Miércoles IV de Pascua – Homilías
/ 18 abril, 2016 / Tiempo de PascuaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Hch 12, 24—13, 5a: Apartadme a Bernabé y a Saulo
Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8: Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben
Jn 12, 44-50: Yo he venido al mundo como luz
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Hechos 12,24-13,5: Apartadme a Bernabé y a Saulo. En Antioquía, en el transcurso de una celebración litúrgica, el Espíritu Santo designa a Saulo y a Bernabé para una gran empresa de evangelización dentro del mundo gentil. De este modo, comienzan por Salamina, la isla de Chipre, el primer viaje misionero del Apóstol de los gentiles. En la celebración eucarística, congregados en torno al altar, experimentamos la actuación del Espíritu Santo, que ha de impulsar y orientar nuestra vida de testimonio cristiano. El Espíritu Santo deja oir su voz en la Iglesia de Cristo. Oigamos a Nicetas de Remecían:
«¿Quién puede, pues, silenciar aquella dignidad del Espíritu Santo? Pues los antiguos profetas clamaban: «Esto dice el Señor» (Ez 22,28). En su venida Cristo aplicó esta expresión a su persona diciendo: «Y yo os digo» (Mt 5,22,43). Y los nuevos profetas ¿ qué clamaban? Como Agabo que profetiza y dice en los Hechos de los Apóstoles: «Esto dice el Espíritu Santo» (21,11). Y el mismo Pablo en la Carta a Timoteo: «El Espíritu Santo dice claramente» (1 Ti 4,1). Y Pablo dice que él ha sido llamado por Dios Padre y por Cristo: «Pablo, dice, apóstol no por los hombres, ni por medio de un hombre, sino por medio de Jesucristo y Dios Padre »(Gál 1,1). Y en los Hechos de los Apóstoles se lee que fue segregado y enviado por el Espíritu Santo. En efecto, así está escrito (13,2)» (El Espíritu Santo, 15).
–En Cristo nos ha bendecido Dios con toda clase de bendiciones espirituales. Por eso, agradecidos, alabamos al Señor con el Salmo 66: «El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros: conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación. Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia, riges los pueblos con rectitud, y gobiernas las naciones de la tierra. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe».
–Juan 12,44-50: Yo he venido al mundo como Luz. Cristo, Palabra del Padre, es la Luz del mundo que condena a los que viven las tinieblas de la incredulidad. Amad a Cristo y desead la Luz que es Cristo. Comenta San Agustín:
«No les dijo: «Vosotros sois la luz, habéis venido al mundo para que quien crea en vosotros no permanezca en las tinieblas». Yo os aseguro que no leeréis esto en ningún lugar. Candelas son todos los Santos. Pero la Luz aquella que les da la luz no puede separarse de sí misma, porque es inconmutable. Creemos, pues, a las candelas encendidas, como son los profetas y los apóstoles, pero de tal modo les damos fe, que no creemos en la misma candela iluminada, sino que por medio de ella creemos en aquella Luz que las ilumina, para que nosotros seamos también iluminados, no por ellas, sino con ellas, por aquella Luz de quien ellas reciben la suya.
«Y al decir que vino «para que todo aquel que crea en Mí no permanezca en tinieblas», claramente manifiesta que a todos encontró envueltos en las tinieblas; pero para que no permanezcan en las tinieblas en que fueron hallados deben creer en la Luz que vino al mundo, porque por Ella fue hecho el mundo» (Tratado 54,4 sobre el Evangelio de San Juan).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Hechos 12,24 a 13,5
a) La comunidad de Antioquía, misionera y abierta, se muestra llena de vida: «la Palabra del Señor cundía y se propagaba». Y no es una comunidad anónima: Lucas nos trae los nombres de varios «profetas y maestros», además de Bernabé y Pablo, que ejercen su ministerio. Por lo que se ve, además, las decisiones de esta comunidad se toman con intervención de todos los miembros de la comunidad.
