Jueves IV de Pascua – Homilías
/ 18 abril, 2016 / Tiempo de PascuaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
Para ver el texto completo de las lecturas haz clic aquí.
Hch 13, 13-25: Dios sacó de la descendencia de David un salvador: Jesús
Sal 88, 2-3. 21-22. 25 y 27 : Cantaré eternamente tus misericordias, Señor
Jn 13, 16-20: El que recibe a mi enviado me recibe a mí
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (15-05-2014): Memoria, esperanza y alianza
jueves 15 de mayo de 2014Vemos en la primera lectura del día que los Apóstoles, cuando anuncian a Jesús, no comienzan por Él, sino por la historia del pueblo. De hecho, Jesús no se entiende sin esa historia, ya que Él es precisamente el fin de la historia, hacia el que la historia se dirige y camina. Así, no se puede entender un cristiano fuera del pueblo de Dios. El cristiano no es una mónada [1], sino que pertenece a un pueblo: la Iglesia. Un cristiano sin Iglesia es algo puramente ideal, no es real.
No se puede entender un cristiano solo, como no se puede entender a Jesucristo solo. Jesucristo no cayó del cielo como un héroe que vino a salvarnos. No. Jesucristo tiene historia. Podemos decir, porque es verdad, que Dios tiene historia, porque quiso caminar con nosotros. No se puede entender a Jesucristo sin historia. Por eso, tampoco se puede entender a un cristiano sin historia, un cristiano sin pueblo, un cristiano sin Iglesia. Sería una cosa de laboratorio, artificial, algo que no puede dar vida.
Además, el pueblo de Dios, camina con una promesa. Esta dimensión es importante que la tengamos presente en nuestra vida: la dimensión de la memoria. Un cristiano tiene memoria de la historia de su pueblo, del camino que el pueblo ha hecho, de su Iglesia. La memoria de todo su pasado. Y ese pueblo, ¿adónde va? Hacia la promesa definitiva. Es un pueblo que camina hacia la plenitud; un pueblo elegido que tiene una promesa en el futuro y camina hacia esa promesa, hacia el cumplimiento de esa promesa. Por eso, un cristiano en la Iglesia es un hombre o una mujer con esperanza: esperanza en la promesa. Que no es expectativa: no, no. Es otra cosa: es esperanza. La que no defrauda.
Mirando atrás, el cristiano es una persona de memoria: ¡pídele siempre la gracia de la memoria! Mirando adelante, el cristiano es un hombre o una mujer de esperanza. Y en el presente, el cristiano sigue el camino de Dios y renueva la Alianza con Dios. Continuamente dice al Señor: «Sí, quiero los mandamientos, quiero tu voluntad, quiero seguirte». Es un hombre de alianza, y la alianza la celebramos todos los días en la Misa: es pues una mujer o un hombre eucarístico.
Pensemos —nos vendrá bien pensarlo hoy— cómo es nuestra identidad cristiana. Nuestra identidad cristiana es pertenencia a un pueblo: la Iglesia. Sin eso, no somos cristianos. Entramos en la Iglesia con el bautismo: ahí somos cristianos. Y por eso, tened la costumbre de pedir la gracia de la memoria, la memoria del camino que hizo el pueblo de Dios y también la memoria personal: lo que ha hecho Dios conmigo, en mi vida, cómo me ha hecho caminar... Pidamos la gracia de la esperanza, que no es optimismo: no, no. Es otra cosa. Y pedir la gracia de renovar todos los días la Alianza con el Señor que nos ha llamado. Que el Señor nos dé estas tres gracias, que son necesarias para la identidad cristiana: memoria, esperanza y alianza.
Homilía (30-04-2015): Historia y servicio
jueves 30 de abril de 2015La historia y el servicio son dos rasgos de la identidad del cristiano.
En primer lugar, la historia. San Pablo, San Pedro y los primeros discípulos no anuncian un Jesús sin historia: anuncian a Jesús en la historia del pueblo, de un pueblo que Dios hizo caminar desde hacía siglos para llegar a la madurez, a la plenitud de los tiempos (Gal 4,4). Dios entra en la historia y camina con su pueblo. El cristiano es hombre y mujer de historia, porque no se pertenece a sí mismo, sino que está dentro de un pueblo, de un pueblo que camina. No se puede pensar en un egoísmo cristiano; ¡no, eso no va! El cristiano no es un hombre o una mujer espiritual de laboratorio; es un hombre, es una mujer espiritual dentro de un pueblo, que tiene una larga historia y continúa caminando hasta que el Señor vuelva.
