Lunes V Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 6 febrero, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Gn 1, 1-19: Dijo Dios, y así fue
Sal 103, 1-2a. 5-6. 10 y 12. 24 y 35c: El Señor goce con sus obras
Mc 6, 53-56: Los que lo tocaban se ponían sanos
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (09-02-2015): Dios crea y re-crea por amor
lunes 9 de febrero de 2015La primera lectura de hoy, del libro del Génesis, nos muestra a Dios creando el universo, aunque la creación no termina nunca, porque Dios sostiene continuamente lo creado. Y en el Evangelio veamos la otra creación de Dios, la de Jesús que viene a re-crear lo que había sido estropeado por el pecado.
Vemos a Jesús entre la gente, y cuantos lo tocaban eran curados (Mc 6,56). Es la re-creación. Esta segunda creación es más maravillosa que la primera; este segundo trabajo es más maravilloso. Y hay otro trabajo, el de la perseverancia en la fe, que lo realiza el Espíritu Santo. Dios trabaja —sigue trabajando—, y podemos preguntarnos cómo hemos de responder a esa creación de Dios, que nace del amor, porque Él trabaja por amor.
A la primera creación debemos responder con la responsabilidad que el Señor nos da: La Tierra es vuestra, sacadla adelante; sometedla; hacedla crecer. También nosotros tenemos esa responsabilidad de hacer crecer la Tierra, de hacer crecer la Creación, de protegerla y hacerla crecer según sus leyes. ¡Somos señores de la Creación, no dueños! Tenemos que procurar no adueñarnos de la Creación, sino de hacerla salir adelante, fieles a sus leyes. Así pues, esa es la primera respuesta al trabajo de Dios: trabajar para proteger la Creación. Cuando oímos que la gente se reúne para pensar cómo proteger la Creación, podemos pensar: ¡Esos son los Verdes! ¡No, no son los Verdes! ¡Eso es cristiano! Es nuestra respuesta a la primera creación de Dios. Es nuestra responsabilidad. Un cristiano que no protege la Creación, que no la hace crecer, es un cristiano al que no le importa el trabajo de Dios, ese trabajo nacido del amor de Dio por nosotros. Esa es la primera respuesta a la primera creación: proteger la Creación, hacerla crecer.
¿Cómo respondemos a la segunda creación? San Pablo dice que nos dejemos reconciliar con Dios (2Cor, 5,20), ir por el camino de la reconciliación interior, de la reconciliación comunitaria, porque la reconciliación es obra de Cristo. También San Pablo nos dice que no debemos entristecer al Espíritu Santo que está en nosotros (cfr. Ef 4,30), que está dentro de nosotros y trabaja dentro de nosotros. Nosotros creemos en un Dios personal, es persona el Padre, persona el Hijo y persona el Espíritu Santo. Y los tres están involucrados en esta creación, en esta re-creación, en esta perseverancia en la re-creación. Y a los tres hay que respondemos: protegiendo y haciendo crecer la Creación, dejándonos reconciliar con Jesús, con Dios en Jesús, en Cristo, cada día, y no entristeciendo al Espíritu Santo, no echarlo: es el huésped de nuestro corazón, el que nos acompaña y nos hace crecer. Que el Señor nos dé la gracia de entender que Él está a la obra, y que nos conceda la gracia de responder justamente a ese trabajo de amor.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Génesis 1,1-19: Dijo Dios y así fue. Ninguna cuestión más fascinante que el del origen del mundo y de la humanidad. Los hombres sin fe siguen torturados por él. Nosotros, los cristianos, tenemos la respuesta en las primeras páginas de las Sagradas Escrituras. El Libro de los orígenes, al comienzo de la Biblia, presenta, dentro de un magnífico poema litúrgico, el misterio de la creación del mundo. Todo cuanto existe es obra de la Palabra de Dios y expresión de su voluntad. San Agustín ha comentado este pasaje bíblico muchas veces:
«Hermoso es el mundo, pero más hermoso Aquél por quien el mundo fue hecho. Suave es el mundo, pero más suave es Aquél por quien fue hecho el mundo. ¿Cómo es que el mundo es malo, siendo bueno quien hizo el mundo? ¿No hizo Dios todas las cosas y «eran todas buenas»?... ¿Cómo, pues, es malo ahora el mundo y bueno quien hizo el mundo? Porque «el mundo fue hecho por Él, pero el mundo no le conoció» (Jn 1,10). Por Él fue hecho el mundo, es decir, el cielo y la tierra, y todo cuanto hay en ellos. Pero el mundo no lo conoció, es decir, los amantes del mundo, los que aman al mundo y desprecian a Dios: éste es el mundo que no lo conoció. Por tanto, el mundo es malo, porque son malos los que prefieren el mundo a Dios» (Sermón 96,4-5).
