Jueves VI Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 12 febrero, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Gn 9, 1-13: Pondré mi arco en el cielo, como señal de mi alianza con la tierra
Sal 101, 16-18. 19-21. 29 y 22-23: El Señor desde el cielo se ha fijado en la tierra
Mc 8, 27-33: Tú eres el Mesías. El Hijo del hombre tiene que padecer mucho
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Génesis 9,1-13: Pondré mi arco en el cielo, como señal de mi pacto con la tierra. Dios bendice a Noé y a su descendencia, como si en él hubiera creado por segunda vez al hombre, y con él establece una alianza de alcance universal y cósmico. El arco iris queda establecido por Dios como un signo más de su misericordia hacia los hombres, y como una llamada para que éstos aprendan de Él a obrar siempre la paz en la misericordia. San León Magno exhorta:
«Reconoce, oh cristiano, la dignidad de tu sabiduría, y entiende cuál ha de ser tu conducta y a qué premios eres llamado. La misericordia quiere que seas misericordioso; la justicia, que seas justo, a fin de que en la misma criatura se manifieste el Creador, y en el espejo del corazón humano resplandezca expresada por la imitación la imagen de Dios» (Sermón 95,7).
Dios jamás se desentiende de los hombres. Él se ha fijado y continúa fijándose en la tierra. Éste es el sentido del pacto que hace con Noé, cuya conducta debe ser en adelante un reflejo continuo de la misericordia del Omnipotente.
–Con el Salmo 101 proclamamos: «Los gentiles temerán su nombre, los reyes del mundo, su gloria... Quede esto escrito para la generación futura, y el pueblo que será creado alabará al Señor: que el Señor ha mirado desde su excelso santuario, desde el cielo se ha fijado en la tierra, para escuchar el gemido de los cautivos, y librar a los condenados a muerte».
–Marcos 8,27-33: Tú eres el Mesías. El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho. Después de que Pedro hace la profesión de fe, Jesús habla por primera vez de su pasión. Pedro, entonces, muestra sus sentimientos de reprobación, y el Señor le reprende con gran severidad.
El reconocimiento de la mesianidad de Cristo implica aceptarle en toda su integridad, también en la pasión que va a sufrir por voluntad del Padre. Esta voluntad nos parece incomprensible, porque incomprensible nos resulta el Amor de Dios. San Juan Crisóstomo pone estas palabras en labios de Jesús:
«Yo te serviré, porque vine a servir y no a ser servido. Yo soy amigo, y miembro, y cabeza, y hermano, y hermana y madre. Todo lo soy, y solo quiero contigo una amistad íntima. Yo, pobre por ti, mendigo por ti, crucificado por ti, sepultado por ti. En el cielo, por ti ante Dios Padre; y en la tierra, soy legado suyo ante ti. Todo lo eres para Mí, hermano y coheredero, amigo y miembro. ¿Qué más quieres?» (Homilía 76 sobre San Mateo).
Y San Agustín:
«Ningún pecador, en cuanto tal, es digno de amor; pero todo hombre, en cuanto tal, es amable por Dios» (Sobre la doctrina cristiana 1).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Génesis 9,1-13
a) Termina la historia del diluvio con la alianza que Dios sella con Noé y su familia, y con el reinicio de una nueva humanidad. El juicio de Dios ha sido justo, pero salvador y misericordioso.
Entre las cláusulas de la alianza hay detalles que se refieren a la comida: por primera vez se dice que el hombre puede comer carne de animales (hasta entonces, se ve que eran vegetarianos), pero no carne con sangre. Sobre todo hay un mandamiento taxativo: «Al hombre le pediré cuentas de la vida de su hermano, porque Dios hizo al hombre a su imagen».
Dios propone aquí, como señal de este pacto con Noé, el arco iris. Lo cual probablemente se entiende como una interpretación popular del fenómeno cósmico del arco iris después de la lluvia, en una sociedad que tiende a verlo todo desde el prisma religioso.
No es magia: cuando vean ese arco, se comprometen a recordar la bondad y las promesas de Dios. También podría tener otro sentido: el arco iris nos recordará que Dios ya no usará el arco de guerra (en la Biblia se designa con la misma palabra) contra el hombre, «colgará el arco en el cielo».
b) Dios empieza de nuevo, ilusionadamente, ahora con la familia de Noé, después de la purificación general del diluvio. No tenemos a Dios en contra. Siempre a favor. A pesar de todo el mal que hemos hecho, nos sigue amando y concediendo un voto de confianza.
Si el salmista podía decir con esperanza: «El Señor, desde el cielo, se ha fijado en la tierra... para escuchar los gemidos de los cautivos y librar a los condenados a muerte», nosotros tenemos motivos muchos más válidos para confiar en la cercanía salvadora de Dios. Jesús inició una «nueva creación» y, al atravesar las aguas de la muerte, nos invitó a todos a salvarnos en su Arca, que es la Iglesia, donde ingresamos a través del sacramento del agua, el bautismo.
