Lunes V de Cuaresma – Homilías
/ 14 marzo, 2016 / Tiempo de CuaresmaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Dn 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62: Ahora tengo que morir, siendo inocente
Sal 22, 1b-3a. 3b-4. 5. 6: Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo
Jn 8, 12-20: Yo soy la luz del mundo
Jn 8, 1-11: El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (23-03-2015): Tres mujeres y tres jueces
lunes 23 de marzo de 2015Las lecturas de hoy —y alguna otra— me dan pie para hablar de tres mujeres y de tres jueces: una mujer inocente (conocida como la casta Susana:Dan 13, 1-64), una pecadora (la sorprendida en adulterio: Jn 8,1-11), y una pobre viuda necesitada (la que acude al juez inicuo: Lc 18,1-8). Las tres, según algunos Padres de la Iglesia, son figuras alegóricas de la Iglesia: la Iglesia Santa, la Iglesia pecadora y la Iglesia necesitada.
Los tres jueces son malos y corruptos: primero el juicio de los escribas y fariseos que llevan a la adúltera ante Jesús. Tenían en el corazón la corrupción de la rigidez. Se sentían puros porque observaban la letra de la ley: ¡la ley dice esto y hay que hacerlo! Pero no eran santos, sino corruptos, porque una rigidez de ese tipo solo puede darse en una doble vida, y los que condenan a esas mujeres, luego iban tras ellas, a escondidas, para divertirse un poco. Los rígidos son —uso el adjetivo que les daba Jesús— hipócritas: tienen una doble vida. Los que juzgan, por ejemplo a la Iglesia —las tres mujeres son figuras de la Iglesia—, los que juzgan con rigidez a la Iglesia, llevan una doble vida. ¡Y con esa rigidez no se puede ni respirar! Luego están los dos jueces ancianos que chantajean a una mujer —Susana— para que se les entregue, pero ella se resiste. Eran jueces viciosos, con la corrupción del vicio, en este caso la lujuria. Y dicen que, cuando uno tiene el vicio de la lujuria, con los años se vuelve más feroz, más malo. Y finalmente, el juez al que acude la pobre viuda, un juez que ni temía a Dios ni se preocupaba de nadie: ¡no le importaba nada! Solo se preocupaba de sí mismo. Era un negociante, un juez que, con su oficio de juzgar, hacía negocios; un corrupto del dinero y del prestigio.
Y esos jueces —el negociante, los viciosos y los rígidos— desconocían la palabra misericordia. La corrupción no les dejaba comprender la misericordia, ni ser misericordiosos. Pero la Biblia dice que en la misericordia está precisamente el justo juicio (cfr. Sant 2,13). Por eso, las tres mujeres —la santa, la pecadora y la necesitada, figuras alegóricas de la Iglesia— sufren esa falta de misericordia.
También hoy, el pueblo de Dios, cuando encuentra a uno de esos jueces, sufre un juicio sin misericordia, ya sea civil o eclesiástico. Y, donde no hay misericordia, no hay justicia. Cuando el pueblo de Dios se acerca voluntariamente para pedir perdón, para ser juzgado, ¡cuántas veces se encuentra a uno de esos! Encuentra viciosos que son capaces de intentar abusar de ellos, y ése es uno de los pecados más graves; encuentra a los negociantes que no dan oxigeno a aquella alma, ni le dan esperanza; y encuentra a los rígidos que castigan en los penitentes lo que esconden en su alma. ¡Todo eso es falta de misericordia! Solo quisiera añadir una de las palabras más bonitas del evangelio, que a mí me conmueven tanto: ¿Ninguno te ha condenado? Ninguno, Señor. Tampoco yo te condeno. ¡Ni siquiera yo te condeno!: una de las palabras más hermosas, porque están llenas de misericordia.