–Contemplando la creación, brota de nuestros labios una gran alabanza a Dios, la del Salmo 103: «Bendice, alma mía, al Señor. ¡Dios mío qué grande eres! Te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto. Asentaste la tierra sobre sus cimientos, y no vacilará jamás; la cubriste con el manto del océano, y las aguas se posaron sobre las montañas. De los manantiales sacas los ríos, para que fluyan entre los montes... ¡Cuántas son tus obras, Señor, y todas las hiciste con sabiduría, la tierra está llena de tus criaturas! ¡Bendice, alma mía, al Señor!»
–Marcos 6,53-56: Los que tocaban a Jesús se ponían sanos. Después de la multiplicación de los panes y de sosegar la tempestad, un nuevo resumen nos describe la actividad de Jesús en una serie de milagros. En muchos de ellos se da un encuentro personal de Jesús con los hombres, y por parte de éstos, vemos una aceptación de la persona de Jesús, el Salvador, a cuyo encuentro salen. San Juan Crisóstomo observa:
«Ya no se le acercan como al principio: no le obligan a que vaya a sus propias casas, ni a que impongan las manos a los enfermos, ni a que lo mande de palabra. Ahora se ganan la curación de modo más elevado, más sabiamente por medio de una fe mayor. La mujer del flujo de sangre les había enseñado a todos esta sabiduría. Por lo demás, el mismo Evangelista nos da a entender que, de mucho tiempo atrás, había estado el Señor en aquellas partes... Sin embargo, no sólo no había el tiempo destruido la fe de aquella gente en el Señor, no sólo la había mantenido viva, sino que la había aumentado.
Toquemos también nosotros la orla de su vestido; más aún, pues la verdad es que su Cuerpo mismo está ahora puesto delante de nosotros. No toquemos solo su vestido, sino su Cuerpo. No solo está presente para tocarle, sino para comerle y hartarnos de su carne. Acerquémonos, pues, a Él con viva fe, llevando cada uno nuestra enfermedad» (Homilías sobre San Mateo 50,2).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Génesis 1,1-19
a) Durante dos semanas leeremos el primer libro de la Biblia, el Génesis.
Después de un mes con la carta a los Hebreos, pasamos al AT y escuchamos el Génesis, esta vez sólo en su primera parte, los primeros once capítulos, el origen del mundo y la humanidad, hasta Babel. Los capítulos 12 al 50, con la historia de Abrahán, Isaac, Jacob y José, serán nuestra lectura más tarde, en las semanas 12 a 14 del Tiempo Ordinario.
El Génesis no es un libro científico. O sea, no nos cuenta la historia exacta de la evolución del cosmos hasta llegar a su situación actual. Es un libro que intenta responder a los grandes interrogantes que Israel se ha hecho en varios períodos de su historia: cuál es el origen del mundo, de la vida, del hombre. Interpreta la historia desde el prisma religioso, que es la base de toda la Biblia: Dios es trascendente, el creador de lo que existe, sobre todo de la vida y de la humanidad, todo lo ha hecho bien y tiene un plan de salvación que empieza en la creación, llega a su plenitud al enviarnos a su Hijo como Salvador universal y tiene como meta los cielos nuevos y la tierra nueva al final de los tiempos.
