Sábado IV de Cuaresma – Homilías
/ 7 marzo, 2016 / Tiempo de CuaresmaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Jer 11, 18-20: Yo, como manso cordero, era llevado al matadero
Sal 7, 2-3. 9bc-10. 11-12: Señor, Dios mío, a ti me acojo
Jn 7, 40-53: ¿Es que de Galilea va a venir el Mesías?
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Bastin-Pinckers-Teheux
Dios cada día: Alegato en favor del escándalo
Jeremías 11,18-20. La perícopa pertenece a lo que se ha dado en llamar «las confesiones de Jeremías». El profeta proclama la libertad que guía la elección de Dios cuando recurre a los hombres para que hablen en su nombre. Toda la vida de Jeremías lo testimonia: la palabra de Dios ha irrumpido en él y le ha obligado a proclamar por todas partes el derecho de Dios, aunque él sólo aspiraba a vivir tranquilo.
Refugiado en Anatot, soporta la animosidad de sus vecinos, que buscan su muerte. El v. 20 podría entristecer a espíritus sensibles. Sin embargo, sólo es el reflejo del sufrimiento del perseguido, que desnuda su corazón ante Dios. Aunque parezca haber una reminiscencia de la ley del talión, notemos, sin embargo, que Jeremías no recurre a una acción punitiva, sino al abandono en el Señor. Evidentemente, Jesús dará un paso más cuando ore por sus enemigos.
El salmo 7 es una queja individual. El justo suplica al Señor que le libre de los impíos que le persiguen.
Juan 7,40-53. El último día de la fiesta, Jesús gritó en el templo: «Quien tenga sed, que se acerque a mí; quien crea en mí, que beba. Como dice la Escritura: De su entraña manarán ríos de agua viva». La cita (probablemente inspirada en Zac 14, una de las lecturas tradicionales de la fiesta de las Tiendas) cuadra perfectamente con el ritual. En efecto, una de las ceremonias características consistía en llevar solemnemente el agua de la fuente de Siloé hasta el templo y derramarla sobre el altar de los holocaustos.
Las palabras de Jesús dividen al auditorio. Algunos están dispuestos a reconocerle como profeta y mesías, pero los escribas argumentan que el Cristo no puede venir de Galilea. La palabra de Jesús actúa como una espada: obliga a los hombres a tomar partido. Ciertamente, Cristo no vino a juzgar al mundo, pero introdujo la luz en el mundo, y son los propios hombres quienes se juzgan, según que se sitúen en el campo de la luz o en el de las tinieblas.
Durante este tiempo, agazapados en la obscuridad, los jefes judíos aguardan su hora.
Unos dicen: «Verdaderamente, es él»; otros afirman: «¡En absoluto! No reúne las condiciones requeridas». La piedra se había convertido para unos en obstáculo, para otros en fundamento de la construcción. Unos pensaron que el árbol era estéril, y lo cortaron de raíz; para otros, el grano se había convertido en un árbol inmenso donde todos los pájaros encontraban su nido. Jesús será siempre la pregunta planteada a la fe: «¿Para vosotros, quién soy yo?». ¿Piedra de tropiezo o piedra angular? Dudamos entre la admiración y la blasfemia. Dios, tan próximo a nosotros, ¿puede tener un rostro tan humano?
Pero dichoso aquel para quien Jesús es una pregunta viva. Helo ahí, ante un rostro que no imaginaba. Ahora bien, las personas con las que ha habido que enfrentarse son, a menudo, aquellas con quienes también se establece una verdadera connivencia. Cuando alguien se nos ha resistido, entonces comienza a existir para nosotros. No se reduce a lo que yo imaginaba, sino que se me revela. La fe soporta el enorme peso no de comuniones imaginarias, sino de los combates en los que se urde el encuentro. ¡Dichoso aquel que, como Jacob, combate con Dios durante toda la noche!; ¡dichoso aquel para quien Jesús es objeto de escándalo! Al alba quedará marcado por una herida que ya no ha de cicatrizar. ¡Dichoso él! Podrá tomar la piedra con la que ha tropezado, levantarla y hacer de ella la piedra angular de su vida.
* **
Estaban divididos a causa de Jesús.
