Martes V de Cuaresma – Homilías
/ 14 marzo, 2016 / Tiempo de CuaresmaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Nm 21, 4-9: Los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirar a la serpiente de bronce
Sal 101, 2-3. 16-18.19-21: Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti
Jn 8, 21-30: Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que «Yo soy»
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (24-03-2015): Lo que envenena el alma
martes 24 de marzo de 2015Si tenemos caprichos espirituales con Dios, y no somos capaces de aceptar el estilo divino, nos ponemos tristes, y acabamos murmurando. Es un error que hoy cometen tantos cristianos, como nos cuenta la Biblia que le pasó —en su día— al pueblo judío, cuando fue salvado de la esclavitud de Egipto.
Acabamos de leer en el Libro de los Números (21, 4-9) el episodio en que los judíos se rebelan, cansados de huir por el desierto, hartos del alimento «sin cuerpo» del maná, y empiezan a murmurar contra Moisés y contra Dios. Muchos acabarán mordidos por serpientes venenosas, y morirán. Solo la oración de Moisés, que intercede por ellos y levanta un estandarte con una serpiente —símbolo de la Cruz en la que colgará Cristo (cfr. Jn 8,28)—, salvará del veneno a quien la mire. También entre los cristianos a veces nos encontramos un poco así, como envenenados ante el descontento de la vida. «Sí, es verdad, Dios es bueno, pero los cristianos... no tanto». «Cristianos sí, pero...». Son los que no acaban de abrir el corazón a la salvación de Dios, ¡siempre poniendo condiciones!: «sí, pero...; sí, sí, claro que quiero salvarme, pero... a mi modo...». ¡Así se envenena el corazón!
Muchas veces, también nosotros decimos que estamos hartos del estilo divino; no aceptamos el don de Dios con su estilo: ¡y ese es el pecado, ese es el veneno! No nos gusta el estilo de Dios, y eso nos envenena el alma, nos quita la alegría y no nos deja avanzar. Sin embargo, Jesús repara ese pecado subiendo al Calvario. Él mismo toma el veneno —el pecado— y es levantado sobre la tierra. Pues bien, esa tibieza del alma, ese ser cristianos a medias —«cristianos sí, pero...»—, ese entusiasmo inicial para seguir al Señor, y que luego nos deja descontentos, solo se cura mirando la Cruz, mirando a Dios que asume nuestros pecados: ¡mis pecados están ahí!
¡Cuántos cristianos mueren hoy en el desierto de su tristeza, de su murmuración, por no querer el estilo de Dios! Miremos la serpiente, el veneno, allí, en el cuerpo de Cristo —el veneno de todos los pecados del mundo—, y pidamos la gracia de aceptar los momentos difíciles, de aceptar el estilo divino de la salvación, de aceptar también ese alimento tan flojo del que se quejaban los judíos, de aceptar las cosas de Dios, de aceptar los caminos por los que el Señor me saca adelante. Que esta Semana Santa —que empieza el domingo— nos ayude a salir de esa tentación de volvernos «cristianos sí, pero...».
Homilía (15-03-2016): Se humilló hasta el extremo para salvarnos
martes 15 de marzo de 2016La historia de la salvación contada por la Biblia tiene que ver con un animal, el primero en ser mencionado en el Génesis y el último en serlo en el Apocalipsis: la serpiente. Un animal que, en la Escritura, es símbolo poderoso de condena y, misteriosamente, de redención.
Así lo recogen las Lecturas de hoy: la primera del libro de los Números (21, 4-9) y el Evangelio de Juan (8, 21-30). La primera contiene el célebre pasaje del pueblo de Israel que, cansado de vagar por el desierto con poca comida, habló contra Dios y contra Moisés. También aquí las protagonistas son las serpientes, dos veces. Las primeras, enviados desde el cielo contra el pueblo infiel, que siembran miedo y muerte hasta que la gente implora a Moisés que pida perdón. Y la segunda, un singular reptil que entra en escena: Dios dijo a Moisés: Haz una serpiente abrasadora (la serpiente de bronce) y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla. Es misterioso: el Señor no mata a las serpientes, las deja. Pero si alguna hace daño a una persona, que mire a la serpiente de bronce y sanará.