El Génesis nos cuenta todo esto utilizando géneros literarios populares y poéticos, que expresan el trasfondo histórico por medio de cuentos, relatos, mitos y leyendas, a los que su autor extrae un valor religioso para que nos ayude en nuestro camino. Por ejemplo, nos dice que la creación se hizo «en siete días» y que al final, «Dios descansó». Es una manera popular y antropomórfica de describir un proceso cuyos detalles científicos no interesan al autor y de paso justificar la institución de la semana y el descanso del sábado.
La Biblia no nos quiere enseñar técnicamente cómo surgieron las diversas especies de animales, o el hombre y la mujer: lo de la arcilla para Adán y la costilla para Eva son evidentemente géneros literarios sin pretensiones de exactitud biológica. Lo mismo pasa con el origen de los astros. La Biblia no quiere decirnos tanto cómo se hizo el cielo, sino cómo se va al cielo, en frase atribuida a Galileo. No nos da lecciones de cosmología, sino que nos invita a entonar un himno de alabanza a las grandezas de Dios creador.
Los estudiosos notan en los libros del Pentateuco (los «cinco libros» atribuidos a Moisés: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) la mezcla de varias «versiones» o tradiciones, cada una con sus fuentes y sus tendencias: sobre todo la yahvista y la sacerdotal. La primera, la tradición yahvista, fue escrita en el siglo X antes de Cristo, en tiempos del rey Salomón. La segunda, la sacerdotal, es más reciente, del siglo VI, en tiempos del destierro. El libro actual del Génesis es una mezcla de ambas.
Hoy leemos el principio de todo. Cómo Dios pone orden en el caos inicial, pensando en el hombre y su bien. El primer día separa la luz de las tinieblas. El segundo, las aguas superiores y las inferiores. El tercero, la tierra de los mares. El cuarto, el día y la noche. Siempre, después de la «jornada» en que sucede, se afirma que «vio Dios que era bueno».
b) El estudio sobre el origen del cosmos está de plena actualidad. Las hipótesis se suceden unas a otras, más o menos en la línea del «big bang», la gran explosión que habría sucedido al inicio de todo desde la materia concentrada. También sobre el origen y la antigüedad de la vida en nuestro planeta se siguen ofreciendo teorías y pruebas más o menos aceptadas.
Lo que iremos leyendo en el Génesis es perfectamente compatible con estos esfuerzos científicos. Porque aquí el autor sagrado -un redactor «sacerdotal» que escribe después del destierro- sólo nos dice que en el origen de todo está Dios, su voluntad creadora, comunicadora, llena de sabiduría y amor. Y lo dice según el lenguaje y la cosmovisión propios de su época.
En la plegaria eucarística IV el sacerdote alaba así a Dios: «Te alabamos, Padre, porque eres grande, porque hiciste todas las cosas con sabiduría y amor». Podría haber añadido «y con humor», porque en verdad, tanto el macrocosmos como el microcosmos, desde los astros hasta los más pequeños animalitos y flores, están llenos de belleza y detalles sorprendentes.
Tenemos que escuchar estas páginas con la intención poética y religiosa del que las escribió. Dios crea. Es lo suyo, comunicar el ser, comunicar su vida y su felicidad. Dios empieza su aventura de la creación, su historia con el hombre. «Hiciste todas las cosas para colmarlas de tus bendiciones» (de nuevo la plegaria eucarística IV). Y lo hace bien, para que el hombre encuentre un mundo armónico, hermoso, capaz de darle felicidad: la luz, el agua, el dÍa y la noche.
Tendríamos que refrescar nuestra capacidad de asombro y admiración por las cosas que nos ha regalado Dios en este mundo en que vivimos. DeberÍamos ser todos de alguna manera ecologistas, admiradores y conservadores de esta naturaleza para bien de todos. El salmo nos ayuda a esta oración contemplativa: «Dios mío, qué grande eres. Te vistes de belleza y majestad... Asentaste la tierra sobre sus cimientos... de los manantiales sacas los ríos... Cuántas son tus obras, Señor, y todas las hiciste con sabiduría».
2. Marcos 6,53-56
a) El evangelio de hoy es como un resumen de una de las actividades que más tiempo ocupaba a Jesús: la atención a los enfermos.