Unos decían: «Es él el profeta».
Otros: «El Mesías no puede venir de Galilea».
También nuestro corazón, Señor, está dividido. Ilumina, pues, nuestra búsqueda
y haznos caminar hacia tu luz.
¡Ten piedad de nosotros!
Los jefes de los sacerdotes se extrañaban:
«¿Por qué dejarlo en libertad?».
Los guardianes replicaban:
«¡Jamás hubo un hombre que hablara como éste!».
También nosotros, Señor, te acusamos. Reaviva, pues, nuestro amor
y haz que nos asombremos de tu ternura. ¡Ten piedad de nosotros!
Nicodemo preguntaba: «¿Por qué condenarlo?». Y se burlaban de él:
«¡También a ti te ha engañado!».
También nosotros, Señor, buscamos las componendas. Fortalece, pues, nuestra fe
y haz que seamos lo que creemos.
¡Ten piedad de nosotros!
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Jeremías 11,18-20: Yo era como un cordero manso llevado al matadero. Las persecuciones sufridas por Jeremías profeta le convierten en una imagen de Cristo durante su Pasión. Su dolor es símbolo del de Cristo, a cuya Pasión aplica la Iglesia en su liturgia la imagen del árbol derribado en pleno vigor. Pero en el profeta aún no se ve la imagen plena del amor para con los enemigos, que Cristo enseñó con su palabra y su ejemplo. Prevalece la confianza y la imagen emocionante del cordero manso, llevado al matadero que ha inspirado el canto del Siervo de Dios en Isaías (53,6-7) y le ha hecho símbolo de la Pasión del Cordero de Dios (Mt 26,63; Jn 1,29; Hch 8,32).
Oigamos a San Juan Crisóstomo:
«La sangre derramada por Cristo reproduce en nosotros la imagen del rey: no permite que se malogre la nobleza del alma; riega el alma con profusión, y le inspira el amor a la virtud. Esta sangre hace huir a los demonios, atrae a los ángeles...; esta sangre ha lavado a todo el mundo y ha facilitado el camino del cielo» (Homilía 45, sobre el Evangelio de San Juan).
Y San León Magno dice:
«Efectivamente, la encarnación del Verbo, lo mismo que la muerte y resurrección de Cristo, ha venido a ser la salvación de todos los fieles, y la sangre del único justo nos ha dado, a nosotros que la creemos derramada para la reconciliación del mundo, lo que concedió a nuestros padres, que igualmente creyeron que sería derramada» (Sermón 15, sobre la Pasión).
–El Salmo 7 es muy apropiado para la lectura anterior, pues expresa la súplica del Justo por antonomasia, condenado injustamente. El Padre lo deja morir para mostrar su extremada misericordia y su amor para con los hombres, a quienes redime del pecado, conduciéndolos a la gloria eterna: «Señor, Dios mío, A Ti me acojo, líbrame de mis enemigos y perseguidores y sálvame, que no me atrapen como leones y me desgarren sin remedio. Júzgame, Señor, según mi justicia, según la inocencia que hay en mí. Cese la maldad de los culpables y apoya Tú al inocente, Tú que sondeas el corazón y las entrañas, Tú, el Dios justo. Mi escudo es Dios que salva a los rectos de corazón. Dios es un juez justo. Dios amenaza cada día»
–Juan 7,40-53: ¿Es que de Galilea va a venir el Mesías? Ante las nuevas afirmaciones de Jesús, las discusiones de sus enemigos se hacen más vivas. En su desprecio al pueblo, los fariseos rechazan a los que creen en Jesús e increpan a Nicodemo, porque siendo fariseo defendía a Jesús.
