Viernes V de Cuaresma – Homilías
/ 14 marzo, 2016 / Tiempo de CuaresmaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
Para ver el texto completo de las lecturas haz clic aquí.
Jer 20, 10-13: El Señor es mi fuerte defensor
Sal 17, 2-3a. 3bc-4. 5-6. 7: En el peligro invoqué al Señor, y él me escuchó
Jn 10, 31-42: Intentaron detenerlo, pero se les escabulló de las manos
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Jeremías 20,10-13: El Señor está conmigo como fuerte soldado. El profeta Jeremías es una figura de Jesucristo en su Pasión, como ya hemos recordado varias veces. Fue perseguido, pero el Señor lo sostuvo. El profeta manifiesta su dolor con un lenguaje similar al de muchos salmos, como el de la antífona de entrada. Han intentado matarlo hasta sus propios familiares y vecinos. Pero él confía firmemente en el Señor, en Él ha puesto su seguridad.
El cristiano, que vive en la caridad de Cristo, ha de ir más lejos, seguro por el Amor de Dios manifestado en su muerte. Sin temor a los que matan el cuerpo, pensará solo en confesar a Dios ante los hombres con su fe y su conducta. (Mt. 10,26-33; Jn 10,38). Santo Tomás de Aquino dice:
«El Señor padeció de los gentiles y de los judíos, de los hombres y de las mujeres, como se ve en las sirvientas que acusaron a Pedro. Padeció también de los Príncipes y de sus ministros, y de la plebe... Padeció de los parientes y conocidos, y de Pedro, que le negó. De otro modo, padeció cuanto el hombre puede padecer. Pues Cristo padeció de los amigos que lo abandonaron; padeció en la fama, por las blasfemias proferidas contra Él; padeció en el honor y en la honra por las irrisiones y burlas que le infligieron; en los bienes, pues fue despojado hasta de sus vestidos; en el alma, por la tristeza, el tedio, y el temor; en el cuerpo, por las heridas y los azotes» (Suma Teológica 3, q.46, a.5).
–Con el Salmo 17 meditamos el dolor y las afrentas en las persecuciones. Es como la oración de Cristo en su Pasión. Fue perseguido, pero también triunfó. El cristiano puede recitar este salmo en sus tribulaciones y dolores: «En el peligro invoqué al Señor y me escuchó. Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza, Dios míos, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos. Me cercaban olas mortales; torrentes destructores, me envolvían las redes del abismo, me alcanzaban los lazos de la muerte. En el peligro invoqué al Señor, grité a mi Dios; desde su templo Él escuchó mi voz y mi grito llegó a sus oídos»
–Juan 10,31-42: Intentaron detener a Jesús, pero se escabulló de las manos. Ante sus adversarios, dispuestos a prenderle, Jesús afirma su filiación divina. Él es Aquel a quien el Padre consagró y envió al mundo. El Padre está en Él y Él en el Padre. El misterio de la Palabra hecha carne ha de ser aceptado por la fe. ¡Los enemigos de Jesús! Pero, ¿no nos ponemos también nosotros en las filas de los enemigos de Jesucristo? ¿No es cada pecado un desprecio de Jesús, de sus preceptos, de su doctrina, de sus bienes, de sus promesas, de su gracia divina...? Dice San Basilio:
«En esto consiste precisamente el pecado, en el uso desviado y contrario a la voluntad de Dios de las facultades que Él nos ha dado para practicar el bien» (Regla monástica, 2,1).
Y Orígenes:
«Quien soporta la tiranía del príncipe de este mundo por la libre aceptación del pecado, está bajo el reino del pecado» (Tratado sobre la oración 25).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 2
1. A una semana del Viernes Santo, el primer día del Triduo Pascual, de nuevo aparece Jeremías como figura de Cristo Jesús en su camino de la cruz. Con unas situaciones muy parecidas a las que meditábamos el sábado de la cuarta semana de Cuaresma. A Jeremías -que cuando fue llamado por Dios a su vocación de profeta era un muchacho de menos de veinte años- le tocó anunciar desgracias y catástrofes, si no se convertían. El suyo fue un mensaje mal recibido por todos, por el pueblo, por sus familiares, por las autoridades. Tramaron su muerte, y él era muy consciente de ello.
Pero en la página de hoy se ve que, a pesar del drama personal que vive -y que en otras páginas incluso adquiere tintes de rebelión contra Dios-, triunfa en él la oración confiada en Dios: «el Señor está conmigo... mis enemigos no podrán conmigo... el Señor libró la vida del pobre de manos de los impíos».
Jeremías representa a tantas personas a quienes les toca sufrir en esta vida, pero que ponen su confianza en Dios y siguen adelante su camino. De tantas personas que pueden decir con el salmo de hoy: «en el peligro invoqué al Señor y me escuchó».
2. Contra Jesús reaccionan más violentamente aun que contra Jeremías. Sus enemigos de nuevo agarran piedras y le quieren eliminar. Es el acoso y derribo.
Una vez más se suscita el tema crucial: «blasfemas, porque siendo un hombre, te haces Dios». Por eso le quieren apedrear. Su «yo soy» escandaliza a los judíos. Los razonamientos de Jesús están llenos de ironía: «¿por cuál de las obras buenas que he hecho me queréis apedrear?», «¿no está escrito en la ley (salmo 82,6): sois todos dioses, hijos del Altísimo?».
En parte, Jesús les da la razón. Si él no probara con obras que lo que dice es verdad, serian lógicos en no creerle: «si no hago las obras de mi Padre, no me creáis». Pero sí las hace y por tanto no tienen excusa su ceguera y su obstinación. Otras veces le tachan de fanático, o de endemoniado, o de loco. Hoy, de blasfemo. Cuando uno no quiere ver, no ve.
Menos mal que «muchos creyeron en él».
3. Nosotros pertenecemos a este grupo de los que sí han creído en Jesús. Y le acogemos en su totalidad, con todo su estilo de vida, incluida la cruz que va a presidir nuestra celebración los próximos días.
Tal vez en nuestra vida también conocemos lo que es la crisis sufrida por Jeremías, porque no hemos tenido éxito en lo que emprendemos, porque sufrimos por la situación de nuestro pueblo, porque nos cuesta luchar contra el desaliento y el mal. Tal vez más de uno de nosotros está viviendo una etapa dramática en su vida y puede exclamar con el salmo: «me cercaban olas mortales, torrentes destructores».
Ojalá no perdamos la confianza en Dios y digamos con sinceridad: «en el peligro invoqué al Señor y me escuchó... yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza, mi roca, mi libertador... desde su templo él escuchó mi voz y mi grito llegó a sus oídos». Como tuvo confianza Jeremías. Como la tuvo Jesús, que experimentó lo que es sufrir, pero se apoyó en Dios su Padre: «mi alma está triste hasta la muerte... no se haga mi voluntad sino la tuya... a tus manos encomiendo mi espíritu».
Es lo que meditaremos en los próximos días. Y lo que Jesús quiere comunicarnos, a fin de que seamos fieles como él en nuestro camino, y participemos en su dolor y en su triunfo, en su cruz y en su resurrección. O sea, en su Pascua.
«Mis amigos acechaban mi traspiés» (1a lectura).
«El Señor está conmigo, como fuerte soldado» (1a lectura).
«En el peligro invoqué al Señor y me escuchó» (salmo).
«El Padre está en mi y yo en el Padre» (evangelio).