Son continuas las noticias que el evangelio nos da sobre cómo Jesús atendía a todos y nunca dejaba sin su ayuda a los que veía sufrir de enfermedades corporales, psíquicas o espirituales. Curaba y perdonaba, liberando a la persona humana de todos sus males. En verdad «pasó haciendo el bien».
Como se nos dice hoy, «los que lo tocaban se ponían sanos». No es extraño que le busquen y le sigan por todas partes, aunque pretenda despistarles atravesando el lago con rumbo desconocido.
b) La comunidad eclesial recibió el encargo de Jesús de que, a la vez que anunciaba la Buena Noticia de la salvación, curara a los enfermos. Así lo hicieron los discípulos ya desde sus primeras salidas apostólicas en tiempos de Jesús: predicaban y curaban. La Iglesia hace dos mil años que evangeliza este mundo y le predica la reconciliación con Dios y, como hacia Jesús. todo ello lo manifiesta de un modo concreto también cuidando de los enfermos y los marginados. Esta servicialidad concreta ha hecho siempre creíble su evangelización, que es su misión fundamental.
Un cristiano que quiere seguir a su Maestro no puede descuidar esta faceta: ¿cómo atendemos a los ancianos, a los débiles, a los enfermos, a los que están marginados en la sociedad? Los que participamos con frecuencia en la Eucaristía no podemos olvidar que comulgamos con el Jesús que está al servicio de todos, «mi Cuerpo, entregado por vosotros», y por tanto, también nosotros debemos ser luego, en la vida, «entregados por los demás». De modo particular por aquellos por los que Jesús mostró siempre su preferencia, los pobres, los débiles, los niños, los enfermos.
Sería bueno que leyéramos los números 1503-1505 del Catecismo de la Iglesia que tratan de «Cristo, médico», y los números 1506-1510 sobre «sanad a los enfermos», el encargo que Jesús dio a los suyos para con los enfermos: la asistencia humana, la oración, y de modo particular el sacramento propio de los cristianos enfermos: la Unción.
«Cuántas son tus obras, Señor, y todas las hiciste con sabiduría» (salmo, I)
«Y vio Dios que era bueno» (1a lectura, I)
«Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra» (profesión de fe)
«Los que lo tocaban se ponían sanos» (evangelio)
«Danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana» (plegaria eucarística V b)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Génesis 1,1-19
Los relatos de la creación presentan un lenguaje que puede ser calificado de «mítico», puesto que describen una acción divina que no podemos situar en la historia, sino en un «principio» que nadie ha podido conocer. En efecto, ¿quién ha podido asistir al origen del mundo para poder contarlo? «¿Quién eres tú?», le recordará el Señor a Job: «¿Dónde estabas tú cuando afiancé la tierra?» (Job 38,4).
El primer relato de la creación nos ofrece por eso algunas indicaciones que no son controlables científicamente, pero que tienen una gran importancia teológica. Estas indicaciones son dos, sobre todo: la primera tiene que ver con el modo como Dios ha creado, es decir, mediante la palabra; la segunda está relacionada, en cambio, con la estructura narrativa, que es la de los siete días semanales. Por ahora nos limitaremos a este último aspecto.
El narrador de Gn 1 ha presentado toda la obra de la creación en un marco semanal. Se trata de un hecho claramente querido, tanto más porque las obras de la creación son más de siete, por lo menos diez: la luz, la bóveda (lámina) celeste, lo seco, la vegetación, las lámparas, los peces, los pájaros, el ganado, los reptiles, el hombre (varón y hembra). Ahora bien, la estructura semanal tiene un sentido concreto, una organización interna propia; a saber, la de seis días laborables más uno de descanso, el «día séptimo» hacia el que converge toda la obra semanal y en el que encuentra su consumación. ¿A qué pregunta responde, pues, el relato de Gn 1, con su organización semanal? ¿A una pregunta sobre el origen o sobre el fin? ¿Pretende decirnos cuándo fue creado el mundo o bien para qué fue creado? El esquema semanal nos permite responder sin demora que el mundo -mejor sería decir la creación- está organizado en vistas a un fin preciso, y este fin se resume en el sábado, que es el día del descanso del hombre y de la alabanza al Creador.
