Martes IV de Pascua – Homilías
/ 17 abril, 2016 / Triduo PascualLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Hch 11, 19-26: Se pusieron a hablar también a los griegos, anunciándoles al Señor Jesús
Sal 86, 1-3. 4-5. 6-7: Alabad al Señor, todas las naciones
Jn 10, 22-30: Yo y el Padre somos uno
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (19-04-2016)
martes 19 de abril de 2016Milagros, signos prodigiosos, palabras nunca antes escuchadas, y luego casi siempre la misma pregunta: ¿Eres tú el Cristo? Es increíble el escepticismo de los judíos respeto a Jesús, y que sale hoy también en el texto del evangelio (cfr. Jn 10, 22-30).
Esa pregunta —¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente— que los escribas y fariseos repetirán más veces de formas distintas, en definitiva nace de un corazón ciego. Una ceguera de fe, que Jesús mismo explica a sus interlocutores: Vosotros no creéis porque no sois ovejas mías. Formar parte del rebaño de Dios es una gracia, pero necesita un corazón disponible. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. ¿Estas ovejas estudiaron para seguir a Jesús y luego creyeron? No. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos. Es precisamente el Padre quien da las ovejas al pastor. Es elPadre el que atrae los corazones hacia Jesús.
La dureza de corazón de los escribas y fariseos, que ven las obras realizadas por Jesús pero rechazan reconocer en Él al Mesías, es un drama que dura hasta el Calvario. Es más, prosigue incluso después de la Resurrección, cuando a los soldados de guardia en el sepulcro se les sugiere que admitan haberse dormido para acreditar el robo del cuerpo de Cristo por parte de los discípulos. Ni el testimonio de quién ha asistido a la Resurrección remueve a quien se niega a creer. Esto tiene una consecuencia: son huérfanos, porque han renegado de su Padre. Esos doctores de la ley tenía el corazón cerrado, se sentían dueños de sí mismos cuando, en realidad, eran huérfanos, porque no tenían trato con el Padre. Hablaban, sí, de sus Padres —nuestro padre Abraham, los Patriarcas…—, pero como figuras lejanas. En su corazón eran huérfanos, vivían en estado de orfandad, en condiciones de orfandad, y preferían eso a dejarse atraer por el Padre. Y ese es el drama del corazón cerrado de esa gente.
Al contrario, si nos fijamos en la Primera lectura (cfr. Hch 11,19-26), la noticia llegada a Jerusalén de que también muchos paganos se abrían a la fe gracias a la predicación de los discípulos impulsados hasta Fenicia, Chipre y Antioquía —noticia que al principio asustó un poco a los discípulos— muestra lo que significa tener un corazón abierto a Dios. Un corazón como el de Bernabé que, enviado a Antioquía a comprobar esas voces, no se escandaliza de la efectiva conversión también de los paganos, y eso porque Bernabé aceptó la novedad, se dejó atraer por el Padre hacia Jesús.Jesús nos invita a ser sus discípulos, pero para serlo debemos dejarnos atraer por el Padre hacia Él. Y la oración humilde del hijo, que nosotros podemos hacer, es: Padre, atráeme a Jesús; Padre, llévame a conocer a Jesús, y el Padre enviará al Espíritu para abrirnos los corazones y nos llevará a Jesús. Un cristiano que no se deja atraer por el Padre a Jesús es un cristiano que vive en condición orfandad; y nosotros tenemos un Padre, ¡no somos huérfanos!
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Hechos 11,19-26: Se pusieron también a hablar a los griegos, anunciándoles al Señor Jesús. La Iglesia en Antioquía se muestra decididamente inclinada a la evangelización de los paganos y logra la conversión de un gran número de ellos. Bernabé, enviado de la Iglesia en Jerusalén, se alegra y va en busca de San Pablo en Tarso. Llamados a colaborar personalmente en la expansión de la Iglesia, nos reunimos en asamblea eucarística para recibir la fuerza del Espíritu, que nos haga proclamar universalmente, de palabra y de obra, la Buena Noticia del Señor.