Homilía (14-03-2016): El Señor está con nosotros también en los momentos oscuros
lunes 14 de marzo de 2016Susana, una mujer justa, se ve ensuciada por el mal deseo de dos jueces, pero prefiere confiar en Dios y elegir morir inocente antes que ceder a lo que querían esos hombres. Lo acabamos de leer en la Primera Lectura, del Libro de Daniel (Dan 13,1-9.15-17.19-30.33-62). Incluso cuando estemos atravesando cañadas oscuras, no debemos temer ningún mal (cfr. Sal 22).
El Señor siempre camina con nosotros, nos quiere y no nos abandona. Cuando hoy vemos tantas cañadas oscuras, tantas desgracias, tanta gente que muere de hambre, de la guerra, tantos niños indefensos, tantos... que preguntas a sus padres: ¿Qué enfermedad tiene? Y te dicen: Nadie lo sabe; le llaman enfermedad rara. Es la que hacemos con nuestras cosas: pensamos en los tumores de la tierra de los fuegos. Cuando se ve todo eso, ¿dónde está el Señor? ¿Señor, dónde estás? ¿Caminas conmigo? Ese era el sentimiento de Susana, y también el nuestro. Ves a esas cuatro monjas de la Madre Teresa de Calcuta asesinadas: ¡servían por amor y acaban asesinadas por odio! Cuando ves que se cierran las puertas a los prófugos y se quedan fuera, a la intemperie, con el frío..., ¿Señor, dónde estás? ¿Cómo puedo fiarme de Ti si veo todo eso? Y cuando las cosas me pasan a mí, ¿alguno puede decir: cómo me voy a fiar de ti? A esa pregunta solo hay una respuesta: no se puede explicar; yo no soy capaz.
¿Por qué sufre un niño? No lo sé: es un misterio para mí. Solamente me da algo de luz –no a la mente sino al alma– Jesús en Getsemaní: Padre, este cáliz no. Pero hágase tu voluntad. Se encomienda a la voluntad del Padre. Jesús sabe que no acaba todo con la muerte o la angustia; de ahí sus últimas palabras en la Cruz: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! Y así muere. Confiemos en Dios que camina conmigo, que camina con mi pueblo, que camina con su Iglesia: ¡esto es un acto de fe! Me fío. No sé porqué pasa esto, pero me fío. Tú sabrás porqué.
Esta es la enseñanza de Jesús: a quien se fía del Señor, que es Pastor, no le falta nada (cfr. Sal 22). Aunque vaya por cañadas oscuras sabe que el mal es algo pasajero, porque el mal definitivo no vendrá ya que Tú, Señor, estás conmigo. Tu vara y tu cayado me sosiegan, me dan seguridad. Y esta es una gracia que debemos pedir: Señor enséñame a encomendarme en tus manos, a fiarme de tu guía, también en los momentos malos, en los momentos oscuros, en el momento de la muerte.
Hoy nos vendrá bien pensar en nuestra vida, en los problemas que tenemos, y pedir la gracia de encomendarnos a las manos de Dios. Pensar en tanta gente que no tiene ni una caricia en el momento de morir. Hace tres días murió uno aquí, en la calle, un sin techo. ¡Murió de frío en plena Roma, una ciudad con todas las posibilidades para ayudar! ¿Por qué, Señor? Ni una caricia... Pero yo me fío, porque Tú no defraudas.
¡Señor no te entiendo —esta es una bonita oración—, pero aunque no lo entienda, me encomiendo a tus manos!
