Viernes IV Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 30 enero, 2018 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Si 47, 2 NV [gr 47, 2-11]: De todo corazón amó David a su Creador, entonando salmos cada día
Sal 17, 31. 47 y 50. 51: Sea ensalzado mi Dios y Salvador
Mc 6, 14-29: Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (05-02-2016): La manera en que Dios vence
viernes 5 de febrero de 2016El más grande de los hombres, el justo y santo, el que había preparado a la gente para la llegada del Mesías, acaba decapitado en la oscuridad de un celda, solo, condenado por el odio vengativo de una reina y por la cobardía de un rey sometido (Mc 6,14-29).
Sin embargo, así vence Dios. Juan Bautista, el hombre más grande nacido de mujer: así dice la fórmula de canonización de Juan. Pero esa fórmula no la dijo un Papa, la dijo Jesús. Ese hombre era el hombre más grande nacido de mujer. El Santo más grande: así lo canonizó Jesús. Y acaba en la cárcel, decapitado. Hasta la última frase parece incluso de resignación: Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron. Así acaba el hombre más grande nacido de mujer. Un gran profeta. El último de los profetas. El único al que se le concedió ver la esperanza de Israel.
Intentemos entrar en la celda de Juan, escrutar en el alma de la voz que gritó en el desierto y bautizó a muchedumbres en nombre de Aquel que debía venir, pero que ahora está encadenado no solo a los hierros de su prisión sino probablemente también a los cepos de alguna incertidumbre que le atormenta. Porque también sufrió en la cárcel —digamos la palabra— la tortura interior de la duda: ‘¿Me habré equivocado? Este Mesías no es como yo imaginaba que tendría que ser el Mesías’. Y envió a sus discípulos a preguntar a Jesús: ‘Dinos la verdad, ¿eres tú el que ha de venir?’, porque esa duda le hacía sufrir mucho. ‘¿Me habré equivocado al anunciar a uno que no es? ¿He engañado al pueblo?’. El sufrimiento, la soledad interior de este hombre... "Pues yo tengo que disminuir, pero disminuir así: en el alma, en el cuerpo... todo".
¡Disminuir, disminuir, disminuir! Así fue la vida de Juan. Un grande que no buscó su propia gloria, sino la de Dios, y que acabó de una manera tan prosaica, en el anonimato. Pero esa actitud suya preparó el camino a Jesús, que de modo similar murió en angustia, solo, sin sus discípulos. Nos vendrá bien leer hoy este pasaje del Evangelio, el Evangelio de Marcos, capítulo VI. Leer ese texto, ver cómo Dios vence: el estilo de Dios no es el estilo del hombre.
Pidamos al Señor la gracia de la humildad que tenía Juan y no apropiarnos de los méritos y glorias de los demás. Y sobre todo, la gracia de que en nuestras vidas haya siempre sitio para que Jesús crezca y nosotros disminuyamos, hasta el final.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Eclesiástico 47,2-13. De todo corazón amó David a su Creador, entonando salmos cada día. Esta Escritura hace el elogio de David, y celebra sus grandes hazañas. En la tradición cristiana los Salmos se llaman «Salmos de David». Aunque no los compuso todos, es cierto que compuso algunos, y que los usaba para cantar al Señor. El mejor recuerdo que nos ha quedado de David son los Salmos. En ellos está la gloria de David, más que sus victorias guerreras. Escribe San Ambrosio:
«¿Qué cosa más hermosa que los salmos? Como dice bellamente el salmista: «Alabad al Señor, que la música [los salmos] es buena: nuestro Dios merece una alabanza armoniosa». Y con razón: Los salmos, en efecto, son la bendición del pueblo, la alabanza de Dios, el elogio de los fieles, la aclamación de todos, el lenguaje universal, la voz de la Iglesia, la profesión armoniosa de nuestra fe, la expresión de nuestra entrega total, el gozo de nuestra libertad, el clamor de nuestra alegría desbordante.
«Los salmos calman nuestras iras, rechazan nuestras preocupaciones, nos consuelan en nuestras tristezas. De noche son un arma, de día una enseñanza; en el peligro son nuestra defensa, en las festividades nuestra alegría. Ellos expresan la tranquilidad de nuestro espíritu, son prenda de paz y concordia, son como la cítara que aúna en un sólo canto las voces más diversas y dispares. Con los salmos celebramos el nacimiento del día y con los salmos celebramos su ocaso. En los salmos rivalizan la belleza y la doctrina; son a la vez un canto que deleita y un texto que instruye» (Comentario al Salmo 1,9-12).
