradables a Dios. El creyente está convencido de que Dios está presente en la historia, y que sus planes se van manifestando en los acontecimientos de la misma. Las Escrituras nos muestran que el antagonismo actual entre fe e incredulidad es tan viejo como el hombre, y solo tendrá fin al término de la historia humana. Entre tanto, al paso de los siglos, la Iglesia se fundamenta sobre la roca de la fe. San Ireneo dice:
«Por diversos que sean los lugares, los miembros de la Iglesia profesan una misma y única fe: la que fue transmitida por los Apóstoles a sus discípulos» (Tratado sobre las herejías 1,10).
–Las hazañas de Dios hay que contemplarlas a la luz de la fe, pues de otro modo pasan inadvertidas. El Autor de la Carta a los Hebreos contempla esas maravillas de Dios en el Antiguo Testamento, que alcanzan su plenitud en el Nuevo. De esa gozosa contemplación nace el Salmo 144: «Día tras día te bendeciré, y alabaré tu nombre por siempre jamás. Grande es el Señor y merece toda alabanza, es incalculable su grandeza. Una generación pondera tus obras a la otra, y le cuenta tus hazañas; alaban ellos la gloria de tu majestad, y yo repito tus maravillas. Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas».
–Marcos 9,1-12: Se transfiguró ante ellos. La Transfiguración es el anticipo del retorno glorioso de Cristo. De ella fueron testigos de excepción Pedro, Santiago y Juan. La teofanía del Salvador en la soledad de la montaña no aparece con poder y fuerza, como en las teofanías del Antiguo Testamento, sino en una atmósfera de luz y de amor. San Jerónimo dice:
«Observad que Jesús no se transfigura mientras está abajo: sube, y entonces se transfigura. Y los lleva a ellos solos aparte, a un monte alto, y se transfigura delante de ellos, y sus vestidos se vuelven resplandecientes y blanquísimos (Mc 9,2-3). Incluso hoy en día Jesús está abajo para algunos, y arriba para otros. Los que están abajo tienen también abajo a Jesús, y son las turbas que no pueden subir al monte –al monte suben tan solo los discípulos, las turbas se quedan abajo–. Si alguien, por tanto, está abajo y es de la turba, no puede ver a Jesús en vestidos blancos, sino en vestidos sucios»...
Y los tres apóstoles, «si no hubiesen visto a Jesús transfigurado, si no hubiesen visto sus vestidos blancos, no hubieran podido ver a Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Mientras pensemos como los judíos y sigamos con la letra que mata, Moisés y Elías no hablan con Jesús y desconocen el Evangelio. Ahora bien, si ellos [los judíos] hubieran seguido a Jesús, hubieran merecido ver al Señor transfigurado y ver sus vestidos blancos, y entender espiritualmente todas las Escrituras, y entonces hubieran venido inmediatamente Moisés y Elías, esto es, la ley y los profetas, y hubieran conversado con el Evangelio...
««Éste es mi hijo amadísimo, escuchadle». Lo que viene a decir el Evangelio es esto: «oh Pedro, que dices: os haré tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías, ¡no quiero que hagas tres tiendas! He aquí que yo os he dado la tienda, que os protege. No hagas tiendas igualmente para el Señor y para los siervos. Éste es mi Hijo amadísimo, escuchadle. Éste es mi Hijo. No Moisés. No Elías. Ellos son siervos. Éste es Hijo, es decir de mi naturaleza, de mi sustancia, Hijo, que permanece en Mí y es totalmente lo que yo soy. Éste es mi hijo amadísimo. También aquéllos son amados, pero Éste es amadísimo: a Éste, por tanto, escuchadle. Aquéllos lo anuncian, pero vosotros tenéis que escuchar a Éste: Él es el Señor, aquéllos son siervos, como vosotros. Moisés y Elías hablan de Cristo, son siervos como vosotros. Él es el Señor, escuchadle. No honréis a los siervos del mismo modo que al Señor: escuchad sólo al Hijo de Dios»» (Comentario al Evangelio de San Marcos 9,7-8).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Hebreos 11,1-7
a) Terminamos nuestra lectura de los primeros once capítulos del Génesis con una página de la carta a los Hebreos, que resume los ejemplos más edificantes de estos capítulos, como estímulo a nuestra perseverancia en la fe.
