Lunes IV de Pascua – Homilías
/ 17 abril, 2016 / Tiempo de PascuaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Hch 11, 1-18: También a los gentiles les ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida
Sal 41, 2-3; 42, 3. 4: Mi alma tiene sed de ti, Dios vivo
Jn 10, 1-10: Yo soy la puerta de las ovejas
Jn 10, 11-18: El buen pastor dio su vida por las ovejas
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Hechos 11,1-18: También a los gentiles les ha concedido Dios la salvación que lleva a la vida. Después de la milagrosa efusión del Espíritu Santo sobre los convertidos no judíos de Cesarea, Pedro los bautizó. Seguidamente sube a Jerusalén, donde cuenta su modo de proceder y convence a todos, que glorifican a Dios por la llegada de los paganos a la Iglesia. La acción del Espíritu Santo es expuesta por los Santos Padres de modo diverso. Oigamos a San Cirilo de Jerusalén:
«Su actuación en el alma es suave y apacible, su experiencia es agradable y placentera y su yugo es levísimo. Su venida va precedida de los rayos brillantes de su luz y de su ciencia. Viene con la bondad de genuino protector; pues viene a salvar, a curar, a enseñar, a aconsejar, a fortalecer, a consolar, a iluminar, en primer lugar la mente del que lo recibe y después, por las obras de éste, la mente de los demás. Y del mismo modo que el que se hallaba en tinieblas, al sentir el sol, recibe su luz en los ojos del cuerpo y contempla con toda claridad lo que antes no veía, así también al que es hallado digno del don del Espíritu Santo se le ilumina el alma y, levantado por encima de su razón natural, ve lo que antes ignoraba» (Catequesis 16, sobre el Espíritu Santo).
Algo semejante sucedió a aquellos no judíos de Cesarea y que fue tan eficiente para la expansión de la Iglesia y mentalización de los primeros cristianos judíos.
–Convertirse a Dios es abrirse a la vida. Con el Salmo 41 cantamos y subrayamos nuestro carácter de peregrinos gozosos por caminar hacia el que es Luz, Verdad y Vida: «Como busca la sierva corriente de agua, así mi alma te busca a Ti, Dios mío. Mi alma tiene sed del Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada. Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría; que te dé gracias al son de la cítara, Dios, Dios mío».
–Juan 10,1-10.11-18: Yo soy la puerta de las ovejas. El Buen Pastor da la vida por sus ovejas. Ante los malos pastores Jesús se presenta a sí mismo como el Pastor legítimo, que conoce a cada una de sus ovejas y camina delante de ellas. Seguidamente aparece una segunda imagen: Jesús es la puerta del aprisco, la única vía de acceso al Padre. Él es el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas; más aún, tiene el poder para entregar su vida y recuperarla. Hay en este evangelio una alusión a la pasión y resurrección. Pero también nos enseña la intimidad entre el Padre y el Hijo y entre el Hijo y sus seguidores, así como el de la unidad de su rebaño. San Agustín comenta:
«Aunque camine en medio de la sombra de la muerte; aun cuando camine en medio de esta vida, la cual es sombra de muerte no temeré los males, porque Tú, oh Señor, habitas en mi corazón por la fe, y ahora estás conmigo a fin de que, después de morir, también yo esté contigo. Tu vara y tu cayado me consolaron; tu doctrina, como vara que guía el rebaño de ovejas y como cayado que conduce a los hijos mayores que pasan de la vida animal a la espiritual, más bien me consoló que me afligió, porque te acordaste de mí» (Comentario al Salmo 22,4).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Hechos 11,1-18
a) Lucas da mucha importancia al episodio de Cornelio en su libro de los Hechos: le dedica los capítulos 10 y 11 enteros. Hoy leemos el 11, en que Pedro, al dar cuentas a la comunidad de Jerusalén, repite todo el episodio.
Se trataba de un asunto de capital importancia para aquella comunidad: admitir o no a los paganos a la fe, y con qué condiciones (por ejemplo, ¿siguen vigentes las prescripciones judías respecto a la comida?). La conversión de Cornelio y su familia a la fe cristiana es el prototipo para otros casos, como lo había sido en un tono menor el episodio del Eunuco con el diácono Felipe.