Los predicadores de Antioquía son cristianos corrientes, por eso comenta San Juan Crisóstomo:
«Observad cómo es la gracia la que lo hace todo. Considerad también que esta obra se comienza por obreros desconocidos y sólo cuando empieza a brillar, envían los Apóstoles a Bernabé» (Homilía sobre los Hechos 25).
En Antioquía es donde por vez primera los discípulos de Cristo se llamaron cristianos. Así lo expone San Atanasio:
«Aunque los santos Apóstoles han sido nuestros maestros y nos han entregado el Evangelio del Salvador, sin embargo no hemos recibido de ellos nuestro nombre, sino que somos cristianos por Cristo y por Él se nos llama de este modo» (Sermón primero contra los arrianos 2).
–Cantamos la maravillosa propagación de la Buena Nueva de Cristo y de su Iglesia con el Salmo 86, que es un canto a la Jerusalén terrenal, figura de la Iglesia: «Alabad al Señor todas las naciones. El Señor ha cimentado a Sión sobre el monte santo, y prefiere sus puertas a todas las moradas de Jacob. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios! Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles; filisteos, tirios y etíopes han nacido allí. Se dirá de Sión: «Uno por uno todos han nacido en ella; el Altísimo en persona la ha fundado». El Señor escribirá en el registros de los pueblos: «Este ha nacido allí»; y cantarán mientras danzan: «Todas mis fuentes están en ti»».
–Juan 10,22-30: Yo y el Padre somos uno. Con ocasión de una controversia con los incrédulos fariseos, Jesús vuelve a valerse de la imagen del Pastor. El Padre es quien le ha dado los que creen en Él. El los protege, puesto que el Padre y Él no son sino una sola cosa. A todos los pastores que han apacentado el pueblo de Dios el Buen Pastor los aventaja por la entrega voluntaria de su vida en favor de sus ovejas. Así lo dice San Gregorio Magno:
«Por ello dice también el Señor en el texto que comentamos: «Igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre, yo doy mi vida por las ovejas» (Jn 10,15). Como si dijera claramente: «La prueba de que conozco al Padre y el Padre me conoce a Mí está en que entrego mi vida por mis ovejas, es decir, en la caridad con que muero por mis ovejas, pongo de manifiesto mi amor por el Padre»» (Homilías sobre los Evangelios 14, 3).
Jesús, como Pastor y Cordero, es objeto de especial atención en los inspirados versos de San Efrén:
«Oh Hijo de Dios, Tú viniste al mundo
para atraer hacia Ti a la oveja racional.
Naciendo de la Virgen, te hiciste Cordero
y hacia Ti corrió la oveja descarriada,
porque oyó la voz de tu balido.
¡Oh Cordero que trajiste la santidad!
¡Oh Lactante, que eres el antiguo de día!
¡Oh Pastor y Lactante, cuán manso eres!»
(Himno a Santa María 10,16).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Hechos 11,19-26
a) Cuando parecía que los acontecimientos iban a señalar el final de la comunidad de Jesús, por la persecución de Esteban y la dispersión que le siguió (sobre todo de los cristianos más helenistas), resultó que la ocasión era providencial: la Iglesia empezó a sentirse misionera y abierta.
Los discípulos huidos de Jerusalén fueron evangelizando -anunciando que Jesús es el Señor- a regiones como Chipre, Cirene y Antioquía de Siria. Primero a los judíos, y luego también a los paganos. Y «muchos se convirtieron y abrazaron la fe». Sobre todo en Antioquía se creó un clima más abierto para con los procedentes del paganismo y más flexible respecto a las costumbres heredadas de los judíos. Allí fue donde por primera vez los discípulos de Jesús se llamaron «cristianos»: un símbolo de la progresiva independización de la comunidad cristiana respecto a sus raíces judías.
Aparece aquí un personaje muy significativo del nuevo talante de la comunidad: Bernabé. Era de Chipre. Había vendido un campo y puesto el dinero a disposición de los apóstoles (Hch 4, 36). Había ayudado a Pablo en su primera visita de convertido a Jerusalén, para que se sintiera un poco mejor acogido por los hermanos (Hch 9, 26). Era generoso, conciliador.