Es un elogio de nuestros antepasados remotos, que comienza con una definición de lo que es tener fe: «La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve». En esto tuvieron mucho mérito los creyentes del AT: aquí nombra a Abel, a Henoc y a Noé. Los tres aceptaron en su vida el plan de Dios. Como todos los demás que vivieron en el AT, no llegaron a ver claro, ni a experimentar la venida del Salvador prometido por Dios. Pero desde ese claroscuro supieron creer en Dios y creer a Dios.
b) Este repaso a las páginas del Génesis es para el autor de la carta un estímulo para los cristianos de su tiempo. También lo es para los de ahora: para que no exageremos nuestras dificultades, buscando excusas para nuestra poca fidelidad. La página de hoy quiere que nos dejemos animar por los que han sabido ser fieles a Dios también en días difíciles.
La Biblia, aunque también contiene relatos de pecado, debilidades y fallos, es siempre aleccionadora. Hemos ido viendo cómo Dios conduce la historia. Cómo sabe animar y a su tiempo corregir y purificar a la humanidad, para que camine por las sendas que él le tiene preparadas y en las que encontrará su felicidad y su plenitud. Se trata de que aprendamos del pecado ajeno y sobre todo de que admiremos e imitemos la fe de tantas personas que desfilan por sus páginas como ha sucedido en los capítulos del Génesis que hemos ido meditando estas dos semanas.
Nosotros tenemos otra serie de antepasados que nos animan todavía más de cerca en nuestra carrera: la Virgen María y los santos cristianos de los últimos dos mil años. A los que tenemos que añadir familiares y conocidos que también seguramente nos han dado un ejemplo de fidelidad a Dios desde su vida concreta.
Nos tendríamos que hacer la pregunta, traduciendo la situación a nuestra historia: ¿cómo reacciono yo en las diversas circunstancias de la vida? ¿cómo estoy respondiendo a la llamada de Dios? ¿qué testimonio de fe estoy dando a los que me conocen?
Si podemos decir con el salmo de hoy que «una generación pondera tus obras a la otra y le cuenta tus hazañas», no sólo deberíamos escuchar lo que nos dicen los personajes del Génesis, sino preocuparnos de qué «hazañas de Dios» transmitimos nosotros a las generaciones jóvenes, a las demás personas de nuestra familia o de nuestra comunidad.
¿Les estamos ayudando con nuestro ejemplo y palabras a ser fieles a su identidad humana y cristiana?
2. Marcos 9,1-12
a) La escena de la Transfiguración pone un contrapunto a la página anterior del evangelio, cuando Jesús tuvo que reñir a Pedro porque no entendía, e invitaba a sus seguidores a cargar con la cruz.
A los tres apóstoles predilectos, los mismos que estarán presentes más tarde en la crisis del huerto de los Olivos, Jesús les hace experimentar la misteriosa escena de su epifanía o manifestación divina: acompañado por Moisés y Elías (Jesús es la recapitulación del AT, de la ley y los profetas), oye la voz de Dios: «Éste es mi Hijo amado». Aparece envuelto en la nube divina, con un blanco deslumbrante, como anticipando el destino de victoria que seguirá después de la cruz, tanto para el Mesías como para sus seguidores.
La voz de Dios invita a los discípulos a aceptar a Cristo como el maestro auténtico: «Escuchadlo».
El protagonismo de Pedro también aparece resaltado en esta escena.
No es muy feliz su petición, después de la negativa anterior a aceptar la cruz: ahora que está en momentos de gloria, quiere hacer tres tiendas. Marcos comenta la no muy brillante intervención de Pedro diciendo que «no sabía lo que decía».
b) Nosotros escuchamos este episodio ya desde la perspectiva de la Pascua. Creemos en Jesús Resucitado, el que a través de la cruz y la muerte ha llegado a su nueva existencia glorificada y nos ha incorporado también a nosotros a ese mismo movimiento pascual, que incluye las dos cosas: la cruz y la gloria.