Es una historia de gracia, pero también una historia de pecado. ¡Cuántos pecadores, cuántos crímenes! También hoy, en la primera lectura de la misa (cfr. Hch, 13,22), Pablo menciona al Rey David, santo, pero antes de ser santo fue un gran pecador. ¡Un gran pecador! Nuestra historia debe contar con santos y pecadores. Y mi historia personal, la de cada uno, debe contar con nuestro pecado —el propio pecado— y con la gracia del Señor que está con nosotros, acompañándonos en el pecado para perdonar, y acompañándonos en la gracia. No hay identidad cristiana sin historia.
El segundo rasgo de la identidad cristiana es el servicio. Jesús, en el Evangelio de hoy (cfr. Jn 13,16), lava los pies a los discípulos, invitándolos a hacer como él: ¡servir! La identidad cristiana es el servicio, no el egoísmo. Pero, ¡todos somos egoístas! ¿Ah, sí? Es un pecado, es una costumbre de la que debemos deshacernos. ¡Pedir perdón, y que el Señor nos convierta! Estamos llamados al servicio. Ser cristiano no es una apariencia ni una conducta social, no es maquillar un poco el alma, para que parezca un poco más bonita. Ser cristiano es hacer lo que hizo Jesús: servir.
Hoy nos vendrá bien preguntarnos: en mi corazón, ¿qué es lo que hago: me hago servir de los demás, me sirvo de los otros, de la comunidad, de la parroquia, de mi familia, de mis amigos; o sirvo, estoy al servicio de ellos?
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Hechos 13,13-25: Dios sacó de la descendencia de David un salvador para Israel, Jesús. San Pablo presentó el mensaje cristiano en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, haciendo un resumen de la historia de la salvación, desde la elección de Israel en Egipto hasta el rey David, de cuya descendencia Dios suscitó como Salvador a Jesucristo. Se manifiesta la continuidad de Israel y de la Iglesia y el carácter único e irrepetible de Cristo, centro y clave de la historia. Por eso los Apóstoles exaltan tanto la pertenencia a la Iglesia. Orígenes decía:
«Si alguno quiere salvarse, venga a esta Casa, para que pueda conseguirlo. Ninguno se engañe a sí mismo: fuera de esta Casa, esto es, fuera de la Iglesia, nadie se salva» (Homilía sobre Jesús en la barca 5).
Y San Agustín llega a decir algo increíble:
«Fuera de la Iglesia Católica se puede encontrar todo menos la salvación. Se puede tener honor, se pueden tener los sacramentos, se puede cantar aleluya, se puede responder amén, se puede sostener el Evangelio, se puede tener fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, y predicarla, pero nunca, si no es en la Iglesia Católica, se puede encontrar la salvación» (Sermón 6).
– El Señor ha sido fiel y del linaje de David nos ha dado un Salvador. Jesús, hijo de David, tiene un trono eterno, vence a los enemigos y extiende su poder a todo el mundo por medio de su Iglesia. Él es el Ungido que recibe una descendencia perpetua: los hijos de la Iglesia que se perpetuará en la Jerusalén celeste. Con el Salmo 88 cantamos la fidelidad y la misericordia del Señor: «Cantaré eternamente la misericordia del Señor. Anunciaré su fidelidad por todas las edades. Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad». Encontré a David mi siervo y lo he ungido con óleo sagrado, para que esté siempre con él y mi brazo lo haga valeroso. Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán, por mi nombre crecerá su poder. Él me invocará: «Tú eres mi Padre, mi Dios, mi Roca salvadora»».
–Juan 13,16-20: El que recibe a mi enviado me recibe a Mí. Después del lavatorio de los pies a sus discípulos, Jesús anuncia el cumplimiento de las profecías en la traición de Judas. Seremos bienaventurados si aprendemos esto: que no es el siervo mayor que su señor. Y lo que hizo Cristo fue darles un ejemplo de humildad por caridad. Esto es lo que todos hemos de practicar: la humildad por caridad. Es lo que les dirá muy pronto como un precepto nuevo: amar como Él ha amado. Lo que les dice en enseñanza sapiencial es lo que, con el lavatorio de los pies, les enseña con una parábola en acción. Los Apóstoles y todos los discípulos retendrán el espíritu de esta acción concreta, practicándolo con otras obras cuando la necesidad lo reclame. Con la humildad se relacionan todas las demás virtudes, pero de modo especial: la alegría, la obediencia, la castidad, el deseo de recomenzar, etc. De ahí procede una paz profunda, aun en medio de las debilidades y flaquezas.