Pero es bueno que recordemos seriamente que en su alianza con la humanidad, Dios nos exige una cosa importante: que respetemos a nuestros hermanos, porque cada uno de ellos es imagen de Dios. Después del asesinato de Abel, que representaba toda la maldad del corazón humano, Dios, para su nueva humanidad, quiere un corazón nuevo, que respete no sólo la vida sino también el honor y el bienestar del hermano. Faltar al hermano va a ser desde ahora faltarle al mismo Dios. Y si esto quedó claro en la alianza con Noé, mucho más en la de Jesús: «a mi me lo hicisteis».
No estaría mal que cada vez que veamos el arco iris, después de la lluvia, también nosotros, aunque somos muy listos y ya sabemos que es un fenómeno que se debe a la reflexión de la luz, recordáramos dos cosas: que Dios tiene paciencia, que nos perdona, que siempre está dispuesto a hacer salir su sol después de la tempestad, su paz después de nuestros fallos; y que también nosotros hemos de enterrar el arco de guerra (no es precisamente nuestro instrumento agresivo de ahora, pero es un símbolo) y tomar la decisión de no disparar ninguna flecha, envenenada o no, contra nuestro hermano, porque es imagen de Dios.
2. Marcos 8,27-33
a) Con el pasaje de hoy termina la primera parte del evangelio de Marcos. la que había empezado con su programa: «Comienzo del evangelio de Jesús Mesías, Hijo de Dios» (1,1). Ahora (8,29) escuchamos, por fin, por boca de Pedro, representante de los apóstoles, la confesión de fe: «Tú eres el Mesías». Es una página decisiva en Marcos, la confesión de Cesarea.
Es una pregunta clave, que estaba colgando desde el principio del evangelio: ¿quién es en verdad Jesús? Pedro responde con su característica prontitud y amor. Pero todavía no es madura, ni mucho menos, esta fe de los discípulos. Por eso les prohíbe de nuevo que lo digan a nadie.
La prueba de esta falta de madurez la tenemos a continuación, cuando sus discípulos oyen el primer anuncio que Jesús les hace de su pasión y muerte. No acaban de entender el sentido que Jesús da a su mesianismo: eso de que tenga que padecer, ser condenado, morir y resucitar. Pedro recibe una de las reprimendas más duras del evangelio: «Apártate de mi vista, Satanás. Tú piensas como los hombres, no como Dios».
b) Nosotros creemos en Jesús como Mestas y como Hijo de Dios. En la encuesta que el mismo Jesús suscita, nosotros estaríamos claramente entre los que han captado la identidad de su persona y no sólo su carácter de profeta. Nos hemos definido hace tiempo y hemos tomado partido por él.
Pero a continuación podemos preguntarnos con humildad -no vaya a ser que tengamos que oir una riña como la de Pedro- si de veras aceptamos a Jesús en toda su profundidad, o con una selección de aspectos según nuestro gusto, como hacían los apóstoles. Claro que «sabemos» que Jesús es el Hijo de Dios. Entre otras cosas, Marcos nos lo ha dicho desde la primera página. Pero una cosa es saber y otra aceptar su persona juntamente con su doctrina y su estilo de vida, incluida la cruz, con total coherencia.
Día tras día vamos espejándonos en Jesús. Pero no sólo tenemos que aceptarle como Mesías, sino también como «Mesías que va a entregar su vida por los demás». Mañana nos dirá que acogerle a él es acogerle con su cruz, con su misterio pascual de muerte y resurrección. También para nuestra vida de seguidores suyos: «que cargue con su cruz y me siga».
A Pedro le gustaba lo del Tabor y la gloria de la transfiguración. Allí quería hacer tres tiendas. Pero no le gustaba lo de la cruz. ¿Hacemos nosotros algo semejante? ¿merecemos también nosotros el reproche de que «pensamos como los hombres y no como Dios»? Tendríamos que decir, con palabras y con obras: «Señor Jesús, te acepto como el Mesías, el Hijo de Dios. Te acepto con tu cruz. Dispuesto a seguirte no sólo en lo consolador, sino también en lo exigente de tu vida. Para colaborar contigo en la salvación del mundo».
«Al hombre le pediré cuenta de la vida de su hermano» (1a lectura, I)
«En aquel día pasará la figura de este mundo y nacerán los cielos nuevos y la tierra nueva» (prefacio de Adviento)
«El Señor, desde el cielo, se ha fijado en la tierra» (salmo, I)
«El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho» (evangelio).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Génesis 9,1-13
Éste es el pacto cerrado por Dios con Noé y con los suyos, es decir, con todos nosotros, la humanidad pos-diluviana. Y no sólo con nosotros, hombres y mujeres, sino, mirando bien, con todos los seres vivos que están con nosotros: «Aves, ganados, bestias del campo; con todos los animales que han salido del arca con vosotros y que ahora pueblan la tierra» (v. 10).