Levantar la serpiente. El verbo «levantar» está en el centro del duro enfrentamiento entre Cristo y los fariseos, descrito en el Evangelio. En determinado momento Jesús afirma: Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que «Yo soy». Y «Yo Soy» es también el nombre que Dios había dado de Sí mismo a Moisés para comunicarlo a los israelitas. Y luego está esa expresión que se repite: Levantar al Hijo del hombre... La serpiente es símbolo del pecado; la serpiente que mata. Pero, ¿una serpiente que salva? Ese es el Misterio de Cristo. Pablo, hablando de este Misterio, dice que Jesús se vació a sí mismo, se humilló a sí mismo, se anonadó para salvarnos. Es más fuerte aún: Se hizo pecado. Usando este símbolo, se hizo serpiente. Este es el mensaje profético de las Lecturas de hoy. El Hijo del hombre, que como una serpiente, hecho pecado, viene elevado para salvarnos.
Esta es la historia de nuestra redención, esta es la historia del amor de Dios. Si queremos conocer el amor de Dios, miremos al Crucifijo: un hombre torturado, un Dios, vaciado de la divinidad, manchado por el pecado. Pero un Dios que, anonadándose, destruye para siempre el verdadero nombre del mal, lo que el Apocalipsis llama la serpiente antigua. El pecado es la obra de Satanás y Jesús vence a Satanás haciéndose pecado y desde ahí nos levanta a todos. El Crucifijo no es un adorno, no es una obra de arte, con tantas piedras preciosas como se ven: el Crucifijo es el Misterio del anonadamiento de Dios, por amor. Y aquella serpiente que profetiza en el desierto la salvación: elevada y quien la mira queda curado. Y eso no se hizo con una varita mágica por un Dios que hace las cosas: ¡no! Se hizo con el sufrimiento del Hijo del hombre, ¡con el sufrimiento de Jesucristo!
Homilía (20-03-2018): Entra en sus llagas y serás curado
martes 20 de marzo de 2018La primera Lectura (Nm 21,4-9) narra la desolación vivida por el pueblo de Israel en el desierto y el episodio de las serpientes. El pueblo tuvo hambre y Dios le respondió con el maná y luego con las codornices; tuvo sed y Dios le dio agua. Luego, cerca ya de la tierra prometida, algunos manifestaron escepticismo porque los exploradores enviados por Moisés dijeron que era una tierra rica de fruta y animales, pero habitada por un pueblo alto y fuerte, bien armado, y temían que los mataran. Y expresan el peligro de ir allá. Miraban sus fuerzas, pero se olvidaban de la fuerza del Señor que les había liberado de la esclavitud de cuatrocientos años.
En definitiva, el pueblo no soportó el viaje, como cuando las personas inician una vida de seguimiento al Señor, para estar cerca del Señor, y en cierto momento las pruebas parecen superarles. Ese tiempo de la vida en que uno dice: «¡Ya basta! Me paro y vuelvo atrás». Y se piensa con nostalgia en el pasado: «cuánta carne, cuántas cebollas, cuántas cosas buenas comíamos allá». Y eso es una visión parcial de una memoria enferma, de esa añoranza equivocada, porque aquella era la mesa de la esclavitud, cuando eran esclavos en Egipto. Esos son los espejismos del diablo: te hace ver lo bueno de algo que has dejado, de lo que te convertiste en el momento de la desolación del camino, cuando aún no habías llegado a la promesa del Señor. Así es el camino de la Cuaresma, sí, podemos pensarlo así o concebir la vida como una Cuaresma: siempre hay pruebas y consuelos del Señor, está el maná, está el agua, están los pájaros que nos dan de comer..., ¡pero aquella comida era más buena! Ya, ¡pero no olvides que lo comías en la mesa de la esclavitud!
Esa experiencia nos pasa a todos cuando queremos seguir al Señor y nos cansamos. Pero lo peor es que el pueblo habló mal de Dios, y reprochar a Dios es envenenarse el alma. Quizá uno piensa que Dios no le ayuda o que hay muchas penas. Siente el corazón deprimido, envenenado. Pues las serpientes que mordían al pueblo son precisamente el símbolo del envenenamiento, de la falta de constancia para seguir el camino del Señor.
