Jueves V Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 2 febrero, 2018 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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1 R 11, 4-13: Por haber sido infiel al pacto, te voy a arrancar el reino de las manos; pero dejaré a tu hijo una tribu, en consideración a David
Sal 105, 3-4. 35-36. 37 y 40: Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo
Mc 7, 24-30: Los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–1 Reyes 11,4-13: Por haber sido infiel al pacto, voy a arrancar el reino de tus manos; pero dejaré a tu hijo una tribu, en consideración a David. Es la tragedia constante del Antiguo Testamento: la Alianza quebrantada tantas veces por la infidelidad, y siempre renovada por la misericordia de Dios. Por sus pecados, Salomón se precipita en su ruina; pero el Señor guarda su reino para un descendiente suyo, Jesucristo. Veamos lo que dice San Atanasio sobre el pecado:
«El primer hombre, que se llama en hebreo Adán, al principio, según las Sagradas Escrituras, conservaba su espíritu vuelto hacia Dios, en la libertad más limpia, y vivía con los santos en la contemplación de las cosas inteligibles, de las que gozaba en el lugar que el santo Moisés ha llamado en figura el paraíso. Porque la pureza del alma le hacía capaz de contemplar a Dios en ella misma, como en un espejo...
Pero el alma humana, sin contentarse con haber encontrado el mal, poco a poco se fue precipitando en lo peor... Así, desviada del bien y olvidando que ella es la imagen del Dios bueno, el poder que hay en ella no ve ya al Dios Verbo, a cuya semejanza ella misma fue hecha; y saliendo de sí misma, no piensa ya ni imagina sino la nada. Porque ella ha escondido en los repliegues de los deseos corporales el espejo que hay en ella, por el que sólo podía ver la imagen del Padre. Y así ya no ve más aquello en que un alma debe pensar; al contrario, vuelta hacia los lados, sólo ve aquello que cae bajo los sentidos.
Así, llena de toda suerte de deseos carnales, y ofuscada por la falsa opinión que de ellos se ha hecho, acaba por imaginarse al modo de las cosas corporales y sensibles a Dios, de cuyo pensamiento se ha olvidado, y da a las apariencias el nombre de Dios. Ella ahora no aprecia más que aquello que ve y contempla como algo agradable. Ése es, pues, el mal, la causa y el origen de la idolatría» (Tratado contra los paganos 2 y 8).
–En el corazón de Salomón se introdujo la malicia y fue infiel al pacto, caminando tras otros dioses. Es el gran pecado del pueblo, la idolatría: dar culto a dioses extraños, pero también dar culto al dinero, a la ambición, al poder, a la violencia, al placer... Pero Dios misericordioso se compadece siempre de la miseria del hombre.
A Él acudimos, pues, con el Salmo 105: «Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo. Dichosos los que respetan el derecho y practican siempre la justicia... Visítame con tu salvación. Emparentaron con los gentiles, imitaron sus costumbres; adoraron sus ídolos, y cayeron en sus lazos. Inmolaron a los demonios sus hijos y sus hijas; la ira del Señor se encendió contra su pueblo, y aborreció su heredad».
Sin embargo, triunfa la misericordia del Señor sobre nuestro pecado, pues se compadece de su pueblo, del hombre que Él creó. Dios se acuerda siempre de nosotros con bondad, pero nosotros tenemos siempre necesidad de arrepentimiento.
–Marcos 7,24-30: Los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños. Jesús sana a la hija de la cananea, mujer de fe sumamente admirable. Comenta San Agustín:
«Esta mujer cananea nos ofrece un ejemplo de humildad y un camino de piedad. Nos enseña a subir desde la humildad hasta la altura. Al parecer, no pertenece al pueblo de Israel, al que pertenecían los patriarcas, los profetas... y también la Virgen María, que dio a luz a Cristo. La cananea no pertenece a este pueblo, sino a los gentiles... Ella gritaba, ansiosa de obtener el beneficio, y llamaba con fuerza. Él disimulaba, pero no para negar la misericordia, sino para estimular el deseo; y no sólo para acrecentar el deseo, sino también para tener ocasión de ensalzar la humildad.
Clamaba, pues, ella al Señor, que no escuchaba, pero que planeaba en silencio lo que iba a realizar... Tengamos, pues, humildad, y si aún no la tenemos, aprendámosla. Si la tenemos, no la perdamos. Si no la tenemos, adquirámosla, para ser injertados; si la tenemos, retengámosla, para no ser amputados» (Sermón 77,2 y 15).
Oigamos el sumo elogio que de la humildad hace Casiano:
«La humildad, maestra de todas las virtudes, es, a la par, el fundamento inconmovible del edificio sobrenatural, el don por antonomasia y la gracia más excelsa del Salvador» (Colaciones 15,7).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. 1 Reyes 11,4-13
a) Se oscureció al final el reinado de Salomón. Tuvo problemas políticos y económicos, y dificultades dentro y fuera de sus fronteras. Se apuntaba ya la división que pronto sucedería entre los reinos del Norte y del Sur. El autor del libro no duda en atribuir esta decadencia al pecado en que cayó Salomón.