Dos personas se destacan, por iniciativa del Espíritu Santo: Bernabé y Pablo son enviados por la comunidad a evangelizar, después de haber ayunado, orado sobre ellos y haberles impuesto las manos como signo de la donación del Espíritu Santo, que aparece claramente como protagonista de la vida de la comunidad.
Va a ser su primer viaje misionero (en los años 44-48), que seguiremos paso por paso los próximos días. Ya hoy aparece la primera etapa, en Chipre, con la predicación en las sinagogas de Salamina.
b) Cuando una comunidad cristiana, imitando el ejemplo de la de Antioquía, está unida y se deja animar por el Espíritu de Dios, es más fecunda en su apostolado misionero.
También las nuestras deberían gozar de esta salud que aparece tan notoria en Antioquía: con sentido de comunidad, con muchas personas dedicadas a la evangelización -ministros, religiosos y laicos-, con visión universal de la misión, empezando por casa -en el ambiente en que vivimos, en la familia, en el trabajo, en la escuela- y mirando también a lo que podemos hacer por anunciar al Señor Jesús en medio de toda la sociedad. Y siempre con un claro apoyo en la oración y la ayuda del Espíritu de Dios.
Si celebramos bien la Eucaristía, nos pasará como a los primeros cristianos: notaremos que el Espíritu nos envía desde la oración a la misión evangelizadora en medio del mundo.
2. Juan 12, 44-50
a) En la fiesta de la Dedicación del Templo Jesús ha decidido proclamar en medio de la gente el misterio de su persona. Es el enviado de Dios, viene de parte de Dios. Más aún: «el que me ve a mí, ve al que me ha enviado».
Se trata, una vez más, de la gran disyuntiva: «el que me rechaza y no acepta mis palabras, ya tiene quien le juzgue», porque «lo que yo hablo lo hablo como me ha encargado el Padre». Jesús ha venido a salvar: el que no le acepta, él mismo se excluye de la vida.
Esta vez la revelación de su identidad -para la que en otras ocasiones se sirve de las imágenes del pan o del agua o del pastor o de la puerta- la hace con otra muy expresiva: «yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no quedará en tinieblas».
Es la misma imagen que aparecía en el prólogo del evangelio: «la Palabra era la luz verdadera» (Jn 1,9) y en otras ocasiones solemnes: «yo soy la luz del mundo: el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12; 9, 5). Pero siempre sucede lo mismo: algunos no quieren ver esa luz, porque «los hombres amaron más las tinieblas que la luz» (Jn 3,19).
b) Cristo como luz sigue dividiendo a la humanidad. También ahora hay quien prefiere la oscuridad o la penumbra: y es que la luz siempre compromete, porque pone en evidencia lo que hay, tanto si es bueno como defectuoso.
Nosotros, seguidores de Jesús, ¿aceptamos plenamente en nuestra vida su luz, que nos viene por ejemplo a través de su Palabra que escuchamos tantas veces? ¿somos «hijos de la luz», o también en nuestra vida hay zonas que permanecen en la penumbra, por miedo a que la luz de Cristo nos obligue a reformarlas? Ser hijos de la luz significa caminar en la verdad, sin trampas, sin subterfugios. Significa caminar en el amor, sin odios o rencores («quien ama a su hermano permanece en la luz» (1 Jn 2,10). La «tiniebla» es tanto dejarnos manipular por el error, como encerrarnos en nuestro egoísmo y no amar.
Durante la Cincuentena Pascual, después de haber entonado solemnemente en la Vigilia la aclamación «Luz de Cristo», encendemos en nuestras celebraciones el Cirio Pascual, cerca del libro de la Palabra. Quiere ser un símbolo de que a Cristo Resucitado lo seguimos porque es la auténtica luz del mundo, y que queremos vivir según esa luz, sin tinieblas en nuestra vida.
Y además, siendo luz para los demás, porque ya nos dijo Jesús: «vosotros sois la luz del mundo... brille así vuestra luz delante de los hombres» (Mt 5,14-16).