Jesús es el signo de contradicción en el mundo: divide a los hombres y a sus opiniones con su sola presencia. Obliga a todos a definirse, tanto en su época palestinense como también ahora. El Perseguido, en su apariencia humilde de galileo, es Señor de su destino y del destino de todos. Sus perseguidores tendrán que exclamar, como hizo un día Juliano el Apóstata: «¡Venciste, Galileo!» Pero a nosotros nos conviene gloriarnos en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, según expresión paulina. San Juan Crisóstomo nos exhorta a confesar a Cristo crucificado:
«Oigan esto cuantos se avergüenzan de la Pasión y de la Cruz de Cristo. Porque si el Príncipe de los Apóstoles, aun antes de entender claramente este misterio, fue llamado Satanás por haberse avergonzado de él, ¿qué perdón pueden tener aquellos que, después de tan manifiesta demostración, niegan la economía de la Cruz? Porque si el que así fue proclamado bienaventurado, si el que tan gloriosa confesión hizo, tal palabra hubo de oír, considerar lo que habrán de sufrir los que, después de todo eso, destruyen y anulan el misterio de la Cruz» (Homilía sobre San Mateo 54).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año -3
LECTIO
Primera lectura: Jeremías 11,18-20
El presente texto constituye la primera de las llamadas "confesiones de Jeremías". Son ráfagas de luz que nos permiten adentrarnos en el mundo interior del profeta a través de las repercusiones personales de su misión: son un testimonio precioso, único en la Biblia. Por voluntad del Señor, Jeremías descubre la conjura que sus paisanos de Anatot han urdido contra él para quitarle de en medio (v. 19). Es difícil precisar las causas históricas, pero esto no impide captar el mensaje fundamental. En la historia de la salvación, las vicisitudes de la vida del profeta son de capital importancia, por el modo con que tuvo que vivirlas.
Jeremías, víctima inocente, pensando en el peligro que acaba de pasar, se compara con un cordero manso llevado al matadero. Esta imagen, presente también en el cuarto canto del Siervo sufriente de YHWH (Is 53,7), se utilizará ampliamente para describir al Mesías Sufriente que expía en silencio el pecado del mundo (Jn 1,29; 1 Pe 1,19; Ap 5,6ss). Atormentado en el corazón y la mente, el profeta sufre, y se atreve -él, tan humilde- a elevar una oración de venganza: es la ley del talión. Jeremías vive su pasión como hombre del Antiguo Testamento; será Jesús, realidad de lo que el profeta figuraba, quien morirá inocente, poniéndose en las manos del Padre él mismo y poniendo también a sus adversarios, que le crucificaron, para que les perdone.
Evangelio: Juan 7,40-53
"Y surgió entre la gente una discordia por su causa"(v 43); escena tomada al vivo. El evangelista nos muestra cómo la gente discute sobre un hombre de los que todos hablan, preguntándose si no será el Mesías. Su palabra de autoridad, que fascina incluso a los guardias enviados para arrestarlo (v 46), no podría dejar lugar a dudas. Pero, sin embargo, se esgrimían dos fuertes argumentos en contra. En primer lugar, Jesús viene de Galilea, y la Escritura dice que nacería en Belén. Pero, sobre todo, el hecho de que los jefes del pueblo y los fariseos no ha creído en él: ¿puede quizás la gente ordinaria tener otro parecer respecto a este hombre con pretensiones inauditas? Frente a la agitación general, los que ejercen el poder y la ciencia responden con sarcasmo y desprecio, síntomas inequívocos de una reacción desmesurada dictada por el miedo a perder prestigio. Sólo se distingue la valiente voz de Nicodemo -el que vino a ver a Jesús de noche (cf. Jn 3,1)-, que indica que la misma Ley no juzga a nadie antes de haberle escuchado. También se le tacha de ignorancia. Y bruscamente concluye Juan: "Cada uno se marchó a su casa" (v 53), algunos llevando en el corazón el deseo de conocer más a Jesús; otros, con un rechazo más enconado. Pero la Palabra no calla: todavía no había llegado su hora.
MEDITATIO
La Palabra de Dios siempre es viva, pero, ciertamente, hoy nos presenta temas particularmente impactantes. La confesión dolorosa del profeta Jeremías nos dice hasta qué punto hay que estar dispuestos a padecer por ser fieles a Dios, sirviéndole con corazón recto. Pero no menos chocantes son las preguntas sobre la identidad del Mesías que aparecen en el Evangelio. Hoy también se nos pregunta, a veces angustiosamente, quién es Jesús. La gente se divide en el modo de pensar y buscar la verdad. Muchos "se marchan a su casa" encerrados en la duda o la indiferencia porque rechazan al único que es capaz de unificar el corazón y los hombres. ¿Y qué decir de las amenazas, persecuciones y condenas de inocentes? Un cuadro oscuro aparece ante nuestros ojos... Sin embargo, siempre existen figuras egregias que, como Nicodemo, desafían la opinión de los "poderosos" con su indómita pasión por la verdad.