Homilía (03-04-2017): Corrupción o disfrazar el mal de bien
lunes 3 de abril de 2017Todas las lecturas de hoy nos vienen a decir que, ante el pecado y la corrupción, Jesús es la única plenitud de la ley. Así, el Evangelio de San Juan (8,1-11) nos propone el pasaje donde Cristo, a propósito de la mujer sorprendida en adulterio, dice a quienes la acusan: «Quien de vosotros esté libre de pecado, que tire sobre ella la primera piedra». Y la primera lectura del libro del profeta Daniel (13,1-9.15-17.19-30.33-62), habla de Susana, una mujer fiel contra la que dos viejos jueces del pueblo habían maquinado un falso adulterio, ficticio. Y se ve obligada a elegir entre la fidelidad a Dios y a la ley o salvar su vida. Era fiel a su marido, aunque quizá tuviera otros pecados, porque todos somos pecadores, y la única mujer que no tiene pecado es la Virgen. Así pues, en los dos episodios se encuentran inocencia, pecado, corrupción y ley, porque en ambos casos los jueces eran corruptos. ¡Siempre ha habido en el mundo jueces corruptos! ¡También hoy, en todas partes los hay! ¿Por qué viene la corrupción a una persona? Porque una cosa es el pecado —he pecado, resbalo, soy infiel a Dios, pero intento no hacerlo más o procuro estar a bien con el Señor o, al menos, sé que no está bien—, y otra la corrupción, que es cuando el pecado entra, entra, entra, entra en tu conciencia y no deja sitio ni al aire.
Es decir, todo se vuelve pecado: eso es corrupción. Los corruptos creen con impunidad que hacen el bien. En el caso de Susana, los ancianos jueces eran corruptos por los vicios de la lujuria, amenazándola de dar falso testimonio contra ella. Además, no es el primer caso que en las Escrituras aparecen falsos testimonios: recordad precisamente a Jesús, condenado a muerte con falsos testimonios. En el caso de la verdadera adúltera, vemos que la acusan otros jueces que habían perdido la cabeza, dejando crecer en ellos una interpretación de la ley tan rígida que no dejaba espacio al Espíritu Santo. O sea, la corrupción de la legalidad, del legalismo, contra la gracia. Y luego está Jesús, auténtico Maestro de la ley entre los juicios falsos, que habían pervertido el corazón o que daban sentencias injustas, oprimiendo a los inocentes y absolviendo a los malvados. Jesús dice pocas cosas, pocas cosas. Dice: «Quien de vosotros esté libre de pecado, que tire sobre ella la primera piedra». Y a la pecadora: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más». Y esa es la plenitud de la ley, no la de los escribas y fariseos que habían corrompido su mente haciendo tantas leyes, tantas leyes, sin dejar sitio a la misericordia. Jesús es la plenitud de la ley, y Jesús juzga con misericordia.
Dejando libre a la mujer inocente, a quien Jesús llama «mamá», porque su madre es la única inocente, a los jueces corruptos se les reservan palabras nada bonitas por boca del profeta: «¡Envejecidos en días y en crímenes!». Pensemos, pues, en la maldad con la cual nuestros vicios juzgan a la gente. Porque también nosotros juzgamos en el corazón a los demás, ¿verdad? ¿Somos corruptos? ¿O todavía no? ¡Quietos! Detengámonos y miremos a Jesús que siempre juzga con misericordia: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Daniel 13,1-9.15-17. 19-30.33-62: Tengo que morir siendo inocente. La lectura es del conocido episodio de Susana, liberada por el joven Daniel, que descubre la trama de los verdaderos culpables. Es una prefiguración de la salvación por el acto redentor de Cristo. El Antiguo Testamento era el Testamento de la justicia: el pecado, al menos ciertos pecados, habían de ser expiados por la muerte del pecador.
El Nuevo Testamento, por el contrario, es el Testamento de la gracia. En él no se mata al pecador, sino que se le salva por la penitencia. Se le da fuerza para resistir a las pasiones y al pecado y para elevarse hasta la vida de las virtudes y de la santidad. San Jerónimo anima al pecador:
«No dudéis del perdón, pues, por grande que sean vuestras culpas, la magnitud de la misericordia divina perdonará, sin duda, al enormidad de vuestros muchos pecados» (Coment. al profeta Joel 3,5).
Y el beato Isaac de Stella:
«La Iglesia nada puede perdonar sin Cristo y Cristo nada quiere perdonar sin la Iglesia. La Iglesia solamente puede perdonar al que se arrepiente, es decir, a aquél a quien Cristo ha tocado ya con su gracia. Y Cristo no quiere perdonar ninguna clase de pecado a quien desprecia a la Iglesia» (Sermón 11).
