Jueves V de Cuaresma – Homilías
/ 14 marzo, 2016 / Tiempo de CuaresmaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Gn 3, 14-20. 91-92. 95: Serás padre de muchedumbre de pueblos
Dn 3, 52. 53. 54. 55. 56: El Señor se acuerda de su alianza eternamente
Jn 8, 51-59: Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (26-03-2015): Alegría, fruto de la fe
jueves 26 de marzo de 2015Podemos imaginar la alegría de Abraham, exultante de gozo en la esperanza de llegar a ser padre, como Dios le promete (Gen 17, 3-9). Abraham es viejo, igual que su mujer Sara, pero cree, abre su corazón a la esperanza y se queda lleno de alegría. Jesús, en el Evangelio de hoy, recuerda a los doctores de la ley que Abraham exultó en la esperanza de ver su Día y quedó lleno de gozo (Jn 8, 51-59).
Y eso es lo que no entendían aquellos doctores de la ley. No comprendían la alegría de la promesa; no entendían la alegría de la esperanza; no comprendían la alegría de la alianza. ¡No lo entendían! No sabían gozar, porque habían perdido el sentido de la alegría, que solo viene de la fe. Nuestro padre Abraham fue capaz de alegrarse porque tenía fe: fue justificado por su fe. Éstos, en cambio, habían perdido la fe. Eran doctores de la ley, ¡pero sin fe! Y peor aún: ¡habían perdido la ley! Porque el centro de la ley es el amor, el amor a Dios y al prójimo.
Solo tenían un sistema de doctrinas concretas que precisaban cada día más para que nadie lo tocase. Hombres sin fe, sin ley, apegados a doctrinas que acaban siendo una casuística: ¿se puede pagar el impuesto al César o no? ¿Esta mujer, que ha estado casada siete veces, cuando vaya al Cielo será esposa de los siete? Todo casuística... Ese era su mundo, un mundo abstracto, un mundo sin amor, un mundo sin fe, un mundo sin esperanza, un mundo sin confianza, un mundo sin Dios. ¡Por eso no podían alegrarse!
A lo mejor esos doctores de la ley podían hasta divertirse, pero sin alegría, es más, con miedo. Esa es la vida sin fe en Dios, sin confianza en Dios, sin esperanza en Dios. Y su corazón estaba petrificado. Es triste ser creyente sin alegría, y no hay alegría cuando no hay fe, cuando no hay esperanza, cuando no hay ley, sino solo prescripciones, doctrina fría. La alegría de la fe, la alegría del Evangelio es la piedra de toque de la fe de una persona. Sin alegría, esa persona no es un verdadero creyente.
Repitamos estas palabras de Jesús: Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría (Jn 8, 56). Pidamos al Señor la gracia de exultar en la esperanza, la gracia de poder ver el día de Jesús, cuando nos encontremos con Él, y la gracia de la alegría.
Homilía (17-03-2016): Esperanza que no defrauda
jueves 17 de marzo de 2016Jesús habla con los doctores de la ley y afirma que Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día (Jn 8, 56). La esperanza es fundamental en la vida del cristiano. Abraham tuvo sus tentaciones en la senda de la esperanza, pero creyó y obedeció al Señor y así se puso en camino hacia la tierra prometida.
Hay como un como un hilo de esperanza que une toda la historia de la salvación y es fuente de alegría. Hoy la Iglesia nos habla de la alegría de la esperanza. En la primera oración de la Misa hemos pedido la gracia a Dios de custodiar la esperanza de la Iglesia, para que no falle. Y Pablo, hablando de nuestro padre Abraham, nos dice: Creyó contra toda esperanza (Rm 4, 18). Cuando no hay esperanza humana, está la virtud que te lleva adelante, humilde, sencilla, pero que te da alegría, a veces una gran alegría, a veces solo la paz, pero con la seguridad de que esa esperanza no defrauda. La esperanza no defrauda.
Esa alegría de Abraham, esa esperanza, crece en la historia. A veces se esconde, no se ve; otras veces se manifiesta abiertamente, como cuando Isabel exulta de gozo al ser visitada por su prima María. Es la alegría de la presencia de Dios que camina con su pueblo. Y cuando hay alegría, hay paz. Esa es la virtud de la esperanza: de la alegría a la paz. Esta esperanza nunca defrauda, ni en los momentos de esclavitud, cuando el pueblo de Dios estaba en tierra extranjera.