Moisés, entonces, por invitación del Señor, hace una serpiente de bronce y la pone en lo alto. Esa serpiente, que curaba a todos los que habían sido atacados por las serpientes por haber hablado mal de Dios, era profética: era la figura de Cristo en la cruz. Esa es la clave de nuestra salvación, la clave de nuestra paciencia en el camino de la vida, la clave para superar nuestros desiertos: mirar el crucifijo. Mirar a Cristo crucificado. «Pero, ¿qué debo hacer?» – «Míralo. Mira las llagas. Entra en las llagas». En esas llagas fuimos curados. ¿Te sientes envenenado, te sientes triste, sientes que tu vida no va, que está llena de dificultades y de enfermedades? Pues mira allí. En esos momentos, mirar ese crucifijo feo, o sea, el real, porque los artistas han hecho crucifijos hermosos, artísticos, algunos de oro y de piedras preciosas. Y eso no siempre es mundanidad, porque quiere significar la gloria de la cruz, la gloria de la Resurrección. Pero cuando te sientes así, míralo, antes de la gloria. Me acuerdo que cuando era pequeño mi abuela me llevaba a la iglesia el Viernes Santo: había una procesión de antorchas en la parroquia y se llevaba al Cristo yacente, de mármol, de tamaño natural. Y cuando llegaba, la abuela nos hacía arrodillarnos: «Míralo bien –decía– ¡pero mañana resucitará!»». Porque en aquella época, antes de la reforma litúrgica de Pío XII, la Resurrección se celebraba el sábado por la mañana, no el domingo. Y, entonces, la abuela, el sábado por la mañana, cuando se oían las campanas de la Resurrección, nos lavaba los ojos con agua, para ver la gloria de Cristo.
Enseñad a vuestros hijos a mirar el crucifijo y la gloria de Cristo. Y nosotros, en los momentos malos, en los momentos difíciles, envenenados quizá por haber dicho en nuestro corazón alguna desilusión contra Dios, miremos las llagas. Cristo levantado como la serpiente: porque Él se hizo serpiente, se anonadó del todo para vencer la serpiente maligna. Que la Palabra de Dios hoy nos enseñe este camino: mira al crucifijo. Sobre todo, en el momento en el que, como el pueblo de Dios, nos cansemos del viaje de la vida.
Homilía (09-04-2019): Murmuración que lleva a la idolatría
martes 9 de abril de 2019A veces los cristianos prefieren el fracaso, que da lugar a las quejas, a la insatisfacción, campo perfecto para la siembra del diablo. Es el cansancio que recoge el Libro de los Números (Nm 21,4-9). El pueblo de Dios –se lee en la Primera Lectura– no soportó el viaje. Comenzaron con entusiasmo, creyendo a Moisés: prepararon el cordero, los panes, todo, para huir: tenían esperanza, luego vino la alegría de la salida de Egipto, y luego, a orillas del mar, el miedo. Los israelitas veían venir el ejército y empezaron a insultar a Moisés: «¡Nos has traído aquí para dejarnos morir!». Pero el miedo, en breve, gracias al milagro del mar, se transformó en la alegría de la liberación, y siguieron adelante. Pero el entusiasmo y la esperanza se fue desvaneciendo poco a poco, primero junto al mar y luego en el desierto, murmurando contra Moisés. El espíritu de cansancio nos quita la esperanza, aunque ese cansancio es selectivo: siempre nos hace ver lo peor del momento que estamos pasando y olvidar las cosas buenas que hemos vivido. Con la murmuración llega también el despego de Dios. Se la toman con Moisés, se quejan del Señor, e incluso llevan a la apostasía. Porque cuando estamos desolados buscamos refugio en los ídolos o en la murmuración, o en tantas cosas... Es un modelo para nosotros. Y ese espíritu de cansancio en los cristianos nos lleva también a un modo de vivir insatisfecho: el espíritu de insatisfacción. Nada nos gusta, todo va mal... El mismo Jesús nos lo enseñó cuando dice de ese espíritu de insatisfacción que somos como los niños que juegan.