Su pecado no es tanto lo de la multiplicidad de esposas, que era costumbre de la época, como signo de riqueza y prestigio, sobre todo cuando los pactos y las alianzas se firmaban a base de matrimonios políticos, cuanto más numerosos mejor. El pecado que se le achaca al ya anciano Salomón es la idolatría: esas mujeres le arrastraron cada una hacia sus dioses, con la edificación de ermitas o templos y la corrupción consiguiente.
Salomón faltó al primer mandamiento, que entonces como ahora es el más importante: «No tendrás otro Dios más que a mí». Por eso Dios se encoleriza contra él y le anuncia el castigo que seguirá por su infidelidad.
b) ¿Qué dioses extraños podemos estar adorando nosotros? ¿qué altares o ermitas hemos construido, en vez de adorar y seguir al único Dios? ¿Se podría decir de nosotros lo que el texto dice de Salomón: «había desviado su corazón del Señor Dios»?
En nuestro caso no será la multitud de mujeres o los templos a dioses falsos. Pero puede ser el dinero, o el deseo de poder, o la ambición, o el poco control de la sensualidad, o el excesivo apego al dinero, o algún otro afecto desordenado. Algo que nos aleja de nuestro seguimiento de Cristo y de Dios. Algo que hace que dividamos nuestro corazón entre el amor a Dios y el amor a otros dioses falsos. Por ejemplo, a nosotros mismos.
Parecía imposible de pensar que Salomón, el que había iniciado su reinado pidiendo humildemente a Dios que le diera la sabiduría y que construyó el Templo en honor de Yahvé, pudiera caer luego en idolatría y construir templos a otros dioses. También nosotros podemos caer en inconsecuencias pequeñas o grandes en nuestra vida.
Nadie está seguro. Podemos llegar incluso a negar a Cristo como luego hará Pedro.
Porque todos estamos en medio del mundo, con el encargo de no ser del mundo, pero con la tentación de conformarnos a este mundo que no piensa precisamente como Cristo.
Podría darse que lo que dice el salmo de hoy se nos pudiera aplicar a nosotros: «Emparentaron con los paganos, imitaron sus costumbres, adoraron sus ídolos y cayeron en sus lazos».
2. Marcos 7,24-30
a) El episodio sucede en el extranjero, en territorio de Tiro y Sidón, en Fenicia. La mujer que protagoniza esta escena no es judía, lo que le da un sentido muy particular al gesto de Jesús.
La buena mujer se le acerca con fe, para pedirle la curación de su hija, que está poseída por el demonio. Jesús pone a prueba esta fe, con palabras que a nosotros nos pueden parecer duras (los judíos serían los hijos, mientras que los paganos son comparados a los perritos), pero que a la mujer no parecen desanimarla. A Jesús le gusta su respuesta sobre los perritos que también comen las migajas de la casa y le concede lo que pide. Lo que puede la súplica de una madre. La de esta mujer la podemos considerar un modelo de oración humilde y confiada.
b) A los contemporáneos de Jesús el episodio les muestra claramente que la salvación mesiánica no es exclusiva del pueblo judío, sino que también los extranjeros pueden ser admitidos a ella, si tienen fe. No es la raza lo que cuenta, sino la disposición de cada persona ante la salvación que Dios ofrece.
Lo que Jesús dice de que primero son los hijos de la casa es razonable: la promesa mesiánica es ante todo para el pueblo de Israel. También Pablo, cuando iba de ciudad en ciudad, primero acudía a la sinagoga a anunciar la buena nueva a los judíos. Sólo después pasaba a los paganos.
Para nosotros también es una lección de universalismo. No tenemos monopolio de Dios, ni de la gracia, ni de la salvación. También los que nos parecen alejados o marginados pueden tener fe y recibir el don de Dios. Esto nos tendría que poner sobre aviso: tenemos que saber acoger a los extraños, a los que no piensan como nosotros, a los que no pertenecen a nuestro círculo.
Igual que la primera comunidad apostólica tuvieron sus dudas sobre la apertura a los paganos, a pesar de estos ejemplos diáfanos por parte de Jesús, también nosotros a veces tenemos la mente o el corazón pequeños, y nos encerramos en nuestros puntos de vista, cuando no en nuestros privilegios y tradiciones, para negar a otros el pan y la sal, para no reconocer que también otros pueden tener una parte de razón y sabiduría.
Deberíamos corregir nuestra pequeñez de corazón en el ámbito familiar (por ejemplo en las relaciones de los jóvenes con los mayores), en el trato social (los de otra cultura y lengua), en el terreno religioso (sin discriminaciones de ningún tipo).
«Había desviado su corazón del Señor» (1a lectura, II)
«Emparentaron con los paganos e imitaron sus costumbres» (salmo, II)
«Anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo» (Plegaria eucarística IV).