Lunes IV Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 29 enero, 2018 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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2 S 15, 13-14. 30; 16, 5-13a: Huyamos de Absalón. Dejad a Semeí que me maldiga, porque se lo ha mandado el Señor
Sal 3, 2-3. 4-5. 6-7: Levántate, Señor, sálvame
Mc 5, 1-20: Espíritu inmundo, sal de este hombre
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (01-02-2016): ¿Quieres la humildad?
lunes 1 de febrero de 2016El rey David está a un paso de caer en la corrupción, pero el profeta Natán, enviado por Dios, le hace ver el mal había hecho. David es pecador pero no corrupto, porque un corrupto no se da cuenta. Hace falta una gracia especial para cambiar el corazón de un corrupto. Y David, que todavía tenía el corazón noble —Ah, es verdad, ¡he pecado!—, reconoce su culpa. ¿Y qué le dice Natán? El Señor perdona tu pecado, pero la corrupción que has sembrado crecerá. Has matado a un inocente para ocultar un adulterio. La espada no se alejará nunca de tu Casa. Dios perdona el pecado, y David se convierte, pero las heridas de una corrupción difícilmente se curan. Lo vemos en tantas partes del mundo.
David tiene que enfrentar a su hijo Absalón (2Sam 15,13-14.30; 16,5-13a), ya corrompido, que le hace la guerra. Pero el rey reúne a los suyos, decide dejar la ciudad y devuelve el Arca: no usa a Dios para defenderse. Se va para salvar a su pueblo. Y ese es el camino de santidad que David —después de aquel momento en el que entró en la corrupción— comienza a recorrer.
David, llorando y con la cabeza cubierta, deja la ciudad y hay quien le sigue para insultarlo. Entre esos, Semeí que le llama sanguinario, y lo maldice. David acepta eso porque piensa que si maldice, es porque el Señor se lo ha dicho. Luego David dijo a sus siervos: Ya veis. Un hijo mío, salido de mis entrañas, intenta matarme —Absalón—. ¡Y os extraña ese benjaminita! Dejadlo que me maldiga, porque se lo ha mandado el Señor. David sabe ver las señales: es el momento de su humillación, es el momento en el que está pagando su culpa. Quizá el Señor se fije en mi humillación y me pague con bendiciones estas maldiciones de hoy, y se encomienda en las manos del Señor. Este es el recorrido de David, desde el momento de la corrupción hasta este confiarse en las manos del Señor. Y esa es la santidad. Esa es la humildad.
Yo pienso que cada uno de nosotros, si nos dicen algo —una cosa fea—, en seguida intentamos decir que no es verdad. O hacemos como Semeí: damos una respuesta más fea todavía.
La humildad solo puede llegar a un corazón a través de las humillaciones. No hay humildad sin humillaciones, y si no eres capaz de llevar algunas humillaciones en tu vida, no eres humilde. Es simple, es matemático. La única senda para la humildad es la humillación. El fin de David, que es la santidad, viene por la humillación. El fin de la santidad que Dios regala a sus hijos, que regala a la Iglesia, viene a través de la humillación de su Hijo, que se deja insultar, que se deja llevar a la Cruz injustamente. Y ese Hijo de Dios que se humilla, es la senda de la santidad. Y David, con su actitud, profetiza esa humillación de Jesús. Pidamos al Señor esa gracia para cada uno de nosotros, para toda la Iglesia, la gracia de la humildad y también la gracia de entender que no es posible ser humildes sin humillación.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico: Predicar y curar. Continuemos esa misión hoy
–2 Samuel 15,13-14.30; 16,5-13: Dejad que me maldiga. El brillante reinado de David se ensombrece con la insurrección. Pero David es fuerte en la humildad: «dejad a Semeí, que me maldiga, porque quizá se lo mandado el Señor»... San Jerónimo escribe:
«Nada tengas por más excelente, nada por más amable que la humildad. Ella es la que principalmente conserva las virtudes, pues es una especie de guardiana de todas ellas. Nada hay que nos haga más gratos a los hombres y a Dios como ser grandes por el merecimiento de nuestra vida, y hacernos pequeños por la humildad» (Carta 148,20).