Algunos cristianos ceden al fracaso, a veces tienen miedo de los consuelos, miedo de la esperanza, miedo de las caricias del Señor, llevando a una vida de quejas continuas. Esa es la vida de tantos cristianos. Viven lamentándose, viven criticando, viven en la murmuración, viven insatisfechos. El pueblo no soportó el viaje. Los cristianos tantas veces no soportamos el viaje. Y nuestra preferencia es el apegamiento al fracaso, o sea la desolación. Y la desolación es de la serpiente: la serpiente antigua, la del Paraíso terrestre. Es un símbolo, aquí: la misma serpiente que sedujo a Eva y eso es un modo de mostrar la serpiente que llevan dentro, que muerde siempre en la desolación.
Pasa la vida quejándose: le pasa a los que prefieren el fracaso, no soportan la esperanza, no soportaron la resurrección de Jesús. Hermanos y hermanas, recordemos solo esta frase: «El pueblo no soportó el viaje» (cf. Nm 21, 4). Los cristianos no soportan el viaje. Los cristianos no soportan la esperanza. Los cristianos no soportan la curación. Los cristianos no soportan el consuelo. Estamos más apegados a la insatisfacción, al cansancio, al fracaso. Que el Señor nos libre de esta enfermedad.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico: Alegría, fruto de la fe
–Números 21,4-9: Los mordidos de serpiente quedarán sanos si miran a la serpiente de bronce... Esta lectura nos permite ver el poder y fecundidad de la Cruz. «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre para que todo el que cree en Él tenga vida eterna» (Jn 3,14-15). San León Magno dice:
«¡Oh admirable poder de la Cruz!... En ella se encuentra el tribunal del Señor, el juicio del mundo, el poder del Crucificado. Atrajiste a todos hacia ti, Señor, a fin de que el culto de todas las naciones del orbe celebrara mediante un sacramento pleno y manifiesto, lo que realizaban en el templo de Judea como sombra y figura... Porque tu Cruz es fuente de toda bendición, el origen de toda gracia; por ella, los creyentes reciben de la debilidad, la fuerza; del oprobio, la gloria; y de la muerte, la vida» (Sermón 8 sobre la Pasión).
Y San Teodoro Estudita:
«La Cruz no encierra en sí mezcla del bien y del mal como el árbol del Edén, sino que toda ella es hermosa y agradable, tanto para la vista cuantos para el gusto. Se trata, en efecto, del leño que engendra la vida, no la muerte; que da luz, no tinieblas; que introduce en el Edén, no que hace salir de él...» (Disertación sobre la adoración de la Cruz).
–El autor del Salmo 101 es un pobre gravemente enfermo, pero que no ha perdido la confianza de ser salvado de su enfermedad, pues conoce las frecuentes visitas de Dios a su pueblo.
Por profundo que sea nuestro abatimiento, alcemos nuestros ojos a Dios, como Israel los levantó al signo que le presentaba Moisés y contemplemos a Jesucristo, nuestra salvación, en la Cruz. El Señor nos librará, aunque por nuestros pecados nos sintamos condenados a muerte: «Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti, no me escondas tu rostro el día de la desgracia. Inclina tu oído hacia mí, cuando te invoco, escúchame en seguida... Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario, desde el cielo se ha fijado en la tierra, para escuchar los gemidos de los cautivos y librar a los condenados a muerte».
–Juan 8,21-30: Cuando levantéis al Hijo del Hombre sabréis que soy yo. Jesús anuncia su pasión con expresiones veladas. Hay que creer en Cristo para escapar de la muerte eterna. La respuesta definitiva será la exaltación de Jesucristo. San Germán de Constantinopla contempla la Cruz y la obediencia de Cristo:
«A raíz de que Cristo se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz (cf. Flp 2,8), la Cruz viene a ser el leño de obediencia, ilumina la mente, fortalece el corazón y nos hace participar del fruto de la vida perdurable. El fruto de la obediencia hace desaparecer el fruto de la desobediencia. El fruto pecaminoso ocasionaba estar alejado de Dios, permanecer lejos del árbol de la vida y hallarse sometido a la sentencia condenatoria que dice: «volverá a la tierra de donde fuiste formado» (Gén 3,19). El fruto de la obediencia, en cambio, proporciona familiaridad con Dios, dando cumplimiento a estas palabras de Cristo: Cuando yo sea levantado en alto atraeré a todos a Mí (Jn 12,32). Esta promesa es verdad muy apetecible» (Sobre la Adoración de la Cruz).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 2
1. Son diversas las interpretaciones que los entendidos ofrecen sobre este episodio en el desierto: la plaga de picaduras de serpientes y la curación que se conseguía mirando a la serpiente de bronce enarbolada por Moisés.
