Miércoles VI Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 12 febrero, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Gn 8, 6-13. 20-22: Miró y vio que la superfice del suelo estaba seca
Sal 115, 1213. 14-15. 18-19: Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza
Mc 8, 22-26: El ciego estaba curado y veía todo con claridad
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Génesis 8,6-13.20-22: Miró Noé y vio que la superficie estaba ya seca. Así contempla San Ambrosio el significado de ese suceso simbólico:
«El ramo de olivo traído por la paloma es el signo del final del castigo y el símbolo de la reconciliación entre Dios y la humanidad. Dios garantiza su protección a la nueva humanidad no obstante el pecado. El juicio de Dios tiene en la Biblia un doble aspecto: juicio de condenación para los impíos y de salvación para los justos. Toda carne había sido corrompida a causa de los vicios. «Mi espíritu, dijo Dios, no permanecerá en los hombres por siempre, porque ellos son carne» (Gén 6, 3). Dios manifiesta de este modo que por la impureza de la carne y por la mancha de un pecado tan grave se pierde la gracia espiritual. Por eso, queriendo Dios restaurar lo que había dado, hizo el diluvio y mandó al justo Noé subir al arca. Cuando cesó el diluvio, Noé soltó primero un cuervo, que no volvió. Después soltó una paloma que, según leemos, volvió con un ramo de olivo (Gén 8, 6-11). ¿Ves tú el agua, ves la madera, miras la paloma y dudas del misterio?
«El agua es en la que se sumerge la carne, para que se limpie todo pecado de la carne. En ella se sepulta toda la maldad. El madero es aquel en el que fue crucificado el Señor Jesús, cuando sufrió por nosotros. La paloma es aquella bajo cuya figura descendió el Espíritu Santo, como has aprendido en el Nuevo Testamento (Mt 3, 16), aquel que te inspira la paz del alma y la tranquilidad de tu espíritu. El cuervo es la imagen del pecado, que sale y no vuelve, con tal de que perseveres en la observancia y en el ejemplo del justo» (De los Misterios 10-11).
–El salmista acude al Señor y es salvado. Y compone el Salmo 115, que ahora rezamos nosotros: «¿Cómo pagaré al Señor por el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo. Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles. Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo; en el atrio de la casa del Señor, en medio de ti, Jerusalén».
–Marcos 8,22-26: El ciego quedó curado, y veía con toda claridad. Una vez más, hay que considerar el milagro de la curación del ciego de Betsaida como un signo de la gran misericordia de Cristo en favor de los miserables. San Jerónimo comenta la escena:
«El ciego es sacado de la casa de los judíos, de la aldea de los judíos, de la ley de los judíos, de las tradiciones de los judíos. El que no había podido ser sanado en la ley, es sanado en la gracia del Evangelio, y se le dice: «vuelve a tu casa, no a aquella de donde saliste, sino a la casa de donde fue también Abrahán, ya que Abrahán es el padre de los creyentes. Abrahán vio mi día y se alegró (Jn 8,56). Vuelve a tu casa, esto es, a la Iglesia».
««Has de ver, dice San Pablo, cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo» (1 Tim 3,15). La casa de Dios, en efecto, es la Iglesia. Por ello se le dice al ciego: «ve a tu casa», es decir, a la casa de la fe, es decir, a la Iglesia, y no vuelvas a la aldea de los judíos» (Comentario a San Marcos 8,24).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Génesis 8,6-13.20-22
Del mismo modo que hay dos relatos de la creación, también hay dos del diluvio. Ahora bien, mientras que los dos relatos de la creación son distintos, en Gn 1 y Gn 2, los dos relatos del diluvio están intercalados entre sí. Eso no nos impide reconocer que, en el primer relato, el diluvio dura cuarenta días, una cifra aproximada para un período de tiempo bastante largo, mientras que, en el segundo relato, el diluvio dura doce meses lunares más once días, lo que da exactamente un año solar de 365 días (cf. Gn 7,11; 8,13ss).