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 13,13-25
Fue en Chipre donde tuvo lugar la conversión del procónsul romano Sergio Paulo. A partir de ese momento se llama a Saulo con el nombre romano de Pablo. Por otra parte, este último pasa, de colaborador de Bernabé, a primer plano, convirtiéndose en el verdadero jefe de la expedición. A partir de ahora habla Lucas de «Pablo y Bernabé». Con este episodio, puede decirse que comienzan los «Hechos de Pablo». De Perge a Antioquía de Pisidia, situada en el corazón de la actual Turquía, hay unos quinientos kilómetros. Había que recorrerlos a pie, atravesando los montes del Tauro, expuestos a variaciones térmicas y los peligros de salteadores. Quizás se debiera a esto la vuelta a Jerusalén de Juan-Marcos.
Pero el interés de Lucas está totalmente concentrado en la Palabra. Esta es anunciada en la sinagoga de la ciudad en el marco de una celebración litúrgica. Existe un paralelismo entre el discurso programático de Jesús (cf. Lc 4,16-20) y este discurso, asimismo programático, de Pablo. Este último parte, en su argumentación, de las grandes líneas de la historia bíblica y centra su discurso en el rey David, a quien está ligada la promesa del Salvador.
La historia de Israel está presentada a grandes rasgos, porque todo en ella debe conducir a aquel que será el cumplimiento de la promesa, anunciado inmediatamente antes de la predicación de un bautismo de penitencia por parte de Juan. Presenta a Jesús como el mejor fruto de la historia de Israel y como el cumplimiento de sus esperanzas. Debemos señalar que la difusión de las comunidades judías en la diáspora, en las distintas regiones del Imperio romano, será un terreno ya preparado para recibir el mensaje de los primeros misioneros cristianos. Tienen en común una historia y una promesa. Y tienen también en común una organización capilar de base, de la que parten para el anuncio de la Buena Noticia.
Evangelio: Juan 13,16-20
El fragmento conclusivo del lavatorio de los pies vuelve sobre el tema del amor hecho humilde servicio. Existe un misterio por comprender que va más allá del hecho concreto, y que la comunidad cristiana debe acoger y revivir: practicar la Palabra de Jesús y vivir la bienaventuranza del servicio hecho amor recíproco. El Señor subraya, en la intimidad de la última cena, que la vida cristiana no es sólo comprender, sino también «practicar»; no sólo conocer, sino «hacer» siguiendo su ejemplo.
Toda la acción cristiana nace del «hacer» que tiene su razón en la disponibilidad para todos los demás. El amor que salva es aceptar, en la fe, la propia aniquilación y la práctica de su ejemplo como regla de vida. Al arrodillarse ante sus discípulos para lavarles los pies, Jesús se entrega a ellos y realiza el gesto de su muerte en la cruz. Al humillarse ante ellos, les invita a entrar en la plenitud de su amor y a entregarse recíprocamente.
Con la invitación a imitar su ejemplo en la vida, Jesús se dirige a sus discípulos y, en particular, a aquel que iba a traicionarlo. El pensamiento de que uno de los suyos lo iba a entregar aflige profundamente al rabí. Con todo, su amor abraza a todos y no excluye ni siquiera al traidor de los gestos de bondad y de servicio. Lo único que le preocupa es que los otros discípulos no sufran el escándalo que provocará la traición de Judas, e intenta prevenirlos de esto citando un pasaje de la Escritura: «Hasta mi amigo íntimo, en quien yo confiaba, el que compartía mi pan, me levanta calumnias» (Sal 41,10).
La denuncia anticipada, por parte del Maestro, de la traición de Judas se convierte para los discípulos en una prueba ulterior de su divinidad y en la confirmación de su presencia en todos los hechos relativos a su vida y a su muerte (v. 19). El destino de todo apóstol va ligado, inseparablemente, al de Jesús y, por medio de éste, al Padre (v. 20).
MEDITATIO
El Padre envía al Hijo, el Hijo envía a sus discípulos; y así como el Hijo repite el comportamiento del Padre, también los fieles de Jesús deben repetir el comportamiento del Hijo. Ahora bien, los discípulos saben que Jesús se ha comportado como un siervo que, reconociendo en cada hombre a su propio señor, se dedica a él, incluso en el más humilde de los servicios, según el significado simbólico del lavatorio de los pies. Pero como la ley del servicio es dura, pronto es removida y sustituida o suavizada o manipulada. Se habla así de servicio, se teoriza sobre él, pero nos mantenemos alejados del humilde servicio activo.