«Contaré tu fama a mis hermanos» (entrada)
«Tú eres la vida de los fieles, la gloria de los humildes y la felicidad de los santos» (oración)
«Conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación» (salmo)
«Cristo ha resucitado y nos ilumina» (aleluya)
«El que cree en mí no quedará en tinieblas»
«Os he destinado para que vayáis y deis fruto ^ y vuestro fruto dure» (comunión)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 12,24-25; 13,1-5a
Se produce una escasez, y la comunidad de Antioquía, por medio de Bernabé y Saulo, envía ayuda a Jerusalén. Este es el inicio de un constante «intercambio de dones» entre las Iglesias. Santiago ha sido condenado a muerte, Pedro ha sido encarcelado y liberado; muere el perseguidor Herodes Agripa, «roído por los gusanos».
«Entre tanto, la Palabra de Dios crecía y se multiplicaba»: los acontecimientos humanos sirven de fondo al acontecimiento divino de la carrera de la Palabra por el mundo. La comunidad de Antioquía, como ya sabemos, se muestra vivaz y está dotada de profetas y doctores, es decir, de personas que saben señalar la novedad de Dios y saben explicar su Palabra. Pablo y Bernabé, vueltos a Antioquía con Juan Marcos, tienen ante ellos la evangelización de la gran ciudad, de cerca de medio millón de habitantes, pero el Espíritu (ia través de un oráculo de alguno de los profetas?) les destina a la misión del vasto mundo.
¿Será ésta la verdadera voluntad de Dios? La respuesta procede del ayuno y de la oración: sí, es voluntad de Dios. No queda más que imponerles las manos, signo con el que se confía al Espíritu y se comparten las responsabilidades: la misión aparece, ya desde sus comienzos, como obra del Espíritu y del envío y colaboración de la Iglesia. La misión que construye la Iglesia no se realiza, por consiguiente, sin el discernimiento de la Iglesia, que ayuna y ora para que su obra sea lo más conforme posible al obrar del Espíritu.
Evangelio: Juan 12,44-50
La perícopa constituye el epílogo de la vida pública: es el último fragmento del «libro de los signos» de Juan. El propio Jesús dirige una clara y definitiva llamada a todos los discípulos para que orienten su propia vida en lo esencial con una adhesión convencida y vital a su divina Palabra. Estas palabras son válidas y actuales para cualquier tiempo de la Iglesia.
Antes que nada, recuerda Cristo que el objeto de la fe reposa en el Padre, que ha enviado a su propio Hijo al mundo. Entre el Padre y el Hijo hay una vida de comunión y de unidad, por lo que «el que crea» en el Hijo cree en el Padre, y «el que ve» al Hijo ve al Padre. Existe una plena identidad entre el «creer» en Jesús y el «ver» a Jesús, entre el «creer» en el Padre y el «ver» al Padre. Para el evangelista, nos encontramos frente a un ver sobrenatural que experimenta el que acoge la Palabra del Hijo de Dios y la vive. Cristo, es decir, la plena revelación de Dios, es el «rostro» de Dios hecho visible. Quien se adhiere a él reconoce y acepta el amor del Padre.
Desde el Padre y el Hijo, pasa Juan, a continuación, a considerar «el mundo» en el que viven los hombres. Quien tiene fe en Jesús entra en la vida y en la luz. Ahora bien, la necesidad de creer en el Hijo y en su misión está motivada por el hecho de que él es «la luz del mundo» (Jn 8,12; 9,5; 12,35s). Quien acoge la luz de la vida escapa de las tinieblas de la muerte, de la incomprensión y del pecado, y se salva a sí mismo de la situación de ceguera en la que con frecuencia se encuentra el hombre. En efecto, el verdadero discípulo es el que cree, guarda en su corazón y pone en práctica las palabras de Jesús. Por el contrario, el que no cree ni vive las exigencias del Evangelio incurre en el juicio de condena y, el último día, será cribado por la misma Palabra de vida que no ha acogido.