Es claro el proceso de cambio que se da en Pedro: por su formación judía, no podía admitir tan fácilmente la apertura universal de la Iglesia, simbolizada en la visión del lienzo y los alimentos que no se podían comer: «ni pensarlo, Señor: jamás ha entrado en mi boca nada profano o impuro». Recordamos la negativa de Pedro a que Jesús le lavara los pies: «no me lavarás los pies jamás». Ahora llega el cambio. El argumento que a él le convence -y luego también a la comunidad- es que Dios ha tomado la iniciativa: «lo que Dios ha declarado puro, no lo llames tú profano» (referente a las comidas); «si Dios les ha dado a ellos el mismo don que a nosotros, ¿quién era yo para oponerme a Dios?» (esta vez referido a la admisión de los paganos). El Espíritu va guiando a Pedro hacia la universalidad de la fe cristiana: ya que los apóstoles no se decidían, fue el mismo Espíritu el que bautizó a la familia de Cornelio, con el «nuevo Pentecostés», que ahora sucede en casa de un pagano.
Otro dato admirable: Pedro, máxima autoridad, acepta la interpelación crítica de algunos de la comunidad, que le tachan de precipitado en su decisión. Da las explicaciones oportunas. Y la comunidad las acepta, reconociendo que «también a los gentiles les ha otorgado la conversión que lleva a la vida». El diálogo sincero resuelve un momento de tensión que podría haber sido más grave.
b) La lección de apertura de la comunidad apostólica, superando las dificultades que surgían por su formación anterior, es siempre actual para la Iglesia. Entonces se trataba de no establecer diferencias entre judíos y paganos, a la hora de recibir la salvación de Cristo. Ahora pueden ser otros los ambientes más actuales de cerrazón y discriminación por nuestra parte.
¿Somos dóciles a los signos con los que el Espíritu nos quiere conducir también a nosotros a fronteras siempre más de acuerdo con el plan misionero y universal de Dios? Ciertamente estos últimos años se están dando evoluciones positivas de apertura más sincera a los laicos, al puesto de la mujer en la Iglesia, a las culturas y lenguas de los varios países (¿cuántos siglos hemos impuesto la aduana del latín apueblos que no lo entendían?), ala inculturación teológica y litúrgica, etc. Pero ¿es suficiente esta voluntad de cambio y de liberación? ¿o todavía somos víctimas de las ataduras que podamos tener, por formación o pereza mental? ¿o seguimos teniendo discriminaciones contrarias al amor universal de Dios y a la voluntad ecuménica de su Espíritu?
Esto puede pasar en el nivel eclesial, y también en el más cercano y doméstico, en nuestras relaciones con las demás personas. ¿Cómo resolvemos las tensiones inevitables que se crean en una comunidad, ante situaciones nuevas y pareceres diferentes? ¿sabemos dialogar? ¿estamos dispuestos a ver con honradez la parte de razón de los demás? ¿nos buscamos a nosotros mismos o la voluntad de Dios y el bien de la comunidad?
2 A. Juan 10,1-10 (ciclos B y C)
a) El capítulo 10 de san Juan, el dedicado al Buen Pastor, que leemos hoy y mañana, tiene diversas perspectivas: el pasaje de hoy no habla tanto del pastor, sino de la puerta.
Un redil es un recinto vallado que recoge y protege a las ovejas, y tiene una puerta, que se supone que está custodiada. Ahora bien, el pastor legítimo es el que «entra por la puerta», mientras que el ladrón no será admitido por el guarda y tendrá que saltar la valla a escondidas para entrar a donde están las ovejas.