Podría ser que esta serpiente recordara restos de idolatría en la región. Con frecuencia este animal era divinizado en las diversas culturas, por ejemplo como símbolo de la fecundidad. Parece que se permitió exhibir una imagen de la serpiente incluso en el Templo de Jerusalén, por la antigüedad de la costumbre y la interpretación más religiosa que se le daba en relación a Yahvé: hasta que el rey Ezequías mandó destruirla (cf. 2 R 18,4).
El sentido más probable parece que era éste. En el desierto abundaban las serpientes, que constituían un peligro para el pueblo peregrino. Una plaga especialmente mortal fue interpretada como castigo de Dios por los pecados del pueblo, y así mirar a esa serpiente mandada levantar por Moisés se podía entender como un volver a Dios, reconocer el propio pecado e invocar su ayuda. El libro de la Sabiduría valora esta serpiente no en sí misma, sino como recordatorio de la bondad de Dios, cuando el pueblo la mira: «el que a ella se volvía, se salvaba, no por lo que contemplaba, sino por ti, Salvador de todos» (Sb 1 6,ó-7). No salva mágicamente, sino por la fe. Sería lo que el salmo de hoy nos invita a decir: «Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti, no me escondas tu rostro el día de la desgracia».
2. Pero, si no sabemos qué significaba la serpiente del desierto, lo que sí sabemos es que el NT la interpreta como figura de Cristo en la Cruz: y él sí que nos cura y nos salva, cuando volvemos la mirada hacia él, sobre todo cuando es elevado a la cruz en su Pascua. Jesús, el Salvador.
En este capitulo octavo, que empezamos a leer ayer, estamos ante el tema central del evangelio de Juan: ¿quién es Jesús? El mismo responde: «yo soy de allá arriba... yo no soy de este mundo... cuando levantéis al Hijo del Hombre (en la cruz) sabréis que yo soy».
Los que crean en él -los que le miren y vean en él al enviado de Dios y le sigan- se salvarán. Y al revés: «si no creéis que yo soy, moriréis en vuestro pecado».
Quienes le oyen no parecen dispuestos a creer: se le oponen frontalmente y el conflicto es cada vez mayor.
3. El mismo Jesús, en su diálogo con Nicodemo, nos explica el simbolismo de esta figura: «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna» (Jn 3,14). Y en otra ocasión: «cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí. Decía esto para significar de qué muerte iba a morir» (Jn 12, 32-33). Este «ser levantado» Jesús se refiere a toda su Pascua: no sólo a la cruz, sino también a su glorificación y su entrada en la nueva existencia junto al Padre.
Es lo que los cristianos nos disponemos a celebrar en los próximos días. Miraremos a Cristo en la cruz con creciente intensidad y emoción en estos últimos días de la Cuaresma y en el Triduo Pascual. Le miraremos no con curiosidad, sino con fe, sabiendo interpretar el «yo soy» que nos ha repetido tantas veces en su evangelio. A nosotros no nos escandaliza, como a sus contemporáneos, que él afirme su divinidad. Precisamente por eso le seguimos.
No entendemos cómo podían ser curados de sus males los israelitas que miraban a la serpiente. Pero sí creemos firmemente que, si miramos con fe al Cristo de la cruz, al Cristo pascual, en él tenemos la curación de todos nuestros males y la fuerza para todas las luchas. Sobre todo nosotros, a quienes él mismo se nos da como alimento en la Eucaristía, el sacramento en el que participamos de su victoria contra el mal.
«Hemos pecado hablando contra el Señor» (1a lectura).
«Señor, escucha mi oración: no me escondas tu rostro» (salmo).
«Yo hago siempre lo que agrada al que me envió» (evangelio).
«Perdona nuestras faltas y guía tú mismo nuestro corazón vacilante» (ofrendas).