Sabemos muy bien que, como dice el prefacio de la Transfiguración (el 6 de agosto), «la pasión es el camino de la resurrección». El misterio de la gloria ilumina el sentido último de la cruz. Pero el misterio de la cruz ilumina el camino de la gloria.
Es de esperar que nuestra reacción ante este hecho no sea como la de Pedro, espabilado él, que aquí sí que quiere construir tres tiendas y quedarse para siempre. Le gusta el Tabor, con la gloria. No quiere oir hablar del Calvario, con la cruz. Acepta lo fácil. Rehuye lo exigente. Lo cual puede ser retrato de nuestras actitudes, aunque no seamos siempre conscientes de ello. Tenemos que estar a las duras y a las maduras. No hacer censura de páginas del evangelio.
De nuevo aparece el mandato de que no propalen todavía su mesianismo. «hasta que resucite de entre los muertos», porque no veÍa todavía preparada a la gente. Por cierto que después de la resurrección de Jesús, Marcos nos dirá que las mujeres, temblando de miedo, se callaron y no dijeron nada a nadie de su encuentro con el ángel.
Además, también recibimos la gran consigna de Dios: «Éste es mi Hijo amado: escuchadle». Día tras día, en nuestra celebración eucarística escuchamos la Palabra de Dios en los libros del AT y los del NT, y más en concreto la voz de Cristo en su evangelio.
¿Escuchamos de veras a Jesús como al Maestro, como a la Palabra viviente de Dios? ¿le prestamos nuestra atención y nuestra obediencia? ¿comulgamos con Cristo Palabra antes de acudir a comulgar con Cristo Pan? Nuestra actitud ante la Palabra debería ser la de los modelos bíblicos: «habla, Señor, que tu siervo escucha» (Samuel), «hágase en mi según tu palabra» (María), «Señor, enséñame tus caminos» (salmista).
«La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve» (1a lectura, I)
«Día tras día te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás» (salmo, I)
«Este es mi Hijo amado: escuchadlo» (evangelio)
«Tú nos invitas a escuchar tu palabra y a mantenernos siempre firmes en el seguimiento de tu Hijo» (plegaria eucarística Vb).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Hebreos 11,1-7
El capítulo 11 de la carta a los Hebreos es un resumen de toda la historia de la salvación a través de las principales figuras que han sido sus protagonistas. El resumen está hecho desde la perspectiva de la fe, citando a nuestros padres y a nuestras madres en la fe. La carta a los Hebreos, a partir de la historia de los orígenes, pasa revista a los patriarcas, a Moisés y, de un modo más sumario, a los profetas y a los reyes, y llega finalmente a Jesús, que es el «autor y perfeccionador de la fe» (Heb 12,2). «Autor y perfeccionados», como dicen de una manera todavía más elocuente los términos griegos, equivale a «principio y fin»: Jesús es el punto inicial y el punto terminal de esta historia, él es quien permite resumirla, recapitularla de un modo tan sintético y eficaz. Eso significa que la fe de Jesús, la fe que él ha puesto en acto y llevado a su plena realización, obraba ya en todos los personajes bíblicos que, desde el punto de vista histórico, le precedieron.
En el fragmento de hoy se menciona a los tres únicos «justos» que encontramos en la historia de los orígenes de la humanidad, antes de la vocación de Abrahán: Abel, Enoc y Noé. «Por la fe ofreció Abel a Dios un sacrificio más perfecto que el de Caín; ella lo acreditó como justo. Por la fe, Noé, advertido de cosas que aún no veía, construyó obedientemente un arca para salvar a su familia; por la fe puso en evidencia al mundo y llegó a ser heredero de la justicia que sólo por ella se consigue» (vv. 4.7). ¿En qué consiste la justicia en estos dos casos? La justicia es un comportamiento particular, diferente y contrario respecto al del mundo, un comportamiento que se inspira en algo que, de momento, permanece todavía invisible. La justicia del hombre se basa en la capacidad de ver más allá de lo visible.