Los oyentes de Jesús no entienden la comparación: por eso él mismo se la explica. «Yo soy la puerta». Jesús, a lo largo del evangelio, trata de que entiendan el misterio de su persona con múltiples comparaciones tomadas de la vida: él es el agua, el pan, el camino, el pastor, la luz, la piedra angular... Aquí dice que es la puerta. A través de él «entramos y salimos» legítimamente, sobre todo los pastores. Sólo por él tienen acceso las ovejas a la seguridad del redil. Sólo por él pueden salir a los pastos buenos. Jesús es el único Mediador, por el que la gracia y la palabra de Dios alcanzan a todos, y por el que nuestra respuesta de fe llega al Padre. «Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6). No hay salvación ni perdón ni luz fuera de él. Sólo el que pasa por él, el que cree en él, entra en la vida.
Esto vale para los pastores y para los fieles. Los fariseos -a ellos va dirigido el discurso- son acusados por Jesús de no haber entrado por la puerta, de no ser pastores verdaderos, sino como los que criticaba el profeta Ezequiel (Ez 34). De los pastores se describen ya en este pasaje las cualidades que deben tener para poder decir que son buenos: entran por la puerta, conocen a sus ovejas, van delante de ellas... Son cualidades que en seguida afirmará que él cumple en plenitud, porque es el Buen Pastor.
b) La metáfora de Cristo como puerta nos sitúa ante el siempre actual dilema de aceptar o no a Cristo como el camino y el único Mediador que da sentido a nuestra vida. Cuando buscamos seguridad y felicidad, o tratamos de legitimar nuestras actuaciones: ¿es él en quien pensamos y creemos? Él ya dijo que la puerta que conduce a la vida es estrecha: ¿tratamos nosotros de buscar otras puertas más cómodas, otros caminos más llanos y agradables, o aceptamos plenamente a Jesús como la única puerta a la vida? Si tenemos algún encargo «pastoral», ¿nos sentimos unidos a él, entramos por la puerta que es él, o somos como ladrones que saquean, más que ayudan, a las ovejas?
2 B. Jn 10,11-18
a) En el ciclo A, por haberse leído el pasaje anterior en domingo, se lee hoy el siguiente (los vv. 11-18), que enfoca en directo la metáfora del Buen Pastor.
El nombre de pastores muy expresivo. En el A T se aplica a Dios con relación a su pueblo, y también a los reyes como David, o a los sacerdotes, y ahora en el evangelio a Cristo Jesús, y más tarde al ministerio de Pedro («apacienta mis ovejas»). A veces se trata de pastores malos (Ez 34). Otras, del auténtico pastor: Yahvé en el AT, Jesús en el NT.
Jesús enumera las cualidades del buen pastor: se preocupa por sus ovejas, las defiende, las conoce y es conocido por ellas, da la vida por ellas, quiere que también otras ovejas vengan y formen un solo redil. Mientras que el pastor mercenario se busca a sí mismo y no se preocupa de las ovejas. Nadie como Jesús puede decir: «yo soy el Buen Pastor». Él puede hablar de estas cualidades porque las cumple perfectamente en su vida. Un pastor, normalmente, no tiene por qué dar la vida por sus ovejas, ni conocer a todas, ni querer reunir a otras: pero Jesús lleva su condición de Pastor de la humanidad, que le ha encomendado Dios, hasta las últimas consecuencias. Él conoce a sus ovejas de igual manera que el Padre le conoce a él y él conoce al Padre. El mejor modelo de unión.
b) Jesús, Buen Pastor, es el espejo en que tendríamos que mirarnos todos los que de alguna manera somos «pastores», o sea, tenemos encargos de autoridad o de ministerio con relación a otros: en la Iglesia, en la parroquia, en la comunidad religiosa, en la familia, en cualquier agrupación cristiana o humana.
Es bueno que hoy hagamos examen de conciencia, pensando ante todo si en verdad somos nosotros mismos ovejas de Cristo: si le conocemos, obedecemos su voz y le seguimos. Pero también, en cuanto estamos revestidos de mayor o menor autoridad para con los demás, mirando a las cualidades que Jesús describe y cumple: ¿somos buenos pastores? ¿nos preocupamos de los demás? ¿buscamos su interés, o el nuestro? ¿nos sacrificamos por aquellos de los que somos encargados, hasta dar la vida por ellos? ¿les dedicamos
gratuitamente nuestro tiempo? En medio de un mundo en que las personas viven aisladas, encerradas en sí mismas, ¿nos conocemos mutuamente? ¿conocemos a las personas que encontramos, que viven con nosotros, en la familia o en el grupo? ¿o vivimos en la incomunicación y el aislamiento, ignorando o permaneciendo indiferentes ante la persona de los demás?