Por eso proclama Jesús bienaventurados no a los que hablan de servicio, sino a quienes lo practican. ¿Acaso le traicionó Judas por esto? ¿Pensaba acaso que aunque Jesús hablara de servicio, entendía de hecho el servicio del poder? ¿No se marcharía cuando vio que el servicio, para Jesús, era precisamente el de los auténticos siervos, una realidad dura y no una palabra para adornarse?
¿Y yo, cómo me sitúo ante el servicio? ¿Conozco la sonoridad y la popularidad de la Palabra más que su humilde y a menudo humillante realidad? ¿Medito en el servicio para hablar bien de él o para convencerme de que debo rebajarme a servir?
ORATIO
Sí, Señor mío, también yo pertenezco a la categoría de los siervos de nombre y de los servidos de hecho. Me gustaría ser considerado siervo tuyo, y algo menos ser considerado siervo de los otros. Porque si bien, teniendo todo en cuenta, ser considerado siervo tuyo es algo que gratifica, convertirse en siervo de los hombres no parece ni agradable ni honorable. Y por eso no he gustado aún la bienaventuranza del servicio: demasiadas palabras y pocos hechos; mucha teoría y poca práctica; mucha exaltación de los santos que han servido y poco compromiso con el servicio; muchas palabras hermosas para aquellos que me sirven y muy pocas ganas de pasar a su bando.
Señor misericordioso, abre mis ojos a las muchas ilusiones que cultivo sobre mi servicio; refuerza mis rodillas, que se niegan a plegarse para lavar los pies; da firmeza a mis manos, que se cansan de coger el barreño con el agua sucia por el polvo pegado a los pies de los viajeros que llaman a mi puerta. He de confesarte, Señor, que soy muy, muy débil, que ando muy lejos de tu ejemplo de vida. Concédeme tu Espíritu para ahuyentar mis miedos y para vencer mis timideces.
Señor, ten piedad de mis hermosas palabras sobre el servicio. Señor, ten piedad de mis escasas obras. Señor, ten piedad de mi corazón, que no conoce todavía la bienaventuranza del servicio verdadero y humillante.
CONTEMPLATIO
Lo que tiene de único el lavatorio de los pies es hacernos ver que estamos perdonados por anticipado y somos dignos de ser honrados. El ejemplo que deberán imitar siempre los apóstoles es esta actitud de respeto con cualquiera cuyo verdadero nombre está escrito en los cielos; una actitud de disponibilidad respecto a los hermanos. En conclusión, una actitud de misericordia: «Seréis dichosos si lo ponéis en práctica» (Jn 13,17).
Sí, porque todas las bienaventuranzas están incluidas en la misericordia, que se realiza en las mil formas inspiradas por el amor: también vosotros debéis lavaros los pies los unos a los otros. «Un siervo no puede ser mayor que su señor» (Jn 13,16) (P. M. de la Croix, L"Evangile de Jean et son témoignage spirituel, París 19592, p. 397).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas» (Gal 6,2).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Ha llegado la hora. Y el primer gesto que salta de aquel fatal golpe de gong, en un rito que parece predispuesto, es ir a coger un barreño. ¿Qué debe hacer quien sabe que dentro de poco morirá?
Si ama a alguien y tiene algo para dejarle, debe dictar su testamento. Nosotros nos hacemos traer papel y pluma. Cristo fue a coger un barreño, una toalla, y derramó agua en un recipiente.
Aquí empieza el testamento; aquí, tras secar el último pie, podría terminar también...
«Os he dado ejemplo...» Si tuviera que escoger una reliquia de la pasión, escogería entre los flagelos y las lanzas aquel barreño redondo de agua sucia. Dar la vuelta al mundo con ese recipiente bajo el brazo, mirar sólo los talones de la gente; y ante cada pie ceñirme la toalla, agacharme, no levantar los ojos más allá de la pantorrilla, para no distinguir a los amigos de los enemigos. Lavar los pies al ateo, al adicto a la cocaína, al traficante de armas, al asesino del muchacho en el cañaveral, al explotador de la prostituta en el callejón, al suicida, en silencio: hasta que hayan comprendido.
A mí no se me ha dado ya levantarme para transformarme a mí mismo en pan y en vino, para sudar sangre, para desafiar las espinas y los clavos. Mi pasión, mi imitación de Jesús a punto de morir, puede quedarse en esto (L. Santucci, Una vita di Cristo. Volete andavene anche voi? Cinisello B. 19952, pp. 205-207, passim).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Hechos 13,13-25
a) Desde Chipre, Pablo y sus compañeros llegan a Antioquía, no la de Siria, desde donde habían partido, sino a la de Pisidia, cerca de Galacia, en la actual Turquía.