Al enterarse los responsables de Jerusalén del nuevo estilo de Antioquía, enviaron allá a Bernabé: y éste vio en seguida la mano del Espíritu en lo que sucedía en aquella comunidad, se alegró y les exhortó a seguir por ese camino. Más aún: fue a buscar a Pablo, que se había retirado a Tarso, su patria, y lo trajo a Antioquía como colaborador en la evangelización. Bernabé influyó así decisivamente en el desarrollo de la fe en gran parte de la Iglesia.
El salmo es claramente misionero: «alabad al Señor todas las naciones». Igual que antes muchos se gloriaban de haber nacido en Sión, ahora también los paganos se alegrarán de pertenecer a la comunidad de Jesús.
b) También la comunidad cristiana de ahora debería imitar a la de Antioquía y ser más misionera, más abierta a las varias culturas y estilos, más respetuosa de lo esencial, y no tan preocupada de los detalles más ligados a una determinada cultura o tradición. La apertura que el Vaticano II supuso -por ejemplo, en la celebración litúrgica, con las lenguas vivas y una clara descentralización de normas y aplicaciones concretas- debería seguir produciendo nuevos frutos de inculturación y espíritu misionero.
Nuestra comunidad sigue necesitando personas como Bernabé, que saben ver el bien allí donde está y se alegran por ello, que creen en las posibilidades de las personas y las valoran dándoles confianza, que se fijan, no sólo en los defectos, sino en las fuerzas positivas que existen en el mundo y en la comunidad. Personas conciliadoras, dialogantes, que saben mantener en torno suyo la ilusión por el trabajo de evangelización en medio de un mundo difícil. Esto tendría que notarse hoy mismo, en nuestra vida personal, al tratar a las personas y valorar sus capacidades y virtudes, en vez de constituirnos en jueces rápidos e inclementes de sus defectos. Deberíamos ser, como Bernabé, conciliadores, y no divisores en la comunidad.
2. Juan 10, 22-30
a) En el evangelio, la revelación de Jesús llega a mayor profundidad en la fiesta de la Dedicación del Templo. No sólo es la puerta y el pastor, no sólo está mostrando ser el enviado de Dios por las obras que hace. Su relación con el Padre, con Dios, es de una misteriosa identificación: «yo y el Padre somos uno». Jesús va manifestando progresivamente el misterio de su propia persona: el «yo soy».
Lo que pasa es que algunos de sus oyentes no quieren creer en él. Y precisamente es la fe en Jesús lo que decide si uno va a tener o no la vida eterna. Los verbos se suceden: escuchar, conocer, creer, seguir. Si alguien se pierde, será porque él quiere. Porque Jesús, que se vuelve a presentar como el Buen Pastor, sí que conoce a sus ovejas, y las defiende, y da la vida por ellas, y no quiere que ninguna se pierda (basta recordar la escena de su detención en el huerto de los olivos: «si me buscáis a mí, dejad a estos que se vayan»). Y les dará la vida eterna. La que él mismo recibe del Padre.
b) El pasaje del evangelio nos invita a renovar también nosotros nuestra fe y nuestro seguimiento de Jesús. ¿Podemos decir que le escuchamos, que le conocemos, que le seguimos? ¿que somos buenas ovejas de su rebaño? Tendríamos que hacer nuestra la actitud que expresó tan hermosamente Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? tú tienes palabras de vida eterna».
En la Eucaristía escuchamos siempre su voz. Hacemos caso de su Palabra. Nos alimentamos con su Cuerpo y Sangre. En verdad, éste es un momento privilegiado en que Cristo es Pastor y nosotros comunidad suya. Eso debería prolongarse a lo largo de la jornada: siguiendo sus pasos, viviendo en unión con él, imitando su estilo de vida.