Al final de esta página, leemos la sorprendente afirmación de que «cuando llegó el día séptimo Dios había terminado su obra» (Gn 2,2). ¿Cómo podía haberla «terminado», si en el mismo día cesó toda actividad? Sin embargo, a la máquina del mundo le faltaba precisamente el elemento esencial, hasta que no conoció el tiempo y el espacio de la oración.
Evangelio: Marcos 6,53-56
Jesús realizó muchas curaciones, mediante la palabra y también mediante gestos, tanto en días laborables como también y sobre todo en sábado. Estas curaciones son pequeños signos de recreación, de restitución del hombre no tanto a su salud originaria, que tal vez no haya existido nunca, como a la integridad final a la que está destinado en el sabio designio creador de Dios.
En el compendio evangélico de hoy se habla de una «travesía» del lago de Galilea que, en realidad, no tuvo lugar. En efecto, Jesús y los discípulos se encuentran en Genesaret, en la misma orilla occidental desde la que habían partido. La intención de Jesús, al partir con los discípulos, era irse a un lugar aparte para descansar un poco (cf. Mc 6,31). El proyecto no pudo llevarse a cabo, porque la gente le asediaba constantemente, llevándole a los enfermos «adonde oían decir que se encontraba Jesús». Éste no consigue tomar un poco de descanso, pero en compensación se lo da a manos llenas a la muchedumbre de menesterosos que recurre a él.
Así pues, Jesús actúa, no consigue descansar. Sin embargo, el elemento más importante de este breve compendio de curaciones es que Jesús permanece completamente inactivo. Cura, sí, pero sin hacer nada, sin decir ni una palabra, sin aludir al mínimo gesto. Diríase que cura con su descanso, con la más perfecta inactividad, como si fuera su descanso el que cura, como si la paz que irradia de él sanara los tormentos de los hombres. En efecto, Jesús no hace otra cosa que «dejarse tocar», dejarse alcanzar, contactar. Son los otros quienes tienen que ingeniárselas para tocarle «siquiera la orla de su manto». Este manto es el tallit que se usaba para la oración y que, según la Torá (Nm 15,38), debía estar provisto de mechones de lana azul en las cuatro puntas. Jesús es un hombre en oración, un hombre «hecho oración», y es este cuerpo suyo en oración el que sana, el que cura, el que lleva a su consumación la creación.
MEDITATIO
Dios crea el mundo a través de su palabra. O, más exactamente, según el esquema de un mandato y de su ejecución: «Dios dijo: "Sea". Y así fue». Viene, a continuación, una valoración que aparece las siete veces (aunque no precisamente al final de cada día): «Y vio Dios que era bueno».
Esta valoración divina de las cosas creadas tiene una gran importancia. Dios aprecia las cosas que hace, las encuentra bellas, bien hechas, se complace en ellas. Pero no sólo esto: el estribillo que expresa la belleza de cada criatura es el mismo estribillo que acompaña a la oración de Israel, que se repite con mayor frecuencia en el libro de los Salmos: «Alabad al Señor, porque es bueno» (en hebreo se emplea exactamente las mismas palabras).
Así, la primera página de la Escritura presenta un desarrollo litúrgico, constituye una especie de doxología inaugural de toda la Biblia. La bondad de las criaturas corresponde a la bondad del Creador. Reconocer la bondad de las criaturas significa alabar a su Creador. Pero también es verdad la inversa; a saber, que la alabanza del Creador, la oración, es la condición para descubrir la bondad de la creación y, eventualmente, restituirla. ¡Qué significativo es todo esto para nosotros!
De hecho, nos mostramos muchas veces incapaces de captar la belleza-bondad de lo que existe, prisioneros de la mirada económica que plantea de inmediato esta pregunta: «¿Para qué me sirve?», «¿cuánto me renta?» El contacto con Dios, que ha venido entre nosotros, con Jesús, nos abre a cada uno el espacio de la curación que permite ver la verdad de lo creado y, en él, nuestra propia verdad.
ORATIO
El mundo que tú has hecho, Señor,
es un santuario para celebrar tu alabanza.