La duración del diluvio no carece de importancia: se trata de un tiempo relativamente largo, aunque limitado. Cuarenta días o un año solar constituyen un período con un término fijado. El diluvio no es para siempre: las aguas, vertidas sobre la tierra, están destinadas a retirarse poco a poco. Este dato contiene una enseñanza espiritual sobre el obrar de Dios. En él nos permitirá profundizar el fragmento evangélico que leeremos a continuación.
Otra diferencia entre los dos relatos es que, en el primero, los animales puros reunidos en el arca son siete (o siete parejas) de cada especie, mientras que en el segundo sólo son dos: un macho y una hembra. ¿Por qué precisamente siete, no bastaba con dos? El problema es que el diluvio, según este relato, concluye con un gran sacrificio de animales, lo cual no hubiera sido posible si los animales y las aves puros hubieran sido sólo dos de cada especie. Dios, al oler la suave fragancia de este sacrificio, se reconcilia con la creación y promete solemnemente no volver a maldecir la tierra a causa del hombre (cf también Is 54,9).
La imagen de un Dios airado que se aplaca con una matanza de animales también podría hacernos sonreír: de todos modos es menos primitiva que su paralelo mesopotámico, donde los dioses, al suave olor, acuden como moscas. Más importancia tiene la motivación de la promesa divina: «No maldeciré más la tierra por causa del hombre, porque los proyectos del hombre son perversos desde su juventud» (v. 21).
En la práctica, se viene a decir que el motivo por el que Dios hizo cesar el diluvio es el mismo por el que lo provocó: la maldad del corazón humano. Dios provocó el diluvio como remedio a la maldad del hombre, pero se da cuenta de que ni siquiera este remedio es eficaz contra la dureza de su corazón y renuncia al castigo. Por eso podemos concluir que, en Dios, castigo y misericordia casi se identifican: tienen el mismo motivo.
Evangelio: Marcos 8,22-26
La lectura de este pasaje evangélico debe mantenerse todo lo que sea posible dentro del contexto narrativo. Jesús acaba de reprender a los discípulos por su dureza de corazón, porque aún no comprendían la señal del pan: «Tenéis ojos y no veis; tenéis oídos y no oís» (Mc 8,17). Ahora cura Jesús a un ciego, o sea, cura a los discípulos, nos cura a nosotros, para que veamos. Esta curación marca un giro decisivo en el relato evangélico, entre la incomprensión de los discípulos y la confesión mesiánica de Pedro.
Lo que más impresiona en este relato de curación es su carácter gradual. Por lo general, las curaciones de Jesús son instantáneas, se cumplen de inmediato. Aquí no sucede así. Jesús no se inclina en ninguna otra ocasión como un médico sobre el enfermo, aplicándole remedios graduales hasta la perfecta curación. Diríase que, para salir al encuentro de nuestra enfermedad, Dios renuncia a su omnipotencia. En todo caso, lo que le apremia es nuestra curación, no la demostración de su poder. Hasta tal punto que le da, a continuación, al curado una orden extraña: lo manda a su casa sin pasar directamente por la aldea. Es como decirle: vuelve a escondidas, sin dejarte ver.
MEDITATIO
El final del diluvio, la retirada de las aguas, son acontecimientos graduales. Noé envía fuera del arca, primero, un cuervo, que va y vuelve; después, y por tres veces, una paloma, hasta que ésta no regresa. Cuando la paloma regresa al atardecer con una ramita de olivo en el pico, comprende Noé, y también el lector, que la misericordia divina ha prevalecido sobre el juicio, que la tierra se ha vuelto de nuevo habitable. Hasta tal punto que la paloma con la ramita de olivo se ha convertido en un signo de paz para todos los hombres.