Cristo es nuestro Pastor. En la Eucaristía nos da su Palabra -se nos da él mismo como la Palabra que ilumina y alimenta- y sobre todo nos da su Cuerpo y su Sangre para que tengamos fuerzas a lo largo de la jornada. Mostrémosle nuestro agradecimiento. Pidámosle que nos ayude a ser buenos seguidores suyos, imitando también su entrega al servicio de los demás.
«Concede a tus fieles la verdadera alegría» (oración)
«Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo» (salmo)
«Envía tu luz y tu verdad, que ellas me guíen» (salmo)
«Yo soy la puerta: quien entra por mí, se salvará» (evangelio)
¡«Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 11,1-18
El pasaje presenta las dificultades que encontraban los ambientes judeocristianos respecto a la apertura a los paganos. Incluso Pedro, el guía autorizado, se ve obligado a dar cuentas, de manera detallada y paciente, para explicar cómo llegó a dar un paso tan atrevido. El descontento nace por un motivo de tipo ritualista y alimenticio: nos vienen a la mente los reproches que dirigían los fariseos a Jesús porque se sentaba a la mesa con publicanos y pecadores (Lc 5,30). Aunque también puede ser un pretexto destinado a esconder el verdadero reproche: ¿cómo ha podido atreverse Pedro a bautizar sin hacer aceptar primero toda la iniciación judía?
Éste es el verdadero objeto del contencioso: ¿se puede ser cristiano sin pasar por el judaísmo? Pedro comprende que los argumentos no habrían bastado para convencer, y por eso pasa a la narración de los hechos. De éstos se desprende que ha sido claramente Dios quien, a través de una cadena de acontecimientos, le ha «obligado» a tomar esta decisión.
El clima general del ambiente de la Iglesia de Jerusalén es de gran franqueza, pero también y sobre todo de verdadera fraternidad y apertura a la acción del Espíritu. Los obstáculos todavía no han caído del todo, ya que sus convicciones están arraigadas y sus costumbres son inveteradas. Pero la conclusión muestra una satisfacción admirada: «¡Así que también a los paganos les ha concedido Dios la conversión que lleva a la vida!». La sucesión de los acontecimientos, guiados como es evidente por la mano de Dios, ha abierto ahora el camino de la predicación a los paganos. La autoridad de Pedro es la garantía más segura.
Evangelio (Año A): Juan 10,11-18
En el «Discurso del buen pastor» prosigue y profundiza Jesús en la autorrevelación mesiánica: mientras, en la primera parte (w. 1-10), se define como el pastor contrapuesto a los «ladrones y salteadores», en el fragmento de la liturgia de hoy se pone la atención en el adjetivo «buen» (lit., «bello»), que califica a Jesús como el pastor ideal, modelo de los pastores, es decir, de los guías espirituales y políticos del rebaño de Israel (cf. Sal 23 y 79). En este caso, la figura que se le contrapone es la del «asalariado» (v. 12).
El diferente modo de proceder de cada uno permite distinguir entre el verdadero pastor y el asalariado. El primero no huye cuando llega el peligro, no abandona el rebaño, mientras que el segundo -que actúa por su interés personal- sólo tiene en cuenta salvar su propia vida y sus intereses. Sin embargo, hemos de subrayar también otro aspecto: el buen pastor que es Jesús llega incluso a ofrecer su vida no sólo a través del trabajo diario, sino a través de la muerte aceptada por sus ovejas, en su lugar, demostrando así ponerlas por delante de sí mismo de manera absoluta. Eso no lo hace ningún pastor de ganado. Esta semejanza ilumina sobre todo el amor de Dios, cuya realidad, no obstante, sigue siendo inexpresable.