Ese hilo de esperanza comienza con Abraham —Dios que habla a Abraham—, y acaba con Jesús. Si se puede decir que tenemos fe y caridad, es más difícil responder sobre la esperanza. Muchas veces podremos decirlo fácilmente, pero cuando te preguntan: ¿Tú tienes esperanza? ¿Tienes la alegría de la esperanza? —Padre, no le entiendo; explíquemelo. La esperanza, esa virtud humilde, esa virtud que discurre bajo el agua de la vida, pero que nos sostiene para no ahogarnos en tantas dificultades, para no perder el deseo de encontrar a Dios, de hallar ese rostro maravilloso que todos veremos un día: ¡la esperanza!
Hoy será un buen día para pensar en esto: el mismo Dios, que llamó a Abraham y lo hizo salir de su tierra sin saber ni adónde tenía que ir, es el mismo Dios que va a la cruz (cfr. Antífona de comunión ), para cumplir la promesa que hizo. Es el mismo Dios que, en la plenitud de los tiempos, hace que aquella promesa sea realidad para todos nosotros. Y lo que une aquel primer momento a este último es el hilo de la esperanza; y lo que une mi vida cristiana a vuestra vida cristiana, de un momento al otro, para ir siempre adelante —pecadores, pero adelante— es la esperanza; y lo que nos da paz en los momentos peores, en los momentos más oscuros de la vida es la esperanza. La esperanza no defrauda, está siempre ahí: silenciosa, humilde, pero fuerte.
Homilía (22-03-2018): Amor y fidelidad de Dios hacia nosotros
jueves 22 de marzo de 2018A las puertas de la Semana Santa, la Iglesia nos hace pensar en el amor fiel de Dios: «El Señor se acuerda de su alianza eternamente» , dice el Salmo responsorial (Sal 104). Y también la Primera Lectura, tomada del Génesis (Gen 17, 3-9), recuerda el episodio de la alianza de Dios con Abraham. Una alianza que se prolongará en la historia del pueblo, a pesar de los pecados y de la idolatría.
Y es que el Señor tiene un amor visceral, y no se puede olvidar. En Argentina, el día de la fiesta de la madre, se le regala a cada madre una flor que se llama «no-me-olvides», y que tiene dos colores: azul suave, para las madres vivas, y violeta, para las madres difuntas. Pues así es el amor de Dios, como el de una madre. Dios no se olvida de nosotros. Jamás. No puede, es fiel a su alianza. Y esto nos da seguridad. De nosotros podemos decir: «Pues mi vida es tan mala... Tengo esta dificultad, soy un pecador, una pecadora...» . Pero Él no se olvida de ti, porque tiene ese amor visceral, y es padre y madre.
Se trata, pues, de una fidelidad que lleva a la alegría. Como para Abraham, nuestra alegría es exultar en la esperanza porque cada uno de nosotros sabe que no es fiel, pero Dios lo es. Basta pensar en la experiencia del Buen Ladrón. El Dios fiel no puede renegar de sí mismo, no puede renegar de nosotros, no puede renegar de su amor, no puede renegar de su pueblo, no puede renegar porque nos ama. Esa es la fidelidad de Dios. Cuando nos acercamos al Sacramento de la Penitencia, por favor, no pensemos que vamos a la tintorería a quitarnos las manchas. No. Vamos a recibir el abrazo de amor de este Dios fiel, que nos espera siempre. ¡Siempre!
Finalmente, en el Evangelio (Jn 8, 51-59) se dice que los doctores de la Ley cogieron piedras para tirarlas contra Jesús. Se habla de piedras para matar, para oscurecer la verdad de la Resurrección. Pues, a pesar de eso, Él es fiel, Él me conoce, Él me ama. Nunca me dejará solo. Me lleva de la mano. ¿Qué más puedo querer? ¿Qué más? ¿Qué debo hacer? Exulta en esperanza. Exulta en la esperanza, porque el Señor te ama como padre y como madre.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Génesis 17,3-9: Serás padre de muchedumbre de pueblos. Dios promete a Abrahán que será el comienzo de una dinastía, de una gran multitud, de una alianza y de la tierra de promisión. Según la doctrina de San Pablo, los hombres son llamados por la fe en Cristo a convertirse en hijos de Abrahán y en herederos de las promesas. La teología de esta alianza es una fe inquebrantable en la voluntad de Yahvé de establecer una alianza divina con un pueblo representado en Abrahán.