También la curación de nuestra ceguera espiritual para discernir las señales de Dios es gradual. En el caso del ciego de Betsaida, Jesús empieza por ponerle saliva en los ojos e imponerle las manos. Ya empieza a ver algo, aunque todavía de manera confusa: no distingue con claridad entre los hombres y los árboles, a no ser por el hecho de que se mueven. Entonces, y por segunda vez, Jesús le impone las manos sobre los ojos y su curación es total. Esto nos enseña que, para progresar en la vida espiritual, es preciso tener siempre mucha paciencia, que no hay que esperar nunca resultados inmediatos. Y nos enseña también que nuestra comprensión de la misericordia de Dios va a la par con nuestra curación. Es él quien, con paciencia, lleva a cabo en nosotros la curación hasta que sea completa, hasta que el fluir de la vida esté asegurado. Dejémonos, pues, conducir a él, tocar por él, obedeciendo a su Palabra, aunque nos resulte sorprendente y hasta incomprensible.
ORATIO
Oh Dios, la paloma de Noé
salió tres veces del arca
antes de anunciar al mundo
la victoria de tu misericordia.
Al ciego de Betsaida, Jesús
le impuso dos veces las manos
antes de que viera claramente
los árboles y los hombres.
Señor, cuántas veces
permanecen endurecidos nuestros corazones
y sellados nuestros ojos
antes de comprender que lo que tú haces
no es más que misericordia.
CONTEMPLATIO
La amable paloma que volvió al arca de Noé con una ramita de olivo en el pico [...] muestra la misericordia del Señor y el final del diluvio, pero también, de una
manera mística y según el designio del Padre y del Espíritu, la benévola venida de Cristo, que se habría manifestado al final de los tiempos, por un amor verdaderamente misericordioso. Fue al atardecer cuando ésta, llevando la ramita, regresó proféticamente a Noé, segundo autor de la vida después del progenitor Adán, y preanunció la misericordia de Cristo Dios, que habría de venir a nosotros tarde en el tiempo (Sofronio de Jerusalén, Omelie, Roma 1991, p. 156).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Dichosos vosotros, porque ven vuestros ojos
y porque oyen vuestros oídos» (Mt 13,16).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Con frecuencia, tenemos miedo de subrayar en exceso la bondad y la misericordia de Dios. Nos apresuramos de inmediato a recordar también su justicia, su severidad, como si tuviéramos miedo de que, si ponemos demasiado el acento en el amor de Dios, no sintiera el hombre la premura de una vida diferente, nueva, más recta, más decididamente moral. El Evangelio nos enseña, sin embargo, que el hombre cambia su vida, su mentalidad, se convierte al bien, no porque se le grite, se le reprenda, se le castigue, sino porque se descubre amado a pesar de ser un pecador. Se produce un momento de intenso amor cuando la persona ve en un instante todo su pecado, cuando el hombre se percibe a sí mismo como pecador, pero dentro del abrazo de alguien que le ama y le colma de entusiasmo [...].
Dios, a través del sacrificio de su Hijo, recapitula en sí a la humanidad, amando al hombre herido. Es el amor loco de Dios el que se consuma ante los ojos del hombre; más aún, en las manos del hombre pecador, en la intimidad de su corazón, allí donde le hace hombre nuevo, le restituye realmente la posibilidad de vivir la novedad (cf. Col 3,10). La persona, tocada de una manera tan viva e inmediata por el amor, consigue dejar la mentalidad del hombre viejo, consigue pensar como hombre nuevo, entrar en la creatividad de una inteligencia amorosa, libre. Es encontrarse en el abrazo que quema en el pecador la testarudez y su anclarse detrás de sus propias fijaciones (cf. Ef 4,22-24) (M. I. Rupnik, «Gli si gettó al collo», Roma 1997, pp. 51-53 [edición española: Le abrazó y le besó, PPC, Madrid 1999]).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Génesis 8,6-13.20-22
a) Sigue el relato, popular y sugerente, del diluvio, lleno de detalles simpáticos: el cuervo, la paloma, la hoja de olivo y el suspense del progresivo final del diluvio.
El Génesis nos cuenta sobre todo el sacrificio de acción de gracias que ofrece la familia de Noé sobre un altar y la promesa de Dios, llena de comprensión hacia la debilidad del hombre: «No volveré a maldecir a la tierra a causa del hombre, porque el corazón humano piensa mal desde la juventud».