Un pacto, o una alianza, es un compromiso recíproco, mutuo. Cada uno de los dos contrayentes se compromete a hacer algo en favor del otro. No se dice, a buen seguro, que deban comprometerse ambos a lo mismo. Las obligaciones recíprocas pueden ser muy desiguales, pueden comprometer de manera muy diferente a cada una de las dos partes. Sin embargo, ambas deben comprometerse, pues de otro modo no hay pacto. En el pacto con Noé, Dios se compromete a no volver a destruir a los seres vivos con las aguas del diluvio. Dios pone su arco sobre las nubes (v. 13): con este gesto declara que ya no quiere mover guerra contra los hombres. Cuando veamos aparecer el arco iris sobre las nubes, después de la lluvia, deberemos recordar que ahora Dios ya no es para nosotros un Dios de guerra, sino un Dios de paz.
Y viceversa, ¿a qué debemos comprometernos nosotros, los descendientes de Noé? Fundamentalmente, estamos obligados a una sola cosa: a respetar la vida en todas sus formas, humana y animal, y, en particular, al reconocimiento de su santidad. La realidad más santa es la sangre: de ahí que no se pueda derramar la sangre del hombre ni alimentarse con la sangre de un animal.
El decreto del primer concilio de la Iglesia, el de Jerusalén, descrito en Hch 15, menciona a este respecto dos veces algunas cosas «necesarias» también para los cristianos procedentes de los gentiles (y, por consiguiente, no obligados a la observancia de toda la ley mosaica). Estas cosas corresponden, poco más o menos, a las obligaciones impuestas a los descendientes de Noé; consisten, en efecto, en «que se abstengan de toda contaminación, de la idolatría, de matrimonios ilegales, de comer animales estrangulados y de la sangre».
Evangelio: Marcos 8,27-33
¿Quién es Jesús? Antes o después nos llega a todos el momento de plantearnos esta pregunta. Ahora bien, para responder a ella no es suficiente atenerse a generalidades, a lo que dicen los otros. Ciertamente, la gente dice cosas que tienen ya cierto valor. Dicen que es un profeta: o bien Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, como pensaba Herodes; o bien Elías, el gran profeta cuyo retorno se esperaba para preparar el camino al Mesías; o bien, por último, alguno de los antiguos profetas. Son las mismas respuestas que circulaban antes, en Mc 6,14-16, lo que significa que ya eran conocidas, que estaban difundidas, propagadas. Es como si hoy, para responder a la pregunta «¿quién es Jesús?», nos basáramos en lo que dicen los periódicos, las películas, las revistas especializadas: en la práctica, es la respuesta de los medios de comunicación, de la investigación cultural y de la propaganda religiosa.
Todas estas respuestas, ya sean las de los tiempos de Jesús referidas por el evangelio, ya sean las de hoy, transmitidas por los periódicos, la radio, la televisión, se basan en un presupuesto, que es el de la posibilidad de la comparación. Jesús puede ser comparado a Juan el Bautista, a Elías o a cualquier otro profeta, antiguo o moderno. El establecimiento de comparaciones, de parangones entre realidades diferentes, entre identidades diversas, es un medio importante para conocer. Sin embargo, sigue siendo aún una respuesta genérica, impersonal, parcial, a partir de lo que se ha oído decir.
Una vez que sepamos lo que dice la gente sobre Jesús, y tenemos todo el derecho a saberlo, queda por decidir quién es Jesús para mí: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (v 29a). Aquí ya no nos basta la información de los medios de comunicación, no nos basta nuestra cultura, no nos basta con apropiarnos de la opinión de los otros. Nos hace falta un acto de fe que es un salto en lo desconocido, que es un acto de «incomparabilidad». «Tú eres el Mesías», responde Pedro (v. 29b), y el Mesías es único, no hay otro, aunque fuera el más grande de los profetas. Pedro, con su respuesta, confiesa que, para él,
Jesús es único, es incomparable. Ahora bien, ni él mismo sabe bien lo que dice. Aún no se da cuenta de lo que significa esto para Jesús, y la prueba de ello es que inmediatamente después quiere apartarle de su camino mesiánico.