–Dios permite las pruebas del justo, hasta tal extremo que a veces parece que se ha olvidado de él. Es necesario esperar en Dios contra toda esperanza, como Abrahán. El auxilio divino llega siempre en el momento preciso, como en el caso de Susana y en tantos otros. Con el Salmo 22 proclamamos: «El Señor es mi Pastor: nada me puede faltar... Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú, Dios mío, vas conmigo... Tu bondad, Señor y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin términos».
–Si el Evangelio es Juan 8,1-11, véase el Domingo anterior Ciclo C. Si es Juan 8,12-20: Yo soy la luz del mundo. En El Antiguo Testamento ya se veía al Mesías como luz del mundo, puesto que viene a revelar la Verdad de Dios. El tema de la luz es amplísimo en la Escritura. La primera palabra de Dios en el Génesis es: «Hágase la luz» y al final del Apocalipsis se canta a Cristo como «Estrella luciente de la mañana». Dios es Luz indeficiente. Y la segunda Persona de la Santísima Trinidad, es «Luz de Luz», según decimos en el Credo. Clemente de Alejandría, a fines del siglo II, invoca a Cristo como Luz del mundo, con estas palabras:
«¡Salve, Luz! Desde el cielo brilló una Luz sobre nosotros, que estábamos sumidos en la oscuridad y encerrados en la sombra de la muerte; Luz más pura que el sol, más dulce que la vida de aquí abajo. Esa Luz es la vida eterna, y todo el que de ella participa, vive, deja el puesto al día del Señor. El universo se ha convertido en luz indefectible y el Occidente se ha transformado en Oriente. Esto es lo que quiere decir la nueva creación; porque el Sol de justicia que atraviesa en la carroza el universo entero, imitando a su Padre, que hace salir el sol sobre todos los hombres (Mt 5,45) y derrama el rocío de la Verdad» (Protréptico 11,88,114).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 2
1. Las dos lecturas de hoy presentan un paralelismo: se trata de un juicio contra dos personas, dos mujeres, una inocente y otra pecadora, Susana y la adúltera. Ambas escenas tienen mucho en común y nos ayudan a preparar la celebración de la próxima Pascua, con el juicio misericordioso de Dios sobre nuestro pecado.
La historia del libro de Daniel -que no hace falta que se considere exactamente histórica para captar su intención religiosa- nos presenta a una mujer inocente, que es acusada por dos ancianos viciosos. Dios suscita al joven Daniel (su nombre significa «el Señor, mi juez») para impedir que se lleve a cabo la injusta sentencia.
El único que juzga recto, porque juzga según el corazón y no según las apariencias, es Dios. «Y aquel día se salvó una vida inocente».
2. Luego vino Jesús, el nuevo Daniel, que no sólo defiende al que es justo, sino va más allá: es el instrumento de la misericordia de Dios incluso para los pecadores. Esta vez la mujer a la que acusaban era culpable. Pero Jesús -lo ha dicho repetidas veces- ha venido precisamente a perdonar, a salvar a los enfermos más que a los sanos.
La escena que algunos biblistas afirman que es más afín al estilo de Lucas que al de Juan- está vivamente narrada: los acusadores, la gente curiosa, la mujer avergonzada, y Cristo que escribe en el suelo y resuelve con elegancia la situación. No sabemos lo que escribió, pero sí lo que les dijo a los acusadores y el diálogo que tuvo con la mujer, delicado y respetuoso. Y su sentencia, de perdón y de ánimo. Todo el episodio está encuadrado en el creciente antagonismo de los judíos contra Jesús: le traen a la mujer «para comprometerle y poder acusarlo». Si la condena, pierde popularidad. Si la absuelve, va contra la ley.