Está a punto de dar comienzo una nueva etapa de la humanidad, con los que ha salvado Dios del juicio del diluvio. El arca de Noé es un símbolo de la misericordia de Dios, que en justicia condena el pecado y purifica a la humanidad, pero siempre aparece dispuesto a empezar de nuevo, dando confianza a sus creaturas. Como dice el salmo, «mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles»: intenta siempre que se conviertan y vivan.
b) La humanidad tiene futuro. También ahora, a pesar de que algunas veces nos parezca que haría falta un nuevo diluvio para purificar al mundo de tanta corrupción y maldad. Sobre todo porque en Cristo Jesús, mucho más plenamente que en Noé, se ha reconciliado la humanidad con Dios de una vez por todas y en el Arca de la Iglesia todos deberían encontrar un espacio de salvación y esperanza.
Tenemos que aprender del optimismo de Dios. A Dios le gusta mucho más salvar que castigar. Cuando castiga, es como medicina y pedagogía para la conversión. Deberíamos saber dar una y otra vez un margen de confianza a los demás, a esta humanidad en la que vivimos, a esta Iglesia concreta que puede no gustarnos, a nuestra familia y comunidad, a cada uno de los que viven con nosotros, y a nosotros mismos.
Después del pecado de Adán y Eva, Dios promete la salvación. Después del asesinato de Abel, Dios da otro hijo a Eva y deja la puerta abierta a la esperanza. Después del diluvio, sella un pacto de bendición para los hombres. ¿Es así de magnánimo nuestro corazón para con el mal que descubrimos en los demás? Dios sigue creyendo en el hombre. ¿Por qué nosotros negamos un margen de confianza a nuestros hermanos?
2. Marcos 8,22-26
a) Otro signo mesiánico de Jesús, esta vez la curación progresiva del ciego. ¡Cuántas veces habían anunciado los profetas que el Mesías haría ver a los ciegos!
Esta vez Jesús realiza unos ritos un poco nuevos: lo saca de la aldea, llevándolo de la mano, le unta de saliva los ojos, le impone las manos, dialoga con él, el ciego va recobrando poco a poco la vista, viendo primero «hombres que parecen árboles» y luego con toda claridad.
Es una curación «por etapas» que puede ser que en Marcos apunte simbólicamente al proceso gradual de visión y conversión que siguen los discípulos de Jesús, que sólo lentamente, y con la ayuda de Jesús, van madurando y viendo con ojos nuevos el sentido de su Reino mesiánico. Ayer mismo leíamos que Jesús les llamaba «torpes» a sus discípulos, porque no entendían: «¿Para qué os sirven los ojos si no veis y los oídos si no oís?».
b) También nuestro camino es gradual, como lo es el de los demás. No tenemos que perder la paciencia ni con nosotros mismos ni con aquellos a los que estamos intentando ayudar en su maduración humana o en su camino de fe. No podemos exigir resultados instantáneos. Cristo tuvo paciencia con todos. Al ciego le impuso las manos dos veces antes de que viera bien. También los apóstoles al principio veían entre penumbras. Sólo más tarde llegaron a la plenitud de la visión. ¿Tenemos paciencia nosotros con aquellos a los que queremos ayudar a ver?
Este proceso nos recuerda también el itinerario sacramental: con el contacto, la imposición de manos y la unción, Cristo nos quiere comunicar su salvación por medio de su Iglesia. La pedagogía de los gestos simbólicos, unida a la palabra iluminadora, es la propia de los sacramentos cristianos en su comunicación de la vida divina. Tanto las palabras como los gestos simbólicos se han de potenciar, realizándolos bien, para que la celebración sea un momento en que se nos comunique la salvación de Dios de una manera no sólo válida, sino también educadora y pedagógica.
«El corazón humano piensa mal desde su juventud» (1a lectura, I)
«¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?» (salmo, I).