Por cierto, no fue nada fácil para los contemporáneos de Cristo creer en él. Debe brotar en nosotros un inmenso agradecimiento hacia los que le reconocieron y siguieron, pues abrieron con su fe el camino de la salvación.
¿Dónde está hoy Jesucristo? ¿Dónde podremos reconocerlo y seguirle? Quizás sea ésta la única pregunta que nos interese, y nadie puede responder por nosotros. Leer estos textos, confrontándolos con la historia actual, significa adentrarse en la Palabra de Dios, vivir a Cristo.
ORATIO
Oh Dios, Padre omnipotente, noche y día te dirigimos la pregunta angustiosa: ¿hasta cuándo durarán en la tierra tantos males? ¿Hasta cuándo triunfarán los prepotentes y prosperarán los malvados? ¿Hasta cuándo calumniarán al inocente sin que lo defiendas, perecerá el justo sin que le socorras? Abrenos los ojos de la fe para poder reconocer que tú das sentido a todo, desde el momento en que estás siempre presente al lado de todo ser humano en tu Hijo amado, el Santo, el Inocente, el Cordero manso llevado por nosotros al matadero. Haz que vivamos para él y nos adhiramos a su Palabra, en la que creemos y en la que queremos creer con todas nuestras fuerzas.
Aumenta nuestra fe, que nos mantengamos firmes y perseverantes en la hora en la que el misterio extiende su sombra sobre nuestro corazón amedrentado, hasta que se revele en plenitud tu sabio designio de amor.
CONTEMPLATIO
Alma cristiana, piensa en tu redención y liberación. Saborea la bondad de tu Redentor; incéndiate en el amor de tu Salvador. ¿Dónde está la fuerza de Cristo? "Sus manos destellan su poder, allí está oculta su fuerza" (cf. Hab 3,4). Ahora bien, el poder está en sus manos porque han sido clavadas en los brazos de la cruz. Pero ¿dónde está la fuerza en tal debilidad, dónde la grandeza en tal humillación, dónde el respeto en tal abyección? Hay ciertamente algo desconocido, "oculto", en esta debilidad, en esta humillación, en esta abyección. ¡Oh fuerza oculta! Un hombre suspendido en la cruz suspende la muerte eterna a todo el género humano; un hombre clavado al madero desenclava al mundo, condenado a muerte perenne [...].
Fue él quien comprendió lo que agradaba al Padre y podía favorecer a los hombres, y libremente lo hizo. Así el Hijo manifestó al Padre una obediencia libre, cuando quiso realizar espontáneamente lo que sabía que agradaría a su Padre. Con este precio, no solamente el hombre queda exonerado de sus faltas la primera vez, sino que también es acogido por Dios cada vez que vuelve a él arrepentido. Nuestra deuda ha sido pagada por la cruz; por la cruz, nuestro Señor Jesucristo nos ha rescatado. Los que quieren recurrir a esta gracia con auténtico amor se salvan (Anselmo de Aosta, Oraciones y meditaciones; Meditación sobre la redención del hombre, Madrid 1953, 429-437, passim).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
"Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único"(Jn 3,16).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La condición del cristiano, en la medida en que ser cristiano es resignarse a estar a merced de alguien, es algo singularmente inconfortable. Y usted lo sabe muy bien. En el fondo, lo que teme es, como dice muy bien, que una vez metido el dedo en el engranaje no se sabe dónde podrá ir a parar. Ciertamente, no se nos oculta que lo que impide tener fe a los que no la tienen es eso. Como es también lo que impide tener más fe a los que ya la tienen.
Siempre es grave introducir a otro en la propia vida, incluso desde el punto de vista humano; se sabe que ya no será posible disponer enteramente de uno. Dejar a Jesús entrar en la vida propia encierra un riesgo terrible. No se sabe hasta dónde nos llevará. Y la fe es precisamente eso. Jamás se me hará creer que es confortable.