«Aumenta en nosotros la alegría de sabernos salvados» (oración)
«Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen» (evangelio)
«Que estos misterios pascuales sean para nosotros fuente de gozo incesante» (ofrendas)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 11,19-26
Lo que Pedro realizó con Cornelio lo llevan a cabo también los discípulos perseguidos y dispersados y, además, a gran escala. Los helenistas, expulsados de Jerusalén, se transforman en misioneros y predican en Samaría, Fenicia, Chipre y Antioquía, dirigiéndose asimismo a los griegos, es decir, a los paganos. Antioquía, situada en la parte septentrional de Siria, junto al Mediterráneo, aparece como el lugar privilegiado de la misión a los paganos, como polo de difusión del «nuevo camino» entre los griegos. Es también el lugar donde percibe la gente la nueva realidad representada por los cristianos, su diferencia respecto a los judíos, su identidad específica y, por consiguiente, el nuevo nombre.
Pero Jerusalén vigila: las mismas reservas que aparecieron respecto a la actuación de Pedro surgen ahora con respecto a la comunidad de Antioquía. Y se envía una «inspección». Afortunadamente, se escoge al hombre justo, Bernabé, que no por nada recibe el nombre de «hombre que infunde ánimo», el cual, por encontrarse «lleno del Espíritu Santo», estaba en condiciones de discernir la obra del mismo Espíritu y de comprender sus caminos. Y, por consiguiente, de animar a perseverar en el camino emprendido. Se presenta a Bernabé con gran simpatía: no sólo sabe ver la dirección de la historia de la salvación, sino comprender también que hacen falta hombres justos para secundar la acción del Espíritu. Por eso no se queda mano sobre mano, sino que se va a «repescar» a Pablo, olvidado en Tarso, pero ahora maduro para las grandes empresas misioneras, y lo introduce en el clima vivaz y dinámico de Antioquía.
Evangelio: Juan 10,22-30
Es la fiesta de la Dedicación, la que se celebra en Jerusalén durante el período invernal. Jesús pasea por el pórtico de Salomón por el lado oriental, que mira al valle del Cedrón. Se le acercan algunos y le plantean una pregunta sobre su identidad mesiánica (v. 24), una pregunta que tiene la apariencia de un interés sincero, aunque en realidad es insidiosa y provocativa. Jesús responde en dos momentos sucesivos: en primer lugar, sobre el mesiazgo (vv. 25-31) y, a continuación, sobre la divinidad (vv 32-39).
Estamos ante la magna polémica que enfrentaba a Jesús con sus enemigos. Jesús ya había presentado antes de varios modos sus propias credenciales de Hijo de Dios y de enviado del Padre, especialmente a través de sus obras extraordinarias. Hubieran debido captar su mesiazgo y creer en su misión, pero todo intento había resultado inútil (vv. 25s). Si muchos no aceptan su testimonio, la verdadera razón de ello consiste en el hecho de que no pertenecen a su rebaño. En cambio, quien escucha da pruebas de pertenecer al nuevo pueblo de Dios (vv. 27s). Juan pone en boca de Jesús tres afirmaciones que señalan la identidad de las ovejas y sus características con respecto a Jesús: «Escuchan mi voz», «me siguen» y «no perecerán para siempre».
Los creyentes, que caminan en la verdad y en la luz, tendrán que sufrir, pero la vida de comunión con Cristo, vencedor de la muerte, les da la seguridad de la victoria. Su vida es asimismo para siempre comunión con el Padre, cuya mano, más poderosa que todo, los sostiene y los protege con la donación de su Hijo. La seguridad plena y definitiva que Jesús y el Padre garantizan a los creyentes se fundamenta en su profunda unidad y comunión: «El Padre y yo somos uno» (v 30).
MEDITATIO
Nosotros pertenecemos a Jesús porque Jesús pertenece al Padre. Somos una sola cosa con Jesús porque Jesús es una sola cosa con el Padre. Creemos en las obras de Jesús porque Jesús realiza las obras del Padre. Jesús quiere establecer conmigo la misma relación que él tiene con el Padre. Por eso escucho su voz, que es eco de la voluntad del Padre. Por eso le sigo, porque él me conduce al Padre. Por eso me aferro a él, para no perecer nunca, porque sé que me conduce al Padre.