2 bis. Juan 8,12-20 (para el año C, porque el domingo se habrá leído el evangelio de la mujer adúltera).
Cuando el día de ayer -el domingo quinto- pertenece al ciclo C, el evangelio de la mujer pecadora se ha proclamado ya en domingo. Por tanto, esos años el lunes se lee el pasaje siguiente de este mismo capítulo: Cristo como Luz. La metáfora de la luz se entiende fácilmente: es lo contrario de la oscuridad y de la ceguera, y en sentido simbólico, lo contrario del odio y de la mentira.
En la serie de afirmaciones de Jesús -el repetido «yo soy» del evangelio de Juan- oímos el «yo soy la luz del mundo: el que me sigue no camina en tinieblas», que repetirá también después de la curación del ciego de nacimiento. Sus enemigos no le aceptan, con la excusa de que es él quien da testimonio de sí mismo. Pero no pueden detenerle: «todavía no había llegado su hora».
3. Recojamos varias lecciones de las lecturas.
Ante todo, el ejemplo de Susana: su valentía al resistir al mal, esta vez de carácter sexual, como tantas veces en el mundo de hoy, aunque en nuestra vida puede ser también, como repetidamente en la Biblia, la tentación de las varias idolatrías a las que nos invita este mundo. La fidelidad a los caminos del bien puede costarnos, pero es el único modo de seguir siendo buenos discípulos de Jesús, que es fiel a su misión, hasta la muerte.
También será bueno que pensemos cómo tratamos a los demás en nuestros juicios: ¿les juzgamos precipitadamente? ¿damos ocasión a las personas para que se puedan defender si se les acusa de algo? ¿nos dejamos llevar de las apariencias? Si antes de juzgar a nadie nos juzgáramos a nosotros mismos («el que esté libre de pecado tire la primera piedra») seguramente seríamos un poco más benévolos en nuestros juicios internos y en nuestras actitudes exteriores para con los demás. ¿Sabemos tener para con los que han fallado la misma delicadeza de trato de Jesús para con la mujer pecadora, o estamos retratados más bien en los intransigentes judíos que arrojaron a la mujer a los pies de Jesús para condenarla?
La figura central es Jesús y el juicio de Dios sobre nuestro pecado. Si en la primera escena es el joven Daniel quien desenmascara a los falsos acusadores, en el evangelio es Jesús el que va camino de la muerte para asumir sobre sí mismo el juicio y la condena que la humanidad merecía. El nuevo Daniel se deja juzgar y condenar él, en un juicio totalmente injusto, para salvar a la humanidad. Por eso puede perdonar ya anticipadamente a la mujer pecadora.
(Cuando se ha leído el evangelio alternativo). Jesús es también para nosotros la Luz verdadera. Quién más quién menos, todos andamos en penumbras, si no en oscuridad. Porque nos falta el amor, o porque no somos fieles a la verdad, o porque hay demasiadas trampas en nuestra vida. En esta próxima Pascua Jesús nos quiere curar de toda ceguera, nos quiere iluminar profundamente. El Cirio que se encenderá en la Vigilia Pascual y los cirios personales con los que participaremos de su luz, quieren ser símbolo de una luz más profunda que Cristo nos comunica a todos).
Ese Jesús que camina hacia su Pascua -muerte y resurrección- es el que nos invita también a nosotros a seguirle, para que participemos de su victoria contra el mal y el pecado, y nos acojamos a la sentencia de misericordia que él nos ha conseguido con su muerte.
Antes de comulgar cada vez se nos presenta a Cristo como «el que quita el pecado del mundo». Con su cruz y su resurrección nos ha liberado de todo pecado. Jesús, el perdonador. Es el que se nos da en cada Eucaristía, como se nos dio de una vez para siempre en la cruz.
«Tu amor nos enriquece sin medida con toda bendición» (oración).
«Dios salva a los que esperan en él» (1a lectura).
«Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo» (salmo).
«Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más» (evangelio).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año -3
LECTIO
Primera lectura: Daniel 13,1-9.15-17.19-30.33-62
La narración de la joven y bella Susana (v. 2) acosada por dos viejos jueces de Israel en tiempos del destierro de Babilonia es una historia edificante que aparece como un apéndice al libro de Daniel. El mismo profeta se manifiesta como joven vidente (v. 45), capaz de esclarecer la inocencia (v. 46) de Susana -cuyo nombre significa "lirio"- desenmascarando la corrupción de los dos viejos (vv. 42-59). En éstos, se acusa a los jefes saduceos del siglo I a.C., aparentemente irreprensibles, pero que en realidad son guías ciegos que extravían al pueblo.
Por mantenerse fiel a Dios y a su marido, Susana afronta el peligro de la lapidación, que la amenaza tanto si cede al adulterio como si decide resistir a las ciegas propuestas de los dos viejos que incurren en la calumnia (v. 22). Susana prefiere morir inocente antes que consentir al mal (v. 23). Habiendo puesto su confianza únicamente en manos de Dios (v. 43), puede experimentar que él escucha la voz de sus fieles (v. 44) y viene en su ayuda con prontitud y poder.
Evangelio: Juan 8,1-11
(Cf. Evangelio del quinto domingo de Cuaresma, año C; si la perícopa se leyó ayer, se sustituye con el evangelio siguiente.)
Evangelio: Juan 8,12-20
La presente dialéctica entre Jesús y los fariseos tiene lugar en el atrio del templo llamado "de las mujeres", donde se encuentra el arca de las "ofrendas" (v. 20). Allí, durante la fiesta de las Tiendas se encendían enormes hachones capaces de iluminar toda la ciudad de Jerusalén. Jesús se inspira en esta realidad para revelar que él es la verdadera "luz del mundo" (v. 12), que los hombres deben seguir para tener vida (v. 12; cf. 1,4-5.9; Is 42,6s).
Los oponentes objetan la verdad de sus palabras (v. 13) o su origen divino y su intimidad con el Padre (vv. 14-15.19). Jesús responde sencillamente remitiéndoles a la ley invocada por ellos: ¿se necesitan dos testimonios para probar la verdad de una afirmación? Pues bien, sus palabras son convalidadas por el Padre que le ha enviado (v. 18). Pero ellos, que pretenden erigirse como jueces, juzgan "con criterios mundanos" (v. 15) y, por consiguiente, incapaces de conocer quién es él en verdad, porque ni siquiera conocen al Padre (v. 19).
MEDITATIO
Cuando irrumpe un rayo de luz en una habitación, inmediatamente se ilumina el interior, incluso las esquinas más ocultas u olvidadas: así pasa cuando irrumpe la Palabra en la historia. Lo mismo sucede con Jesús, luz que vino a iluminar las tinieblas del mundo. Es inútil resistir: quien no acoge la luz, automáticamente ya está juzgado. Y es ahora, precisamente, cuando se descubre lo que antes podía ocultarse astutamente o hacer que pareciera justicia impecable. La Palabra de Dios escudriña lo más hondo del corazón, saca a la luz las intenciones más secretas, desenmascara las tramas de la mentira. Aparece a las claras quién es el que se fía de Dios y sólo teme no corresponder a la grandeza de su amor misericordioso, y quién, por el contrario, con una mente y un corazón mezquinos busca en otra parte gratificaciones furtivas, como si la felicidad fuera incompatible con la verdad evangélica.
Es la misma vida, en su día a día, quien lleva a cabo el discernimiento. Dichoso quien se deja traspasar por la Palabra de Dios como por un rayo de luz que separa en el propio corazón el oro de la escoria. A la luz de la verdad podrá gustar la libertad del abandono filial en las manos paternas de Dios, y nada ni nadie le podrá atemorizar o engañar.