MEDITATIO
En el evangelio de hoy encontramos palabras de confianza y palabras de temor. Palabras de vida y de muerte. Palabras de salvación y de condena. Es cierto que Jesús no ha venido «para juzgar el mundo». Sin embargo, su Palabra y su misión realizan automáticamente un juicio y se convierten en el criterio último de verdad y de praxis.
Mi actitud con Jesús y con su Palabra lleva a cabo hoy el juicio, el presente y el futuro. En la persona de Cristo está la realidad definitiva. Y he de hacer frente, aquí y ahora a esta realidad, porque es lo definitivo lo que sopesa lo que pasa, es lo eterno lo que criba lo transitorio. Es hoy cuando decido mi destino eterno. Es hoy cuando debo compararme con Cristo, es hoy cuando debo configurarme con la Palabra. Es hoy cuando mi vida está suspendida entre la vida y la muerte, entre la luz y las tinieblas, entre el todo y la nada.
Importancia del momento presente. Importancia decisiva del instante que estoy viviendo. Valor eterno de este fugacísimo momento. Valor del hoy para mi destino eterno. Recuperación del sentido de la dramática ambivalencia del momento presente, tan vivo en muchos santos. ¿Hacia dónde estoy orientado hoy, en este momento, en lo hondo de mi corazón?
ORATIO
Concédeme, Padre, que me deje empapar por estas palabras tuyas de salvador y de juez. Haz que, a pesar de la carga de miseria que soy, no pierda la confianza, no me aleje de ti entristecido y desalentado, sino que acuda a ti para dejarme iluminar por tu luz, revigorizar por tu vitalidad, deseoso de recuperar tu vida.
Concede a mi corazón asustado ver bajo la dureza de tus palabras la voluntad de recuperarme y salvarme. Concédeme, pues, oírlas como una ayuda concreta para no perder la vida eterna que has preparado para mí.
Sé que quieres salvarme y que por eso has enviado a tu Hijo, que me ha transmitido tus palabras. Te suplico que ninguna de mis culpas me haga perder la confianza en que tú quieres mi salvación y no mi condena; que quede siempre, por tanto, una rendija de esperanza para mí, porque eres un Dios benévolo incluso cuando te muestras severo. Padre bueno y misericordioso, esculpe en mi corazón las palabras de tu Hijo para que yo pueda gustar hoy, mañana y siempre tu salvación.
CONTEMPLATIO
Las divinas Lecturas, si bien, por un lado, levantan nuestro ánimo para que no nos aplaste la desesperación, por otro nos infunden miedo para que no nos agite el viento de la soberbia. Seguir el camino de en medio, verdadero, recto, que -como decimos también-corre entre la izquierda de la desesperación y la diestra de la presunción, nos resultaría muy difícil si Cristo no nos hubiera dicho: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Como si hubiera dicho: ¿Por dónde quieres ir? Yo soy el camino. ¿Adónde quieres ir? Yo soy la verdad. ¿Dónde quieres permanecer? Yo soy la vida. Caminemos, pues, con seguridad por este camino, pero temamos también las insidias que nos amenazan (Agustín, Sermón 142, 1, passim).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Brille sobre nosotros la luz de tu rostro» (Sal 4,7b).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
El gran misterio de la encarnación es que Dios tomó en Jesús la carne humana, a fin de que toda carne humana pudiera revestirse de la vida divina. Nuestras vidas son frágiles y están destinadas a la muerte; ahora bien, puesto que Dios, a través de Jesús, ha compartido nuestra vida frágil y mortal, ya no tiene la muerte la última palabra. La vida ha salido victoriosa.
Escribe el apóstol Pablo: «Cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que está escrito: La muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?» (1 Cor 15,54). Jesús ha suprimido la Fatalidad de nuestra existencia y le ha dado a nuestra vida un valor eterno (H. J. M. Nouwen, Pane per il viaggio, Brescia 1997, p. 113 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 19991).