MEDITATIO
La lógica del pacto es una lógica centrípeta, de progresiva concentración. La primera lectura nos recuerda la alianza más universal de todas: la establecida con Noé y con toda la humanidad posterior al diluvio. La señal de este pacto es el arco iris puesto entre las nubes. En el interior de este primer círculo aparece un segundo círculo: entre todas las familias humanas, escoge Dios a la de los hijos de Abrahán, que no son sólo los israelitas, sino también los ismaelitas, los edomitas y otros. La señal del pacto de Abrahán es la circuncisión (cf. Gn 17). El círculo se restringe ulteriormente con el pacto del Sinaí, que es propio de Israel y cuya señal es el sábado (cf Ex 31). Todos estos pactos son progresivos y cada uno se sitúa dentro del otro, de modo que la etapa ulterior no invalida a la precedente.
Por último, el pacto se concentra en un solo hombre, en un hijo de Israel del que depende la fidelidad de Dios a todos los otros pactos: éste, que es el centro de todos los círculos concéntricos, es el pacto davídico-mesiánico. En nuestra perspectiva cristiana, la señal de este pacto es la cruz de Jesús.
Cuando decimos de Jesús: «Tú eres el Cristo», debemos caer en la cuenta de la extrema particularidad de la figura mesiánica y, al mismo tiempo, de su máxima universalidad, por el hecho de ser el punto de convergencia de la alianza de Dios tanto con Israel como con toda la humanidad. Gracias a la persona de Jesús, gracias al peso aplastante que él debió llevar, se mantiene y se renueva el pacto de Dios con todos los hombres. ¿Podemos permanecer indiferentes a este gran misterio de alianza en el amor? ¿Podemos desconocer el don de Dios, limitarnos a asumir de una manera pasiva respecto a él la posición de la opinión pública transmitida por los medios de comunicación? No, debemos reconocer absolutamente (y demostrar con nuestra vida) que, para nosotros, Jesús es el arco luminoso definitivo, tendido en la cruz, en la que el cielo, la tierra y todo lo que existe queda reconciliado.
ORATIO
Señor Jesús, he oído hablar de ti
muchas veces y de maneras diversas,
pero ¿quién eres tú para mí?
Oigo decir que eres un profeta, un maestro,
pero no puedo explicarme por qué
de todos los profetas y maestros
precisamente a ti te ha tocado la cruz.
¿Por qué esta cruz, Jesús,
si tú eres de verdad el Mesías?
Señor Jesús, sólo quien te ama
puede llevar la cruz detrás de ti
y sólo quien lleva la cruz
puede decir también quién eres.
CONTEMPLATIO
Oh Cristo, ¿eres tú?
¿Eres tú la Verdad?
¿Eres tú el Amor?
¿Estás aquí? ¿Estás con nosotros?
¿En este mundo tan evolucionado y tan confuso?
¿Tan corrupto y cruel
cuando quiere estar contento de sí mismo
y tan inocente y entrañable
cuando es evangélicamente niño?
Jesucristo es el principio y el fin.
El alfa y la omega.
Él es el rey del mundo nuevo.
El es el secreto de la historia.
El es la clave de nuestros destinos.
El es el mediador,
el puente entre la tierra y el cielo.
Él es por antonomasia el Hijo del hombre,
porque es el Hijo de Dios, eterno, infinito.
(Preghiere di Paolo VI, Milán 1983, pp. 28ss).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mc 8,29).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
En mi vida resultó determinante un concepto que hace años se clarificó en mí incitado por Romano Guardini: el cristianismo no es, en primer lugar, una doctrina, sino una Persona, Jesús, el Cristo. En él está comprendido y de él brota todo lo que es cristiano; en efecto, a Dios, al Padre, le complació «hacer habitar en él toda plenitud» (Col 1,19), y sólo «de su plenitud hemos recibido todos nosotros gracia por gracia» (Jn 1,16).
El nombre «Jesús» indica su humanidad, el título «Cristo», entendido al pie de la letra, indica, en cambio, su unción, en concreto su sacerdocio, su realeza y su divinidad. En él se cumplen las máximas expectativas de todos los tiempos y de todos los pueblos representados por los judíos y los paganos. El hombre de Nazaret nos plantea una pregunta: ¿por qué motivo es él capaz de ser el más humano de todos los hombres? ¿Qué clase de hombre es éste...? (Mt 8,27). En Cesarea de Filipo reconoce y profundiza Pedro en la identidad del Maestro: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo». El Señor, confirmando lo que Pedro había dicho, declara dichoso a su apóstol por su particular don de gracia (Mt 16,16ss).
Llegando a Jesús como Mesías, como el prometido liberador de los hombres, como Hijo de Dios hecho hombre, llegamos a su más profundo misterio, del que depende todo el cristianismo. Sólo quien choca con esta realidad encuentra verdaderamente a Cristo y puede ser llamado cristiano en el verdadero sentido de la palabra; sin embargo, esto sólo se vuelve posible por la gracia de Dios (J. B. Lotz, Conquistati da Lui. Incontri con Cristo, Roma 1983, pp. 7ss y 39-41).