Jueves VI Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 8 febrero, 2018 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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St 2, 1-9: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres? Vosotros, en cambio, habéis afrentado al pobre
Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7: Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
Mc 8, 27-33: Tú eres el Mesías. El Hijo del hombre tiene que padecer mucho
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Santiago 2,1-9: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres? Vosotros, en cambio, habéis afrentado a los pobres. Dios ha querido elegir lo pobre y lo pequeño. Y esa elección establece un camino para todos: pobres y ricos. Ninguno ha de estar apegado a los bienes de la tierra; todos hemos de ser siempre pobres de espíritu. San Gregorio Magno dice:
«Son engañosas las riquezas, porque no pueden permanecer siempre con nosotros, y porque no pueden satisfacer las necesidades del corazón. Las riquezas verdaderas son las que nos hacen ricos en las virtudes» (Homilía 15 sobre los Evangelio).
Y San Basilio:
«La virtud es la única de las riquezas que es inamovible, y que persiste en vida y en muerte» (Discurso a los jóvenes).
La Iglesia siempre ha tenido un cuidado especial de los pobres; siempre, ya desde su comienzo, cuando instituyó a los diáconos. Innumerables son los testimonios de esto que encontramos en la historia. Oigamos a San Agustín:
«No ocultaré a vuestra caridad por qué me vi obligado a pronunciar este sermón. Desde que estamos aquí, al ir para la iglesia y al volver de ella, los pobres vienen a mí para rogarme os diga que les deis algo. Ellos nos ruegan que os hablemos; y cuando después nada se les da, piensan que con vosotros estamos perdiendo el tiempo. También esperan algo de mí, y yo les doy cuanto tengo y puedo; con todo, ¿acaso puedo aliviar las necesidades de todos? No pudiendo, en consecuencia, subvenir a las necesidades de todos, me hago legado de ellos ante vosotros. ¿Qué menos?» (Sermón 61,13).
Leamos este magnífico texto de San Pedro Crisólogo:
«¿No es extraordinario y sublime escuchar que precisamente Aquel que viste el cielo está desnudo en el pobre? ¡La riqueza del universo tiene hambre en el hambriento, la fuente de las fuentes tiene sed en sediento! ¿ Cómo no nos hace dichosos el entender que sea tan pobre Aquel para quien resulta tan angosto el cielo; que sea pobre en el pobre quien enriquece el mundo; que suplique un pedazo de pan, un vaso de agua, Aquel que es dispensador de todos los bienes; que, por amor al pobre, Dios se humille hasta el punto de no socorrer al pobre, sino de ser pobre Él mismo?: «tuve hambre y me disteis de comer», dice (Mt 25, 35). No dice: «tuvo hambre el pobre y le disteis de comer», sino «yo tuve hambre y me disteis de comer». Declara como dado a Él lo que recibe el pobre; dice que es Él quien come lo que ha comido el pobre, y afirma que lo que bebe el pobre se le ha dado a Él.
«¡De lo que es capaz el amor al pobre! Dios se gloría en el cielo de aquello que hace sonrojarse al pobre en la tierra, considerándose honrado con lo que es considerado como algo vergonzoso. Bastaría haber dicho: «me disteis de comer y me disteis de beber»; pero dice más bien: «tuve hambre, tuve sed». Hubiera sido menor el amor al pobre si, después de haberlo acogido, no hubiese acogido también los sufrimientos del pobre. Cierto: el verdadero amor no se demuestra sino sufriendo. Amor verdadero es haber hecho propias las angustias del que está angustiado.
«Es extraordinario que agrade a Dios la comida del pobre. El que no tiene hambre de toda la creación se declara saciado con la comida del pobre en el reino de los cielos, delante de todos los ángeles, en la asamblea de los bienaventurados... Lo primero en el cielo es el cuidado al pobre, la limosna dada al pobre. Es lo primero que se trae a examen. Es la recompensa del pobre lo que, ante todo, está escrita en el Libro divino. ¡Dichoso aquel cuyo nombre es leído por Dios tantas veces cuantas en el cielo se respeta el derecho del pobre!» (Sermón 14).
–Afrentar al pobre es enfrentarse con Dios, despreciarlo, pues en toda la historia de la salvación ha mostrado su predilección por los pobres. Los pobres de Yavé son los que heredarán el Reino de los cielos. Y la comunidad mesiánica es una comunidad de pobres salvados por pura gracia de Dios.
Bien expresa todo esto el Salmo 33: «Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor; que los humildes lo escuchen y se alegren. Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis ansias. Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva de sus angustias».
No podemos afrentar a nadie. Con todos hemos de tener caridad y benevolencia, pero sobre todo con los más necesitados. Y muchas veces éstos son los ricos, pues, si están apegados a sus bienes, son unos verdaderos desgraciados.
–Marcos 8,27-33: Tú eres el Mesías. El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho. Después de que Pedro hace la profesión de fe, Jesús habla por primera vez de su pasión. Pedro, entonces, muestra sus sentimientos de reprobación, y el Señor le reprende con gran severidad.
El reconocimiento de la mesianidad de Cristo implica aceptarle en toda su integridad, también en la pasión que va a sufrir por voluntad del Padre. Esta voluntad nos parece incomprensible, porque incomprensible nos resulta el Amor de Dios. San Juan Crisóstomo pone estas palabras en labios de Jesús:
«Yo te serviré, porque vine a servir y no a ser servido. Yo soy amigo, y miembro, y cabeza, y hermano, y hermana y madre. Todo lo soy, y solo quiero contigo una amistad íntima. Yo, pobre por ti, mendigo por ti, crucificado por ti, sepultado por ti. En el cielo, por ti ante Dios Padre; y en la tierra, soy legado suyo ante ti. Todo lo eres para Mí, hermano y coheredero, amigo y miembro. ¿Qué más quieres?» (Homilía 76 sobre San Mateo).
Y San Agustín:
«Ningún pecador, en cuanto tal, es digno de amor; pero todo hombre, en cuanto tal, es amable por Dios» (Sobre la doctrina cristiana 1).