A pesar de todas las dificultades por parte del pueblo, que se aparta del recto camino establecido por Dios, éste es fiel a la promesa. Dios no puede fallar. Todo se consumó perfectamente en Cristo y en los que lo siguen, en su santa Iglesia. San Ambrosio dice:
«Es cosa normal que, en medio de este mundo tan agitado, la Iglesia del Señor, edificada sobre la piedra de los Apóstoles, permanezca estable y se mantenga firme sobre esta base inquebrantable contra los furiosos asaltos del mar (Mt 16,18). Está rodeada por las olas, pero no se bambolea, y aunque los elementos de este mundo retumban con inmenso clamor, ella, sin embargo, ofrece a los que se fatigan la gran seguridad de un puerto de salvación» (Carta 2,1-2).
La descendencia de Abrahán por Cristo permanece segura en la promesa de Dios. Él es fiel y se acuerda de su alianza eternamente.
–Con el Salmo 104 meditamos la historia de la salvación y las promesas de Dios, que tendrán su pleno cumplimiento en Cristo y sus seguidores. Por eso necesitamos recordar que Dios tiene siempre presente su alianza.
Somos los verdaderos hijos de Abrahán. El Señor es fiel a sus promesas, ¿por qué, pues, perder la paz ante las dificultades que nos suceden? «Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su Rostro. Recordad las maravillas que hizo, sus prodigios, las sentencias de su boca. ¡Estirpe de Abrahán, su siervo, hijos de Jacob, su elegido! El Señor es nuestro Dios, Él gobierna toda la tierra. Se acuerda de su alianza eternamente, de la palabra dada por mil generaciones, de la alianza sellada con Abrahán, del juramento hecho a Isaac»
–Juan 8,51-59: Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo por ver mi día. Jesucristo da cuenta de su existencia eterna: antes que naciera Abrahán ya existía Él. Esto provoca una reacción adversa entre sus enemigos: por ser la Vida le quieren dar muerte. Pero todavía no ha sonado la hora en el plan divino de la salvación y Jesús se esconde. La venida de Cristo al mundo se ha realizado en un momento determinado de la larga historia humana, y en un espacio concreto.
Los Santos Padres se alegran al ver que en Cristo se cumplen todas las promesas de Dios. El enlace entre el Israel antiguo y la Iglesia es visto por San Agustín de esta manera:
«Aquel pueblo no se acercó por eso, esto es, por la soberbia. Se convirtieron en ramos naturales, pero tronchados del olivo, es decir, del pueblo creado por los patriarcas; así se hicieron estériles en virtud de su soberbia; y en el olivo fue injertado el acebuche. El acebuche es el pueblo gentil. Así dice el Apóstol que el acebuche fue injertado en el olivo, mientras que los ramos naturales fueron tronchados. Fueron cortados por la soberbia e injertado el acebuche por la humildad» (Sermón 77,12).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año -3
LECTIO
Primera lectura: Génesis 17,3-9
La tradición sacerdotal postexílica nos presenta en este puñado de versículos la vocación de Abrahán, para que el pueblo vuelva a esperar en la certeza de la alianza (berith) con Dios (vv. 2.7; cf. Dt 5,5-7). De hecho, Israel ha quedado reducido a un pequeño "resto", privado de los dones prometidos a Abrahán (v. 8), el mismo Abrahán al que Dios llamó "padre de una muchedumbre" (v. 5; cf. Gn 12,2).