Y Orígenes:
«El humilde, según el profeta, no obstante caminar en cosas grandes y maravillosas, que están por encima de él, como son los dogmas verdaderamente grandes y los maravillosos pensamientos, «se humilla bajo la poderosa mano de Dios» (1 Pe 5,6)... Y es tan grande esta doctrina de la humildad que por maestro de ella tenemos no a cualquiera, sino a nuestro Salvador mismo, que dijo: «aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas»» (Mt 11, 29) (Contra Celso 6,15).
–Ante los insultos, David no se ha tomado la justicia por su cuenta. Con actitud humilde confía al Señor su defensa. Se mantiene humilde, confiando en Él. También nosotros, en medio de injurias y contrariedades, hemos de rezar con ese mismo espíritu el Salmo 3: «Levántate, Señor, sálvame, Señor. Cuántos son mis enemigos, cuántos se levantan contra mí, cuántos dicen de mí: «ya no lo protege Dios». Pero, Tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria, Tú mantienes alta mi cabeza. Si grito invocando al Señor, Él me escucha desde su monte santo. Puedo acostarme y dormir y despertar: el Señor me sostiene. No temeré al pueblo innumerable que acampa a mi alrededor».
Tengamos en el Señor una confianza sin límites. San Juan Crisóstomo, que en medio de muchos sufrimientos y persecuciones mantuvo esa confianza, afirma:
«Las oleadas son numerosas, y peligrosas las tempestades, pero no tememos el naufragio. Estamos consolidados sobre la Roca, y aunque el mar se enfurezca, no demolerá la Roca. Aunque las olas se agiten, no podrán hundir la barca de Jesús» (Homilía antes del exilio).
–Marcos 5,1-20: Espíritu inmundo, sal de este hombre. La lepra, los demonios, todas las miserias que puedan oprimir a los hombres, todas son vencidas por Cristo Salvador con suprema facilidad. San Máximo el Confesor escribe:
«La fuerza de los demonios disminuye cuando la práctica de los mandamientos debilita en nosotros las pasiones; y es eliminada cuando, por efecto de la libertad interior, estas pasiones desaparecen finalmente del alma; porque ellos no encuentran ya en ella las complicidades que sirven de base a sus ataques» (Centurias sobre la caridad 2,22).
Siempre estamos nosotros expuestos a las tentaciones del diablo. Por eso San León Magno nos exhorta:
«Fundados, amadísimos, en esta esperanza [en el triunfo de Cristo], guardaos de todos los artificios del diablo, que no sólo busca sorprender por los placeres corporales, sino que también siembra la cizaña de la mentira en el buen trigo de la fe, e intenta profanar el campo de la verdad, para hacer caer por los errores malvados a los que no ha podido corromper por sus malas acciones... Nosotros, libertados de estos peligros por el Señor Jesucristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida, soportemos con una fe gozosa todas las pruebas y todos los combates de la vida presente» (Homilía 69,5).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. II Samuel 15,13-14.30; 16,5-13
a) La historia de David se ensombrece. En el reino del Norte le siguen considerando un «usurpador» en contra de la familia de Saúl. Su propio hijo Absalón -quizá por haberse visto postergado por Salomón, el hijo de Betsabé-, se rebela contra su padre y se hace coronar rey, siguiéndole gran parte del pueblo.
La escena es dramática. David descalzo, la cabeza cubierta, subiendo entre lágrimas por la cuesta de los Olivos, huyendo de su hijo para evitar más derramamiento de sangre. Soportando humildemente las maldiciones de Semeí, uno de los seguidores de la dinastía de Saúl, que aprovecha la ocasión para desahogarse y soltar en cara a David todos los agravios que lleva archivados contra él.
Estos libros históricos interpretan siempre las desgracias y fracasos como consecuencia del pecado. Los fallos se pagan pronto o tarde. Ahora David se siente rodeado de enemigos -como expresa el salmo- pero él a su vez había sido protagonista activo de intrigas y violencias en años anteriores. E! libro no ahorra, al hablar de grandes hombres como David, el relato de sus debilidades.
b) La patética figura de David nos recuerda, precisamente en el Huerto de los Olivos, la de Jesús en los momentos dramáticos de su crisis ante la muerte. También él con lágrimas, abatimiento y sudor de sangre, tuvo que soportar el abandono o incluso la traición o la negación de los suyos. Esta vez con absoluta injusticia, porque en él sí que no había habido engaño ni malicia.