Las afirmaciones de Jesús son imponentes, en especial para un judío: dice que es uno con el Padre, con Dios, con el Altísimo, con el creador del cielo y de la tierra, con el ser que está por encima de todos los otros seres. Estas y otras afirmaciones, particularmente numerosas en el evangelio de Juan, sorprenden, aturden, dejan sin aliento, y así debió de ocurrirles a sus interlocutores.
También hoy le ocurre lo mismo a quien se queda perplejo frente a tamaña pretensión o presunción o luz deslumbrante. Pero Juan no atenúa nada, no hace descuentos; procede sobre la cresta de afirmaciones que dan vértigo, que requieren valor, pero que también permiten «no perecer para siempre». Precisamente porque toman su luminosidad de la luz misma de Dios.
ORATIO
Ilumina, Señor, mi corazón, tardo para comprender; abre mi mente a la comprensión de tu Palabra, tan grande que en ocasiones me desconcierta. También a mí me viene en algunos momentos la tentación de decirte: «Te escucharé en otra ocasión». En medio de la complejidad de nuestra sociedad, en medio de la presentación de tantas opiniones, incluso religiosas, frente al pulular de tantas divinidades, viejas o nuevas, desde la incertidumbre que en ocasiones hace presa en mí, puedo comprender el desconcierto e incluso el escepticismo de muchos de mis hermanos. Estos son «ovejas errantes sin pastor», porque es posible que tu voz haya resonado alguna vez en sus oídos, pero ha sido arrollada por demasiadas voces, por demasiadas opiniones, por demasiados maestros de vida o de muerte.
Te suplico, Señor, por mí, que me acerco a tu Palabra: confírmala en mi corazón con la evidencia que sólo tu Espíritu puede darle. Te suplico también, Señor, por mis hermanos, inseguros, perdidos, confusos: háblales al corazón, hazte oír no como un maestro entre tantos, sino como el Maestro, porque tú eres «uno con el Padre».
CONTEMPLATIO
He aquí, hermanos, un gran misterio que hace pensar. El sonido de nuestras palabras impacta en nuestros oídos, pero el verdadero Maestro está dentro de vosotros. Que nadie piense que puede aprender algo de un hombre. La enseñanza exterior es sólo una ayuda, un reclamo. El que enseña a los corazones tiene su cátedra en el cielo. Que sea, pues, él quien hable dentro de vosotros, allí donde ningún hombre puede penetrar, puesto que, aunque alguien pueda estar a tu lado, nadie puede estar en tu corazón.
Y que no haya nadie en tu corazón: que en él esté Cristo, su unción, a fin de que tu corazón no permanezca sediento en el desierto, sin una fuente donde calmar su sed. En consecuencia, es interior el Maestro que enseña. Es Cristo quien enseña con sus inspiraciones. Cuando nos faltan sus inspiraciones y su unción, en vano alborotan las palabras de fuera (Agustín, Comentario a la Primera carta de Juan, 111,13).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Esculpe, Señor, la Palabra en mi corazón».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Leer significa a menudo recoger información, adquirir nuevas perspectivas y nuevos conocimientos y dominar un nuevo campo del saber. Puede conducirnos a una licenciatura, a un título, a un certificado. La lectura espiritual, sin embargo, es diferente. No significa simplemente leer cosas espirituales; significa también leer las cosas espirituales de modo espiritual. Esto requiere disponibilidad no sólo para leer, sino también para ser leídos; no sólo para dominar las palabras, sino para ser dominados.
Mientras leamos la Biblia o un libro espiritual simplemente para adquirir conocimiento, nuestra lectura no nos ayudará en nuestra vida espiritual. Podemos llegar a ser grandes expertos en cuestiones espirituales, sin llegar a ser de verdad personas espirituales. Al leer las cosas espirituales de modo espiritual, abrimos el corazón a la voz de Dios. Debemos estar dispuestos a dejar aparte el libro que estamos leyendo y escuchar simplemente lo que Dios nos dice a través de sus palabras (H. J. M. Nouwen, Pane per il viaggio, Brescia 1997, p. 118 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]).