El discurso de Pablo -que leeremos entre hoy y mañana, viendo sus consecuencias al día siguiente- es el típico que pronunciará cuando sus oyentes son los judíos, o sea, cuando es invitado a predicar en la sinagoga: lo hace a partir de la historia de Israel en el AT. Como lo había hecho en su larga catequesis el diácono Esteban.
Con un recorrido que va desde la salida de Egipto y la conquista de la tierra prometida, hasta Jesús de Nazaret como el Mesías enviado por Dios, pasando por la figura de David y la de Juan, el precursor inmediato, Pablo presenta a Jesús como la respuesta de Dios a las esperanzas y las promesas de toda la historia de Israel. «Según lo prometido, Dios sacó de la descendencia de David un salvador para Israel, Jesús».
Nombrando a David, capta la atención y la simpatía de la sinagoga. Describiendo a Juan como precursor del verdadero Mesías, sale al paso de algunos que, posiblemente, todavía seguían considerándose discípulos del Bautista.
b) Cuando Pablo predicaba, siempre anunciaba a Jesús como la respuesta plena de Dios a las esperanzas humanas. Si sus oyentes eran judíos, como en el caso de hoy, les hablaba partiendo del AT. Si eran paganos, como cuando llegó a Atenas, les citaba sus autores predilectos y sabía apelar a su búsqueda espiritual del sentido de la vida.
¿Sabemos nosotros sintonizar con las esperanzas y los deseos de nuestros contemporáneos, jóvenes o mayores, creyentes o alejados, para poder presentar a Jesús como el que da pleno sentido a nuestra vida y a nuestros mejores deseos? ¿Somos valientes a la hora de presentar a Jesús como la Palabra decisiva, como el Salvador único, como aquél en quien vale la pena creer y a quien vale la pena seguir?
2. Juan 13,16-20
a) A partir de hoy, y hasta el final de la Pascua, leemos los capítulos que Juan dedica a la última Cena de Jesús con sus discípulos.
Esta cena empezó con un gesto simbólico muy elocuente: el lavatorio de los pies, una gran lección de fraternidad y de actitud de servicio para con los demás. Es una página entrañable que leemos el Jueves Santo. Aquí escuchamos la consecuencia que Jesús quiere que saquen sus discípulos.
El siervo tiene que imitar lo que hace su amo. El discípulo, lo que ha aprendido de su maestro. Ellos han visto cómo Jesús se ha ceñido la toalla, ha tomado en sus manos la jofaina y ha ido lavándoles los pies uno a uno. Es lo mismo que tienen que hacer ellos: «dichosos vosotros si lo ponéis en práctica».
También empieza a anunciar cómo uno de ellos, Judas, le va a traicionar. Y repite la idea de que así como el Padre le ha enviado a él, él les envía a ellos a este mundo. El que recibe a los enviados de Cristo, le recibe a él, y por tanto recibe al que le ha enviado, al Padre. La afirmación de la identidad de Jesús se repite también aquí: «para que creáis que yo soy».
b) Es fácil admirar el gesto del lavatorio de los pies hecho por Jesús. Y reflexionar sobre cómo ha entendido él la autoridad: «no he venido a ser servido, sino a servir». Pero lo que nos pide la Palabra de Dios no son afirmaciones lógicas y bonitas, sino el seguimiento de Jesús, la imitación de sus actitudes. En este caso, la imitación, en nuestra vida de cada día, de su actitud de servidor de los demás.
En la Eucaristía, dándosenos como Pan y Vino de vida, Jesús nos hace participar de su entrega de la cruz por la vida de los demás.
Él mismo nos encargó que celebráramos la Eucaristía: «haced esto» en memoria mía. Pero también nos encargó que le imitáramos en el lavatorio de los pies: «haced vosotros» otro tanto, lavaos los pies los unos a los otros. Ya que comemos su «Cuerpo entregado por» y bebemos su «Sangre derramada por», todos somos invitados a ser durante la jornada personas «entregadas por», al servicio de los demás. «Dichosos nosotros si lo ponemos en práctica».
«Conserva en nosotros los dones que tan generosamente hemos recibido» (oración)
«Cantaré eternamente la misericordia del Señor» (salmo)
«Dichosos los que no vieron y creyeron» (aleluya)
«Sabed que estoy con vosotros todos los días» (comunión)
«Que el alimento de salvación que acabamos de recibir fortalezca nuestras vidas» (poscomunión)