Tomar en serio a Jesucristo es aceptar en la propia vida la irrupción de lo Absoluto del Amor, aceptar el ser arrastrada hacia no se sabe dónde. Y ese riesgo es al mismo tiempo la liberación, porque, en definitiva, después de todo, sabemos bien que sólo deseamos una cosa: ese Amor absoluto; y que, en última instancia, se nos despoja de nosotros mismos. Esto quiere decir, y me parece lo esencial, que la fe no aparece como una manera de acabar con las aventuras de la inteligencia, como una tranquilidad que uno se concedería cuando queda aún mucho por buscar. La fe no es una meta, sino un punto de partida. Introduce nuestra inteligencia en la más maravillosa de las aventuras, que es contemplar un día a la Trinidad (J. Daniélou, Escándalo de la verdad, Madrid 1962, 136-137, passim).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 2: Jesús, nuevo Jeremías
1. Jeremías aparece hoy como figura de Jesús, un justo perseguido por su condición de profeta valiente, que de parte de Dios anuncia y denuncia a un pueblo que no quiere oír sus palabras.
Jeremías se da cuenta de «los planes homicidas» que están tramando los que le quieren ver callado. Y se dirige con confianza a Dios pidiendo su ayuda para que no prosperen los planes de sus enemigos: «a ti he encomendado mi causa, Señor Dios mío».
El drama de Jeremías es estremecedor. La suya es una figura patética, por haber sido llamado por Dios para ser profeta en tiempos muy difíciles. Pero prevalece en él la confianza, como se ha encargado de recoger el salmo de hoy: «Señor, Dios mío, a ti me acojo, líbrame de mis perseguidores y sálvame, apoya al inocente, tú que sondeas el corazón, tú, el Dios justo».
2. En estos días para nosotros cristianos la figura más impresionante es la de Jesús, que camina con decisión, aunque con sufrimiento, hacia el sacrificio de la cruz.
De nuevo es signo de contradicción: unos lo aceptan, otros lo rechazan. Los guardias quedan maravillados de cómo habla. Los dirigentes del pueblo discuten entre ellos, pero no le quieren reconocer, por motivos débiles, contados aquí no sin cierta ironía por Juan: al lado de los grandes signos que hace Jesús, ¿tan importante es de qué pueblo tiene que provenir el Mesías?
Jesús es presentado hoy como el nuevo Jeremías. También él es perseguido, condenado a muerte por los que se escandalizan de su mensaje. Será también «como cordero manso llevado al matadero». Confía en Dios: si Jeremías pide «Señor, a ti me acojo», Jesús en la cruz grita: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Pero Jesús muestra una entereza y un estilo diferente. Jeremías pedía a Dios que le vengara de sus enemigos. Jesús muere pidiendo a Dios que perdone a sus verdugos.
3. Nuestra actitud hacia Cristo se va haciendo cada vez más contemplativa.
Vamos admirando su decisión radical, su fidelidad a la misión encomendada, su solidaridad con todos nosotros, en su camino hacia la cruz. Esta admiración irá creciendo a medida que nos aproximemos al Triduo Pascual.
Seguramente notamos también en el mundo de hoy esos «argumentos» tan superficiales por los que los «sabios» rechazan a Jesús o le ignoran, o intentan desprestigiar a sus portavoces, o a la Iglesia en general. Las personas sencillas -los guardias, y ésos a quienes los jefes llaman «chusma»- sí saben ver la verdad donde está, y creen.
Nosotros hemos tomado partido por Jesús. La Pascua que preparamos y que celebraremos nos ayudará a que esta fe no sea meramente rutinaria, sino más consciente. Y deberíamos hacer el propósito de ayudar a otros a que esta Pascua sea una luz encendida para todos, jóvenes o mayores, y logren descubrir la persona de Jesús.
«Que tu amor y tu misericordia dirijan nuestros corazones, Señor» (oración)
«Yo, como cordero manso, llevado al matadero» (la lectura)
«Señor, Dios mío, a ti me acojo» (salmo)
«Jamás ha hablado nadie así» (evangelio)