El Salmo 17 es como un canto del rey David por su liberación y su victoria sobre los enemigos. David, como en su tiempo Abrahán, ha recibido una promesa de Dios y vive de la fe en esa promesa. En su propia vida puede ir descubriendo el cumplimiento sucesivo de dicha promesa por caminos extraños y maravillosos. Su vida, iluminada por la promesa, se hace así una «teofanía», es decir, una manifestación continua de Dios. Su camino es el camino de Dios.
Pero la promesa desborda la persona histórica de David, avanza en la historia por la dinastía davídica, hasta que se cumple de modo desbordante en el descendiente de David, nuestro Señor Jesucristo: «Sea ensalzado mi Dios y Salvador. Perfecto es el camino de Dios, acendrada es la promesa del Señor, Él es escudo para los que a Él se acogen. Viva el Señor, bendita sea mi Roca... Te daré gracias entre las naciones, Señor, y tañeré en honor de tu nombre. Tú diste gran victoria a tu rey, tuviste misericordia de tu Ungido, de David, y su linaje por siempre».
El Mesías, Cristo, que nace del linaje de David, reza con frecuencia los Salmos, y da a su canto acentos nuevos y bellísimos.
–Marcos 6,14-29: Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado. Eso es lo que llega a pensar el brutal rey Herodes. Comenta San Agustín:
«La lectura del Santo Evangelio presentó ante nuestros ojos un cruel espectáculo: la cabeza de Juan en una bandeja. Él, testimonio de la crueldad de una bestia, fue decapitado por el odio a la verdad. Danza una joven, su madre siente rebosar crueldad, y entre los placeres y lascivias de los comensales el rey jura tremendamente e impíamente cumple lo jurado.«
Así vino a realizarse en Juan lo que él mismo había predicho: «conviene que Él crezca y que yo mengüe» (Jn 3,30). Juan menguó al ser decapitado y Cristo creció levantado en la Cruz. La verdad suscitó el odio. No podían soportarse con ánimo sereno los reproches de aquel santo hombre de Dios, que ciertamente buscaba la salvación de aquellos a quienes los dirigía. Ellos le devolvieron mal por bien. ¿De qué podría hablar él sino de lo que estaba lleno? ¿Y qué podían responderle ellos sino de lo que estaban llenos?» (Sermón 307,1).
«La boca mentirosa da muerte al alma» (Sab 1,11). El Bautista tenía que hablar rectamente y dar «testimonio de la verdad» (Jn 5,33), como Jesús (Jn 18,37), aunque tuviera que sufrir, aunque hubiera de morir. Nada tiene que ver con esto, ni siquiera lo entiende, un espíritu frívolo y una vida mundana.
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Eclesiástico 47,2-13
a) Hoy, antes de seguir con la historia de Salomón, hacemos una breve incursión en el libro del Eclesiástico (Ben Sira), para escuchar un canto de alabanza a la figura de David, cuya historia hemos ido leyendo durante dos semanas. El canto de Ben Sira resume lo que representa David para la historia de este pueblo de Israel, y por tanto también para nosotros, porque somos sus herederos. No podemos olvidar que Jesús de Nazaret, el Mesías, ha venido de la casa de David y los evangelios le llaman muchas veces «hijo de David».
Además de recordar episodios más o menos llamativos de su vida -de niño, de joven, de rey, con una rápida alusión a su pecado y a su perdón-, el autor del libro sapiencial resalta sobre todo lo litúrgico y cultual que realizó David en su papel sacerdotal al frente del pueblo: daba gracias y alababa a Dios, entonaba salmos cada día, compuso música para el culto e introdujo instrumentos, celebró solemnes fiestas, ordenó el ciclo del año litúrgico. Política y socialmente fue decisiva su obra, y también en cuanto a la vida religiosa de su pueblo.
Resume bien esta historia una de las estrofas del salmo de hoy: «Tú diste gran victoria a tu rey, tuviste misericordia de tu ungido, de David y su linaje por siempre». Con sus defectos y fallos David fue un gran hombre y un creyente, y Dios no le retiró su favor.