La historia de los orígenes, narrada en Gn 1-11, persigue un proyecto, el de volver a trazar la génesis y los desarrollos del pecado humano, de una injusticia cada vez más propagada: desde Adán y Eva a Caín, a Lamec, a los «hijos de Dios», al diluvio, a Cam, a Babel. Sólo de quien sabe mirar, más allá del pecado humano, a la gracia de Dios que lo previene y lo perdona, sólo de quien no se deja seducir por el aparente señorío de las fuerzas del mal, sólo de una persona así se puede decir que es un hombre de fe y, por consiguiente, capaz de marcar su vida con la impronta de un comportamiento contrario respecto al del mundo: la justicia.
Evangelio: Marcos 9,2-13
El relato de la transfiguración de Jesús que nos ofrece Marcos presenta una gran variedad de contenidos y de alusiones simbólicas: el monte alto, el rostro brillante, la conversación con Elías y con Moisés, las tiendas, la nube que hace sombra, la voz del cielo. Casi todos estos elementos remiten al Exodo y a la experiencia mosaica. El «monte alto» (v. 2), por ejemplo, alude al monte y a la teofanía del Sinaí.
Marcos, es cierto, no dice que su «rostro brillaba como el sol», como hace Mt 17,2, sino que se limita a decir que «sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador». Sin embargo, también él conviene en lo esencial; a saber, que Jesús «se transfiguró» (v. 2), cambió de aspecto, y esto puede ser puesto también en relación con la piel del rostro de Moisés, que se ponía radiante después de cada encuentro con Dios.
La conversación con Elías y Moisés nos remite, además de a los representantes de los profetas y de la Ley, a los dos únicos personajes bíblicos que tuvieron experiencia de una teofanía en el Horeb. Todas estas alusiones al Exodo nos dan a entender que la experiencia de Jesús ha sido releída, reinterpretada, a la luz de las Escrituras, según el principio fijado por el mismo Jesús, que se muestra conversando con Elías y Moisés.
Con todo, no debemos perder de vista que la experiencia de Jesús es altamente personal: su transmisión, a buen seguro, ha tenido lugar a través del simbolismo de la teofanía sinaítica, pero la transfiguración, en cuanto acontecimiento histórico, sigue siendo un hecho único e irrepetible. En el momento preciso en que Jesús revela a los discípulos su destino de Mesías sufriente y crucificado, recibe de lo alto, del Padre, una confirmación singular de su vocación y de su misión. Justamente su obediencia a la voluntad de Dios es lo que transfigura su humanidad y la vuelve transparente al esplendor de la gloria.
MEDITATIO
El pasaje de la carta a los Hebreos que hace el elenco de nuestros padres en la fe a lo largo de todo el Antiguo Testamento va precedido sobre todo de una definición extremadamente sintética y sugestiva de la fe: «La fe es el fundamento de lo que se espera y la prueba de lo que no se ve». «Fundamento»: es decir, sustancia, puesta en acto, anticipación de las cosas esperadas, casi como si, a través de la fe, las cosas esperadas fueran ya actuales, como si ya las poseyéramos, aunque todavía de una manera imperfecta, pues de otro modo dejarían de ser esperadas. «Prueba»: es decir, experiencia, carácter tangible, verificable de las cosas que aún no vemos, como si, a través de la fe, las cosas invisibles estuvieran ya presentes, ya fueran observables, aunque de una manera especulativa y enigmática, pues de otro modo ya no serían invisibles.
Esta doble definición de la fe que leemos en la carta a los Hebreos es muy importante también para comprender el misterio de la transfiguración de Jesús. En efecto, en la transfiguración de Jesús, la gloria futura, la gloria esperada, se presenta ya como poseída, en virtud de una singularísima anticipación. Y las realidades invisibles -la contemporaneidad de Moisés, Elías y Jesús en el Reino de los Cielos, por ejemplo- pueden ser experimentadas ya bajo nuestra mirada. Pero todo esto en la fe: la fe de Jesús, se entiende, aunque también la nuestra. En la vida de los discípulos, como ya ocurrió en la del Maestro, se pueden dar momentos de una anticipación real de la gloria a la que estamos destinados, de una experiencia real de las cosas invisibles. Depende de la gracia de Dios y depende de nuestra fe, esa fe de la que los patriarcas y los profetas nos dieron ejemplo, y cuyo «autor y perfeccionador» es Jesús. Tal vez en nuestra pobre experiencia de fe hayamos recogido sólo algunas pocas chispas capaces de iluminarnos sobre la verdadera identidad de Jesús. Tal vez descendamos del encuentro con él en el monte conservando todavía en el corazón algunas preguntas. Con todo, esas chispas, preciosas, pueden iluminar las dudas. Más aún, pueden ir esclareciendo, paso a paso, la marcha fatigosa de toda una vida, hasta el momento en que veamos las cosas que ahora no vemos y estemos ciertos de las que ahora esperamos.