ORATIO
Ven, dulce luz, verdad que nos da vida. Penetra en el corazón, abre las ventanas del alma, ilumina los pensamientos, las esperanzas y los deseos. Sácanos del sopor, cuando la rutina pretenda apagar en nosotros la vigilancia y el animo de resistir al mal. Resplandece en la niebla de la duda donde todo se oculta y se difumina, como si bien y mal fuesen palabras vanas pasadas de moda. Concédenos una aguda percepción del bien, el horror a la mentira, la pasión por la verdad que nos hace libres.
Resplandece y haz que evitemos las seducciones que asedian nuestro camino cotidiano. Haznos gustar el sabor de la Ley de Dios, la belleza transparente de una rectitud a toda prueba, el alivio de las lágrimas de arrepentimien to, el gozo del perdón dado y recibido, cuando nos descubrimos falsos o mezquinos. No permitas que nos engañemos o desviemos a nuestros hermanos, sino guárdanos a todos con la dulce fuerza de tu fidelidad, que siempre es descanso para el que, en la prueba, se abandona confiadamente a tu amor misericordioso.
CONTEMPLATIO
Dígnate, oh Cristo, dulcísimo Salvador nuestro, encender nuestras lámparas: que brillen continuamente en tu templo y se alimenten siempre de ti, que eres la luz eterna, para que desaparezcan nuestras oscuridades y huyan de nosotros las tinieblas del mundo.
Concede, pues, oh Jesús mío, tu luz a mi lámpara, para que con su resplandor se me manifieste el santuario celeste que, bajo sus mayestáticas bóvedas, te acoge, sacerdote eterno del sacrificio perenne. Haz que sólo te mire, te contemple y te desee a ti únicamente; que sólo te ame a ti y sólo espere en ti con el más ardiente deseo y que siempre mi lámpara brille y arda ante ti.
Te ruego, amado salvador nuestro, que te dignes mostrarte a nosotros, que clamamos para que conociéndote te amemos sólo a ti, sólo a ti deseemos, sólo pensemos incesantemente en ti y meditemos día y noche en tus palabras. Dígnate infundirnos un amor tan grande cual te conviene a ti, que eres amor. Que tu amor invada todo nuestro ser y nos haga completamente tuyos. Tu caridad llene nuestros sentidos, para que no amemos nada fuera de ti, que eres eterno (san Columbano, Instrucción XI, en Istruzioni e regola dei monaci, Seregno 1997, 89s).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "En tu luz veremos la luz" (Sal 35,10).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Jesús, luz del mundo, no sólo eres la luz que brilla en las tinieblas nocturnas; también eres la luz de la mañana, la luz de cada nuevo día, de sus esperanzas, de sus actividades. El sol que sube poco a poco. También tu, oh luz del mundo, en el alba de cada día deseas penetrar a través de la ignorancia y las debilidades humanas, a través de la buena voluntad y a través de las pasiones pecaminosas. Cada mañana quieres crear un mundo nuevo.
Hazme piadoso contigo, luz del día que surge, para que no malgaste este día que comienza y acoja lo que me ofreces por mediación suya. Luz del mundo, tú eres sobre todo el sol resplandeciente en mediodía.
Un día de verano, en Jerusalén, traté de fijarme a mediodía, en el sol de oriente. Levanté los ojos hacia él y, durante uno o dos segundos, pude entrever un albor deslumbrante, incandescente y ardiente, más blanco que la nieve. Pensé entonces en ti, Cristo, luz del mundo, pensé que ese punto relampagueante y radiante era la representación visual más pura y eficaz que podemos tener de tu ser. Para poder continuar mirando ese sol de mediodía, interpuse entre éste y mis ojos las hojas de un arbusto. Comprendí entonces otra cosa. Comprendí cómo tu luminosidad cegadora, oh Cristo-luz, nos aparece tamizada, filtrada a través de tus criaturas iluminadas y caldeadas por esa luz.
Luz del mundo, que te pueda ver en el esplendor de mediodía (Un monje de la Iglesia de Oriente, II volto di luce. Riflessi di Vangelo, Milán 1994, 70s).