Dios no puede renegar de la alianza, porque no puede renegar de sí mismo: ése es el fundamento seguro que debe mantener la esperanza del pueblo, la misma que permitió a Abrahán esperar contra toda esperanza. Dios es quien ha tomado la iniciativa (17,1s), se ha revelado (v. 1) y ha manifestado a Abrahán su nuevo nombre -"padre de una muchedumbre" (v. 5)- que le convierte en protagonista de un designio divino de salvación (v. 6). De ahí le viene a Abrahán la exigencia de corresponder a aquella llamada, que se traduce en el imperativo: "Camina en mi presencia y sé íntegro" (v. 1; cf. Dt 5,7), es decir: "Sé mío -dice el Señor- porque yo soy tu Dios" (v. 7). La respuesta de Abrahán es la postración: "Cayó rostro en tierra" (v. 3), en actitud de adoración, esto es, de gratitud que se convierte en escucha. Le permite a Dios que le hable (v. 3).
Evangelio: Juan 8,51-59
El pasaje se abre con la solemne repetición, por parte de Jesús, del "amén" (v. 51: "En verdad, en verdad..."), siguiendo la afirmación de que su Palabra es vida y da vida a quien la acoge y la guarda. El fuerte contraste con el versículo conclusivo -"tomaron piedras para tirárselas "- es un signo inequívoco de que la Palabra ha sido rechazada.
Entre el primero y el último versículo tiene lugar el diálogo-encuentro, cuyo último horizonte es la gran antítesis vida-muerte y, como punto de referencia, la figura de Abrahán, del que los judíos se consideran descendientes: él es su padre. Al acoso provocador de preguntas, Jesús sólo responde indirectamente, pero de sus palabras emerge la verdad fundamental: él se declara Hijo del único Padre verdadero, buscando su gloria. El Padre es el que le hace hablar y actuar. Por esta razón, sin blasfemar ni mentir, puede afirmar: "Antes que Abrahán naciera, yo soy". No hay vida en el hombre, sino en el reconocimiento de este Dios que se manifiesta en el Hijo.
Entre Padre e Hijo se da una comunión plena. Hacia esta comunión tiende la historia de salvación de la que Abrahán recibió la promesa y en la fe entrevió su cumplimiento. Para los judíos, descendientes de Abrahán según la carne, dicha afirmación es escandalosa. Sus palabras manifiestan burla y desprecio. El evangelista, con su fina ironía, muestra cómo precisamente los adversarios de Jesús proclaman, sin darse cuenta, la verdad sobre él en el mismo momento en que pensaban denigrarlo como pobre loco: "¿Eres tú más importante que nuestro padre Abrahán?". La pregunta es retórica, pero no en el sentido que pretenden los judíos, sino precisamente en el contrario. ¡Jesús es (v. 58) antes y por siempre, es decir, es Dios! (cf. Jn 1,1).
MEDITATIO
Si la liturgia de hoy ha escogido el texto del libro del Génesis como primera lectura es porque se habla también de Abrahán en el Evangelio. Aunque no se trata de una relación artificial.
Abrahán es modelo del creyente porque su fe está vivificada por la caridad y por la humildad: baste recordar su acogida a los misteriosos personajes (Dios mismo) en el encinar de Mambré, su intercesión a favor de las ciudades pecadoras, el ponerse en segundo plano ante su sobrino Lot, dejándole elegir la tierra más fértil. El fragmento de hoy expresa de modo particular su disposición interior, manifestada en el gesto de postrarse en adoración al recibir la "promesa" de convertirse en bendición para todos los pueblos. Apoyándose humildemente en la Palabra de Dios a pesar de que todo parecía imposible, Abrahán creyó que llegaría a ser fecundo.
La fe es una lucha por la vida. Y afronta la muerte en la forma más insidiosa y cotidiana, la que podemos llamar "inutilidad de la existencia". Jesús es el verdadero descendiente de Abrahán, porque en el combate entre la muerte y la vida, su fe abre a todos una esperanza inesperada. En el muro de la angustia que nos oprime, Jesús abre una brecha para que pueda irrumpir la vida, y es que él es la vida: "Antes que naciese Abrahán, yo soy".
