Martes IV Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 31 enero, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Heb 12, 1-4: Corramos la carrera que nos toca, sin retirarnos
Sal 21, 26b-27. 28 y 30. 31-32: Te alabarán, Señor, los que te buscan
Mc 5, 21-43: Contigo hablo, niña, levántate
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (03-02-2015): Hacer crecer la esperanza
martes 3 de febrero de 2015¿Cuál es el núcleo de la esperanza? Tener fija la mirada en Jesús. Lo acabamos de leer en la Carta a los Hebreos (12,1-4). Sin escuchar al Señor, quizá podamos tener optimismo, o ser positivos, pero la esperanza se aprende mirando a Jesús. Es bueno rezar el Rosario todos los días, y hablar con el Señor cuando tenemos dificultades, o con la Virgen y con los Santos. Pero es importante hacer la oración de contemplación, que se puede hacer simplemente con el Evangelio en la mano. ¿Cómo hago la contemplación con el Evangelio de hoy (Mc 5,21-43)? Veo que Jesús está en medio de la muchedumbre, rodeado de mucha gente. ¡Hasta cinco veces se menciona la palabra muchedumbre! Puedo pensar: ¡Siempre con la muchedumbre! Sí, porque la mayor parte de la vida pública de Jesús la pasó en la calle, con la muchedumbre. ¿Y no descansaba? Sí, una vez —dice el Evangelio (Mt 8,23-27)— dormía en la barca, pero vino una tormenta y los discípulos lo despertaron. Jesús estaba continuamente entre la gente. Pues así veo a Jesús, así contemplo a Jesús, así me imagino a Jesús. Y le digo a Jesús lo que en ese momento me viene a la cabeza.
Jesús se da cuenta de que una mujer enferma, en medio de la muchedumbre, lo ha tocado. El Señor no solo comprende a la gente —nota a la muchedumbre—, sino que siente el latir del corazón de cada uno. Se preocupa de todos y de cada uno, siempre. Y lo mismo cuando el jefe de la sinagoga le cuenta que su hija está gravemente enferma: Jesús lo deja todo y se ocupa de él. Llega a la casa..., las mujeres lloran porque la niña ha muerto..., el Señor les dice que estén tranquilas..., pero se burlan de él. ¡Aquí se ve la paciencia de Jesús! Y luego, tras la resurrección de la niña, Jesús en vez de decir ¡Viva Dios!, les dice: Por favor, dadle de comer. Jesús siempre cuida los pequeños detalles.
Pues esto que he hecho con este Evangelio es precisamente la oración de contemplación: tomar el Evangelio, leerlo e imaginarme en la escena, imaginarme lo que pasa y hablar con Jesús, como me salga del corazón. Así hacemos crecer la esperanza, porque tenemos la mirada fija en Jesús. ¡Haced la oración de contemplación! ¡Es que tengo mucho que hacer! Pues ve a tu casa —15 minutos—, toma el Evangelio —un texto pequeño—, imagina qué es lo que pasa y habla con Jesús de eso. Así tu mirada estará fija en Jesús y no tanto en la telenovela, por ejemplo. Y tu oído estará atento a las palabras de Jesús y no tanto a las chácharas del vecino o de la vecina.
La oración de contemplación nos ayuda en la esperanza. Vivir de la sustancia del Evangelio. Rezar siempre. Rezar las oraciones de siempre, rezar el Rosario, hablar con el Señor, pero también hacer la oración de contemplación para tener nuestra mirada fija en Jesús. De esta oración viene la esperanza. Y nuestra vida cristiana se mueve en ese ámbito, entre la memoria y la esperanza. Memoria del camino realizado, memoria de tantas gracias recibidas del Señor. Y esperanza, mirando al Señor, que es el único que puede darme esperanza. Y para mirar al Señor, para conocer al Señor, tomemos el Evangelio y hagamos oración de contemplación. Hoy, por ejemplo, sacad 10 minutos —15, ¡no menos!—, leed el Evangelio, imaginad y decidle algo a Jesús. ¡Y nada más! Vuestro conocimiento de Jesús será más grande y vuestra esperanza crecerá. No lo olvidéis: teniendo fija la mirada en Jesús. Y, para eso, la oración de contemplación.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Hebreos 12,1-4: Corramos la carrera que nos toca, sin desfallecer. Con «los ojos fijos en Jesús», corramos en el estadio de esta vida, sin retirarnos. Progresemos con la gracia divina cada día en nuestra vida interior. San Cipriano dice:
«Pedimos y rogamos por nosotros, que fuimos santificados en el bautismo, para que perseveremos en esta santificación inicial. Y esto lo pedimos cada día. Necesitamos, en efecto, esta santificación cotidiana, ya que todos los días delinquimos, y por esto necesitamos cada día ser purificados mediante esta continua y renovada santificación» (Tratado sobre la oración11-12).