Podemos vernos interpelados también nosotros. ¿Sabemos reconocer nuestras debilidades y culpas, aceptando humildemente las críticas que nos puedan venir, aunque nos duelan? Nuestras pequeñas o grandes ambiciones, ¿no nos han llevado alguna vez a injusticias y hasta violencias, pasando por encima de los derechos de los demás? No habremos matado a nadie, pero sí tal vez hemos despreciado a otros, o utilizado medios inconfesables para conseguir algo. Y puede ser que alguna vez tengamos que pagar las consecuencias.
Sería bueno que hiciéramos con frecuencia una valiente autocrítica de nuestras actuaciones. Cuando hacemos examen de conciencia y sobre todo cuando celebramos el sacramento de la Reconciliación. Entonces no nos extrañaríamos que otros también se hayan dado cuenta de nuestros fallos y nos lo hagan notar. La grandeza de una persona, como aquí la de David, se ve sobre todo en el modo de reaccionar ante las adversidades y la contradicción. Lo que nunca hemos de perder es la confianza en Dios y la ilusión por el futuro. También a través de los fracasos humanos, y del pecado, sigue escribiendo Dios su historia de salvación y nos va ayudando a madurar.
2. Marcos 5,1-20
a) Es pintoresco y sorprendente el episodio que hoy nos cuenta Marcos, con el endemoniado de Gerasa. Se acumulan los detalles que simbolizan el poder del mal: en tierra extranjera, un enfermo poseído por el demonio, que habita entre tumbas, y el destino de la legión de demonios a los cerdos, los animales inmundos por excelencia para los judíos.
Seguramente quiere subrayar que Jesús es el dominador del mal o del maligno. En su primer encuentro con paganos -abandona la tierra propia y se aventura al extranjero en una actitud misionera- Jesús libera al hombre de sus males corporales y anímicos. Parece menos importante el curioso final de la piara de cerdos y la consiguiente petición de los campesinos de que abandone sus tierras este profeta que hace cosas tan extrañas.
Probablemente el pueblo atribuyó a Jesús, o mejor a los demonios expulsados por Jesús, la pérdida de la piara de cerdos que tal vez habría sucedido por otras causas en coincidencia con la visita de Jesús. El evangelio recogería esta versión popular.
b) La Iglesia ha sido encargada de continuar este poder liberador, la lucha y la victoria contra todo mal. Para eso anuncia la Buena Nueva y celebra los sacramentos, que nos comunican la vida de Cristo y nos reconcilian con Dios. A veces esto lo tiene que hacer en terreno extraño: con valentía misionera, adentrándose entre los paganos, como Jesús, o dirigiéndose a los neopaganos del mundo de hoy. También con los marginados, a los que Jesús no tenía ningún reparo en acercarse y tratar, para transmitirles su esperanza y su salvación. Después del encuentro con Jesús, el energúmeno de Gerasa quedó «sentado, vestido y en su juicio».
Todos necesitamos ser liberados de la legión de malas tendencias que experimentamos: orgullo, sensualidad, ambición, envidia, egoísmo, violencia, intolerancia, avaricia, miedo.
Jesús quiere liberarnos de todo mal que nos aflige, si le dejamos. ¿De veras queremos ser salvados? ¿decimos con seriedad la petición: «líbranos del mal»? ¿o tal vez preferimos no entrar en profundidades y le pedimos a Jesús que pase de largo en nuestra vida?
En Gerasa los demonios le obedecieron, como le obedecían las fuerzas de la naturaleza. Pero los habitantes del país, por intereses económicos, le pidieron que se marchara. El único que puede resistirse a Cristo es siempre la persona humana, con su libertad. ¿Nos resistimos nosotros, o nos dejamos liberar de nuestros demonios?
«Quizá el Señor se fije en mi humillación» (1a lectura, II)
«Levántate, Señor, sálvame» (salmo, II)
«Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo» (evangelio)