Es una buena figura precursora del Mestas. «el hi jo de David», Cristo Jesús.
b) Seria presuntuoso por nuestra parte si quisiéramos compararnos con David en cuanto a la importancia histórica de nuestra vida. No podríamos asegurar que nosotros somos lo mejorcito de la Iglesia, «como la grasa es lo mejor» de la carne sacrificada a Dios en el Templo.
Pero sí podemos espejarnos en él, salvadas las diferencias históricas y sociales, en cuanto a los defectos y virtudes, en cuanto a los aciertos y los fallos, en cuanto a las actitudes cara a Dios y a los demás. Seguramente también nosotros hemos tenido caídas y ojalá hayamos reaccionado con humildad ante Dios. Habremos tenido ocasiones de perdonar a los que no nos miraban bien, como David. Tenemos alguna de sus cualidades -buen corazón, visión de fe- y por desgracia también alguno de sus defectos: momentos de debilidad pasional, métodos no siempre limpios de conseguir lo que pretendemos. Ojalá, en conjunto, se pueda resumir nuestra vida diciendo que, a pesar de nuestras debilidades y caídas, hemos tenido buena voluntad, hemos amado a Dios, le hemos cantado y celebrado, hemos confiado en él y hemos hecho el bien a nuestro alrededor, perdonando cuando había que perdonar. Que hemos sido buenas personas y buenos cristianos.
2. Marcos 6,14-29
a) La figura de Juan el Bautista es admirable por su ejemplo de entereza en la defensa de la verdad y su valentía en la denuncia del mal.
De la muerte del Bautista habla también Flavio Josefo («Antigüedades judaicas» 18), que la atribuye al miedo que Herodes tenía de que pudiera haber una revuelta política incontrolable en torno a Juan. Marcos nos presenta un motivo más concreto: el Bautista fue ejecutado como venganza de una mujer despechada, porque el profeta había denunciado públicamente su unión con Herodes: «Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano».
Herodes apreciaba a Juan, a pesar de esa denuncia, y le «respetaba, sabiendo que era un hombre honrado y santo». Pero la debilidad de este rey voluble y las intrigas de la mujer y de su hija acabaron con la vida del último profeta del AT, el precursor del Mesías, la persona que Jesús dijo que era el mayor de los nacidos de mujer. Como Elías había sido perseguido por Ajab, rey débil, instigado por su mujer Jezabel, así ahora Herodes, débil, se convierte en instrumento de la venganza de una mujer, Herodías.
b) De Juan aprendemos sobre todo su reciedumbre de carácter y la coherencia de su vida con lo que predicaba. El Bautista había ido siempre con la verdad por delante, en su predicación al pueblo, a los fariseos, a los publicanos, a los soldados. Ahora está en la cárcel por lo mismo.
Preparó los caminos del Mesías, Jesús. Predicó incansablemente, y con brío, la conversión. Mostró claramente al Mesías cuando apareció. No quiso usurpar ningún papel que no le correspondiera: «él tiene que crecer y yo menguar», «no soy digno ni de desatarle las sandalias».
Cuando fue el caso, denunció con intrepidez el mal, cosa que, cuando afecta a personas poderosas, suele tener fatales consecuencias. Un falso profeta, que dice lo que halaga los oídos de las personas, tiene asegurada su carrera. Un verdadero profeta -los del AT, el Bautista, Jesús mismo, los apóstoles después de la Pascua, y los profetas de todos los tiempos- lo que tienen asegurada es la persecución y frecuentemente la muerte. Tanto si su palabra profética apunta a la justicia social como a la ética de las costumbres. ¡Cuántos mártires sigue habiendo en la historia!
Tal vez nosotros no llegaremos a estar amenazados de muerte. Pero sí somos invitados a seguir dando un testimonio coherente y profético, a anunciar la Buena Noticia de la salvación con nuestras palabras y con nuestra vida. Habrá ocasiones en que también tendremos que denunciar el mal allí donde existe. Lo haremos con palabras valientes, pero sobre todo con una vida coherente que, ella misma, sea como un signo profético en medio de un mundo que persigue valores que no lo son, o que levanta altares a dioses falsos.
«Perfecto es el camino de Dios, él es escudo para los que a él se acogen» (salmo, II).