ORATIO
¡Señor Jesucristo, tú eres el mismo ayer, hoy y siempre! Tú eres el único en el que podemos anclar con seguridad nuestra vida. Tú nos has justificado no por nuestras obras, sino con la fuerza de la fe, con el don de tu gracia. Queremos vivir contigo y en ti sólo para Dios Padre. Queremos vivir crucificados a tu amor inconcebible y vivir y morir de este amor, morir para vivir. Que no prevalezca el hombre de carne y sangre, ni el ídolo de nuestro yo, sino que tú, sólo tú, seas nuestra vida; tú, nuestra santificación; tú, nuestro indecible gozo, amándote hasta el extremo como tú nos has amado. ¡Oh Cristo!, no has muerto en vano, ya que tu amor nos ha hecho revivir y renacer y nosotros -crucificados y libres-creemos firmemente en ti, verdadero hermano nuestro, que desde siempre y por siempre eres Dios. Cristo, tú eres el único, el Señor; todo ha comenzado en ti, todo llegará a pleno cumplimiento en ti.
CONTEMPLATIO
¡Cómo me gustaría mortificar estos mis miembros mortales! ¡Cómo me gustaría cargarme espiritualmente con cualquier peso, caminando por la vía estrecha, por la que pocos caminan, y no caminando por la ancha y fácil! Grandes y extraordinarias son las realidades que se siguen. La esperanza supera nuestro mérito y nuestra misma dignidad. ¿En qué consiste este misterio nuevo que me rodea? Soy pequeño y grande, humilde y sublime, mortal e inmortal, terreno y celeste. Las primeras realidades las tengo en común con este mundo inferior, las otras me vienen de Dios. Es necesario que sea sepultado con Cristo, que resucite con él y con él reciba la heredad; que llegue a ser hijo de Dios y, de algún modo, Dios mismo.
Esto es lo que nos manifiesta este gran misterio: Dios, que por nosotros se ha revestido de humanidad, se ha hecho pobre para elevar nuestra naturaleza envilecida y restaurar en nosotros su imagen desfigurada, promoviendo al hombre para que todos nosotros seamos uno en Cristo, el cual se ha realizado perfectamente en todos nosotros en plenitud. ¡Qué podamos llegar a ser lo que esperamos según la magnífica benevolencia de Dios! Poca cosa es lo que nos pide, comparada con la inmensidad que regala, en el tiempo presente y en el venidero, al que le ama con sincero corazón: cuando por el amor y la esperanza en él nos esforzamos por soportar cualquier cosa, dándole gracias por todo, en el gozo y la tristeza, y le encomendamos nuestras almas y las de nuestros compañeros de peregrinación (Gregorio Nacianceno, Discursos VII, 23s, passim).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Yo me alegraré con el Señor" (Sal 103,34).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Permanece con él no sólo con el corazón, sino también con los oídos y los ojos, que van donde les lleva el corazón. El amor desea conocer y ver. Nosotros no hemos escuchado ni visto al Señor Jesús, Verbo hecho carne. Pero sabemos que su carne se ha hecho Palabra para hacerse carne en nosotros, que le escuchamos y contemplamos. Y es que el hombre se convierte en la palabra que escucha y se transfigura en el que tiene delante. La palabra que nos cuenta la historia de Jesús es para nosotros su carne, norma de fe y criterio supremo de discernimiento espiritual. De lo contrario, nos inventamos un Dios a la medida de nuestras fantasías religiosas (cf. Ef 4,20; 1 Jn 4,2) y creemos no en él, sino en las ideas que nos hacemos de él.
No tenemos ninguna imagen de Dios y no debemos hacernos ninguna. Lo conocemos a través de su revelación a Israel y en el acontecimiento de Jesús, en el que habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad (Col 2,9).
Por consiguiente, lee siempre la Escritura para conocer la Palabra de la cual eres siervo para tu salvación yen favor de los hermanos. Es tu profesión específica de apóstol (Lc 1,2; Hch 6,4). Léela siempre con admiración y acción de gracias. La Palabra será luz para tus ojos, miel en la boca y gozo para tu corazón (Sal 19,9.1 1; 119,103.11 1). Lee y admira; conviértete y goza; discierne y elige, luego actúa.