El amor del buen pastor que aparece en los vv 14s está expresado sobre todo en términos de «conocimiento», o sea, de comunión profunda entre Jesús y sus ovejas. Este es el reverbero transparente de la relación que existe entre el Padre y Jesús, una relación de entrega absoluta y desinteresada que se difunde y rebosa sobre los otros: «Lo mismo que mi Padre me conoce a mí y yo le conozco a él; y yo doy mi vida por las ovejas». Jesús no habla aquí de «sus» ovejas, sino de «las» (todas) ovejas, aludiendo así a su misión respecto a toda la humanidad, que ha venido a reunir para volver a llevarla al Padre, como esposa toda bella, sin arruga ni mancha.
Evangelio (Años B y C): Juan 10,1-10
El capítulo 10 del evangelio de Juan, un capítulo dominado por la figura del buen pastor, deber ser leído en el contexto que le corresponde para comprenderlo más a fondo. En efecto, en el capítulo 9, se había revelado Jesús como «luz del mundo» a través de la curación del ciego de nacimiento, y, al realizar ese milagro, puso asimismo de relieve la ceguera espiritual de los jefes de los judíos (9,40s). Ahora bien, el Henoc etíope -un texto apócrifo contemporáneo- describe toda la historia de Israel hasta la venida del Mesías como una alternación de momentos de ceguera y de posesión de la vista por parte de las ovejas, en virtud de los sucesivos representantes de Dios, los pastores de su pueblo. Eso significa que Jesús, después de haber mostrado que tiene el poder de devolver la vista, puede afirmar que es el único pastor que lleva las ovejas a la salvación, el Mesías esperado.
Todo el pasaje está compuesto con materiales tradicionales y heterogéneos. En su origen debieron figurar fragmentos inconexos y unidos sólo con sistemas mnemónicos: eso explica la fluidez de las imágenes y la dificultad para coordinar los discursos en una secuencia lógica. En este primera perícopa se identifica Jesús, de manera implícita, con el pastor de las ovejas que entra en el recinto (en griego, aulé) pasando por la puerta. Dado que el término aulé significa también el patio del templo donde se reúne el pueblo de Dios, Jesús asume legítimamente la guía del mismo con una autoridad que le viene de Dios, a diferencia de los «ladrones y salteadores». Como los pastores de Palestina, que lanzaban una llamada característica para hacerse reconocer por su propio rebaño, también Jesús conoce a sus ovejas, y estas reconocen su voz. El buen pastor las saca fuera -el Mesías guía al pueblo en un éxodo salvífico- «y las ovejas le siguen» con una intuición segura (vv. 4s).
Dado que los oyentes no le comprenden, recurre Jesús a una nueva imagen (vv. 6-10): él es «la puerta de las ovejas», del mismo modo que es el camino, esto es, «el único mediador entre Dios y los hombres» (1 Tim 2,5). Quien pasa a través de su mediación encontrará la salvación, la seguridad y el «sustento», o sea, la plenitud de la vida. La misión del pastor es precisamente ponerse al servicio de las ovejas, en contraposición a cuantos se arrogan una autoridad sobre el pueblo que Dios no les ha conferido (vv. 9s) y, por eso, se convierten en una explotación egoísta, en atropello, en violencia.
MEDITATIO
Jesús se presenta como el buen pastor, pero hoy son pocos los que desean asumir el papel de «oveja», y menos aún el de oveja dócil. Menos todavía pertenecer a un rebaño. Existe en nuestros días una alergia innata a formar parte de un rebaño conducido por otros. ¿Se deberá al sentido de la dignidad personal? ¿Será la conciencia de los derechos de la persona? ¿Será la cultura democrática la que nos impide aceptar de buen grado esta imagen -pastoral, es cierto, aunque también paternalista-? Una imagen contaminada además por recuerdos o por relatos de abusos por parte de pastores que han «esquilado» al rebaño, en vez de apacentarlo con benevolencia y discreción, por el recuerdo de no lejanos guías políticos que engañaron a las masas con discursos fascinantes y trágicos.