Y Casiano afirma:
«Éste debe ser nuestro principal objetivo y el designio constante de nuestro corazón: que nuestra alma esté continuamente unida a Dios y a las cosas divinas. Todo lo que aparte de esto, por grande que pueda parecernos, ha de tener en nosotros un lugar puramente secundario o, por mejor decir, el último de todos. Incluso debemos considerarlo como un daño positivo» (Colaciones 1).
–Animados por «la cantidad ingente de testigos» que nos contempla, nos vemos en el estadio muy estimulados en nuestra carrera hacia la perfección cristiana. Corremos confiando plenamente en Dios, y así lo proclamamos con el Salmo 21:
«Te alabarán, Señor, los que te buscan. Cumpliré mis votos delante de tus fieles. Los desvalidos comerán hasta saciarse, alabarán al Señor los que lo buscan: viva su corazón por siempre. Lo recordarán y volverán al Señor hasta de los confines del orbe; en su presencia se postrarán las familias de los pueblos... Me hará vivir para Él». Éste ha de ser nuestro deseo constante.
–Marcos 5,21-43: Jesús resucita a la hija de Jairo y cura a la mujer enferma. Ninguno de los males del hombre puede resistirse al poder maravilloso de Cristo Salvador. Los milagros que realiza son los signos de su mesianismo, de su bondad, de su misericordia, de su amor. Comenta San Jerónimo:
El Señor «pregunta, mirando en derredor, para descubrir a la que lo había tocado. ¿O sabía el Señor quién lo había tocado? Entonces, ¿para que preguntaba por ella? Lo hacía como quien lo sabe, pero queriendo ponerlo de manifiesto. Si no hubiese preguntado y hubiese dicho: «¿quién me ha tocado?», nadie hubiera sabido que se había realizado un signo. Habrían podido decir: «no ha hecho ningún signo, sino que se jacta y habla para gloriarse». Por ello pregunta, para que aquella mujer confiese y Dios sea glorificado...
«Cristo es la Verdad. Y como había sido curada por la Verdad, la mujer confesó la verdad... Resucitó la Iglesia y murió la Sinagoga. Aunque la niña había muerto, le dice, no obstante, el Señor, al jefe de la sinagoga: «no temas, ten sólo fe». Digamos también nosotros hoy a la Sinagoga, digamos a los judíos: «ha muerto la hija del jefe de la Sinagoga, mas creed y resucitará»...
Dice el Maestro: ««la niña que ha muerto para vosotros, vive para Mí: para vosotros está muerta, para Mí duerme. Y el que duerme puede ser despertado»... He aquí que Cristo, cuando iba a resucitar a la hija del jefe de la sinagoga, echa fuera a todos, para que no pareciera que lo hacía por jactancia. Y «la niña se levantó inmediatamente y echó a andar». Que nos toque también a nosotros Jesús y echaremos a andar. Aunque seamos paralíticos, aunque poseamos malas obras y no podamos andar, aunque estemos acostados en el lecho de nuestros pecados y de nuestro cuerpo, si nos toca Jesús, al instante quedaremos curados» (Comentario al Evangelio de San Marcos 5,21).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Hebreos 12,1-4
a) La comparación del estadio y los atletas que compiten es muy expresiva para la finalidad del autor de la carta: animar a sus lectores a que permanezcan firmes en su seguimiento de Cristo.
Son tres los aspectos de la comparación:
- ante todo, el atleta se despoja de todo lo que le estorba para poder correr ágilmente: el cristiano se despoja de todo lo que es pecado;
- la multitud de espectadores que ocupan los graderíos y que le aplauden y animan a llegar a la meta: en este caso, los animadores o «hinchas» son la multitud de testigos -los creyentes del AT y los contemporáneos- que han dado ejemplo a lo largo de la historia y estimulan a los cristianos de ahora a ser fuertes y alcanzar la meta;
- y el primer corredor, Cristo Jesús, el que va delante en la carrera de la fe, el que supo renunciar a todo, se entregó a la muerte y ahora está triunfante junto a Dios: la carta invita a todos a tener la mirada puesta en él.