ORATIO
Señor Jesús, tú has llamado bienaventurados
a aquellos que no te han visto
y, sin embargo, han creído.
A los que te han precedido en la fe
desde los días de Abel el justo
y a nosotros, que te hemos seguido
en la gracia de tu resurrección.
Concédenos, Señor, esa fe
capaz de trasladar montañas,
de superar cualquier impedimento;
capaz de ver lo invisible
y de dar fundamento a la esperanza.
En el Jordán, sobre el Tabor, sobre el Calvario,
hemos visto también tu gloria,
gloria de Hijo unigénito
lleno de gracia y de verdad.
CONTEMPLATIO
Me alegro de que muestres prontitud para custodiar sin ningún vicio de perfidia la verdadera fe, sin la cual no sólo es absolutamente imposible que nos ayude la conversión, sino que ni siquiera puede existir. La autoridad del apóstol dice además que «sin fe es imposible agradar a Dios» (Heb 11,6). La fe es el fundamento de todos los bienes. La fe es comienzo de la salvación del hombre. Sin ella, nadie puede pertenecer al número de los hijos de Dios, porque sin la fe ni en este mundo se consigue la gracia de la justificación, ni en el futuro se poseerá la vida eterna, y si alguien no camina aquí en la fe no llegará a la visión. Sin fe, todo trabajo del hombre está vacío. El que pretende agradar a Dios sin la verdadera fe, a través del desprecio del mundo, es como el que yendo hacia la patria en la que vivirá feliz deja el sendero recto del camino e, incauto, sigue el equivocado, con el que no llega a la ciudad bienaventurada, sino que cae en el precipicio; allí no se concede la alegría a quien llega, sino que se da la muerte a quién en él cae (Fulgencio de Ruspe, Le condizioni della penitenza. La Fede, Roma 1986, pp. 11 ss).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Todavía no habéis visto a Jesucristo, pero lo amáis;
sin verlo, creéis en él
y os alegráis con un gozo inefable y radiante» (1 Pe 1,8).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Todos los evangelios son una exhortación a creer. La gran pregunta que hace Jesús a través de los evangelios es ésta: «¿Creéis? ¿Crees?». El Credo con el que la Iglesia responde a esta pregunta es una realidad epocal, extraordinaria. Es la única respuesta adecuada [...] Es él, el unigénito del Padre, quien está ahora frente a los hombres y dice: «Rendíos, reconoced que yo soy Dios» (Sal 46,11). No les ruega, no mendiga ni la fe ni reconocimientos, como tantos pseudoprofetas y fundadores de religiones vacías. La suya es una palabra plena de divina autoridad. No dice: «Creedme, os lo ruego, escuchadme», sino que dice: «Sabed que yo soy Dios». Lo queráis o no, lo creáis o no, yo soy Dios [...].
Abramos el escriño de nuestro corazón y ofrezcamos a Jesús nuestra fe como don. «Corde creditur»: con el corazón se cree, el corazón está hecho para creer. Si nos parece que está vacío, pidamos al Padre que lo llene de fe. «Nadie puede venir a mí -dice Jesús– si no le atrae el Padre» (Jn 6,44). «¿No te sientes atraído aún? Ora para ser atraído» (san Agustín) L...]. La mejor fe es la que se obtiene de la oración, más que del estudio (R. Cantalamessa, Gesú il santo di Dio, Cinisello B. 1991, pp. 71 ss. [edición española: Jesucristo, el Santo de Dios, Ediciones San Pablo, Madrid 1991]).