Debes saber que donde no te admiras, no comprendes; donde no te conviertes, no gozas; donde no gozas, no disciernes; donde no disciernes, no eliges; donde no eliges, actúas inevitablemente según el pensamiento humano y no según el de Dios (Mc 8,33). Que Pa Palabra sea el centro de tu vida. Es Jesús, el Hijo, al que amas y deseas conocer cada vez más para amarlo siempre mejor y en verdad (S. Fausti, Lettera a Sita. Quale futuro per il cristianesimo?, Casale Monf. 1991, 23s).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 2
1. Ayer se nombraba a Abrahán en el evangelio, porque los judíos se sentían orgullosos de ser sus hijos. Hoy de nuevo aparece en las dos lecturas -y en el salmo- como figura del Jesús que con su Pascua se dispone a agrupar en torno a sí al nuevo pueblo elegido de Dios.
Yahvé hace un pacto de alianza con Abrahán. Le cambia el nombre, con lo que eso significa de misión específica: ahora no es Abrán (hijo de un noble), sino Abrahán (padre de muchedumbres). Dios le promete descendencia numerosa, a él que es ya viejo, igual que su mujer; y le promete la tierra de Canaán, a él que no posee ni un palmo de tierra.
Por parte de Dios no hay problema. Él cumple sus promesas: «el Señor se acuerda de su alianza eternamente», como nos ha hecho repetir el salmo.
Pero Abrahán y sus descendientes tienen que guardar también su parte de la alianza, tienen que creer y seguir al único Dios. Yahvé será el Dios de Israel, e Israel, su pueblo. Abrahán sí creyó, a pesar de todas las apariencias en contra.
2. Pero los que se vanaglorían de ser descendientes de Abrahán, no quieren reconocer a Jesús como el Enviado de Dios. Toman piedras para apedrearle. No son precisamente seguidores de su padre Abrahán, el patriarca de la fe. No aceptan que en Jesús quiera sellar Dios una Nueva Alianza con la humanidad y empezar una nueva historia.
La verdad es que algo de razón tenían en «escandalizarse» de lo que decía Jesús.
¿Cómo se puede admitir que una persona diga: «quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre», «antes que naciera Abrahán existo yo»? A no ser que sea Dios: pero esto es lo que los judíos no pueden o no quieren admitir.
En el prólogo del evangelio ya decía Juan que «en el principio existía la Palabra», que es Cristo. Y que vino al mundo «y los suyos no le recibieron». Ahí ya estaba condensado lo que ahora vivimos en la proximidad de la Pascua: el rechazo a Jesús hasta llevarlo a la muerte.
3. Ayer la clave de este diálogo era la libertad. Nos preguntábamos si somos en verdad libres, y de qué esclavitudes tendrá que liberarnos el Resucitado en la Pascua de este año.
Hoy la clave es la vida: los que creen en Jesús, además de ser libres, tienen vida en plenitud y «no conocerán lo que es morir para siempre». Si nuestra fe en Cristo es profunda, si no sólo sabemos cosas de él, si no sólo «creemos en él», sino que «le creemos a él» y le aceptamos como razón de ser de nuestra vida: si somos fieles como Abrahán, si estamos en comunión con Cristo, tendremos vida. Como los sarmientos que se unen a la cepa central. Como los miembros del cuerpo que permanecen unidos a su cabeza. Los que «no sabrán qué es morir» serán «los que guardan mi palabra»: no los que la oyen, sino quienes la escuchan y la meditan y la cumplen.
En vísperas de la Pascua -la fiesta de la vida para Jesús, aunque sea a través de su muerte- también nosotros sentimos la llamada a la vida. La Pascua no debe ser sólo una conmemoración histórica. Sino una sintonía sacramental y profunda con el Cristo que atraviesa la muerte hacia la vida. Así entramos en la nueva alianza del verdadero Abrahán y nos hacemos con él herederos de la vida.
Los que celebramos la Eucaristía con frecuencia oímos con gusto la promesa de Jesús: «el que come mi Cuerpo y bebe mi sangre tendrá vida eterna y yo le resucitaré el último día». La Eucaristía, memoria sacramental de la primera Pascua de Jesús hace dos mil años, es también anticipo de la Pascua eterna a la que nos está invitando.
«Mira con amor, Señor, a los que han puesto su esperanza en tu misericordia» (oración).
«Guardad mi alianza, tú y tus descendientes» (1a lectura).
«El Señor se acuerda de su alianza eternamente» (salmo).
«Quien guarda mi palabra no sabrá qué es morir para siempre» (evangelio).