Jesús, sin embargo, se presenta como el pastor de los pastos eternos que conoce senderos que ningún otro conoce, que muestra de un modo bastante eficaz
que es un pastor diferente, que no se limita a decir, sino que «llega a entregar su vida» para avalar su petición de convertirse en guía verdadero y bueno hacia las metas definitivas. No hay por su parte ninguna pretensión de dominio, ninguna petición de sometimiento, ninguna condición de renuncia a nuestra propia dignidad. Sólo pide que nos fiemos de él, que nos confiemos a él, para llegar a la meta. Está tan desprendido de todo poder, tan entregado a su acción de guía manso y seguro, que da su propia vida por las ovejas. Por mí, de un modo particular y eficaz desde ahora, en la medida en que deseo ser guiado por él hacia la vida eterna.
ORATIO
También yo me encuentro, Señor, no pocas veces, entre los que no desean ser guiados demasiado por ti. Sin embargo, es entonces cuando me dejo guiar por este mundo. Queriendo huir de tu rebaño, me agrego al rebaño que camina sin meta y sin esperanza. O bien, sin preocuparme por lo que pasará mañana, prefiriendo vivir mi jornada con mis opiniones, que son después las de la mayoría que vagan por senderos que no llevan a ninguna parte. Veo que estoy terriblemente condicionado por el pensamiento de mi ambiente, que me resulta difícil salir del rebaño de quien vive su propia vida tranquilamente.
Te pido, Señor, que me ilumines para que pueda comprender que tú eres la luz, el guía, el camino. E ilumíname también para que comprenda que entrar en tu rebaño no supone conducir mi cerebro al montón, sino ponerlo en los senderos de la vida, unos senderos que sólo tú conoces, porque has bajado del cielo para indicarnos el camino que lleva al cielo. Especialmente en los días serenos, cuando las luces de este mundo brillan y nos atraen, ilumina mi corazón para que no me pierda,sino que te sienta como pastor dulce y guía digno de confianza.
CONTEMPLATIO
El buen pastor se hace hierba del pasto para quien se convierte en oveja suya. Por eso, lo primero que te enseña la Iglesia es que debes hacerte oveja del buen pastor y dejarte guiar por la catequesis hacia los pastos y las fuentes de la enseñanza, para ser sepultado con él mediante el bautismo en su muerte, y sin tener miedo de una muerte semejante. Y es que no se trata de muerte, sino de «sombra de la muerte», de una imagen [...].
Después, te apoya con el cayado del Espíritu Santo porque el Espíritu Santo es el consolador. Prepara con todo lujo para ti la mesa de la Palabra de Dios, frente a la mesa de tus adversarios, los demonios. Te perfuma la cabeza con el aceite del Espíritu. Te limpia el cáliz del vino que alegra el corazón y suscita en tu espíritu esa sobria embriaguez que te disuade de las cosas pasajeras, sumergiéndote en las eternas. Quien ha gustado esta ebriedad pasa de esta vida fugaz a la eterna y habita en la casa del Señor a lo largo de los días (Gregorio de Nisa).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«El Señor es mi pastor, nada me falta» (Sal 23,1).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Los guías religiosos -sacerdotes, ministros, rabinos o imanes-pueden ser admirados y reverenciados, aunque también odiados y despreciados. Esperamos que nuestros guías religiosos nos lleven más cerca de Dios con sus oraciones, su enseñanza, su guía. Por eso, vigilamos su comportamiento con atención y escuchamos de manera crítica sus palabras. Pero precisamente porque esperamos de ellos, a menudo sin darnos cuenta, algo más grande que un comportamiento humano, nos sentimos fácilmente decepcionados o incluso nos sentimos traicionados cuando se muestran tan humanos como nosotros. Nuestra admiración absoluta se transforma rápidamente en un odio ilimitado.
Intentemos amar a nuestros guías religiosos, perdonar sus culpas y verlos como hermanos y hermanas. De este modo dejaremos que ellos, a través de su humanidad rota, nos lleven más cerca del corazón de Dios (H. J. M. Nouwen, Pane per il viaggio, Brescia 1997, p. 113 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]).