b) Es fácil la aplicación de este símil deportivo a nuestra vida:
- deberíamos desprendernos de tantas cosas que nos estorban y nos hacen innecesariamente pesado el camino: las preocupaciones, el afán de tener cosas y más cosas, y sobre todo el pecado y las costumbres inconvenientes que nos atan con lazos más o menos fuertes y nos impiden correr; para el viaje de la vida necesitamos bastante menos equipaje del que llevamos
- nos deberíamos sentir acompañados y animados, en nuestra carrera de la fe, por esa innumerable multitud de testigos que nos han precedido y que han recorrido el mismo camino con éxito: la Virgen y los Santos de todos los tiempos -también los del AT- así como nuestros familiares y conocidos que nos han dado ejemplo de perseverancia; sentirse en unión con ellos, también con nuestros familiares difuntos, nos anima a no desfallecer en nuestra fe a pesar de las dificultades que encontremos; funciona la «comunión de los Santos»;
- sobre todo, deberíamos tener fija la mirada en Cristo Jesús, guía y modelo de nuestra fe, el que va delante de nosotros en la carrera, el que ya llegó a la meta triunfador habiendo padecido más que nadie; es lo que más nos estimula a un seguimiento fiel; un ciclista sigue la rueda del que más corre y se aprovecha de su empuje, al igual que un corredor de fondo que se aprovecha del que corta el aire y marca el ritmo; para nosotros es Cristo el que guía nuestra carrera; «fijos los ojos en Jesús»: un buen lema para nuestra vida de cada día; es lo que más nos ayudará a permanecer firmes en nuestra fe;
- la última pregunta del pasaje de hoy nos ayudará seguramente a no exagerar y a relativizar un poco nuestros méritos: ¿hemos llegado ya a derramar sangre en nuestra lucha por la fe? Esta vez no se trata del atleta que corre, sino tal vez del luchador que pelea hasta la sangre: ¿de veras se puede decir que es tan grande nuestro mérito en mantenernos fieles que hemos llegado a derramar sangre, como Cristo y tantos mártires? ¿o se trata de fatigas que nos resultan pesadas porque tenemos poco amor?
2. Marcos 5,21-43
a) En la página evangélica de hoy se nos cuentan dos milagros de Jesús intercalados el uno en el otro: cuando va camino de la casa de Jairo a sanar a su hija -que mientras tanto ya ha muerto- cura a la mujer que padece flujos de sangre. Son dos escenas muy expresivas del poder salvador de Jesús. Ha llegado el Reino prometido. Está ya actuando la fuerza de Dios, que a la vez se encuentra con la fe que tienen estas personas en Jesús.
El jefe de la sinagoga le pide que cure a su hija. En efecto, la cogió de la mano y la resucitó, ante el asombro de todos. La escena termina con un detalle bien humano: «y les dijo que dieran de comer a la niña».
La mujer enferma no se atreve a pedir: se acerca disimuladamente y le toca el borde del manto. Jesús «notó que había salido fuerza de él» y luego dirigió unas palabras amables a la mujer a la que acababa de curar.
En las dos ocasiones Jesús apela a la fe, no quiere que las curaciones se consideren como algo mágico: «hija, tu fe te ha curado», «no temas, basta que tengas fe».
b) Jesús, el Señor, sigue curando y resucitando. Como entonces, en tierras de Palestina, sigue enfrentándose ahora con dos realidades importantes: la enfermedad y la muerte.
Lo hace a través de la Iglesia y sus sacramentos. El Catecismo de la Iglesia, inspirándose en esta escena evangélica, presenta los sacramentos «como fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante»: el Bautismo o la Reconciliación o la Unción de enfermos son fuerzas que emanan para nosotros del Señor Resucitado que está presente en ellos a través del ministerio de la Iglesia. Son también acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia y «las obras maestras de Dios en la nueva y eterna Alianza» (CEC 1116).
Todo dependerá de si tenemos fe. La acción salvadora de Cristo está siempre en acto.
Pero no actúa mágica o automáticamente. También a nosotros nos dice: «No temas, basta que tengas fe». Tal vez nos falta esta fe de Jairo o de la mujer enferma para acercarnos a Jesús y pedirle humilde y confiadamente que nos cure.
Ante las dos realidades que tanto nos preocupan, la Iglesia debe anunciar la respuesta positiva de Cristo. La enfermedad, como experiencia de debilidad. y la muerte, como el gran interrogante, tienen en Cristo, no una solución del enigma, pero sí un sentido profundo. Dios nos tiene destinados a la salud y a la vida. Eso se nos ha revelado en Cristo Jesús. Y sigue en pie la promesa de Jesús, sobre todo para los que celebramos su Eucaristía: «El que cree en mi, aunque muera, vivirá; el que me come tiene vida eterna».
Para la pastoral de los sacramentos puede ser útil recordar el proceso de la buena mujer que se acerca a Jesús. Ella, que por padecer flujos de sangre es considerada «impura» y está marginada por la sociedad, sólo quiere una cosa: poder tocar el manto de Jesús. ¿Es una actitud en que mezcla su fe con un poco de superstición? Pero Jesús no la rechaza porque esté mal preparada. Convierte el gesto en un encuentro humano y personal, la atiende a pesar de que todos la consideran «impura» y le concede su curación.
Los sacerdotes, y también los laicos que actúan como equipos animadores de la vida sacramental de la comunidad cristiana, tendrían que aprender esta actitud de Jesús Buen Pastor, que con amable acogida y pedagogía evangelizadora, ayuda a todos a encontrarse con la salvación de Dios, estén o no al principio bien preparados.
«Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos» (1a lectura, I)
«Tú nos ofreces el ejemplo de su vida, para que, animados por su presencia alentadora, luchemos sin desfallecer en la carrera y alcancemos como ellos la corona de la gloria que no se marchita» (prefacio de Santos)
«Jesús soportó la cruz y ahora está sentado a la derecha del Padre» (1a lectura, I)
«Hija, tu fe te ha curado, vete en paz y con salud» (evangelio).