Has separado la tierra de las aguas,
la has hecho fecunda en frutos para nosotros
y de hierba para todos los seres vivos.
El sol y la luna, las estrellas luminosas,
son lámparas encendidas, día y noche,
que marcan los ritmos de nuestra plegaria.
Al alba y a la puesta del sol queremos alabarte,
en el trabajo y en el descanso queremos recordarte,
en la sonrisa y en el llanto queremos darte gracias.
El mundo que tú has hecho, Señor,
es un santuario de tu belleza.
CONTEMPLATIO
Omnipotente, altísimo, bondadoso Señor,
tuyas son la alabanza, la gloria y el honor; t
an sólo tú eres digno de toda bendición,
y nunca es digno el hombre de hacer de ti mención.
Loado seas por toda criatura, mi Señor,
y en especial loado por el hermano sol,
que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor,
y lleva por los cielos noticia de su autor.
Y por la hermana luna, de blanca luz menor,
y las estrellas claras, que tu poder creó,
tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son,
y brillan en los cielos: ¡loado, mi Señor!
Y por la hermana agua, preciosa en su candor,
que es útil, casta, humilde: ¡loado, mi Señor!
Por el hermano fuego, que alumbra al irse el sol,
y es fuerte, hermoso, alegre: ¡loado, mi Señor!
Y por la hermana tierra, que es toda bendición,
la hermana madre tierra, que da en toda ocasión
las hierbas y los frutos y flores de color,
y nos sustenta y rige: ¡loado, mi Señor!
(Francisco de Asís, Cántico de las criaturas. Versión tomada de La liturgia de las horas, Vol. IV, Coeditores Litúrgicos, Madrid 1998, pp. 1246-1247).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Bendice al Señor, alma mía, no te olvides de sus beneficios» (Sal 103,2).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
En esta puesta de sol invernal, mientras se encienden las primeras luces claras, en una jornada de sol y de viento que ha limpiado la atmósfera, tengo una hoja en la mano. La he cogido de un sempervirente, que conserva cuanto los troncos secos, los matorrales y las matas áridas ya no tienen. Tengo una hoja en la mano, viva y verde, mientras camino en el frío de la calle excavada, sin nadie. Tengo una hoja en la mano donde se encuentra la historia de la creación, el cuento de las gotas de escarcha, la aventura de las mariposas, la memoria de las espléndidas telas de araña. Si la tierra que me rodea enciende sus luces breves, esclarecedoras y centralizadoras de mil cosas diferentes (el bien y el mal, el tormento y la alegría, la desesperación y la esperanza, lo vano y lo no transitorio), mi hoja narra, intacta, la luz de los orígenes y la unidad de las cosas que Dios fue creando: «Y eran muy bellas», como dice la Biblia.
Y con el agua que todavía mantiene me hace pensar en los océanos y en los ríos; con su composición química me conecta con las estrellas, con las montañas, con la arena del mar. Tengo una hoja en la mano y veo las cosas grandes del cosmos. La miro, bajo la luz que todavía queda, en sus nervaduras múltiples y perfectas, en sus canales portadores de la savia vital y leo la pequeña y preciosa historia de las cosas humildes y de la humilde existencia de mis semejantes, que enriquecen la vida de la tierra. Tengo una hoja en la mano y me parece que tengo un libro sin fin y un cetro de felicidad, porque sobre su terciopelo se manifiesta la «gloria» de Dios.
Y en esta puesta de sol lúcida y fría no sigo la explosión del firmamento, que, de nuevo, se prepara para revelarse, ni del ancho horizonte, que recoge en el silencio montes, colinas y llanuras. Cultivo, en cambio, la implosión de mi ver contemplativo en la breve forma que tengo en mi mano, donde es posible intuir el universo y lo pequeño en el contorno familiar de su terciopelo verde. Tengo una hoja en la mano y, en el exterior de cada hoja, conozco la aguda certeza de un salmo omnicomprensivo de alabanza, mientras cae la noche, sobre la calle excavada y desierta, abrumada el alma con todas las presencias. Con la única e irrepetible presencia de Dios (G. Agresti, Le fragole sul l"asfalto, Milán 1987, pp. 51 ss).